“¿Te vas a casar con un subversivo?”
En la última audiencia de Monte Peloni II brindó declaración testimonial Eduardo Santellán y se reprodujeron tres archivos fílmicos con testimonios del primer tramo del juicio de 2014. Se abordaron los secuestros de Eduardo Ferrante y Rubén Sampini, dos historias de profundo valor histórico y judicial. La próxima audiencia será el jueves 12 de julio a las 9.30hs.
ANDAR en Mar del Plata
(Agencia Comunica y Radio Universidad -FACSO/ Leandro Lora) De los siete testimonios previstos para el viernes 29 de junio se abordaron solamente cuatro: uno presencial y los otros tres en formato fílmico, obtenidos en Olavarría durante el juicio de 2014. El tribunal estuvo presidido por el Dr. Imas y se encontraron presentes el Dr. Juan Manuel Portela, en representación del Ministerio Público Fiscal, y la Dra. Mariana Catanzaro, en representación de la APDH. Por su parte la defensa estuvo representada por seis de sus abogados.
El amor pese a todo
En cada víctima del terrorismo de Estado hay una tragedia que el activismo y la justicia intentan reparar. Pero también hay historias personales que destacan por ser destellos de una humanidad olvidada en una época oscura que no pudo contra ellas. Es tal vez esto lo que sobresale en la historia de Eduardo Ferrante. Su secuestro, su tortura, las consecuencias que vendrían luego de su liberación, no pudieron opacar una historia que se desprende de los testimonios escuchados el pasado viernes. Tres testimonios bastaron para reconstruir una historia de jóvenes militantes, de estudiantes, de trabajadores y de amor.
Eduardo José Ferrante fue secuestrado por miembros del ejército en la madrugada del 26 de septiembre de 1977. Estaba en su casa, a poco de haber regresado de su trabajo. Por aquellos años, Ferrante era militante de la Juventud Peronista (JP) y trabajaba en Cerro Negro. Pero ya tenía un activismo desde que iba a la escuela industrial, donde había militado en el centro de estudiantes y formaba parte de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). Es en este contexto que el primer testimonio que se ofreció fue el de Eduardo Santellán, un compañero que militaba con él desde el secundario y que entendía que por ello Ferrante fue secuestrado. “Supongo que lo secuestraron por su militancia estudiantil”, dijo. Este testimonio fue breve pero aportó elementos que vinculan la represión articulada que realizaron las distintas fuerzas de seguridad durante la dictadura.
Eduardo Santellán fue secuestrado el 21 de octubre de 1977 por miembros de la Fuerza Aérea, sin embargo en su periplo de detención se encontró con Ferrante en la Unidad 9 de La Plata. Ejército y Fuerza Aérea actuaban en conjunto. Luego del testimonio presencial de Santellán, el Tribunal dio lugar a la reproducción del registro fílmico con los testimonios de Ferrante y Florencia Dátoli. Es entre estas dos personas que se conjuga, más allá del horror, el amor.
En su relato, Ferrante contó el secuestro que sufrió en su casa y su traslado a La Huerta, uno de los centros clandestinos de detención de Tandil. En los días previos ya había tenido noticias de la desaparición de varios de sus compañeros y, sin embargo, en lugar de irse de la ciudad, decidió quedarse. “Yo estaba preocupado por mi compañera, Florencia Dátoli. Ponerla en riesgo… No tenía adonde ir con ella. Y también por mi viejo, que era policía y no estaba muy al tanto de mi militancia. Por miedo a represalias preferí quedarme”, señaló.
Ferrante fue torturado con picana eléctrica en La Huerta en donde pretendían conocer sus relaciones de militancia. Afirmó que en todo momento estuvo solo y encapuchado y que eso era algo que le pesaba mucho. Luego de aproximadamente un mes, lo llevaron a la Comisaría 1º de Tandil y luego a la Unidad 7 de Azul donde pudo encontrarse con algunos de sus compañeros y le sacaron la capucha. En paralelo, Florencia Dátoli destacaba la soledad que se sentía al no tener noticias sobre dónde estaba Ferrante. “La soledad era inmensa, venía acompañada de miedo y no sabía a dónde recurrir”, dijo al momento de su testimonio. Es a partir de una nota publicada en el diario, donde finalmente Dátoli y la familia de Ferrante, se enteran que estaba en la Unidad 7 de Azul, e intentan verlo. En esta oportunidad, su novia logró el primer contacto con él pero no cara a cara. A través del cura de la Unidad Penitenciaria Dátoli logra acercarle a su novio un paquete de galletitas y uno de cigarrillos, y le escribe en sus envoltorios una pequeña letra F, de Florencia. Era más que una letra, era más que un mensaje.
Eduardo Ferrante venía del secuestro, de la tortura, de la soledad y de un consejo de guerra, esa herramienta que los militares utilizaron para intentar darle un manto de legalidad a su detención. Ahora estaba allí, en una cárcel común donde había tomado contacto con algunos de sus compañeros y sus familiares. Pero la dificultad era verse con su novia. El régimen carcelario les exigía una relación de parentesco que en la Unidad 7 de Azul y en la Unidad 9 de La Plata (donde estuvo posteriormente) se podía resolver con algunos trámites. El problema surgió cuando en mayo del 79 Ferrante fue trasladado a la cárcel de Caseros y allí, por ser una penitenciaría federal, solo se permitía el acceso exclusivo de parientes. En este punto, los relatos del horror parecen dejar pasar este momento, pero aquí la historia construye una humanidad de resistencia. “Le tuve que preguntar si se quería casar”, dijo Dátoli y desde ese momento, su búsqueda fue la de lograr todos los trámites que habilitaran el matrimonio. “¿Te vas a casar con un subversivo? Te voy a dar un consejo de padre…”, le dijeron, pero ella respondió que padre tuvo uno solo y avanzó. “Tardó ocho meses, eran trámites desesperantes porque no los lograba hacer… Pero el 26 de febrero de 1980 nos pudimos casar”, contó Ferrante. Allí, en la cárcel, luego de la desaparición y la tortura. Consiguieron que un juez de paz de la zona se acerque y que un cura de una capilla cercana a la unidad penitenciaria los casara. Recién ahí, pudieron verse sin mayores impedimentos.
Finalmente Ferrante consiguió su libertad el 24 de diciembre de 1982 y regresó a Olavarría. Allí se enteró que dos días antes le habían robado e incendiado el auto a su esposa y que la policía no quiso tomarle la denuncia. Vendría una etapa difícil para conseguir trabajo, con el peso de ser acusado de guerrillero o de “estar en la joda”, como le dijeron desde un gremio en el que formaba parte. Por su parte Florencia Dátoli resistió a las amenazas de cesantía que le habían hecho en su trabajo como docente en la Facultad de Ingeniería y así avanzaron, juntos. Resistiendo.
“La comunidad militar sabía lo que estaban haciendo”
El cuarto testimonio fue el de Rubén Francisco Sampini. Este caso es emblemático porque se trata de alguien que estaba realizando la conscripción al momento de su secuestro. La información fue precisa y detallada sobre el funcionamiento del ejército en esa época. Su secuestro se produjo en la madrugada del 22 de septiembre de 1977 en el que un grupo de miembros del ejército ingresaron a su casa y lo detuvieron, llevándolo al centro clandestino de detención Monte Peloni. Allí sufrió todo tipo de torturas y luego fue trasladado a La Huerta, en Tandil, para luego volver a Monte Peloni. El testimonio de Sampini duró casi tres horas, en las cuales describió lógicas de funcionamiento del ejército, prácticas, vehículos, gestos y tonos de voz de miembros del ejército. De esta manera Sampini dijo reconocer, en Monte Peloni, las voces de Walter Grosse, de Horacio Leites, del Cabo 1º Orellana y de Juan Carlos Castignani. Además contó quiénes solían utilizar determinados vehículos y que esos sonidos del motor eran identificados en el centro clandestino.
Sampini estuvo en dos escenarios distintos en una misma época. “Viví la represión desde adentro del cuartel”, comentó. Esta particularidad también le trajo mayores problemas ya que al estar haciendo la conscripción fue tratado como un traidor al ejército. Sin embargo, esto le permitió poder aportar e incriminar a miembros de la fuerza con mayor precisión y reconocer que “la comunidad militar sabía lo que estaban haciendo”. Nadie en el ejército podía ser ajeno a lo que sucedía. “El daño es infinito”, sostuvo Sampini al definir el horror que sufrió. Señaló que su familia no puede dejar de tratar este tema hasta hoy y que existen “madres que tienen un dolor adentro y lo van llevar hasta la muerte”.
La audiencia del viernes 29 fue la jornada más larga desde que comenzó el juicio y está relacionado con la reorganización de las audiencias que pasaron de ser dos días cada quince días, a una sola jornada quincenal. Por el momento no es fácil determinar si esto acelera o vuelve más lento el proceso pero hay algo que está claro y es que el juicio avanza. La próxima audiencia será el jueves 12 de julio a las 9:30hs. Allí se reproducirán nuevos testimonios y probablemente se fije una nueva audiencia para Rubén Francisco Sampini dado que la fiscalía, a través del Dr. Juan Manuel Portela, solicitó su ampliación testimonial. El testimonio obtenido durante el Juicio Monte Peloni I en Olavarría no permitió que Sampini relatara su paso por la La Huerta dado que formaba parte de otro proceso judicial pero en este juicio esos hechos involucran a los acusados Oscar José Bardelli y Eduardo Héctor Bernadou.
Así concluyo una nueva audiencia de un juicio que es histórico. Histórico por los hechos que denuncia y las historias que se cuentan. Tal vez su desarrollo y contexto no ayude pero es un juicio que está en marcha. Quizás lento pero en marcha.