LA LUCHA DE LOS FAMILIARES CONTRA LA CRUELDAD DE LA CÁRCEL “Sierra Chica es tierra de nadie”
Bibiana Martínez tiene a su marido detenido en la Unidad Penitenciaria Nº 2 de Sierra Chica desde hace más de una década. Durante todo ese tiempo nunca dejó de acompañarlo; incluso, se mudó de Santa Fe para radicarse Olavarría. Durante muchos años vio hasta el hartazgo las torturas que sufren los detenidos en el encierro, la corrupción del Servicio Penitenciario Bonaerense y el desprecio al que son sometidos los familiares en los días de visita. En 2016 se plantó en la puerta del penal para que la dejen ver a su marido en huelga de hambre, perdió el miedo y se animó a denunciar en la justicia las violaciones a los derechos humanos que presenció en estos años. La historia de una cárcel vivida de cerca.
ANDAR en Sierra Chica
(Agencia Andar) “El Servicio Penitenciario Bonaerense hace lo que le place y la gente está sometida y tiene mucho miedo. Miedo a las represalias que puedan tomar con los que están adentro. Y yo entiendo ese miedo, pero nosotros tenemos derechos”, dice Bibiana Martinez. Los funcionarios y agentes penitenciarios utilizan el miedo, la amenaza y la violencia como estrategias de gobierno de lugares de encierro. Los detenidos que están adentro y los familiares que esperan afuera lo saben.
Bibiana fue una de las más de 400 personas que participaron del V encuentro nacional de la Red de familiares de lucha contra la tortura y otras violencias estatales que organizó la Comisión Provincial por la Memoria en diciembre pasado. “Siempre quise venir a este encuentro, para informarme, para preguntar y aprender a ayudar a los que están adentro. Aprender a trabajar para que se termine la corrupción y la tortura”, cuenta.
El complejo penitenciario de Sierra Chica está integrado por las unidades 2, 27 y 38. Según datos del informe anual 2018 de la CPM, hay 2.973 detenidos cuando el cupo judicial es de 2.310 personas; una capacidad que, como se evidencia en las inspecciones periódicas, igual no respeta ninguno de los parámetros establecidos por organismos internacionales para lugares de encierro. Aún así, la sobrepoblación en el complejo de Sierra Chica sería del 128%. “Duermen apilados”, resume Bibiana para ponerle imagen a los números.
Las condiciones materiales de la UP 2 son, particularmente, gravosas: es la cárcel más antigua del SPB, fue construida en 1882, y es además una de las que más presos aloja, sólo la UP 30 de General Alvear tiene más detenidos. “La vivencia en Sierra es escalofriante. Conviven con ratas que, en cualquier momento, pueden entrar a las celdas y morderlos. Quieren comer un pedazo de pan y si no tuvieron la posibilidad de envolverlo bien, de guardarlo en una caja, las cucarachas están todas pegadas. Se levantan de dormir y están llenos de ronchas de chinches”, enumera.
Bibiana agrega otro dato que habla del completo abandono del Estado: “Siguen muriendo chicos por tuberculosis, los sacan como si fueran bolsas de papas”. El informe de la CPM también advirtió sobre esto: los casos registrados de enfermos por tuberculosis en los lugares de encierro de la Provincia ascendieron de 187 en 2016 a 436 en 2017. Y las muertes por razones de salud no atendidas, es decir muertes evitables, se multiplican año a año. La CPM sigue reclamando que la salud penitenciaria, hoy bajo la órbita del Ministerio de Justicia, pase a depender del Ministerio de Salud.
El límite del miedo
“No sé qué vas a hacer, Bibiana, pero Ricardo no está bien de salud”. Ella todavía recuerda esa comunicación de tres años atrás en la que un compañero de celda de su marido la llamó. Ricardo llevaba casi un mes en huelga de hambre por una protesta: le habían robado todas sus pertenencias cuando estuvo sancionado en aislamiento. “Hablaba todos los días con las autoridades de la UP 2 y siempre me decían que ya lo solucionaban; 30 días pasaron”.
Después del llamado, Bibiana salió de Santa Fe hasta Olavarría con su hija emabrazada y su yerno. “Llegamos un lunes a las 6 de la mañana, me anuncio, me hacen esperar; eran las 5 de la tarde y nadie salió a atenderme. En esa desesperación, armamos una carpa. A las 10 de la noche me habían mandado la policía, querían que levante la protesta, yo tenía a mi marido en huelga de hambre, no sabía si estaba vivo o muerto».
Bibiana dice que ninguna autoridad del penal imaginaba que iba a reaccionar de esa manera, públicamente. Logró que esa misma noche el jefe del penal la reciba y la autorice a visitar a su marido y entregarle la mercadería que llevaba para él. También se hicieron responsables de todo lo que le habían robado y el SPB tuvo que pagarle la reposición de sus pertenencias. “Que yo nunca haya levantado la voz no significa que no sepa lo que pasa acá adentro”, recuerda haberle dicho al Jefe.
Después de esa primera protesta, pensó que no podía volver a callar. Comenzó a hablar con la gente en la puerta del penal, a conocer otros hechos en los que se desplegaba la violencia y el desprecio a los presos. En esas largas horas esperando los días de visita se fue gestando otra protesta: “Estábamos hartas de esas entradas: no había techo ni nada; si llovía estábamos en el barro, se nos mojaba la mercadería que muchas veces es lo único que pueden comer, las criaturas se mojaban, la gente mayor se caía en el barro. Las personas en sillas ruedas prácticamente no podían entrar. Y, una vez que entrás, en las requisas te rompen toda la mercadería: se están muriendo de hambre adentro y cada vez nos impiden entrar más cosas comestibles”.
Ese día de visita, de lluvia, Bibiana filmó todo con un celular y llevó ese material a organismos de derechos humanos, a juzgados y fiscalías. Las denuncias contra el sistema penitenciario suelen tener poca repercusión en la justicia. También decidió subirlo a las redes para que otros pudieran ver lo que los muros ocultan.
Esa fue la primera denuncia penal. La segunda fue por corrupción: “Te venden droga, alcohol, los cartones de cigarrillos, los pabellones, las piezas de encuentro. Todo es venta para ellos”, resume. También el acceso a los derechos se vende: “¿Querés estudiar? No podés, no hay cupo. ¿Querés trabajar? Tampoco podés, no hay cupo. Para los presos nunca hay cupo a no ser que tengas una plata”.
El mismo día que llega la notificación de la denuncia por corrupción a la UP 2, el marido de Bibiana fue trasladado de noche y sin orden judicial al penal de Urdampilleta. Un gesto intimidatorio, una represalia por la denuncia. “Esa mañana me quedé plantada en el arco de ingreso del penal, reclamando que lo traigan de vuelta. Antes me había comunicado con el juzgado y el doctor David me confirma que no había autorizado el traslado. Lo sacaron porque ellos quisieron, porque son así, ellos hacen lo que quieren”. Un día después, el marido de Bibiana ya estaba de vuelta en Sierra Chica.
Una vida alrededor de la cárcel
Luego de la primer protesta, allá por 2016, cuando tuvo que venirse desde Santa Fe, Bibiana decidió quedarse en Sierra Chica. Vive a cuatro cuadras de la cárcel, trabaja como remisera y la mayoría de sus clientes son los familiares que van a visitar a sus seres queridos. “Cada personita es un mundo. En estos años escuché un montón de historias terribles. No recuerdo haber escuchado nunca una historia linda. Son historias, todas, de hambre, de calle. Es desgarrador y genera impotencia”.
Las noches previas a los días de visita, cuando Bibiana pasa por la puerta del penal, si ve chicas esperando afuera, les da alojamiento en su casa. “Es una casa pequeña, una pieza, un livincito, el baño, la cocina y pará de contar”; igual cuenta que llegaron a dormir 15 mujeres adentro, algunas con bebés. “Cada una pone un poquito de plata para cocinar, nos sentamos en la mesa todas y nos contamos la historia”.
Bibiana es fuerte, intenta hacerse de una coraza, pero sabe que la realidad siempre se filtra por algún lado. Que una aprende a hacerse fuerte por la gente que está adentro. “El sistema los agarra por la parte más baja, por donde lo pueden doblegar que es el hambre y la salud. A cualquier persona con hambre la doblegás, por más que quieras defenderte. Al perder la dignidad, se pierde todo”, dice y se anima a cerrar con un anhelo: “Tenemos que devolverle al preso la dignidad de tener derechos”.