Audiencia 46 del Juicio Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y El Infierno de Avellaneda Personas valientes
En esta audiencia retoma su testimonio Ernesto Darío Borzi, quien no concluyera la semana anterior su presentación. Irá enhebrando cronológicamente los hechos posteriores a la detención y desaparición de su padre Oscar Isidro Borzi (“Cacho”) el 30 de abril de 1977 y las consecuencias en su vida familiar hasta la actualidad.
ANDAR en la justicia
(Diario del juicio) ¿Cómo no voy a poder expresarme en esta causa?
Ernesto Borzi inicia su declaración lamentando la muerte impune del imputado Miguel Ángel Ferreyro, ocurrida en días pasados. “Cada vez que por goteo fallece un imputado es una posibilidad menos de lograr justicia”, afirma.
Después del secuestro de su padre, en un contexto dictatorial de serias restricciones laborales, la mamá logra conseguir trabajo en la escuela primaria donde ellos asistían, en tareas de limpieza. Esto les permitió cursar también en contraturno, permanecer junto a ella durante todo el día y así ser parte de una comunidad que los contenía. El testigo identifica ese refuerzo escolar diciendo: “hace a una cápsula de dignidad, a una cápsula de protección en un medio ambiente hostil”.
Destaca el valor de la Directora de la institución que, a pesar de las amenazas y exigencias para desplazarla, sostuvo el lugar de trabajo de Ada, ya que en ella veía “a una mujer sola que estaba haciendo lo imposible por salvar a sus hijos”. Las extensas tareas de barrido y baldeo la llevaban a veces a quedarse por la noche en la escuela con sus niños para poder cumplir y por el temor de regresar tarde a su domicilio.
Ernesto enumera diversos hechos puntuales que recuerda y va así entramando con gran detalle, distintas situaciones que dan cuenta de la época dictatorial.
En 1977, a pocos días del secuestro de su papá, su padrino ve que detrás de la fábrica donde trabajaban se detiene una caravana de autos. Bajan a personas maniatadas y vendadas, las ponen contra el paredón y las fusilan. Luego suben los cadáveres a una camioneta policial y se retiran.
La empresa Sariq, paga en mayo del 77 el último sueldo de su padre. Al ir a retirarlo con su mamá, los demoran en Contaduría. Entra la Policía, los observan y esperan en una habitación contigua. Para Ernesto fue claro que esa intimidación se dio a partir de un llamado de la empresa.
Por el contrario, los trabajadores de la fábrica hacen durante un año horas extras para poder cubrir el salario de su padre y ayudarlos a sobrevivir. Los empresarios impiden su enorme solidaridad inhabilitando la posibilidad de sumar más horas.
En el transcurso del minucioso relato, el juez Basílico interpone un pedido de encausamiento del testimonio en función del tiempo transcurrido y de la necesidad de que declararan los siguientes testigos. Ernesto se opuso firmemente haciendo “un llamado a la honorabilidad y respetabilidad” dado que en 44 años era la primera vez que podía hacerlo ante un tribunal. “¿Cómo no voy a poder expresarme en esta causa?”, inquirió. Señaló la necesidad de aumentar la cantidad de audiencias semanales para avanzar en el juicio y así permitir el libre testimoniar de todas las víctimas y sobrevivientes involucrados. La situación se dirimió trasladando la audiencia de los hermanos Juan Manuel y Luis Borzi para el 9 de noviembre. El juez sostuvo la posibilidad de continuar con su declaración sin interrupciones. El Dr. Llonto pidió al tribunal la paciencia necesaria para escuchar todos los testimonios.
A continuación, Ernesto describió diversas situaciones que fueron enlazando lo vivido a lo largo de los años por su familia pero también la trayectoria realizada por el movimiento de derechos humanos por décadas.
La situación de la fábrica Sariq, cristalería en la que trabajaba su padre: denuncia la participación de un infiltrado entre los trabajadores a quien la empresa le pagaba un sueldo sin que cumpliera horario estricto de trabajo; marcaba a los compañeros.
La presentación en 1978 en su casa de señoras muy mayores y un abogado de la Comisión de Familiares de Desaparecidos de Lanús por el día del niño. Su apoyo y el ofrecimiento de sostén económico, fueron un gesto de enorme valor para la familia.
Destaca la enorme tarea de búsqueda de sus abuelos, en particular la abuela Celia Castiñeiras, quien recurrió a una vidente, a una curandera, a todos quienes pudieran darle información, pero sin resultados. Asimismo concurrió a la visita de la CIDH en 1979, esperando largo tiempo para declarar. El abuelo envió numerosísimas cartas a organismos internacionales y nacionales, dejando una carta en el Vaticano en 1980.
En 1984, la abuela Celia declara ante la CONADEP; ellos no lo hicieron porque el miedo seguía estando presente. Más adelante, en 1987, un diputado rionegrino al que acudieron, generó un trámite para que Ernesto no cumpliera el servicio militar.
Remarca el período del indulto como aquel en que “todo fue para atrás”. Los años siguientes, fueron el enfrentarse al conocimiento de los vuelos de la muerte, de la situación de los hijos de desaparecidos. Los hermanos Borzi se comprometieron en las luchas de los distintos organismos de derechos humanos, en marchas, hábeas corpus colectivos, las rondas de las Madres, participando en todas las iniciativas así como en los distintos juicios que van surgiendo a partir de 2003.
La historización de las luchas por los juicios y por la verdad, se articula con la descripción de los diversos hitos hasta la actualidad. “Entiendo que esta búsqueda que iniciamos y continuamos es ir detrás de la muerte, sabemos que la verdad es dolorosa, no es buscar la muerte sino simplemente saber qué fue lo que nos pasó”, expresa.
Señala que los juicios de lesa humanidad dieron espacio para relacionarse entre las víctimas y sobrevivientes, así como para hilvanar cómo se habían dado los tiempos represivos. A partir de un testimonio en el juicio de Vesubio, pudo reconocer que el torturador conocido como “el Francés”, apellidado Casivio, había estado en su domicilio interrogándolos. “No pueden dimensionar lo que significa lograr identificar a quiénes nos tuvieron secuestrados”, manifiesta.
Se pregunta por qué su padre, siendo un obrero altamente calificado, con una buena situación económica, “tuvo el compromiso que tuvo”. La respuesta la dan numerosas acciones solidarias de Cacho Borzi desde su adolescencia. Era un joven que entendió que “había un proyecto de país que podía abarcar a todos y otro que los dejaba afuera”.
Puntualiza al 24 de marzo de 1976 como el momento en que “comenzó un proceso para planificar la desigualdad”. Aunque él se inscribe en otra generación, Ernesto manifiesta que dará testimonio mientras dure su vida. Rechaza los hechos de negacionismo de diversos actores políticos y de miembros de la sociedad que aún desconocen lo que representa la desaparición forzada de ciudadanos, con lo que eso significa en tanto peligro y debilitamiento de la democracia como forma de vida.
La solidaridad entre organismos, vecinos, pueblos, “gente del común” es rescatada en los actos de dignidad que llevaron adelante para sostener los juicios y los testimonios. Realiza un agradecimiento especial para “personas valientes” como Adriana Calvo, Nilda Eloy, Jorge Watts, Julio Jorge López, entre otros, que se opusieron al plan de genocidio.
Ernesto Borzi pide la preservación de los centros clandestinos de detención como “el Infierno” por su carácter histórico. Aún le resulta muy difícil ir allí donde estuvo secuestrado su papá. “Nunca fui solo, ese lugar es tenebroso”, asegura.
De esta manera finaliza su extenso y memorioso alegato, quien recogió las contradicciones y el terror de una época así como la valentía y compromiso de muchos por transformarla. Completa su relato sostenido en dos emotivas y esclarecedoras audiencias.
Se pasa a cuarto intermedio hasta el lunes 8 de noviembre en que se compartirán testigos con el Juicio Garachico y el martes 9 de noviembre a las 9 horas, en que testimoniarán los hermanos Luis Alejandro y Juan Manuel Borzi.