MEGAJUICIO POZOS DE BANFIELD Y QUILMES Y BRIGADA DE LANÚS Memorias imprescindibles
En la jornada del 27 de junio declararon los sobrevivientes Oscar Herrera, Héctor Arias Annichini y Adriana Chamorro. Se sumó la historia de vida y desaparición del militante uruguayo Guillermo Sobrino Berardi en la voz de su hermana Graciela y de su hijo Pablo.
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(Por diariodeljuicio) Oscar Herrera relata la composición de su familia. Sus padres, Arcángel e Ilda Marcia Paz están desaparecidos y su hermano mayor, Eduardo, fue asesinado. Oriundos de Santiago del Estero, en la década del 50 van a Berisso a trabajar. Su padre “Cacho” y su mamá, lo hicieron en la empresa Swift donde él fue delegado y activista gremial, también trabajaba en el Hipódromo de La Plata.
Militaba en el Partido Comunista Marxista Leninista (PCML). Eduardo también se incorpora a la empresa y a la actividad político gremial. Su mamá, despedida de Swift, ingresa a la Policía bonaerense y debido a la militancia de su esposo, renuncia y pasa a trabajar en el Hipódromo de La Plata.
En el año 75 comienzan las amenazas y pasan a la clandestinidad. Viven en varias casas y la familia se dispersa en distintas provincias. “Era todo un trajinar”, recuerda Oscar. Su padre debe dejar la Swift, ya que una patota de la Prefectura funcionaba en la fábrica. Con legajo en mano, los compañeros eran secuestrados y no volvían a ser reintegrados al trabajo. Fueron 29 trabajadores las víctimas del accionar represivo.
Con su mamá van a vivir a CABA, a la calle Pueyrredón. Allí, en la madrugada “se llevan a mi vieja, además de colecciones de libros, un saqueo con bolsos”, recuerda Oscar. En ese momento, él busca a su hermano en la fábrica y van a casa de los compañeros que eran su último contacto.
Regresan a Berisso con su abuela materna. Van al Ministerio de Interior, al Depto. de Policía donde había colas inmensas, presentan habeas corpus. Organizaron con ella la mudanza de cosas de la calle Pueyrredón. Fueron al Episcopado y a las embajadas para darle una trascendencia internacional a lo que estaba pasando.
En octubre del 77, comienza el Operativo “escoba” y creen que ahí fue asesinado su hermano Eduardo cerca de la base naval de Mar del Plata junto a otros 9 compañeros del PCML.
Con su hermano Arcángel y su papá se mudan a Berazategui. Él continuaba su militancia sindical y política. El 5 de diciembre, Cacho va a lo de Roberto Yantorno, donde ve un operativo en que secuestran a Roberto. La patota va más tarde a su casa y se lleva a Oscar y su hermano.
Llegaron a una especie de garaje. “Recuerdo haber estado en un pasillo muy estrecho”, indica Oscar. “Era justo cuando torturaban ferozmente a Yantorno”. Estaban Alberto Derman, Cristina Gioglio, Elda Viviani y otros que ya conocía. Su hermano de 18 años fue muy lastimado y a él, con 13 años, lo hicieron presenciar su tortura para que dieran datos de su papá, pero ambos no los sabían. Después de 3 días encapuchados, y una charla con “el coronel”, son liberados y vuelven a Berisso. Su padre es asesinado en una estación de servicio al poco tiempo.
“Tuve una infancia feliz. Fue una familia trabajadora y emprendedora. No nos ha faltado dedicación, alimento. Unas personas maravillosas”, afirma Oscar. “Siguieron años de muchas carencias, sobre todo la de los padres”. Problemas de salud, laborales y económicos los acompañaron estas décadas. “Lo que nos mantuvo fue la militancia”, finaliza.
“La tortura por la tortura misma”
Héctor Arias Annichini fue detenido el 30 de marzo de 1976 a los 26 años en la ruta 3. Había salido de la cárcel en marzo de 1973, después de estar detenido desde abril del 72 por la dictadura de Onganía. Era responsable del Frente Oeste del PRT.
Ante la detención de militantes de su organización, él le avisa a su compañero Martín Márquez, casero en una casaquinta en González Catán, para que dejara el lugar. El día siguiente, al pasar por una cita de control, se había “montado una ratonera”. Fueron detenidos y llevados a la Brigada Güemes. Reconoció a varios compañeros vendados y atados en la sala de torturas. Héctor caracteriza al centro como «la tortura por la tortura misma”. Todas las noches llevaban decenas de personas. “Era muy truculento todo”, afirma Héctor, apodado “el tuerto”. Relata que con él se ensañaban porque no daba información. Estuvo diez días allí.
Fue trasladado tabicado al Pozo de Banfield donde estuvo 2 días y vio a “la petisa”, María del Carmen Cantaro. Héctor describe que había mujeres, que eran unos 10 ó 12 calabozos que formaban una U. En la madrugada del segundo día, los sacan y llevan a Puente 12, donde es fuertemente torturado. Después de varios días y de una entrevista con “el coronel”, pasa junto a una chica Laura, de 17 años, a la comisaría de Villa Madero donde estuvo 10 días vendado y atado con una cadena a una estaca.
Su siguiente destino fue la comisaría de Haedo donde había muchas mujeres. De allí a Devoto por poco tiempo y luego a La Plata hasta julio de 1981, cuando es liberado. Así cierra este militante un derrotero de más de 5 años por diversos centros clandestinos de detención.
“La lucha por la búsqueda no la vamos a abandonar y no la queremos abandonar”
Graciela Sobrino Berardi es la siguiente testigo del día. Su hermano Guillermo Sobrino Berardi, uruguayo, era el mayor de la familia. Ella narra con precisión su biografía.
Guillermo estudió en la escuela pública y fue militante estudiantil en el liceo y en la Facultad de Agronomía en Montevideo. Se suma al Partido Socialista y en una movilización en 1969, con un grupo de estudiantes, fue detenido 3 meses por tener volantes contra las medidas prontas de seguridad del gobierno de Pacheco Areco. En 1970 se casa con Beatriz Costa y nace al año siguiente, su hijo Pablo. Por unos meses se exilian en Chile por el difícil contexto político. Al regresar en 1972, participa de la construcción de la Unión de Agrupaciones Socialistas, de carácter legal. En junio del 73 se da el golpe de estado en el país y la situación se agrava.
Es a comienzos de 1976, ya separado, cuando decide instalarse en Argentina. “Billy” continúa militando con otros grupos que como el GAU conformaron la Unión Artiguista de Liberación, quienes denuncian la dictadura uruguaya. Instala una imprenta en el barrio de Pompeya que funciona durante 1977. Graciela, sus padres y su hijo Pablo de 6 años, acuerdan pasar las fiestas con él pero, al llegar al puerto de Buenos Aires, Guillermo no está.
En la imprenta informan a la familia que había sido detenido allí el 22 de diciembre por personas uruguayas y argentinas, identificadas como policías. Al día siguiente, con un camión, fueron saqueados de la imprenta todos sus bienes. La familia regresó a Uruguay.
Guillermo fue visto con vida hasta mayo de 1978 en el Pozo de Quilmes. Sobrevivientes como Washington Rodríguez testimoniaron que los detenidos allí eran sometidos a incesantes torturas por militares uruguayos. También Alberto Illarzen informó que “Billy” había reconocido entre los represores a un capitán que conocía de su detención en 1969. Estuvo también en el Pozo de Banfield alternando traslados con el de Quilmes. El último dato fue el de una carta de una sobreviviente, recibida por su hermano Luis, exiliado en Suecia, quien cuenta que barría los pasillos y siempre manifestaba su buen humor, alentando a los secuestrados.
Sus padres, junto a otras madres de desaparecidos, y ahora su familia, sostuvieron su búsqueda realizando numerosísimas denuncias en Uruguay, Argentina y en organismos internacionales. Algunas luchas fueron individuales y otras colectivas.
“La ausencia no la tapás con nada, es un agujero”
Pablo Sobrino, hijo de Guillermo Sobrino Berardi, relata que sus padres se separaron por la militancia paterna en el Partido Socialista, la situación dada por el golpe de estado y el temor que ello le generaba a su mamá. En particular, después de un allanamiento de la casa en que vivían, en el que un soldado lo apuntaba a él siendo un bebé de meses. Por ese motivo ella se va a vivir al campo y mantenían poco contacto entre ellos.
“Lo veía esporádicamente a mi padre pero cuando venía era felicidad total”, señala Pablo. “Tengo muchos buenos recuerdos de cuando era niño, con muchos detalles”.
A mediados del 76, Pablo comparte una feliz semana con su padre en Buenos Aires, y el 22 de diciembre del 77 viaja con sus abuelos para festejar con él su cumpleaños y las fiestas. Al llegar, él no estaba esperándolos en el puerto, lo que le resultó muy impactante por años.
Se quedaron en un hotel y su tía y abuelos entraban y salían. “Era un clima muy tenso, muy serio”, recuerda Pablo que tenía en ese momento 6 años cumplidos el día anterior. Volvieron a Montevideo y por mucho tiempo él no sabía explicar lo que había pasado, pero creció pensando que su papá estaba “preso por la política”. Después, siendo mayor, reconoció que lo habían matado, sin poder saber dónde estaban sus restos. Años después testimonió en una causa en su país. Sus abuelos fueron fundadores de la Asociación de familiares y Pablo militó en Hijos. Luego gana un juicio contra el Estado en que éste reconoce su responsabilidad por la desaparición de Guillermo Sobrino.
“La ausencia no la tapás con nada, es un agujero”, dice Pablo. “No se puede llenar con nada”. “Al final me acostumbré a vivir con el agujero y acá estoy”.
“Nuestra vida quedó destrozada como un espejo roto”
Desde Montreal en Canadá, Adriana Chamorro declara que fue secuestrada el 23 de febrero de 1978 junto a su marido Eduardo Corro. Previamente lo habían sido sus padres, por tres días, para saber su paradero. Fueron llevados a la Brigada de San Justo donde sufrieron intensas torturas. Señala como dato que allí todos los guardias tenían apodo de animales.
En camionetas, un grupo grande de detenidos es trasladado al Pozo de Banfield y son ubicados en diferentes calabozos. En el segundo piso había 2 hileras de 12 calabozos cada una. Ella comparte la celda con dos detenidas, Mary e Hilda. Su esposo y hermano, estaban en celdas colindantes. En la parte de adelante estaba un grupo de Montoneros. Entre ellos, “el Chaqueño”, Noemí y “el Colorado” a quienes veía pasar por la mirilla de su puerta.
Reconocieron el lugar por un avión que hacía publicidad y por los monoblocks de YPF que veían. Detrás de su calabozo había 21 uruguayos. Estaban Mary Artigas de Moyano, embarazada de 4 meses y María Antonia Castro, que era médica. Al lado, Freddy Moyano y Andrés Carneiro, compañero de Sabrina Barrientos, que compartía celda con Yolanda Castro. También conoció a Aída Sanz, que había tenido un bebé allí y estaba con su mamá. Supo de Célica, Graciela y Elena pero no tuvo más datos. También manifiesta que 5 uruguayos fueron trasladados en lancha desde el COT Nº 1 Martínez, entre los cuales estaba Julio D´Elía.
Recuerda las condiciones de su cautiverio y señala que siempre estaba en la oscuridad total. Tenían solo un tacho de cuarto litro de agua por día para cada uno y “había muchísimas diarreas entre los detenidos”. Tampoco tenían posibilidad de limpiar la celda y con jirones de las camisas hacían trapos para usar durante la menstruación, que no lograban lavar después. “La situación no podía ser peor”, afirma Adriana. El calabozo era muy húmedo y frío y se amontonaban con sus dos compañeras para poder darse calor.
Ella era la más activa y se comunicaba con Mary Artigas, de la celda de atrás, quien le indicó a través de los ladrillos, un lugar donde era posible escucharse mejor. Ese fue “el teléfono”. También conversaban a través de un inventado sistema Morse de golpes, que resultó muy eficaz para avisar dónde estaban los guardias y poder hablar por las mirillas. Fue muy útil para saber de los traslados de los uruguayos a Quilmes y escuchar en silencio sus relatos al regresar.
Adriana Chamorro reconstruye que uno de los torturadores de Mary Artigas y Aída Sanz fue Gavazzo, apodado Saracho o el Zorro. Era el jefe de la patota de uruguayos que actuaba en Quilmes. Recupera también la historia de Mario Martínez, el marido de María Antonia, quien sufría de asma y eso le causó su muerte en Quilmes. También narra que su hermano Rafael en Banfield tenía serias crisis asmáticas por la humedad del lugar y fue María Antonia quien lo atendió y salvó su vida. Cuenta además que muchas de las mujeres tenían “amenorrea de guerra”, es decir que no tenían menstruación por el stress. Eso afectó a Noemí y Eliana Ramos de García (uruguaya) quienes creyeron por un tiempo estar embarazadas.
Pocos días antes del 15 de mayo del 78, “había mucha gente, mucho ruido en el chupadero”. Todos los calabozos estaban con 3 o más personas. “Había un clima histérico en el aire; algo iba a pasar”, recuerda Adriana. A ella la trasladan la noche del 15 de mayo a la Brigada de San Justo nuevamente, tabicada y con esposas. La interrogan, y luego llevan en auto con dos chicas a quienes liberan en la ruta y vuelve a Banfield donde quedaban muy pocos.
Adriana queda aislada al fondo. Ve que a su hermano se lo llevan sin esposas, y que ese no era “un traslado a la libertad”. No supo más de él. Recuerda la llegada de “los Logares”, quienes habían sido secuestrados junto a su hija en Uruguay y traídos en avioneta; en San Justo les habían quitado a la nena. También evoca otro “traslado grande”, en junio, en que a los detenidos les cubren los ojos, vendan mucho la cabeza y atan con cuerdas las manos por detrás. Fueron trasladados así Noemí, Ileana y los Logares. Ante sus preguntas, los guardias le decían que les daban una inyección para calmarlos, para hacer mejor su viaje “al sur”.
Chamorro en un relato pormenorizado y memorioso recupera los hechos vividos en el Pozo de Banfield durante sus 8 meses de detención. Inscribe los nombres de distintos detenidos: Ricardo Iramaín, “el mosca”, de la UOM, junto a dos policías federales; dos jóvenes del PCR que fueron liberados; Carlos Rodríguez con Mirta Gerelli llevados desde Quilmes. También describe detalladamente a cada uno de los guardias.
“El clima para las mujeres era muy pesado”, afirma Adriana. Vivieron situaciones de acoso sexual permanente por una guardia, en especial con Mary Artigas, en embarazo avanzado y con ataques de epilepsia. Relata el momento del parto de Mary en agosto del 78 y el retiro de su beba por un supuesto personal de la Casa Cuna esa misma noche. A partir de allí, “Mary estaba muy sombría y hasta octubre fueron meses negros”, rememora Adriana.
El 12 de octubre Adriana y Eduardo Corro son llevados a Laferrere, de ahí dos años a Devoto y luego a La Plata hasta ser liberados. Mary Artigas junto a Iramaín, Carlos Rodríguez, Mirta Gerelli y los policías fueron los últimos en salir del chupadero en otro “traslado grande”. Nunca más supo de Mary.
Finaliza su testimonio relatando cómo “todos estos años para la familia fueron muchísimos años menos de vida”. Siguieron siendo perseguidos y entonces deciden emigrar a Canadá, donde residen. ”Nuestra vida quedó destrozada como un espejo roto”… “Somos la memoria por la verdad, a ustedes les toca la justicia”, concluye Adriana Chamorro.
Una audiencia plena de vivencias dolorosas llega a su fin. La próxima será el martes 5 de julio.
*Cobertura realizada por Adriana Redondo
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