Magdalena: la omisión que fue masacre
“-¿Qué tendría que haber hecho el servicio para que las personas salgan?
-Abrir las puertas, nada más”.
Los acusados llegan caminando, con mate, bromean entre ellos; algunos de sus familiares se acomodan entre el público. En la primera audiencia el tribunal decidió excluir a dos familiares de las víctimas porque uno de los defensores dijo que le hacían gestos a los imputados. Las querellas protestaron pero se mantuvo esta decisión.
Esta semana declararon los presos que en aquel momento estaban detenidos en los módulos del sector del incendio y ahora siguen encerrados. El inicio de las audiencias se demora mientras chequean la llegada de los testigos que trae el Servicio Penitenciario. Llegan en camiones, tal vez viajando toda la madrugada desde lugares como la Unidad 30 de Alvear, o han sido alojados nuevamente en la misma unidad 28 de Magdalena. Muchos no comieron, algunos ni siquiera tomaron un vaso de agua durante horas. Esperan en la alcaidía de tribunales que llegue su turno para declarar. “Que me llamen para esto 12 años después es una falta de respeto” protestó uno. Están cansados, nerviosos, enojados.
En la primera semana de audiencias sus testimonios van componiendo la escena del horror y no hay lagunas: la memoria conserva intactas las imágenes del incendio.
“La policía entró sin decir nada, sin dar explicaciones, sin hablar, entraron a los tiros” (…) “Empezó a reprimir con los perros, los pibes se asustaron de tantos tiros que tiraba la policía y se fueron para el fondo. La policía se asustó, engomó el sapo y los dejó morir”, describió P. L., uno de los primeros en declarar. “El fuego no sé quién lo produjo pero siento que fue por miedo a la autoridad de tanto tiro que tiraban”, consideró.
Él estaba entre una veintena de detenidos que los agentes sacaron del pabellón antes del fuego. Cuando entraron con perros y escopetas se tiró al piso y, como estaba reducido, lo sacaron mientras reprimían. “¿Por qué decís que los penitenciarios se asustan?”, quiso saber un defensor. “Porque nunca vieron morir tanta gente”, respondió P.L con seguridad.
J. B. es otro detenido que esa noche salió del pabellón 16. Relató que a los sacaron los fueron “apilando” en un patio frente al pabellón. A un grupo llegaron a trasladarlo hasta otro patio más amplio; los dejaron solos y ahí lograron zafarse de “las marrocas” y volvieron. “¿Por qué regresaron al pabellón?”, le preguntaron. “Porque había fuego, pero pensamos que sólo había que apagarlo no que había personas ahí todavía”. Cada testimonio fue sumando detalles al relato de los hechos: “se escuchaban los gritos de los compañeros que ya no están. Cuando llegamos ya todo era un desastre”, recordó M. E.
Sin funcionarios a la vista, todos coinciden en que los agentes “se atrincheraron en control”, los que ayudaron al rescate fueron presos de los pabellones cercanos, el 15, 17 y 18. “Te agarraba desesperación de que quedaban pibes gritando y sacaban las manos por las ventanas y los veías que estaban carbonizados casi. Ingresábamos continuamente, a cada rato íbamos mojábamos las frazadas y tratábamos de entrar”, describió E. R., uno de los detenidos del pabellón 15. Los detenidos contaron que sólo un matafuego anduvo, que las mangueras que pudieron hacer funcionar no tenían presión y que los bomberos llegaron tarde y “no hicieron nada”.
“Fue todo un descontrol, ingresaron los bomberos y a esa altura todo el penal estaba desengomado. Parece que se asustaron, dieron vuelta el camión y se fueron. Nosotros entramos al pabellón pero no se podía ni entrar por el humo, el olor a piel quemada, y nosotros terminamos de sacar a los pibes del pabellón”, testimonió E. R. Otro de los testigos recordó: “los bomberos dijeron que no se podía hacer más nada”.
En ese momento tenían un promedio de 22 años. Los que murieron y los que recuerdan el sinsentido de esa condena a muerte. “Lo único que tenían que hacer era dejar abierto el candado y listo se salvaban todos”, repetía uno de los testigos. Después de la masacre fueron trasladados a distintos penales. “Anduve dando vueltas por todas las cárceles, sin destino, confinado”, describió uno de ellos; “no es que piense en eso todo el tiempo, pero cuando estoy engomado me da terror y cada tanto sueño con los pibes. Nunca fui asistido por el área psicológica del servicio. Nunca me dieron cabida”, resumió otro. “Esta historia todavía me lastima. Estaría bueno que me brinden una asistencia”, concluyó un tercero.
Una pregunta y su respuesta resuenan como un eco, con variantes, en cada declaración: ¿qué tendría que haber hecho el servicio para que las personas salgan?
“Nos abrieron la puerta a nosotros y salimos, si abrían la de ellos también salen”.
“No entiendo por qué no abrían la puerta del 16 en vez de tenernos a nosotros reducidos”.
“Si abrían no estaríamos acá hablando”.
“Abrir las puertas, nada más”.