NUEVOS TESTIMONIOS EN EL JUICIO DE LESA HUMANIDAD LA CACHA Un conscripto estuvo 70 días cautivo y, al salir, lo sancionaron por “desertor”
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(Por Sebastián Pellegrino, Agencia) El viernes 7 de marzo, durante la decimoprimera audiencia del juicio conocido como La Cacha, el testigo-víctima Juan Alberto Bozza relató ante el Tribunal Oral en lo Criminal Federal 1 de La Plata las circunstancias y las vejaciones a las que estuvo sometido durante los 70 días de su cautiverio en el centro clandestino de detención. Había sido militante del Partido Socialista de los Trabajadores –PST- y estudiante de historia en la UNLP, y su detención se produjo mientras transcurría su último mes de conscripción militar en el Batallón de Comunicaciones 601 de City Bell.
“El 19 de abril de 1977 salíamos del Batallón porque teníamos franco y, al llegar a la última guardia, se acercó el capitán de compañía y ordenó a todos, excepto a mí, que regresaran para afeitarse antes de salir”, comenzó diciendo Bozza acerca de las circunstancias previas a su secuestro. El conscripto se dirigió a la parada del micro y allí fue secuestrado. El capitán de compañía, Santiago Silvestre Badías, había sido el primer eslabón de su captura.
Lo llevaron encapuchado hasta La Cacha y lo ingresaron a una habitación en la que otras personas estaban tiradas en el suelo, esposadas y tabicadas. El lugar era el mismo que otros testigos han descrito como el entrepiso del centro clandestino.
“Por las noches la violencia ejercida en La Cacha amainaba bastante. Sólo quedaban los guardias que controlaban desde la puerta, y en una ocasión de relativa calma me subí un poco la capucha para poder mirar: vi una escena totalmente desconocida para mí. Había muchos ganchos en el piso; había alambrados y rejas en el interior del edificio, sobre los cuales estaban apoyados y atados varios de los detenidos, y había aparatos y máquinas totalmente insólitos, que luego supe que eran resistencias de la planta transmisora de Radio Provincia”, describió Bozza.
El testigo también explicó el funcionamiento interno de La Cacha y la organización del personal: había un grupo de guardias, que ingresaba por las mañanas, cuyos integrantes se hacían llamar los ‘carlitos’: Carlitos, el bueno; Carlitos, el cordobés; Carlitos, puente roto; eran las identidades de algunos.
[pullquote]El testigo pudo explicar el funcionamiento interno de La Cacha y la organización del personal[/pullquote]
Otro grupo de guardias, cuyas funciones estaban directamente vinculadas al trato cotidiano con los detenidos –les servían el “rancho”, los acompañaban al baño y hasta les daban algunas tareas para los “tiempos muertos”, como enrollar hilos de cobre-, brindaban a los secuestrados un trato más cordial, al menos en lo relativo a la violencia física. Sus integrantes también tenían apodos: “Palito”, “Pollito”, “Jota”, “Pablo” –a quien varias víctimas han identificado con el imputado Claudio Grande, exempleado civil del Destacamento de Inteligencia 101 de La Plata-, “Gallego”, “Santos”, “Mister X”, “Willy”, “El griego”.
Un tercer grupo estaba conformado por los interrogadores eran los de mayor jerarquía dentro del centro clandestino. Eran temidos por todos: llegaban por las mañanas, cerca de las 11, y se iban al caer la noche. Durante todo ese tiempo los detenidos oían los gritos y jadeos de dolor de quienes estaban siendo torturados. Bozza recordó los apodos de “el francés”, “el amarillo”, “el inglés” y “el oso”, éste último, Héctor Acuña, expenitenciario de la unidad penal 9 caracterizado por las víctimas como uno de los más violentos y temerarios.
El conscripto fue sometido a tres interrogatorios y torturado en los dos primeros. El tercer interrogatorio fue realizado por un presunto especialista en el PST o, al menos, en organizaciones políticas de izquierda no peronista. Conocía al partido, sus actividades y dinámicas. Su interés estaba centrado en nombres de los compañeros de Bozza quien, sin embargo, nada podía admitir o confesar porque hacía casi un año que había dejado la militancia activa, producto de la conscripción.
El interrogador insistía: “Mirá que, a pesar de las relaciones comerciales con Argentina y la presunta distención y convivencia pacífica con los soviéticos, nosotros sabemos que los rusos tienen el cuchillo bajo el poncho”. Increíblemente, el último interrogatorio comenzó y culminó sin violencia física.
Por otra parte, acerca de sus compañeros de cautiverio, recordó: “En esa sala del entrepiso estuve todo el tiempo -desde el 19 de abril del 77 hasta la noche del 28 de junio del mismo año-. Allí estaban Patricia Rolli, una muchacha muy joven de la UES (Unión de Estudiantes Secundarios) que estaba detenida junto a su padre; una joven embarazada de apellido Barroco; un conscripto a quien torturaron al lado mío y los guardias le decían ‘sarnilla’”.
[pullquote]“Había momentos, por las noches, en que podíamos tener algunos diálogos furtivos. Recuerdo que una amplia mayoría de detenidos era integrante de agrupaciones de la izquierda peronista”[/pullquote]
“También recuerdo a un estudiante de Arquitectura; al señor Betinni, un hombre muy mayor que me pareció verlo muy desorientado; un joven de apellido Contardi, que supuse que sería familiar de Bettini pero nunca lo confirmé; otra joven embarazada llamada María Elena Corvalán”, enumeró.
A cada nombre recordado agregó algún detalle o circunstancia “que me llamó la atención”: la edad, las agresiones padecidas, las filiaciones entre detenidos y el avanzado estado de los embarazos. “Había momentos, por las noches, en que podíamos tener algunos diálogos furtivos. Recuerdo que una amplia mayoría de detenidos era integrante de agrupaciones de la izquierda peronista”, dijo.
Bozza fue liberado el 28 de junio de 1977. Al día siguiente, habiendo padecido las vejaciones y malos tratos dispensados en el centro clandestino por más de dos meses, se presentó en el Batallón 601 para culminar la etapa de instrucción militar y allí se enteró que el Ejército lo había considerado “desertor”. El cinismo de la fuerza fue tal que el mismo capitán Badías, que había facilitado su secuestro, le había dicho al padre de Bozza –mientras éste permaneció cautivo- que no se preocupara: “Se habrá ido con alguna chica, ya va a aparecer”. Por “desertor”, tuvo que cumplir un año más de conscripción.
Vuelven a pedir la investigación penal contra médicos
Julia Pizá, cuyo padre Alberto Enrique Paira fue asesinado por un operativo de fuerzas conjuntas y su madre Liliana Pizá secuestrada y detenida en La Cacha, fue otra de las testigos del viernes 7. Julia tenía 5 meses cuando se produjo el operativo –ocurrió en Berisso, el 16 de abril de 1977- y, con el tiempo, pudo conocer la historia de sus padres a través del relato de compañeros, familiares y referentes de las luchas por los Derechos Humanos.
“Haber podido conocer a Patricia Rolli y otras víctimas de La Cacha, además de Adelina Dematti, me sirvió para poder reconstruir en parte la historia de mis padres. Sus vidas fueron hermosas, eran buenos compañeros y solidarios. Yo no tengo fotos mías con mis papás. Sólo tengo una foto en la que aparezco yo, que fue tomada en enero del 77, y que guardo como un tesoro. Fue sacada por papá y al menos puedo tener la certeza de que en ese momento él me estaba mirando”, dijo emocionada.
[pullquote]“Haber podido conocer a Patricia Rolli y otras víctimas de La Cacha, además de Adelina Dematti, me sirvió para poder reconstruir en parte la historia de mis padres»[/pullquote]
Al igual que Adelina Dematti –a quien agradeció su lucha y compromiso-, se refirió a los médicos que certificaban las actas de defunción en la morgue policial de La Plata: “El 28 de abril de 1977 salió publicado en los diarios El Día y La Nación que habían sido abatidos dos subversivos en Berisso: Alberto Enrique Paira y Arturo Baiviene, cuyos nombres habían sido identificados por documentación secuestrada durante el operativo. Es decir, las identidades de ambos eran conocidas y, sin embargo, tanto en el registro del ingreso de morgue como en el acta de defunción fueron catalogados como NN”.
“Les quitaron sus identidades a propósito. En el caso de mi papá, el médico certificante fue Héctor Rodríguez, y en el caso de Arturo Baiviene fue Héctor Luqueti o Luchetti. Quiero pedirle a la Justicia que investigue a los médicos que certificaron las muertes –no sólo las de mi padre y la de Baiviene, sino la de tantos otros- manipulando los datos y negando las identidades y los causales de sus asesinatos”, agregó Julia.
“Los hijos de desaparecidos nunca los dejamos de esperar. En cada cumpleaños siempre pedía el mismo deseo: que aparezcan, que aparezcan… Eso es lo nefasto del plan de exterminio. La figura del desaparecido es lo peor que han hecho”, concluyó la hija de Alberto Enrique Paira y Liliana Pizá.
La próxima audiencia del juicio será el miércoles 12 desde las 10 de la mañana. Los testigos de esa audiencia serán: Patricia Pérez Catán, Oscar Horacio Molino, Raúl Guillermo Elizalde y Pedro Tagliavini.