MONTE PELLONI II: INSPECCIONES OCULARES Recorrer el circuito olavarriense del horror
En el marco del juicio Monte Pelloni II se realizaron las inspecciones oculares en aquellos lugares que durante el debate fueron señalados como centros de tortura y detención clandestina. Se visitó el predio Monte Pelloni en las inmediaciones de Sierras Bayas, la Unidad Nº 2 de Sierra Chica, la sede del Regimiento local y la Comisaría 1º.
ANDAR en Olavarría
(Agencia Comunica y Radio Universidad – FACSO/ Leandro Lora) Luego de finalizadas las instancias de debate en el segundo tramo del juicio Monte Pelloni, el jueves 15 se dio inicio a las inspecciones oculares que recorrerán parte de la región centro de la Provincia de Buenos Aires. Esta etapa busca que las partes involucradas corroboren y conozcan los lugares que han sido mencionados en los diferentes testimonios como centros clandestinos de tortura y detención. De esta manera, encabezados por uno de los miembros del Tribunal, el Dr. Luis Imas, un nutrido grupo de abogados y testigos realizaron las inspecciones oculares referidas a localidad de Olavarría.
Alrededor de las 11.30hs se hicieron presentes en el predio rural de Monte Pelloni, conocido ex Centro Clandestino de Detención de Olavarría, el Dr. Luis Imas, en representación de Tribunal; la Dra. María Ángeles Ramos y el Dr. Juan Manuel Portella, en representación del Ministerio Público Fiscal; los abogados defensores oficiales Dres. Manuel Bailleau, Ana San Martín y José Galán y el abogado defensor particular, Dr. Pedro Mercado. Por su parte, en esta oportunidad, acompañaron con testimonios y guiaron el recorrido Carmelo Vinci, Carlos Genson, Osvaldo “Cacho” Fernández y Araceli Gutiérrez, quienes estuvieron en cautiverio en este lugar a partir de septiembre de 1977. También participaron autoridades de fabricaciones militares y de la policía federal.
El día agradable, caluroso y despejado contrastaron con los relatos de quienes sufrieron el horror del secuestro y la tortura en los años de la dictadura y que, nuevamente, repetían ante los representantes de la justicia. No es la primera vez que sucede. En 1984, ante la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), habían logrado reconocer el lugar y brindar testimonio de ello. Más adelante en el tiempo, y gracias a la reapertura de los juicios por delitos de lesa humanidad, se realizó en 2014 la primera inspección ocular en el marco de un juicio oral y público. En esta oportunidad, frente a un Tribunal y a abogados diferentes, pudo volverse a contar lo sucedido, demostrando que en cada relato, en cada hecho violento que se describe y se señala con el detalle de estar en el lugar, no se pierde aún la capacidad de asombro ante lo perverso.
– ¿Alguno de los que está acá vio estas imágenes, aunque sea debajo de las vendas? – preguntó el juez
– Sí, yo tengo incluso el mapa que hice para la CONADEP – respondió Araceli Gutiérrez agregando más detalles
– ¿O sea que usted tiene seguridad absoluta de que este es el lugar?
– Si, éste es el lugar- respondió.
“Fue acá”, “en ese espacio”, “me arrastraban por ese piso de madera”, “acá había un escritorio”, “ahí había un sillón”, “ahí era la sala de tortura”, “me hacían chocar la cabeza contra el marco de esa puerta”, “recuerdo esos dos escalones”, “en esta pared nos hicieron simulacro de fusilamiento”: todas las descripciones del lugar fueron detalladas y señaladas e invitaban a la peor de las imaginaciones. Se recorrieron todos los ambientes y en cada uno de ellos se señalaba la presencia de algún compañero o se recordaba alguna situación de violencia. Incluso, en medio de ese relato colectivo y compartido, se enteraban de que habían estado uno al lado del otro sin que lo supiesen.
– ¿Ustedes lograron identificar a alguien? – preguntó Imas.
– Sí yo, a dos. Al pájaro Ferreyra y a Muñoz, porque era mi vecino… – señaló Gutiérrez.
La oportunidad del reclamo
La inspección ocular, además de ser una instancia judicial para corroborar y conocer los lugares señalados durante los testimonios, se constituye en un espacio en el que víctimas, abogados, jueces, periodistas y funcionarios de las instituciones intervinientes se encuentran cara a cara y fuera del ámbito judicial regular. En esta oportunidad, las víctimas aprovecharon para manifestar una serie de disconformidades con el proceso vigente e insistir con el reclamo para que el juicio pueda desarrollar su instancia final en Olavarría. El juez respondió con atención y respeto y pidió disculpas por la descoordinación de horarios que le reclamaron. Allí se recordó el desarrollo del juicio Monte Pelloni I en 2014 y se señaló que “este juicio es mucho más importante que el otro y en Olavarría no se sabe nada”; y que por dicha razón esperan que el pedido formal que se hizo para contar con la sentencia en la ciudad pueda concretarse. Entre los reclamos apareció no solo la distancia entre Olavarría y Mar del Plata sino también el hecho de que víctimas y acusados se cruzaran en los pasillos del Tribunal o que se advierta que aquellos que tienen prisión domiciliaria estén moviéndose con libertad en Olavarría. Luego de un momento de tensión, en el que incuso intervino uno de los abogados defensores, la situación continuó con absoluta distensión.
Pabellón 9, celda 35
Cerca de las 12.30 hs, gran parte del grupo que estuvo presente en Monte Pelloni, se trasladó hasta la Unidad Penitenciaria Nº 2 en Sierra Chica. En más de diez vehículos, entre los particulares y los pertenecientes a la policía federal, la comitiva se acercó hasta una de las principales cárceles de máxima seguridad del país. Es la primera vez que la justicia realiza una inspección ocular en este lugar en el marco de un juicio oral y público por los delitos de lesa humanidad cometidos en Olavarría.
A los pocos minutos que ingresó la comitiva llegó el testigo principal: Néstor Elizari. Su historia de horror, similar a la de muchos de sus compañeros, tiene comienzo el 16 de septiembre de 1977 en Olavarría cuando fue secuestrado en horas de la madrugada de su casa, para ser trasladado a la Brigada de investigaciones de Las Flores y posteriormente a Monte Pelloni. Luego de estar en cautiverio fue trasladado a diversas unidades penales, entre ellas, la Unidad Nº 2 de Sierra Chica.
– Elizari, ¿Usted recuerda a donde tenemos que ir?, preguntó el juez Imas
– Pabellón 9, celda 35 – respondió con absoluta seguridad.
A partir de allí se dieron algunas indicaciones para la captura de imágenes y la protección de la intimidad de quienes están detenidos, y comenzó la caminata hacia las puertas mismas de la cárcel. Se recepcionaron los DNI de quienes ingresábamos, se abrieron las rejas y se accedió al clásico patio circular, estilo panóptico, dónde alrededor hay grandes portones con rejas que llevan a los distintos pabellones ordenados numéricamente. En el camino, el juez Imas conversaba con Elizari, le hacía preguntas y este iba relatando algunos detalles de cuando estuvo allí detenido. “Unos días nos llevaron a hacer deporte y ahí vi a un compañero, Toledo… Lo vi dos o tres veces y después le perdí el rastro. Pero ese muchacho estuvo acá conmigo”, comentó. También dijo haber estado con Vargas. Finalmente, frente a la puerta del pabellón 9, se abrieron nuevas rejas y se ingresó. De frente se extendía un largo pasillo con las distintas celdas una al lado de la otra. Poco ruido, todo cuidadosamente ordenado. En el interior de cada puerta se veían algunos rostros de aquellos detenidos que miraban con atención, otros espiaban a través de pequeños espejos que orientaban en dirección al pasillo. Finalmente se llegó al lugar indicado: celda 35.
– Es ésta, acá estuve yo hace 41 años, dijo Elizari sorprendido.
Imas pidió que se abra la celda y Elizari, como en un viaje en el tiempo, ingresó nuevamente al lugar que lo tuvo preso durante un año, desde aquel enero de 1978. La celda 35, como el resto de ellas, es extremadamente pequeña. Apenas 4 metros de largo por 2 de ancho, dos camastros de caño colgados uno arriba de otro y un pequeño lavatorio. Elizari se mostró sorprendido porque mucha de la infraestructura estaba igual. Finalmente, luego de contar algunos detalles, se lo notó visiblemente emocionado. A partir de ello, el juez dio por terminada la inspección del lugar. La comitiva, compuesta por cerca de una veintena de personas, se retiró con una extraña sensación. La cárcel no es un lugar agradable, no solamente por el encierro por las condiciones en las cuales se vive. Elizari jamás había imaginado regresar a este lugar al que había llegado por el plan clandestino de detención del gobierno militar. “Esto es como castigar a tu propio hijo”, mencionó. Ahora, en el marco de un proceso judicial, se mostró satisfecho y lo referencia como algo bueno.
El tambo, los calabozos y el regimiento
A las 13.30 hs la comitiva abandonó la Unidad 2 y se dirigió hasta el Regimiento de Caballería de Tanques 2. Allí estaba Alberto Vicente Hermida, uno de los testigos que durante la etapa de debate había señalado la existencia de un tambo en el ejército donde había estado secuestrado junto con Manuel Daniel Vargas, un operario de Cerro Negro. Hermida había reconocido ese lugar porque su padre, que había sido militar, lo había construido. También había señalado que desde ese lugar se escuchaba la banda militar durante las fechas patrias.
Una vez allí, y frente a las autoridades del regimiento, se preguntó por el tambo pero nadie sabía nada. Buscaron un mapa del lugar pero éste no era lo suficientemente extenso ya que no referenciaba el arroyo Tapalqué y Hermida había descrito el lugar cercano a ese curso del agua. Luego se buscaron mayores precisiones pero de todas las autoridades militares presentes ninguna tenía la suficiente edad como para ser contemporáneos de la época que se indicaba, por ende, nadie conocía un lugar con esas características. Finalmente se resolvió que Hermida, autorizado por las partes, y acompañado por uno de los fiscales, la secretaria del Tribunal, un integrante del programa Verdad y Justicia, la policía Federal (que registró todo el procedimiento en soporte fotográfico y audiovisual) y éste cronista, pudieran adentrarse en los campos del regimiento, a intentar ubicar el lugar señalado.
La búsqueda se extendió por varios minutos. Esta comitiva buscó por varios lugares, guiados por las coordenadas que el testigo señalaba. De un tambo construido por el padre de Hermida en 1952 y utilizado como espacio clandestino de detención 41 años atrás había poco rastro. El juez Imas se acercó en una camioneta junto con el responsable del regimiento y allí el testigo describió nuevamente lo que buscaba. Apenas pudieron encontrarse algunos escombros, con viejas paredes de ladrillo y cemento que estaban derrumbadas y tapadas por la tierra y el pasto. Finalmente se señaló la ubicación aproximada de lo que se buscaba y se volvió al regimiento. La inspección ocular aún no había concluido, restaban identificar los calabozos del regimiento, que hoy ya no existen como tales. Sin embargo, ahí estaba la infraestructura, más o menos acorde a la descripción que Hermida había hecho: baños al fondo, pequeños espacios y sus respectivas puertas; hoy selladas pero visibles sus revoques y cimientos.
Fue la inspección más extensa y la primera que, en el marco de un juicio oral y público, se hacía al Regimiento, el corazón de lo que fue la dictadura en Olavarría. El lugar al que llevaron a personas secuestradas y al que acudieron muchos familiares en busca de respuestas que, el por entonces Coronel Ignacio Aníbal Verdura, negaba.
La última inspección: la Comisaría 1ª
Alrededor de las 15 hs, la comitiva encabezada por el juez Luis Imas se dirigió a la Comisaría 1ª, ubicada en las intersecciones de las calles Belgrano y Brown. Allí esperaban Mario Gubitosi, abogado laboralista secuestrado a fines de 1976 y detenido en dicha dependencia policial; y Alfredo Zorrilla, trabajador de la empresa LOSA, también secuestrado y detenido en aquel lugar. Esta inspección refiere al caso LOSA que investiga los delitos cometidos contra los trabajadores de la empresa LOSA que fueron secuestrados con el fin de obligarlos a incriminar a su abogado, acusado de haberlos incitado a realizar sabotaje en la fábrica. Se denuncia que el amedrentamiento buscaba evitar la organización gremial de los trabajadores y que para ello actuaron en conjunto las fuerzas policiales, del ejército y la propia empresa. Completamente vacíos, los calabozos fueron recorridos por los testigos, el juez y las partes, que acompañaron el reconocimiento con relatos de los hechos.
– Yo estuve en una de éstas – dijo Gubitosi señalando dos celdas.
Allí recordó que, el por entonces comisario Alberto Argentino Balquinta, estaba a cargo del procedimiento; estuvo detenido dos días y los trabajadores estuvieron más de una semana. Por su parte, Zorrilla recorrió los calabozos. “Traían compañeros y el comisario los ubicaba acá y decía bueno… los ponemos dos horas, tres horas para que refresquen la memoria, y los hacían declarar y los largaban. Después a la noche nos pasaba a nosotros porque venía el comisario y les decía a vos te doy máquina hoy, a vos al rato, y así. Y sino nos sacaban a las 2 de la mañana encapuchados, y nos hacían morder por los perros, o nos hacían simulacros de que mataban al señor Gubitosi…”, detalló.
Sobre el final del recorrido, Zorrilla recordó que los trabajadores estaban en el calabozo grande y que a Omar Ciriaco Iturregui, Secretario General de Ceramistas SOECO y perteneciente a la FOCRA, “lo tiraron en un calabozo chico y después la policía y un militar los hacían ir uno por uno para que lo vean. Si no declarábamos lo que nos decía el comisario, nos iba a pasar lo mismo que a Iturregui”.
De esta manera, cerca de las 16 hs, culminó la inspección ocular en Olavarría. La próxima jornada será el 30 de noviembre, desde las 10 hs, en el ex Centro Clandestino de Detención “La Huerta” y la Comisaría 1ª de Tandil. La jornada vivida quedará en la historia como un día en el que fue imposible pasar por alto que, durante casi cinco horas, ex presos políticos, abogados, periodistas y uno de los jueces recorrieron tres dependencias emblemáticas del poder del Estado. Cada una de ellas fue acompañada por los testimonios de quienes sufrieron el ataque perverso de un Estado represor, que no solo utilizó lugares ocultos para ejecutar todo tipo de torturas sino que también convirtió en clandestinos los propios espacios emblemáticos de sus fuerzas de seguridad. Este será un recorrido difícil de olvidar, sobre todo para aquellos que lo padecieron hace más de 40 años. Sin embargo, no cabe duda de que esta vez el recuerdo fue acompañado por todos los sentidos que puede, y debe, ofrecer la justicia.