MEGAJUICIO POZOS DE BANFIELD Y QUILMES Y BRIGADA DE LANÚS “Los agujeros en el alma permanecen pero si al final de mi vida se alcanzara la justicia me daría por conforme”
El pasado martes 15 de febrero se llevó a cabo la jornada número 54 del juicio. Al finalizar la declaración testimonial de Fernando García –sobreviviente del Pozo de Quilmes-, el juez vocal del Tribunal Oral Federal 1 de La Plata, Esteban Rodríguez Eggers, le hozo una novedosa e importante pregunta: “¿Cómo usted siente, cómo piensa que el estado debería reparar esos agujeros en el alma que le quedaron por todo lo que nos relató?”. Antes de García había prestado declaración testimonial el hijo de Manuela Santucho, Diego Genoud, que contó la historia de su madre desde los relatos de familiares, amigos y compañeros que la conocieron hasta su secuestro y desaparición. Fue durante la jornada 55 del debate oral realizada el martes 15.
ANDAR en los juicios
(Por diariodeljuicio) Fernando García vivía en las calles Agrelo y Boedo, en Capital Federal, cuando el 15 de marzo de 1977 una patota de hombres vestidos de civil, todos con ropas oscuras y con sus armas apuntando a la puerta de entrada, golpearon de madrugada y terminaron llevándoselo al centro clandestino de detención El Vesubio. Dejaron en libertad a su mujer y su pequeño hijo, quienes horas más tarde serían recogidos de aquella casa por los padres de Fernando.
Después de un mes fue sacado rumbo a una comisaría que nunca pudo identificar la ubicación pero que, posiblemente, sería de Monte Chingolo. Finalmente, de noche, lo trasladan al último centro de cautiverio por el que pasaría, el Pozo de Quilmes. A pesar de no poder quitarse nunca la capucha ni hablar con otras personas, pudo reconocer la zona en la que se hallaba por la voz del estadio Quilmes Atlético Club.
“Siempre recuerdo que había uno de los guardias que llegaba por la mañana y decía: ‘Buenos días, yo soy Tatu pero para ustedes soy Dios porque puedo decidir si hoy van a vivir o a morir’. En el Pozo la comida en general era polenta o arroz fríos, una vez por día. Abrían la puerta y volcaban al piso el contenido. También pasaban una vez al día un tacho para que hiciéramos nuestras necesidades fisiológicas. Y una noche abrieron la celda y tiraron a una persona que estaba medio inconsciente, delirando; decía que le molestaba el canto de los pajaritos y yo traté de ayudarla a que pudiera descansar un poco. Lo habían torturado muchísimo”, relató García ante los magistrados.
En varias ocasiones repetirá que aquella experiencia del cautiverio y las torturas le dejaron agujeros en el alma y que aún permanecen sin cicatrizar. “Algo se rompió en mí, no sé qué ni cuándo en particular, pero nunca más sanó”, completará al final de su testimonio en su respuesta a la pregunta del juez Eggers respecto a cómo debería ser la reparación por parte del estado.
Fernando García se había recibido de ingeniero forestal en la Universidad Nacional de La Plata y luego había ingresado a trabajar en SEGBA, empresa estatal de suministro eléctrico que hoy, concesionada a actores privados, es Edenor y Edesur.
Nunca tuvo una militancia orgánica entendida como participación política en espacios con responsabilidad, roles y tareas determinadas y nunca supo cuál fue el verdadero motivo de su captura y cautiverio.
“Una noche, un guardia gritó: ‘¡Fernando García, con sus pertenencias!’, y varios compañeros míos se rieron porque lo único que yo tenía era la ropa interior con la que, dos meses antes, me habían sacado de mi casa. Me sacaron hacia una oficina muy iluminada y allí alguien se presentó como coronel del Ejército y me dijo que habían confirmado que yo no tenía nada que ver con la subversión y que recuperaría la libertad. Me puso un papelito en la mano y me volvieron a subir a la celda. Después pude ver que era un billete de 10 pesos”, narró el testigo.
El dinero indicaba (aunque no con total seguridad) que sería liberado. Varias de las personas secuestradas le pidieron que memorizara números telefónicos de sus familias, para que se contactara y les dijera que aún vivían. Así lo hizo y al menos logró dar aviso a la madre de Omar Gedalio Suárez, que había sido secuestrado el 17 de noviembre de 1977 y aún permanece desaparecido. Cabe destacar que Suárez no figuraba hasta el momento en el listado de desaparecidos del Pozo de Quilmes.
El testigo también identificó a dos desaparecidos de quienes, hasta ahora, no se sabía dónde habían estado detenidos y ratificó que la mujer estaba embarazada. Se trata de Eduardo Garack, a quien apodaban “El Largo”, y su compañera, Beatriz Alicia Lenain. Beatriz -de acuerdo al relato de García- estaba embarazada cuando fue ingresada al Pozo de Quilmes, tras ser secuestrada en su casa de Lanús Oeste el 2 de febrero de 1977.
Finalmente, el día de la liberación llegó: le dieron un pantalón, una blusa y zapatos de mujer, lo subieron a la caja de una camioneta y lo llevaron, siempre encapuchado, hasta la avenida Calchaquí.
Lo bajaron y tuvo que caminar una cuadra y media como si se tratara de un martirio porque se imaginaba que en cualquier momento le dispararían por la espalda. Pero no lo hicieron y Fernando pudo tomar el micro que lo llevó a la Capital Federal, al reencuentro con sus padres y después con su mujer y su hijo.
No pudieron terminar de acostumbrarse a vivir en una ciudad y en un país que lo había hecho padecer los tormentos, por lo que pronto se fueron a vivir a la casa de unos primos en Rio Grande do Sul, Brasil.
Nacer con la primavera
El testigo anterior a García fue Diego Genoud, que tenía poco más de un año cuando secuestraron a su madre, Manuela Santucho, prima de Roberto Santucho y militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores. Cuando se produjo el secuestro, ella tenía 36 años y estaba en un departamento situado en Warnes al 735, en Capital Federal, junto a Cristina Navajas y otra compañera militante, ambas embarazadas.
“Un vecino llamó a la familia y finalmente me vienen a buscar. Había quedado en el departamento con un año y 4 meses. Me lleva unos de mis tíos –porque mi viejo estaba detenido desde el 74- y, tras unos meses, me voy a vivir con mis abuelos paternos Raúl y Elda a Baradero, una pequeña localidad bonaerense donde comienzo una nueva vida hasta 1993 que me mudo a Buenos Aires para estudiar periodismo”, contó el testigo.
“Este testimonio me parece una gran oportunidad para reivindicar a mi vieja, que muchos años después me sigue generando mucho orgullo por su militancia y compromiso. Tanto ella como los 30.000 fueron víctimas del terrorismo de estado, pero antes que eso fueron militantes, pusieron el cuerpo en función de lo que pensaban y participaron de una experiencia muy intensa”, dijo, y agregó que también pretendía describirla más allá del proceso político en el se enmarcaba su accionar.
Mujer, militante, abogada desde muy joven, fue docente en Gramilla, un pueblo de Santiago del Estero, cerca de las Termas de Río Hondo. Antes de su secuestro vivía en una pensión en Buenos Aires y se plegó a los foros de abogados que a comienzos de los 70 trabajaba con los primeros presos políticos.
Así, se integró a un grupo en el que estaba Rodolfo Ortega Peña, Eduardo Luis Duhalde y otros, e incluso hay un video que rescató el grupo de cine Mascaró de una película que se llama Gaviotas Blindadas en la que Manuela ejerce la defensa de Ana María Villarreal de Santucho –años más tarde, una de las fusiladas de Trelew- durante una audiencia judicial.
Oriunda de Santiago del Estero, a Manuela su familia natal la llamaba “Nenita”, apodo cariñoso que para su hijo Diego Genoud resultaría extraño dada la familiaridad que él tenía con su nombre de guerra “Mariana” con el que la conocían sus compañeros y contactos en Buenos Aires.
“Desde los 10 u 11 años comencé a viajar a Santiago del Estero para conocer a mi familia materna y allí tenían un recuerdo de ella de mucha dulzura, ternura, bondad, casi de alguien angelical”, describió.
Y uno de los momentos más emotivos para el testigo fue cuando hizo mención a la fecha de nacimiento de su madre Manuela Santucho: “Había nacido un 23 de septiembre, yo digo ‘casi con la primavera’. Y muchos años después, mi hijo Vicente nació el mismo día, por lo que obviamente la de mi madre es una historia que sigue muy presente en mí”.
Y concluyó: “Quiero agregar que esta historia que he contado es producto de un contexto específico de violencia, pero también es parte de una Argentina particular, y creo que la historia muchas veces se repite, hay actores que siguen decidiendo sobre la vida de las mayorías. Hablo del poder económico, que tuvo un papel de instigador de la dictadura, por lo que no se puede entender todo lo que cuento simplemente como algo que me pasó a mí o a quien viene a declarar a los juicios, sino en el contexto en el que ocurrieron los hechos”.