RECUERDO DE DOS DESAPARECIDOS La memoria en manos frescas
Al cumplirse 41 años de las desapariciones de Oscar y «Poroto» Changazzo se repintaron los pañuelos en la Plaza San Martín de Trenque Lauquen. Una crónica de cómo las nuevas generaciones sostienen la memoria.
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(Diario NEP/ Pablo Carabelli) “Sami” escuchó la explicación de Aylen, y agarró un pincel. No regaló sonrisas, pero sí una concentración que le permitió pintar el borde delgado del pañuelo blanco sin desviarse de los límites preestablecidos. Aylen tiene mucha experiencia. Viene pintando pañuelos blancos desde hace quince años, por lo menos. Ahora tiene 24, así que habrá empezado a lo 9, o antes incluso, en la Plaza Francia.
“Sami” es alumna de prescolar, parece de sala de 5, y se animó a acercarse sola, sin sus padres, cuando la actividad recién empezaba (en homenaje a “Poroto”, es decir “El Flaco”, y Oscar, dos de los tres hombres de la familia Changazzo desaparecidos por los asesinos genocidas entre el 9 de septiembre de 1977 y el 26 de enero de 1978).
“El Flaco” es un nuevo apodo de Francisco José Changazzo. Nuevo para nosotros, que ya pensamos el “Poroto” como si fuera el verdadero nombre de este vecino de Trenque Lauquen que supo hacerse querer. Al menos por parte de Hugo, que en la década del ’50 del milenio pasado era un purrete de diecipocos años, y al “Flaco” lo conoció bien como amigo de sus tíos. Si hasta le encargaban que les cuidara la ropa, cuando “El Flaco” (al terminar su horario de trabajo en una carpintería) y los tíos de Hugo (que eran empleados ferroviarios de base, picando piedras entre otras duras tareas) salían a reforzar sus sueños de atletas corredores de maratones, partiendo de las hileras de altísimos eucaliptos que bordeaban el cementerio (opina Hugo que hoy en día, con las mayores posibilidades de entrenar que tienen los jóvenes, aquellos hubieran sido atletas de muy buen nivel, ya que por entonces tanto Changazzo como los Tiseira se destacaban en las carreras de la región).
Contó otras anécdotas el principal reportero gráfico que han tenido las actividades de Derechos Humanos en nuestro medio, siempre con “El Flaco” como protagonista. Aylen dejó el pincel y tomó el celular, para que las palabras de Hugo Tiseira quedaran registradas (para siempre es mucho decir, pero al menos desde hoy ya no serán ideas alojadas únicamente en el chispeante cerebro del querido Hugo).
A esa altura Samira (“Sami” no abreviaba un Samantha, como supusimos) ya se había ido con sus padres, que la vinieron a buscar porque la niña no parecía dispuesta a abandonar su tarea. Sólo se desvió un poquito de la línea que debía teñir de blanco cuando su papá la apuró. ¿Le quedará inscripto de algún modo el significado de los pañuelos de las Madres y Abuelas, por haber pintado uno de ellos cuando tenía no más de 5 años, aun si en su casa o en la escuela no le hablaran demasiado del tema? Ojalá, ¿por qué no abrigar ese anhelo, entre tantos que nos ayudan a sobrellevar el día a día en un país asolado por los mismos asesinos de esperanzas de siempre?
Los pañuelos blancos de papel (con los nombres de “Poroto”, o sea “El Flaco”, y Oscar Changazzo inscriptos), que Aylen y su hermano menor pegaron por la mañana en las farolas de la Plaza San Martín, a la tarde habían sido arrancados por manos miserables. No importa, ya lo demostraron ayer cientos de sororas en las Casa de la Historia y la Cultura, y hoy 26 de enero “Sami”, Aylen y varios más en nuestra Plaza central: el futuro es para los que son capaces de transportar la Memoria en sus manos frescas.