ENTREVISTA A GABRIEL CHAILE “Los artistas estamos para transformar el sentido de las cosas”
Gabriel Chaile es un artista tucumano que expone en los grandes centros de arte contemporáneo. Es muy conocido por sus grandes esculturas, pero uno de los proyectos que más disfrutó hacer y busca continuar es Aguas calientes, una serie de piezas realizadas a partir de ollas que pertenecieron a comedores, organizaciones o agrupaciones sociales. Una de esas ollas es parte de la muestra Objeto histórico, que se expone hasta diciembre en el Museo de Arte y Memoria de la CPM, y cuyo disparador son los 40 años de democracia. Los vínculos entre el arte y lo social, sus tramas, encuentros y desencuentros en esta charla con el artista.
ANDAR en La Plata
(Agencia Andar) En el centro de la sala del Museo de Arte y Memoria en La Plata hay una olla. Tiznada por el fuego de la leña e intervenida con un rostro de ojos achinados, de rasgos antiguos, es una de las piezas de Aguas Calientes, un trabajo en el que el artista plástico Gabriel Chaile convirtió en objetos artísticos las baterías de cocina de comedores y espacios populares.
La olla ahora dialoga con otras obras de 20 artistas de diversas trayectorias que integran la muestra colectiva Objeto histórico, 40 años de democracia y proponen un recorrido desde el que interpretan, cuestionan u observan las conquistas, caminos de lucha o problemas de la vida democrática.
Para Chaile Aguas Calientes tomó forma en 2019. “Este trabajo con el que participo es un proyecto que surgió mientras yo vivía en Buenos Aires, y es fruto de muchas circunstancias que pasaban en ese momento en mi vida, por los lugares donde me iba involucrando. Estos lugares son, por ejemplo, dar clases en una escuela de Fiorito, en la cooperativa de cartoneros en Villa Soldati, vivir en el barrio de La Boca, acercarme o tener amigos que vivían en la calle o que estaban cerca de las agrupaciones políticas, sociales”, cuenta el artista en diálogo con Andar. A cada encuentro iba con un cuaderno en el que dibujaba detalles de esas escenas de las que era testigo o parte; capturaba gestos, formas y apuntaba todo aquello que le llamaba la atención. “Esas observaciones sobre lo que llamamos de una u otra manera periférico, como espacio donde la situación límite está presente, el hecho de rebuscársela, de reinventarse, de tener lo mínimo y con lo mínimo hacer lo máximo y compartirlo. De pensar en la economía del otro o del que menos tiene y poder hacer una transformación colectiva desde este lugar como tan humano. A mí eso me llama poderosamente la atención”.
Ese andar una mañana lo llevó a un corte en la avenida 9 de Julio. Ahí esos registros sueltos encontraron una síntesis: “me acuerdo que era el momento del almuerzo, todas las agrupaciones tenían su olla y estaban en grupos divididos, compartiendo. Y ahí fue cuando digo ‘yo quiero entrevistar a las ollas’, fue como un momento medio revelador; dije ‘en realidad quiero saber la historia de las ollas, quiero saber qué significa para estas personas la olla, la olla popular, la famosa olla popular’”.
Y esa vasija como espacio de encuentro fue el lugar que habilitó los cruces entre el hecho artístico y la vida diaria. Ante la sorpresa de la gente, Chaile iba a cada comedor, esperaba hasta que las piezas estuvieran lavadas y convocaba a un reunión alrededor de la olla, “y era al principio un momento bien de silencio, imaginate era como hablar de la pava de de tu casa ¿no?, y la gente se cagaba de risa porque parecía como loco; pero también lo que pasó fue una cosa increíble porque costaba un poco hablar del objeto pero al mismo tiempo era casi catártico. Al empezar a acordarse qué lugares acompañó, cuánto uso tenía ese objeto, eran charlas que iban desde la risa hasta la emoción profunda. Como que al final terminaron hablando de sus propias vidas y de sus propias luchas colectivas, y cómo ese objeto estaba siempre presente y era parte fundamental del encuentro, de la movilización, de la conquista”.
Gabriel fue registrando de forma audiovisual cada charla, cada entrevista. Es un material que al día de hoy atesora porque le permite repasar el proceso. También compró baterías de cocina nuevas y las intercambió por esas que ya mostraban las marcas de un camino recorrido. Las ideas tomaban forma cuando surgió la posibilidad de viajar a Suiza a una de las ferias más importantes del mundo artístico, Art Basel, a donde Chaile fue invitado a concursar. “Entonces les dije yo quiero ir con este proyecto. Y charlé con las personas del comedor, armé una especie de convenio por así decirlo, de palabra, entre las agrupaciones y lo que yo estaba haciendo: si realmente esas piezas podían venderse dentro del campo del arte y transformarse de valor absoluto porque ya no eran una olla sino que toman en la dimensión de una pieza de arte, si eso salía bien entonces podemos dividir porcentaje”, propuso.
Y allá fue. Sobre dos estantes austeros de madera y una mesa instaló sus ollas. Agregó un ladrillo con una resistencia sobre el que se calentaba agua en otra cacerola y se sentó a recibir las preguntas curiosas de coleccionistas europeos. En pocas horas colecciones importantes de Bélgica, Nueva York, Singapur e Irlanda sumaron a su acervo esos cacharros que habían sido protagonistas en los comedores populares argentinos. “Con ese traspaso a pertenecer al mundo del arte se inscribían en un sitio que entra dentro del mundo de lo coleccionable, de lo que se cuida, de lo que hay que conservar como patrimonio de memoria, todas estas cosas las charlamos al volver con las agrupaciones”, cuenta Gabriel.
Cada pieza lleva inscripta su pertenencia original, como un DNI que señala su origen. “Para mí Aguas calientes es un proyecto que no es una pieza cerrada, no es como una escultura donde yo digo estas son mis emociones y mis convicciones formales, visuales, poéticas. Aguas calientes implicaba un montón de circunstancias que no tenían que ver conmigo específicamente, por eso es un proyecto que no cierra, que aún está abierto y vigente”, define.
La olla que ahora se puede ver en Objeto histórico en el MAM no es de las de Buenos Aires. Perteneció a Gotitas de amor, un comedor comunitario de Tucumán, en las afueras de la ciudad de Tafí Viejo, donde 15 mujeres cocinan a leña. “Ellas me decían que se reúnen para resolver la comida pero al final en realidad la comida no es lo único que se resuelve, son un montón de cuestiones ahí que tienen que ver con las problemáticas de cada familia. Y para mí fue como muy increíble poder hacer este proyecto intercambiando con este y con los diferentes grupos y conociendo las diferentes historias, porque al final cada agrupación incidía sobre diferentes comunidades”, señala el artista sobre su aprendizaje en este trabajo.
“Yo siento que mi carrera, por ejemplo, es fruto de asociaciones, es un montón de personas que estuvieron ahí apostando, apoyando una idea, una imagen. Entonces uno no alcanza los lugares por la soledad absoluta. El mundo del arte, como tiene una relación directa con el capital, tiene una relación muy directa con el culto a la personalidad, la estructura del camino de soledad de un artista y a mí nunca me interesó mucho eso, siempre me gustó la relación de lo que se podía hacer en grupo, asociándose. Y Aguas calientes significó eso también: generarme también a mí una conciencia de clase, es una conciencia de clase con mayor firmeza”.
En ese sentido Chaile ve la potencia del arte y las posibilidades que abren sus cruces con lo social. “Yo siempre pensaba, como en Quinquela, en la potencialidad que puede tener el arte y la capacidad de transformación que puede tener sobre las formas, sobre las cosas. Siempre fui un convencido de esos artistas idealistas, los artistas de vanguardia que intentan mover las fichas del juego, por así decirlo. Los artistas tenemos una gran responsabilidad sobre eso. Nos quejamos, por ejemplo, de cómo funciona el sistema y nosotros tenemos la capacidad también de transformarlo”, concluye.