VALERIA DEL MAR PERMANECIÓ 14 DÍAS EN EL POZO DE BANFIELD Por primera vez declaró una persona trans en un juicio por crímenes de lesa humanidad
Integrante de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR), el sindicato de trabajadoras sexuales de Argentina, y víctima de aberrantes delitos padecidos a comienzos de 1977 en el Pozo de Banfield, Valeria del Mar Ramírez contó su historia este martes 22 de noviembre frente al Tribunal Oral Federal 1 de La Plata y, más allá de que su caso no fue el único, se convirtió en la primera mujer trans en brindar testimonio en un juicio por crímenes de lesa humanidad. “Vivía con tanto miedo cuando me liberaron que dejé de trabajar por muchos años y tuve que volver a disfrazarme de Oscar”, dijo profundamente conmovida.
ANDAR en los juicios
Trabajadora sexual desde sus 20 años, Valeria integró un grupo de mujeres trans que se paraban en Camino de Cintura (ruta 4) entre Seguí y la rotonda de Llavallol, y recuerda los nombres o apodos de algunas compañeras: Romina, “la Hormiga”, Rosita, Tamara, “la Perica”, Andrea. Desde antes de la última dictadura tanto Valeria como el resto padecieron detenciones arbitrarias por parte de la policía de Lomas de Zamora, además de la constante extorsión económica ejercida por el jefe de calle.
A fines de 1976 sufrió la primera detención bajo el régimen militar. Ocurrió durante una razzia policial, de la cual el mismo jefe de calle que habitualmente les cobraba las coimas para dejarlas trabajar les había avisado con bastante anticipación. Sin embargo, las mujeres no hicieron caso y se reunieron en la estación de servicio en la que guardaban sus pertenencias con el permiso del encargado del local.
“Fuimos subidas a los móviles policiales y llevadas a la comisaría de Lavallol. Éramos como 14 o 15 chicas y nos dividieron en varios grupos, quedando yo junto a ‘la Hormiga’ y Romina en una dependencia policial de Banfield. Permanecimos dos días en los calabozos hasta que nos trasladaron a los tribunales de Lomas de Zamora y allí nos dieron la libertad”, relató Valeria del Mar frente a los magistrados del TOF 1 de La Plata.
El segundo secuestro fue el que marcaría su vida para siempre dejando marcas y heridas físicas y padecimientos psicológicos que persisten hasta hoy. Fue una noche de comienzos de 1977 cuando un Ford Falcon verde se detuvo frente a Valeria y Romina y las cargaron en los asientos de atrás, arrodilladas con la cabeza entre las piernas de los dos hombres que las habían ingresado a la fuerza.
“Recién llegamos, no estamos haciendo nada”, dijeron las víctimas a sus secuestradores pero no recibieron respuesta. En realidad, ellos estaban ocupados en avisar algo a alguien: “Dale, avisá vos…”, dijo uno. “Acá tienen las cachorras que habían pedido”, anunció otro con su radio del móvil policial.
El lugar de destino: el Pozo de Banfield, del cual Valeria del Mar recién sabría su nombre y ubicación al recuperar su libertad, 14 días después: “Desde que ingresé comenzaron las violaciones. Era algo permanente y venían en grupos de hasta cuatro o cinco. Cuando me resistía, me golpeaban y para poder comer me exigían que me sometiera a cualquier clase de abuso”.
Las vejaciones y los abusos llegaron a quitarle las ganas de seguir con vida, y en más de una ocasión sintió que no saldría de allí con vida. En una ocasión se estaba bañando y escuchó los pasos rápidos de una persona con tacos. Alguien gritó: “Ya, ya, ya… ya viene…”, mientras se oían los gritos desgarradores de una mujer. Valeria del Mar no podía imaginar qué clase de tormentos estaría padeciendo aquella persona.
Sin embargo, instantes después escuchó el llanto de un bebé. Acababa de ocurrir un parto en el centro clandestino y allí adonde ella se estaba bañando llegó, débil y casi a los tumbos, una mujer muy delgada, de cabello negro largo, “demacrada, amarilla, con su vestidito lleno de sangre. Era quien acababa de ser madre, cuyo nombre nunca conocí. La ayudé a sentarse en un piletón de cemento y al rato, cuando me sacan de las duchas, veo a un policía con el bebé en brazos”.
Mientras tanto, las amigas y la familia de Valeria se dirigían a la comisaría de Lavallol a llevarle comida o a dejarle una carta pero nunca recibían noticias suyas. Por eso se dieron cuenta de que no la tenían alojada allí y comenzaron una intensa campaña para lograr dar con su ubicación. Consiguieron un abogado que presentó un habeas corpus, aunque –como le diría más adelante a Valeria del Mar- sin demasiadas expectativas de lograr algo.
“Finalmente, una mañana, tras 14 días de cautiverio, me dicen que ese día tendría una última diversión porque ‘lamentablemente te tenemos que largar’. Me liberaron esa misma noche, temprano. Me entregaron mis pertenencias y salí por el portón del centro clandestino”, describió.
Hacia el final de su intervención, la testigo aseguró que aún padece las consecuencias de los abusos, los golpes y las vejaciones sobre su cuerpo: “Física y psicológicamente no estoy bien, a veces no quiero ni salir de mi casa… en diciembre cumpliré 66 años y tengo una jubilación mínima de la que estoy pagando una moratoria. Si pago el alquiler de donde vivo no como. Y gracias a que vengo todos los días al sindicato (AMMAR) puedo recibir el plato de comida. Soy otra más de mis compañeras grandes de edad que estamos prácticamente en situación de calle”.
“Esto me duele mucho. No sé qué voy a hacer mañana, cuando no pueda pagar el alquiler y me echen a la calle. Después de 10 años de iniciar el trámite, cobré el año pasado una indemnización por un monto de 50.000 pesos, algo inexplicable y que apenas me alcanzó para unos meses ¿Qué otra salida laboral podría haber tenido yo?”, concluyó Valeria del Mar notoriamente emocionada.