DECIMOSÉPTIMA AUDIENCIA DEL JUICIO LA CACHA La hija de Antonio Bettini relató la tragedia familiar: cuatro desaparecidos
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(Por Sebastián Pellegrino, Agencia) El relato de Marta Bettini está sobrecargado de retazos de dolor, pero su voz se oye firme, pausada, metódica, como si las ideas ya estuvieran construidas y organizadas desde mucho antes de ser dichas frente al micrófono. Entre 1976 y 1977 su familia fue desmembrada por la saña de las “fuerzas conjuntas”: su hermano, Marcelo; su padre, Antonio; su marido, Jorge Alberto Devoto; y su abuela materna; María de las Mercedes Hourquebie de Francese, fueron secuestrados y desparecidos por los esbirros de la Dictadura.
Luego de 37 años, durante la decimoséptima audiencia del juicio La Cacha, Marta Bettini reconstruyó, el viernes 28 de marzo, la tragedia familiar que incluyó, además de las desapariciones, saqueos de viviendas, persecuciones en Uruguay –como consecuencia de la implementación del Plan Cóndor-, y los llamados Vuelos de la Muerte.
El primero en ser asesinado fue Marcelo Bettini, militante de la Juventud Universitaria Peronista y hermano de la testigo, quien el 9 de noviembre de 1976 fue víctima de un fuerte operativo policial en el que también cayó Luis Bearzi, amigo de Marcelo. “Mi padre Antonio y mi marido Jorge, luego de realizar las primeras averiguaciones, llegaron a una comisaría de Tolosa. Allí se enteraron que mi hermano había sido enterrado como NN en el Cementerio de La Plata, a pesar de que él llevaba su DNI y una citación para el dentista”, explicó Marta Bettini. El cuerpo del joven, finalmente, fue identificado entre otros cinco cuerpos, y sus restos inhumados en la bóveda familiar.
Pero la tragedia recién comenzaba. Ya en 1977, Alfredo Temperoni, un hombre mayor que trabajaba en una cochera de la abuela materna de la testigo, fue secuestrado y trasladado a La Cacha: “Cuando mi familia supo lo de Temperoni, mis padres rápidamente comenzaron las gestiones para saber dónde lo habían detenido y se reunieron con Juan Pochelú, por entonces el jefe de la Federal. Según el relato de mi madre, el hombre salió por un momento de su oficina y regresó con la cara transfigurada: le dijo a mi padre que fuera, acompañado, a la regional platense de la Federal y que no habría problemas. Mi madre sugirió que lo acompañaría, pero Pochelú le advirtió: ‘No, señora. Usted no vaya’”.
[pullquote]“Ante semejante tragedia, decidí irme con mis dos hijas a Uruguay, donde teníamos muchos familiares por parte de mi abuela materna. Sin embargo, estando allí recordé lo que me había advertido mi marido: ‘las fuerzas de todos los países de la región actúan de forma coordinada y conjunta’»[/pullquote]
“Fue mi marido quien finalmente lo acompañó. En la regional dijeron que no tenían nada que ver con el secuestro de Temperoni y los mandaron a la comisaría 1° de la bonaerense. Sin embargo, antes de esa reunión, mientras esperaban en el pasillo, se había acercado a hablar con mi marido un oficial de la Armada para interiorizarse sobre su situación. Jorge se había retirados hacía dos años de la Armada, pero conservaba el rango y el uniforme. Después de hablar por algunos minutos, el oficial le dijo: ‘Usted no tendrá problemas, pero no puedo decir lo mismo de su suegro’”, detalló la testigo.
Mientras Antonio Bettini y su yerno circulaban en auto por La Plata, de comisaría en comisaría, un auto se les cruzó en el camino y hombres armados se acercaron a los gritos. Bettini, de más de 60 años de edad, sería secuestrado y también trasladado a La Cacha.
Jorge Devoto, el marino retirado y pareja de Marta Bettini, inició rápidamente las gestiones para la liberación de su suegro creyendo que se había tratado de una confusión. Apenas dos días después, a través de un contacto en la Armada, fue citado a una reunión en la sede del Estado Mayor de la fuerza, en el “Edificio Libertad”. No hubo reunión, sino un nuevo secuestro. Había sido una emboscada. Los marinos, sabría muchos años después la testigo, lo habían considerado un traidor y su cuerpo con vida habría sido arrojado desde uno de los vuelos de la muerte realizados por la ESMA.
“Ante semejante tragedia, decidí irme con mis dos hijas a Uruguay, donde teníamos muchos familiares por parte de mi abuela materna. Sin embargo, estando allí recordé lo que me había advertido mi marido: ‘las fuerzas de todos los países de la región actúan de forma coordinada y conjunta’, por lo que a los pocos días nos fuimos a Brasil. Allí recibí especial ayuda de la Conferencia Episcopal y en una de las reuniones me dijeron que directamente teníamos que irnos del continente, porque en cualquier país desde México para abajo correríamos peligro. Fue así que nos exiliamos en España”, relató Marta Bettini.
[pullquote]“El secuestro de mi abuela fue al mediodía en su casa de 8 y 53. Su cuerpo fue hallado el 9 de febrero de 1987 en una fosa clandestina del Cementerio de Avellaneda”[/pullquote]
Pocos días después de su llegada a España, supo que en Montevideo se había realizado un gran operativo por parte de fuerzas conjuntas de Argentina que habían cruzado el río para capturar a “la esposa de Jorge Devoto”.
Mientras tanto, en La Plata, la abuela materna de Marta Bettini, María de las Mercedes Hourquebie de Francese, de avanzada edad, fue secuestrada de su propia casa y, según relatos de sobrevivientes, también estuvo detenida en La Cacha hasta su desaparición: “El secuestro fue al mediodía en su casa de 8 y 53. Su cuerpo fue hallado el 9 de febrero de 1987 en una fosa clandestina del Cementerio de Avellaneda”.
De todos los capturados, sólo Temperoni, el encargado de la cochera, sobrevivió a la persecución y la tragedia. Durante 1977, en las propiedades de los Bettini las fuerzas conjuntas saquearon objetos de valor y hasta autos de la cochera. Una quinta situada en ruta 2, de Antonio Bettini, fue utilizada por el Ejército para realizar ejecuciones, y luego para el ocio de los represores.
Según pudo reconstruir Marta Bettini y su familia a través de los años, el operativo de secuestro y desaparición de Antonio había sido organizado por la Marina pero ejecutado por el Ejército: “La Marina no quería hacerlo con sus propios efectivos”.
[pullquote]“Pido a este tribunal que se haga justicia, y quiero decir que me siento muy orgullosa de pertenecer a una familia que ha demostrado tener un alma inconquistable”[/pullquote]
La testigo declaró durante casi dos horas. Entre el público, la acompañaba su hermano Carlos Bettini, embajador argentino en España desde 2003, y Estela de Carlotto. Al final, pidió un minuto para una última reflexión: “Pido a este tribunal que se haga justicia, y quiero decir que me siento muy orgullosa de pertenecer a una familia que ha demostrado tener un alma inconquistable”.
Técnicas grupales de “recuperación de subversivos”
Ricardo Herrera, sobreviviente de La Cacha, fue otro de los testigos que declararon durante la audiencia del viernes. En 1977 trabajaba en el Frigorífico Swift y era militante de la Juventud Trabajadora peronista (JTP). Fue secuestrado en su casa y trasladado a La Cacha donde permaneció desde el 16 de mayo hasta el 20 de agosto de aquél año.
“Los guardias hablaban de ese lugar. Algunos detenidos también comentaban sobre la existencia de la Casita Azul –aparentemente quedaba en otro lugar, creo que decían en Arana-. Allí se llevaban a determinados detenidos para tratar de ‘recuperarlos’. Se hacían ejercicios de dinámicas grupales con asistencia de psicólogos. Según los relatos, el que lograba la recuperación era pasado a disposición del Poder Ejecutivo Nacional –PEN- y trasladado a alguna unidad penitenciaria como ‘preso legal’”, describió el testigo, provocando la sorpresa entre el público que lo escuchaba.
[pullquote]Herrera: Algunos detenidos también comentaban sobre la existencia de la Casita Azul –aparentemente quedaba en otro lugar, creo que decían en Arana-. Allí se llevaban a determinados detenidos para tratar de ‘recuperarlos’. Se hacían ejercicios de dinámicas grupales con asistencia de psicólogos[/pullquote]
“El sistema de ‘recuperación’, según lo entendí en aquél momento, consistía en dos interrogatorios, tras los cuales decidían si el detenido pasaba o no a la Casita Azul. Yo estuve alojado en el sótano de La Cacha, junto a más de 10 detenidos. Un día bajó un interrogador, a quien le decían ‘el Francés’, y le pedí que me hicieran el segundo interrogatorio. Me sacaron hacia una oficina del lugar y, después de varias preguntas, el Francés me dijo: ‘Pero vos no me aportás nada nuevo’, y me volvieron a llevar al sótano”, agregó.
Los torturadores querían saber sobre la militancia de los compañeros de trabajo de Ricardo Herrera, y para eso le habían mostrado más de 30 legajos originales con fotos y datos personales.
“Siempre creí que la empresa no sólo sabía qué me había pasado sino que también tenía relación con las fuerzas del Estado. Los legajos de trabajadores que me habían mostrado durante los interrogatorios en La Cacha deben haber sido suministrados por la misma empresa. Sería raro que se los hubieran quitado por la fuerza”, explicó el testigo-víctima.
Durante los dos años posteriores a su liberación, el sobreviviente tuvo que acudir a las periódicas citas a las que era convocado en la zona de Plaza Italia. Le preguntaban por las actividades en el Frigorífico. Sugestivamente, el jefe del laboratorio de Swift, de apellido Pizzoni, era al mismo tiempo trabajador de una planta de ácido sulfúrico de Fabricaciones Militares y quien recibía las llamadas telefónicas y luego pasaba la información de las citas a Ricardo Herrera.