MEGAJUICIO POZOS DE BANFIELD Y QUILMES Y BRIGADA DE LANÚS Mataron a todos, mamá. No esperes más
Una vez más las pantallas del tribunal se abren al público para compartir, este martes 15 de junio, las declaraciones de familiares de desaparecidos y de una nieta que recuperó su identidad luego de 33 años. En esta jornada testifican: Melania Servín Benítez, hermana de Santiago Servín Benítez, secuestrado y desaparecido en la dictadura cívico militar; Ricardo López Martin, hermano de Ángela López Martin, docente de geografía; y Valeria Gutiérrez Acuña, nieta restituida e hija de Liliana Isabel Acuña y Oscar Rómulo Gutiérrez.
Andar en la Justicia
(Por DIario del Juicio) Son las 9:40 y comienza la trigésima jornada del Juicio a las Brigadas. El Presidente del Tribunal, Ricardo Basílico, inicia luego de la jura de la primera testigo. Toma la palabra la Fiscal Ana Oberlin, quien sugiere que Melania Servín Benítez comience con su relato.
Melania narra que el 7 de septiembre de 1976, su hermano Santiago Servín Benítez, de 51 años, fue secuestrado en su domicilio, en la localidad de San Francisco Solano. Allí estaba junto a su esposa y un sobrino con su pareja. Santiago era periodista, director y redactor de un periódico quincenal: “La voz de Solano”. Por las mañanas era promotor de ventas y el resto del día trabajaba en la redacción. Santiago evitaba dormir en su casa porque alguien cercano había desaparecido, pero esa noche lo hizo.
A las 2 de la mañana irrumpieron en su vivienda personas vestidas de civil. Lo amordazaron y lo esposaron al igual que a su sobrino Atilio Servín, de 27 años. Estuvieron dos horas en la casa y se llevaron dinero, pertenencias, escritos y el borrador de su novela. Advirtieron a las mujeres que no salieran porque las estaban vigilando. “Esa fue la noche que se lo llevaron, nosotros no supimos más nada de él”, expresa Melania.
Al otro día, Melania se enteró del hecho y fue con su cuñada a varias comisarías. Les dieron listas de nombres, pero él no figuraba en ninguna. “Nadie pudo decirnos dónde estaba, qué pasó, nada, no te cuentan nada”, explica. “Siempre estábamos esperando que aparezca”, cuenta la testigo.
Después de veinte días, apareció su sobrino con los ojos vendados en un parque, durante la madrugada. Le exigieron no sacarse la venda de los ojos y no moverse hasta que se vayan del todo. Cuando se animó, caminó y encontró un autobús. Le contó al chofer lo sucedido, quien lo llevó a Capital y al bajar le dio plata para que volviera a su casa.
Melania participó de protestas y manifestaciones bajo el lema “Aparición con vida”. Tras la vuelta de la democracia la búsqueda se intensificó. “Empezamos a movernos por todos lados, mi hermano estaba con los periodistas desaparecidos y eran más de 100”, relata. Acudieron a la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), pero los años pasaron. “Teníamos esperanzas de que iban a aparecer, no importa cuándo o cómo”, expresa.
“Cuando escuchamos testimonios tan crueles que pasaron por la tv, ahí nos dimos cuenta de que él no iba aparecer más”, cuenta con voz temblorosa. “Mataron a todos, mamá. No esperes más”, le dijo su hijo de 15 años.
La testigo narra que Gustavo Calotti, un joven de 17 años que compartió celda con su hermano, le contó que estuvieron en el Pozo de Arana junto a los jóvenes de la Noche de los Lápices. Además, que el 23 de septiembre fue trasladado al Pozo de Quilmes hasta mediados de octubre y luego al Pozo de Banfield.
Santiago, junto a otros periodistas, escribía en contra de la dictadura. “Eran periodistas jóvenes que tenían mucha inquietud”, asegura. “Se levantaba para ir a trabajar, volvía a almorzar y luego se volvía a ir a la redacción hasta la noche”, cuenta.
Al final de su declaración Melania lee una dedicatoria escrita por Gustavo Calotti: “Recordando a mi hermano, Santiago Servín. Era un hombre bueno y no creo que yo lo idealice en el tiempo. Simplemente era así, solidario, de no perder la calma, de alentar a los que estábamos a su lado. Tal vez haya sido el último en haberlo visto con vida. Conmigo queda esa imagen que traté dar de él. Era de una gentileza, de una bondad. Él tenía 50 años y nosotros lo llamábamos viejo, abuelo. Todos los días me contaba un capítulo de su libro. Creo que había escrito dos. Lo recuerdo con cariño. Un entrañable cariño”, concluye.
Santiago era el apoyo y sostén espiritual de Melania. Su deseo es saber qué hicieron con él. Al finalizar su declaración, manifiesta: “Se están muriendo todos y ninguno dice nada ¿Podrían hacer algo bueno antes de morir?”.
Al igual que a Melania, a Ricardo López Martin también perdió una hermana, Ángela López Martin.
El testigo relata que, durante la madrugada del 25 de septiembre, tocaron a la puerta de su domicilio, dando la orden de abrir. Al hacerlo, se encontraron con un hombre apuntándoles con un arma que les ordenó salir.
Una vez afuera, Ricardo vio un auto Torino negro, sin patente. Los pusieron contra la pared y los ingresaron a la casa. “Preguntaban por Andrea”, sostiene Ricardo. Al expresar que su hermana no era Andrea, los militares respondieron: “No, vos te llamas Andrea”. La obligaron a cambiarse y con la familia en el suelo requisaron su hogar. Eran alrededor de 15 hombres vestidos de civil y algunos tenían borceguíes militares.
A Ángela le vendaron los ojos y le ataron las manos. El testigo cree que en la habitación de su hermana encontraron archivos de una organización, pero que le pertenecían a su novio, Osvaldo Busetto, quien estaba secuestrado. Ángela gritó a su familia que pidan ayuda, pero uno de los militares respondió: “A vos no te salva ni Videla”.
Los centros clandestinos que transitó Ángela fueron: Arana, Brigada de Quilmes y el Pozo de Banfield. Su familia tramitó el hábeas corpus y, en democracia, acudieron a la CONADEP.
Finalmente, Ricardo recuerda que a partir de ese momento dejó su casa. Su madre al poco tiempo desarrolló un cáncer de estómago, supone él, a causa del malestar que tenía y por el sentido de culpa de no haber intervenido en su momento. La operaron, pero al momento de la internación se equivocaron de medicación y falleció a los 2 años y medio del secuestro de Ángela. Volvió a su hogar junto a su padre en el año 1979. “La casa estaba desalmada, ya no fue lo mismo”, se lamenta Ricardo.
El último testimonio es el de Valeria Gutiérrez Acuña, nieta restituida e hija de Liliana Isabel Acuña y Oscar Rómulo Gutiérrez. A sus padres los secuestraron en su domicilio de San Justo durante la madrugada del 26 de agosto de 1976. Su madre cursaba el quinto mes de embarazo.
A los 33 años, Valeria se enteró de la verdad y comenzó la búsqueda de su identidad.
La testigo relata que sus padres fueron llevados a la Comisaría 4ta de San Isidro y encerrados un calabozo con 15 personas más. La celda tenía un cartel: “Prohibido el acceso al personal”. Un policía vio que tenían señales de torturas. Según Valeria, el oficial tuvo compasión e hizo escribir el nombre y teléfono de algún familiar. Su madre escribió: “Avísale al doctor Gutiérrez que el embarazo está bien”. El Dr. Gutiérrez era el papá de su marido.
Entre otras cosas, el policía y una integrante de Madres de Plaza de Mayo ayudaron con medicamentos y alimentos. Al tiempo, el agente fue trasladado a otra Comisaría bajo sospecha de ser intermediario de los detenidos. Por lo cual, la señora se comunicó con los familiares de los detenidos. Los abuelos de Valeria se enteraron y buscaron al policía, quien les contó haber visto una mujer embarazada que fue trasladada a fines de noviembre a otro lugar.
Cuando Valeria se enteró de que las personas que la criaron no eran sus verdaderos padres, su madre se lo confirmó y le contó que su hermano tampoco era hijo biológico de ellos. Supo que en 1975 sus padres lo adoptaron y que poco tiempo después, el 30 de diciembre de 1976, le comentaron que encontraron una bebé recién nacida en la ruta, envuelta en un trapo.
Al ver en las noticias la aparición de nietos que coincidían con sus años, Valeria decidió acudir a Abuelas y empujó a su hermano para que hiciera lo mismo. Les hicieron análisis de sangre y a los 3 meses le comunicaron que su ADN era positivo y el de su hermano negativo. Ella se lamenta porque hasta la actualidad no saben nada de la familia de él.
Apenas supo la verdad se apresuró en encontrar a sus familiares. Se enteró que tuvo una abuela que la buscó siempre. Encontró tíos y primos que la contienen día a día. Le contaron que sus padres eran personas buenas y que su militancia era en los barrios. Valeria conoció la casa de sus papás, donde encontró cartas que se escribían y percibió el amor que se tenían.
Una sobreviviente del Pozo de Banfield compartió celda con su madre y contó haber visto a dos mujeres embarazadas un 28 de diciembre. La familia de Valeria le brindó mucho amor, pero ella lamenta lo sucedido: “Nunca me va a pasar de conocer a mis padres. Que alguien elija por vos es doloroso. Aunque tuve una vida feliz eso me duele mucho”.
La testigo concluye: “Yo no elegí estar en este lugar, pasar por estas situaciones. Me duele mucho cuando lo niegan, porque es algo que pasó y es una historia de toda la familia, porque tenemos que lidiar con la restitución”.
La próxima jornada del Juicio oral y público será el martes 22 de junio a las 9:00 y se tomarán las declaraciones testimoniales de Clara Fund, Miguel Hernán Santucho y María Marta Coley.
*Cobertura realizada por Nancy Camila Rodríguez.
Cómo citar este texto: Diario del juicio. 15 de junio de 2021. “Mataron a todos, mamá. No esperes más”. Recuperado de https://diariodeljuicioar.wordpress.com/2021/06/24/mataron-a-todos-mama-no-esperes-mas/