"SOMOS ESCLAVOS LIBRES" Sin tierra ni reconocimiento del estado: vivir en El Peligro
ANDAR en los barrios
(Agencia – M. Soledad Vampa) “El Peligro” es un paraje que queda a unos 30 kilómetros de La Plata, se llega al tomar la Ruta 2 ahí cuando la avenida 520 deja de ser urbana y se choca con ese camino. Un cartel de madera y letras blancas anuncia el barrio de nombre inquietante pero de aspecto tranquilo, verde, lleno de quintas e invernaderos, un almacén, la escuela y casas bajas con tranqueras de madera. Allí vive y trabaja Gumersindo Segundo, uno de los referentes de la comunidad Ava Guaraní Iwi Imemby (hijos de la tierra) que intenta sobrevivir no sólo en términos de subsistencia sino desde el respeto y la vigencia de sus raíces culturales.
Gumersindo es nativo de la provincia de Salta pero una historia de persecución, desalojos y marginación lo hizo llegar a nuestra provincia, donde hoy busca volver a tejer algo de esas redes comunitarias que sostienen el modo de vivir de su pueblo. El principal problema con que se enfren
ta a la hora de reconstruir esos lazos en este presente es el del acceso a la tierra. “Las desigualdades sociales son muy fuertes para los pueblos originarios. Y migramos porque para seguir sobreviviendo tenemos que encontrar a donde ir. Y hoy en día nos encontramos aquí con los mismos problemas”, dice firmemente pero con pausa, buscando las palabras antes de pronunciarlas.
Él y su familia son arrendatarios. En la zona se paga entre 1.000 y 2.000 pesos por hectárea cada mes, por eso Gumersindo explica que tratan de sacar el mayor provecho en esta época donde la cosecha rinde en un mes, porque en invierno las verduras tardan alrededor de 3 meses en crecer. En verano, dice, también son mejores los precios. Actualmente la docena de atados de rúcula, por ejemplo, se vende a 10 ó 12$. Es difícil cerrar las cuentas.
Además a este cálculo hay que sumarle otros gastos imprevistos. Como los que generó el último temporal que afectó la zona a principios de este mes y barrió con la mayoría de los invernaderos. Las precarias construcciones de bolsas y maderas cedieron ante los fuertes vientos y para poder recuperar la producción la familia de Gumersindo recurrió a un crédito privado de 12 mil pesos, con intereses que ascienden al 60 y 70%.
Sin embargo las familias que trabajan como arrendatarias se reconocen en mejores condiciones que los medieros, como Rina que nos acompaña en la charla. Ella llegó de Bolivia hace 20 años y hoy trabaja para una patrona junto a su hija como medieras; eso implica que trabajan para alguien que se encarga de vender lo que producen y les paga la mitad de lo que cobra. O sea, que de 20 cajones de lechuga o rúcula, que es lo que planta Rina, ella y su hija cobran 10, y con eso viven.
Ante este escenario es que Gumersindo cree que es necesario recuperar las raíces de su pueblo para tener una vida digna. No quiere que haya más medieros, quiere poder explotar la tierra colectivamente. “Hace un año que nos reconocemos como comunidad y estamos en proceso de vivir como tal si el estado nos lo permite, si podemos acceder a la tierra. Porque hoy en día ningún pueblo puede hablar de vida comunitaria, al no tener los elementos que necesitamos no podemos desarrollar nuestra vida comunitaria. El primero es la naturaleza y la madre tierra, central para recuperar todo lo que ha sido destruido”, explica.
Por eso hace más de un año que están lidiando con burocracias y lógicas estatales que les impiden constituirse bajo una personería jurídica. Tener personería para ellos implica poder acreditar muchos derechos colectivos que hoy no les son reconocidos. También les permitiría acceder a planes y créditos estatales para evitar préstamos usureros como el que acaban de sacar en ámbitos privados, pero hasta ahora sólo encontraron peros y trabas. Uno de los problemas principales con que se encuentran para que el INAI (Instituto Nacional de Asuntos Indígenas) los reconozca como pueblo originario es su condición de migrantes.
“A pesar de que tenemos leyes nacionales, organismos interamericanos de DDHH que reconocen a las naciones originarias sus derechos, para nosotros todo eso hoy en día no existe. Seguimos arrastrando por 500 años una inmensa carga de colonialismo y racismo interno que se manifiesta a través de una montaña de derechos que se incumplen”, afirma Gumersindo. A su comunidad ya le rechazaron 3 pedidos de personería jurídica en el INAI. Cada vez se vuelve presente esa historia que él ve como una continuidad. “Esta historia para nuestro pueblo comienza desde la conquista, desde hace 500 años con la llegada de los europeos, cuando comienza un genocidio, un exterminio físico y cultural”, refiere.
[pullquote]una inmensa carga de colonialismo y racismo interno que se manifiesta a través de una montaña de derechos que se incumplen[/pullquote]
En Argentina la mayor concentración del pueblo guaraní estaba al norte, en Salta. Ahí también estaba el Ingenio San Martín del Tabacal y “con la implementación de la máquina de explotación agrícola comienza la explotación de miles de trabajadores originarios. En los ‘70 viene la indemnización forzosa y con eso las migraciones”, detalla Gumersindo.
Primero los corrieron en su propio territorio. “Nos fuimos a agarrar tierras al margen de un río, que se llama Río Blanco, entre 200 y 300 familias guaraníes, agarramos dos hectáreas cada uno, donde nos abocamos a poder sostener nuestra cultura como pueblo agricultor y labrar la tierra. Pero después vino la revolución de la soja y este otro problema nos llevó a migrar a distintos puntos del país. Porque con la soja los dueños de la empresa se declaran también dueños de la parte donde estábamos posicionados y a través de un desalojo violento en 2003 nos sacaron. Como siempre ha sucedido con nuestros pueblos, lo que se ha fundado aquí ha sido a través de la violencia que sigue abatiéndose sobre nosotros. Ese desalojo y esa violencia fueron de la empresa pero también del estado con la policía y gendarmería”, asegura con voz suave pero firme.
Así llegaron entonces a territorio bonaerense, donde hoy reclaman una tierra donde desarrollarse como pueblo. “Los primeros años fue difícil adaptarnos, porque allá en el norte había una concentración grande y hablábamos nuestra lengua, por ejemplo, a pesar de los problemas económicos o laborales. Pero acá es distinto, era solamente con la familia”, describe Gumersindo que sostiene que “el alma de nuestro pueblo es nuestra cultura, gracias a lo que sobrevivimos por sostener nuestros principios. La filosofía del pueblo guararní es la condición del todo. Es que todo tiene vida, todo es sagrado, por lo tanto vemos el respeto a la vida como fundamento. Eso es nuestra cosmovisión, nuestra cultura, que todos nos necesitamos para vivir, de ahí parte nuestra filosofía”.
Y otra vez se vuelve presente esa profunda historia que lo constituye. “Antes de la llegada de los conquistadores nosotros éramos un pueblo prehispánico ya desarrollado a lo largo y ancho de este continente con nuestra propia historia, religión filosofía, política, fundamentos, ya estábamos organizados, con una fuerte organización social, igualitaria, de proyecto colectivo. Ése era el proyecto que hacía que valga la pena que vivamos pero cuando llegan los conquistadores todo esto termina. Y nos implantan un sistema de vida fundado en la destrucción de la naturaleza y la explotación del prójimo. Nosotros no hablamos de riqueza, hablamos de vida y eso parte de la tierra”.
Pero no todos hablan el mismo idioma, y el lenguaje de las burocracias es de los más opacos. “En cada oficina donde vamos a plantear nuestro problema, a reclamar nuestros derechos nos dicen que no hay plata. Como si fuese que nosotros vamos a decirle necesitamos 2 millones… no es así, reclamamos derechos. Para nosotros eso es una humillación, a nuestros hijos les están diciendo para ustedes no hay pan, no vengan a reclamar aquí. Incluso en el INAI dicen que no hay plata”, reclama preocupado Gumersindo.
[pullquote]a nuestros hijos les están diciendo para ustedes no hay pan, no vengan a reclamar aquí[/pullquote]
Hoy quieren volverse visibles, materializar esa vida en común, anunciar “que el pueblo guaraní no se ha extinguido, que no es sólo pasado, es presente y va a ser futuro. Y tenemos que darnos a conocer, mostrar cómo vivimos para que la sociedad sepa que el exterminio físico y cultural de nuestro pueblo jamás ha dejado de existir. A través del despojo, de vivir en una villa miseria donde uno no tiene los recursos que debiera, a través de que muchos de nosotros seguimos vagando por el campo en busca de un trabajo vergonzoso… eso es genocidio para nosotros, lo vemos así, las migraciones forzosas, las violaciones a nuestros derechos son parte de eso. Nos están exterminando”, así lo entiende Gumersindo.
“Mientras los gobiernos pregonan democracias y crean organismos de derechos humanos nosotros seguimos siendo esclavos libres, así nos consideramos: víctimas del progreso. Este estado se fundó con violencia y así continuamos”, concluye. Pero sostiene que como pueblo van a seguir luchando “por nuestros antepasados y por las generaciones que vienen, porque cada generación que se va de este mundo se va con esa esperanza de que nazca una nueva cultura y que la riqueza de la tierra sea repartida equitativamente. Y esa esperanza es lo que nos dejan”.