AUDIENCIA 42 La memoria necesaria
Este martes 28 de septiembre se realizó la 42° audiencia del del megajuicio por los crímenes cometidos en los CCD pozos de Banfield y Quilmes, y El Infierno con sede en Avellaneda.
ANDAR en la justicia
(Por Diario del juicio) En la cuadrigésima segunda audiencia del Juicio a las Brigadas declara Silvia Cavecchia por Miguel Ángel Calvo. La testigo cuenta que fue secuestrada el 1 de marzo de 1977 en Formosa capital junto a Daniel Talarico y Berta Itzcovich. Luego de 25 días en un regimiento los trasladan en avioneta a La Plata. Los recoge un Ford Falcon que iba a su encuentro y después de media hora de trayecto los dejan en un nuevo lugar de detención.Tabicados y esposados llegan a una gran habitación en la que se escuchaban muchos murmullos. Después de torturarlos, son separados y a ella la pasan a un sótano.
Silvia resalta que tenía mucho miedo al ingresar.“No tengas miedo, ya pasaste lo peor”, escuchó. Ese muchacho que la consolaba era “Cachito” Calvo. Mucho fue su asombro al reconocerlo porque sabía de su desaparición. Miguel Ángel Calvo, militaba en el Partido Comunista y vivía en La Plata. Era muy contenedor.
La testigo recuerda compartir ese lugar de secuestro con una chica llamada Cristina y un señor bancario. El piso era alisado de concreto. No se sabía si era de día o de noche. Registraban el paso del tren y los ladridos de los perros.
En el sótano había corralitos repletos de alambres, bobinas y muchos cables sueltos. Cachito los recogía y con cada hilo que sacaba hacía flores o dibujitos y los regalaba a quienes convivían con él en el Centro Clandestino de Detención, después reconocido como La Cacha. En sus diálogos con Silvia le contó que hacía dos meses que estaba allí y había estado alrededor de tres meses en el Pozo de Banfield, donde fue muy torturado.
“Quiero rescatarlo como persona”, expresa Silvia. “Trataba de hacernos reír a los que estábamos atados en camastros en el piso”. Se ubicaba frente a la escalera y les avisaba de la presencia de algún guardia para que pudieran desvendarse por momentos.
“La parte humana la encontré en él”, cuenta Silvia. Le decía: “Vos a mí no me conoces, yo a vos no te conozco”. Así, podían preservarse mutuamente.
La noche del 10 de abril de 1977, en un gran operativo se llevaron a todos los que estaban abajo. Nunca regresaron. Ella permaneció quince días más hasta que fue liberada.
Los penitenciarios “eran todos Carlitos… el bueno, el malo…” Después del traslado, el guardia “bueno” se sentó en la cama de Cachito, agarró un cable e hizo un gesto que ella siempre interpretó como que lo habían llevado en un avión y “lo tiraron”.
“Quiero recordarlo a él, me ayudó un montón”, manifiesta Silvia. Este testimonio en su nombre sostiene la memoria de Cachito Calvo y la búsqueda de la verdad en torno a su desaparición.
“Mis padres murieron con la esperanza de que apareciera viva”
Yamil Robert, hermano de Norma Robert, inscribe su testimonio en la historia familiar. Sus abuelos de origen francés se instalan en Pigüé, de allí van a un campo en la zona de Carhué, provincia de Buenos Aires. Su padre Jorge Robert y su madre, María Luisa Schmidt, se casan y tienen cuatro hijos, de los que Norma era la mayor.
En 1969, Norma después de cursar su primaria y secundaria en Carhué, parte a La Plata para estudiar. Su hermano la describe: “Era muy inteligente. Leía el diario antes de entrar al colegio.Se desenvolvía muy bien.”
Más adelante se casa en 1974 con Eduardo Miguel Ángel Andreu, estudiante de Medicina quien en junio o julio del 76 sale de la casa y desaparece. Nunca se supo de él. Por ese motivo, el padre lleva a Norma de regreso a su casa en Carhué. Ya estaba por recibirse de arquitecta e inicia unos trabajos en casas de la ciudad.
El 16 de octubre, unos hombres armados en un auto Torino negro le preguntan a su padre por Norma, y así ingresan a la casa familiar. Yamil recuerda que estaban leyendo juntos “El periódico del pueblo” en la cocina. Ahí la secuestran, sin ejercer violencia, con la excusa de que debía prestar declaración y luego regresaría. Nunca más tuvieron noticias de ella. Tenía 25 años. El auto fue visto en la Comisaría de Carhué.
Las denuncias, cartas, entrevistas y demás búsquedas fueron negativas. Su padre “hizo todo lo que puede hacer un padre para recuperar a su hija”.
Mucho tiempo después, alguien liberado les contó que había estado con Norma en el Pozo de Quilmes. En 2004, al donar sangre las hermanas, el Equipo Argentino de Antropología Forense les informa que sus restos fueron hallados en una fosa común del cementerio de San Martín. Su familia, compañeros y la comunidad, la homenajearon en el cementerio local.
“Fue una etapa dura en la sociedad y ojalá que nunca más se repita en la historia Argentina”, finaliza Yamil Robert.
“Se terminó la alegría… siempre faltaba Cacho”
Norberto Borzi, es hermano de Oscar Isidro Borzi, “Cacho”, secuestrado el 30 de abril de 1977 en su casa en Lanús. Allí vivía con su esposa Ada Mozzi y sus tres hijos varones de seis, cinco y tres años.
El relato de Norberto se sostiene en lo narrado por su cuñada y sobrinos. Fueron fuerzas conjuntas del Ejército y la Policía Bonaerense, de civil, quienes estuvieron durante todo el día instalados en el hogar de Oscar, aun obligando a Ada a cocinarles mientras torturaban a su esposo. A las siete de la tarde llegan Camps, Etchecolatz y Bergés. Se quieren llevar a los chicos, a lo que Bergés se niega porque “eran muy grandes”. Juan Manuel, el más pequeño, intenta proteger a su papá y lo golpean y empujan. La madre lo abraza e impide su secuestro, invocando una lesión en su corazón. Se llevan a Cacho y todo lo que pudieron robar.
Oscar era delegado de base del gremio del vidrio en la fábrica Sarit, próxima a su domicilio. Militaba en la Juventud Trabajadora Peronista. “Trabajaba en la fábrica y el tiempo que estaba en su casa, trabajaba ahí, construyendo. La estaba terminando”, relata su hermano.
Su familia inicia su búsqueda, presenta hábeas corpus. A través de Jorge Cultrone, un miembro de la Dirección de Tránsito de Avellaneda, ex policía, quien comentaba a sus compañeros municipales acerca de su participación en operativos, supieron que había estado en la casa familiar el día del secuestro y que, el 1 de mayo del 77, lo había visto a Oscar en la Brigada de Investigaciones de Lanús, con asiento en Avellaneda.
En el barrio, un policía apellidado Ramírez cuenta que había estado con Oscar y le había llevado comida en “el Infierno”. Al correrle la venda, él lo reconoce y le pregunta por sus hijos. Tiempo después, en la Brigada les negaron que estuviera ahí.
El padre, Oscar Borzi, fallece nueve años después, con graves problemas de salud. Su mamá Silvia Castiñeiras, a los 91 años, siempre esperándolo.
Norberto evoca emocionado a su hermano: “Lo llevaron a los 35. Cuando tomé conciencia de que no iba a aparecer, me di cuenta que me faltaba el tipo que me llevó de la mano en la vida, que me enseñó de la lealtad, la amistad, el compañerismo en el trabajo. Él no quería saber nada con la mentira, con la alcahuetería. Era un tipo que irradiaba alegría y felicidad”.
Cierra su testimonio sintetizando lo que fue el terrorismo de Estado: “Esto provocó un daño terrible a la sociedad, en todo sentido. Familias desmembradas, distanciamientos que no hubieran ocurrido. Se llevaron a lo mejor de una generación. Las cosas en el país hubieran sido muy diferentes”.