VIOLENCIA INSTITUCIONAL Y SALUD MENTAL “Las secuelas que le dejaron a mi hijo son de por vida”
Allanaron su casa equivocadamente. Le dispararon con postas de goma y perdió un ojo. El impacto también fue anímico. A los 17 años Ignacio Seijas ya no quiso mirarse al espejo. Su familia tuvo que internarlo en una clínica.
ANDAR en Lomas de Zamora
(Agencia Andar) Hace un año un error brutal cambió la vida de Ignacio Seijas y su familia. Una comitiva de la Policía Bonaerense irrumpió en su casa en Villa Albertina en Lomas de Zamora para realizar un allanamiento. Buscaban al responsable de un robo en una escuela, pero el domicilio indicado era el de una casa lindera. En ese momento Ignacio, de 17 años, dormía en su habitación, se levantó somnoliento y abrió la puerta con el cuchillo como lo hacía habitualmente porque le faltaba el picaporte. El agente Daniel David Antonio disparó hacia su cabeza a escasos dos metros de distancia. La posta de goma le dio en el ojo.
“Las secuelas que le dejaron a mi hijo son de por vida”, dice Marina, su mamá. Además de perder el ojo, Ignacio no logró recuperarse anímicamente del impacto. “Cree que ya no tiene posibilidades de nada. Cambió su forma de ser, empezó a estar más agresivo, a insultarnos, cuando nunca nos faltaba el respeto. Se refugió en amigos en los que no tenía que refugiarse y en las pastillas que le daban para dormir, pero después empezó a combinarlas con el alcohol y el efecto fue el inverso”.
Hace tres meses pudieron concretar la colocación de una prótesis y por un breve lapso eso les trajo algo de alivio. “Le quedó bien y al principio estaba contento. Pero duró poco. Él se mira al espejo y por más que le haya quedado bien ve las marcas de los perdigones y dice que no se puede ver”, describe Marina.
La situación empeoró en abril, cuando Ignacio discutió con un vecino que llamó a la policía. Terminó golpeado en una celda. “Desde ahí todo fue peor, ya no sabíamos que estaba tomando. A veces tengo que contenerlo fuerte porque si no rompe todo. Y se empezó a poner agresivo en la calle también”. Su familia comenzó a desesperarse: “hay que hacer algo porque me lo van a matar en la calle o va a terminar lastimando a alguien”, pensaba Marina.
Ahora Ignacio está internado en una clínica después de un brote por consumir pastillas. “Tuvimos que llamar una ambulancia, llegaron con dos patrulleros, imaginate volver a ver policías, se volvió loco, por suerte era otra policía, y uno de ellos lo manejó muy bien, se sacó el uniforme y le dijo que lo iba a acompañar”, cuenta Marina.
Ella y su papá tuvieron que pedir intervención del juzgado para poder internarlo para su tratamiento porque Ignacio no quería. “Varias veces lo llevamos al dispositivo municipal pero no lo sostiene. Desde la causa nunca hicieron ningún seguimiento de cómo sigue él, cómo estoy yo que también quedé golpeada. Y otro montón de secuelas de estrés postraumático. No puedo bajar un cambio porque es una cosa tras otra. Lo que me duele es eso, no hubo ni una pericia, nada, no vino nadie. Todo lo que estoy haciéndolo hago por mi cuenta”, señala Marina.
Hace un año Ignacio iba al secundario y quería boxear. Ahora habla con su familia por teléfono dos veces por semana desde a}la clínica. No pueden ir a verlo por las restricciones sanitarias. En cada conversación les pide que lo vayan a buscar. “Te juro que a veces estoy muy desorientada, no sé cómo actuar. Él no logra proyectar porque tiene todo el tiempo altibajos. Lo tuve que cambiar de escuela pero no llegó a retomar ni a hacer nada”, señala Marina preocupada.