Noemí Santana, mamá de Alan «Ojalá algún día la justicia sea real y no con las balas»
Alan Andrada tenía 23 años y fue fusilado el 7 de agosto de 2014 en un operativo policial conocido como la masacre de Villa Adelina. Los videos de las cámaras del patrullero, que se hicieron públicos como una reivindicación del accionar policial en el canal Todo Noticias, demostraron que los chicos estaban reducidos y que la balacera era innecesaria. Dos años después, todavía no se conocen avances en la causa que tiene dos víctimas fatales y dos jóvenes con prisión preventiva. La CPM acompaña a la familia en su intento por impulsar la investigación judicial. El 12 de agosto, en homenaje a Alan, Noemí Santana, su mamá, presentará públicamente una nueva colección de ropa de la cooperativa Esperanza, que fundó hace varios años junto a otros familiares víctimas de la violencia institucional.
ANDAR en San Martín
(Agencia) “Soy Noemí Santana, presidenta de la cooperativa textil Esperanza de Villa Ballester, que está integrada por familiares y víctimas de violencia institucional, ex privados y privadas de la libertad y activistas LGBT. También soy mamá de 5 hijos y tengo tres nietos. Mi hijo mayor está detenido desde hace 6 años y la policía de la DDI de San Isidro mató al segundo, Alan, el 7 de agosto de 2014”. Así se presenta Noemí, con voz tranquila, pausada. Está en la Cooperativa, rodeada del sonido de las remachadoras que no cesan de sellar botones sobre remeras multicolores. A pocos días de cumplirse el segundo aniversario del asesinato de su hijo, trabaja sin cesar para la presentación de la nueva colección de ropa infantil que lleva el nombre del apodo que Alan tenía cuando era niño:“Muchito”.
La cooperativa Esperanza nació en 2010 de la unión de familiares de detenidos que comenzaron a juntarse para ver de qué manera generaban recursos económicos para sostener las idas y vueltas a los penales provinciales. Noemí tiene a su hijo mayor privado de su libertad desde los 19 años -actualmente tiene 27. En su derrotero por los penales y en las incontables colas esperando el horario de visita conoció a algunas madres de otros presos con las que compartió el saber de la costura.
“En la fila de la puerta de Olmos fueron las primeras charlas. Ninguna de nosotras tenía mucha plata, estaba todo muy caro para llevarles cosas a nuestros hijos, pero cuando empezamos a coser para Cáritas conseguimos que ellos nos las prestaran dos horas por día. Ahí arrancamos a hacer almohadones para vender los domingos en las ferias. Lo hacemos por necesidad: o comías en casa o le llevabas comida al penal a los chicos. También lo hacemos para no perder el contacto familiar con nuestros hijos”. Noemí hilvana recuerdos de los inicios de un camino solitario que cobró sentidos colectivos.
Aquella mañana del 7 de agosto escuchó por la radio que en Villa Adelina se había producido un enfrentamiento policial, una balacera contra delincuentes. Supo que había muertos. “Jamás lo relacioné con mi hijo. Alan había sufrido su infancia. La vida teniendo un hermano preso la detestaba, yo lo sabía. Qué se yo, tantas cosas. Esa tarde tenía que entregar un trabajo y diez minutos antes me llaman para pedirme que me acerque a la comisaría de Villa Adelina, en Munro. Me dicen que había pasado algo con Alan. Fui sola, pensando que había tenido problemas con el auto. Al rato de estar me mandaron al hospital de Vicente López. Ellos hablaban de un robo, una entradera en una casa a la mañana. Para mí Alan podía haber chocado con el auto, no entendía de qué hablaban cuando decían enfrentamiento”.
Un médico le confirmó que Alan había fallecido en un quirófano luego de que los profesionales intentaran salvarle la vida. Tenía múltiples impactos de balas. “Era muy difícil, parece: arreglaban un lado y estaba peor el otro”, dice Noemí. En el hospital no le permitieron ver el cuerpo, no pudo despedirse. Ella reconoce que desde ese momento todo se esfumó, la memoria es extrema, selectiva. Lo que continuó fue una caminata sorda, el cruce de un puente, el brazo de su otro hijo, Milton -16 años en ese momento-, y un viaje infinito en colectivo hasta su casa.
Para Noemí es importante que la justicia avance con la investigación. Establecer las circunstancias en que sucedieron los hechos, y el tiempo que transcurrió hasta que Alan recibió atención en el hospital resulta clave. “Yo me pregunto: ¿qué hubiera pasado de haber recibido atención médica antes? Es una incógnita que ningún juzgado investigó”, reflexiona.
La Comisión por la Memoria acompaña a Noemí en su intento por impulsar la investigación judicial. En la causa, que tiene dos víctimas fatales y dos imputados sobrevivientes, todavía no hay novedades concretas sobre su estado actual y su avance.
La historia de Alan
Alan trabajó desde los 13 años. La necesidad económica estructural de su familia hizo que postergara sus estudios en la escuela técnica y aprendiera distintos oficios para rebuscarse la moneda. A los 16 comenzó a ayudar en la fábrica de gas, se ganó la confianza de los dueños y quedó en el puesto de cortador hasta que la empresa quebró e indemnizó a sus empleados. “Era muy responsable y trabajador, dispuesto para lo que le pidan. Los dueños le tenían mucha confianza”, recuerda su mamá, y continúa: “cuando se quedó sin trabajo, soñó con ponerse un gimnasio con el dinero de la indemnización. Le gustaban mucho los deportes. Fue a ver a Rosa, la prestamista del barrio, le creyó y le entregó todo sus ahorros, incluso el dinero de la venta de la moto que tenía. Un mes más tarde, ella declaró su quiebra y se fue del barrio llevándose la plata de muchas familias, estafando a todos. Eso lo dejó en la ruina, destruido. Eran los ahorros de toda su vida”. Tenía 23 años.
Noemí reconoce que Alan nunca volvió a ser el mismo luego de la estafa de la vecina. Había perdido las ganas, la sonrisa. Ya no vivía con ellos sino con su pareja y la bebé. Lo veían menos y tenía otras relaciones. El paso del tiempo y las insistentes preguntas de Noemí en el barrio van dándole algunos indicios de que Alan no logró encontrarle la vuelta a la falta de trabajo y de dinero. “Creo que una mañana se levantó y tomó la decisión de salir a robar pensando en volver a recuperar su plata, pero perdió su vida”, dice con voz quebrada.
Lucas “el Boli” cayó en el acto. Alan y dos chicos más fueron heridos de gravedad en un auto y posteriormente trasladados por la policía al hospital. Horas más tarde Alan fallecería también. Noemí espera que la investigación la ayude a entender por qué su hijo tomó esa decisión límite que le costó la vida. “Nos queda pendiente que meses antes de la muerte de Alan, unos 7 meses, con unas compañeras de la cooperativa veníamos de un capacitación sobre violencia institucional y desde el coche vimos que la policía estaba pegándole a un chico. Paramos, con el celular filmamos al policía y le pedimos que deje de pegarle, que lo lleve a la comisaría. Al ver que lo filmamos, el policía me amenazó pero dejó de pegar. Me acuerdo de llegar y mandar el video a la gente de la campaña (contra la violencia institucional) y ellos me pidieron que tenga cuidado, nosotras íbamos a seguir viviendo ahí. A la semana de esto, Alan alcanzó con su auto a dos amigos hasta la estación de tren de Villa Adelina. No llegó a hacer una cuadra que la policía los paró, los revisó y se los llevó a la comisaría por averiguación de antecedentes. Luego, comenzaron a pararlo seguido, le pedían el registro, los papeles, le revisaban el coche. Lo paraban una y cada vez que entraba y salía de la villa. Era parte del acoso que comenzó a sufrir por parte de la policía”, relata.
Aquella mañana de 2014 la fuerza que intervino en el operativo fue la policía de la DDI de San Isidro.
Tejiendo esperanzas
La cooperativa Esperanza fue para Noemí y otros familiares víctimas de la violencia institucional un proyecto colectivo que al mismo tiempo brinda una salida económica y lazos afectivos continuos para sostener las rutinas y embates del servicio penitenciario bonaerense.
Una alternativa laboral y autogestiva para 48 familias víctimas de violencia institucional que vienen caminando juntas desde hace 6 años. El próximo viernes 12 de agosto, luego de realizar distintos trabajos de acuerdo a la demanda, por primera vez van a presentar su producción/colección propia: Muchito, ropa infantil masculina, en todos los talles, que lleva ese nombre en honor a la vida de Alan que de chiquito era apodado Musho.
“Fui madre muy joven, tenía 13 años cuando tuve a Maxi y no entendía mucho de la vida. Siento que estoy en deuda con él porque no supe cómo. Luego acepté que ellos van tomando sus propias decisiones”, y agrega: “en la fábrica armamos un altar que nos recuerda lo que nos hizo la policía pero también lo usamos para charlar con nuestros seres queridos para proteger el espacio. En diciembre el padre Pepe Di Paola lo bendijo”, dice entre risas.
En el barrio comienzan a aflorar los relatos de connivencia y trabajos por encargue coordinados entre algunos delincuentes y la policía de San Isidro. Urge investigar ese entramado. Además, hay dos jóvenes asesinados a mansalva por la policía.
“Nosotros vamos a esperar el proceso porque queremos saber qué pasó con Alan. Hay un tiempo entre que lo llevaron herido al hospital y su horario de muerte que no cierra. Alan no se merecía irse de esa manera, tenía derechos, era una buena persona, tiene una hija”, reflexiona Noemí y concluye: “a mi hijo lo vamos a recordar con energía, con un nuevo comenzar que es la línea de ropa infantil Muchito. En cada remerita vas a leer frases que hablan de los valores de la vida. Lamentablemente, siempre son los pibes los que la pierden. Ojalá algún día la justicia sea real y no con las balas.”