La espada con la cruz
Editorial del programa radial de MoVeJuPa «Sembrando memoria» sobre el papel de la iglesia en la represión
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Por Sembrando memoria, MoVeJuPa
“Dios va a defender a su creación. Va a defender al hombre, pero puede ser que el remedio sea duro, porque la mano izquierda de Dios es paternal, pero puede ser pesada”. Estas palabras del Cardenal Primatesta enunciadas en enero de 1976, anticipan los graves sucesos que vendrán. La expresión “por izquierda” pasará a ser sinónimo de represión clandestina, señala Horacio Verbitsky al comienzo de una de sus obras.
Esta relación de la espada con la cruz no es nueva. Basta pensar solamente en cuántas guerras y conquistas históricamente se hicieron en su nombre. En el caso de nuestro pasado reciente, el simbolismo religioso utilizado continuamente por las FF.AA. nos remite a una eterna batalla del bien contra el mal, con una carga religiosa, moral e inquisitorial: “hay que librar al mundo del demonio”.
En una lógica sacrificial, estos “enemigos” deben morir por el bien de la nación, allí radica el rol mesiánico que se otorgan a sí mismas las Fuerzas Armadas. “A esos enemigos, al aparato subversivo, se los iba a destruir allí donde se encuentren, sabiendo que sobre la sangre redentora debe alzarse una segunda república”. El eco religioso de esta frase, publicada por La Nueva Provincia el 24 de marzo de 1976, es evidente por sí mismo. Se origina así un doble desplazamiento, toda violencia no estatal resulta terrorista y toda violencia estatal, justificada como antiterrorismo, es automáticamente legitimada, por la espada y por la cruz.
[pullquote]Si la sangre es redentora, quienes la derraman en orden a la redención, son cruzados de una guerra santa[/pullquote]
Si la sangre es redentora, quienes la derraman en orden a la redención, son cruzados de una guerra santa. Allí se encuentra la explicación del hecho de que el Arzobispo de Bahía Blanca, Monseñor Jorge Mayer, bendiga las medallas de reconocimiento a quienes fueron partícipes de esta cruzada. Como también de que sean numerosos los testimonios que señalen la presencia de sacerdotes en los CCD o que encontremos confesores calmando conciencias atormentadas luego de participar en “vuelos de la muerte”. Al fin y al cabo era una forma cristiana de morir, aprobada por la jerarquía eclesiástica.
Sin embargo, fueron también muchos los que se atrevieron a desafiar esta alianza del poder eclesial con el poder militar y la complicidad civil. Y a la mayoría de ellos les costó la vida. Baste pensar en monseñor Enrique Angelelli, en monseñor Ponce de León, en los mártires del Chamical, en los padres palotinos, en las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet … como también en Jaime de Nevares o Miguel Hesayne, valientes pastores que no vacilaron en alzar su voz aún en los momentos más oscuros. Y tantos otros que hicieron carne los postulados del Concilio Vaticano II.
El capuchino Eduardo Ruiz, párroco de Olta, diócesis de Angelelli, torturado y liberado gracias a las gestiones de su obispo, luego exiliado, solía repetirme: “llevo grabada en mi sien izquierda la última bendición de Enrique Angelelli”. Pocos días después de este encuentro, el obispo moriría víctima de un supuesto accidente automovilístico y los archivos con toda la documentación recabada acerca de la persecución a la que era sometida su diócesis, misteriosamente desaparecería.
Hoy, a la luz de un nuevo papado, deseamos y esperamos que desde la Iglesia se asuman las responsabilidades y se aporten los datos que nos hacen falta para reescribir este capítulo trágico de nuestra historia. Y como señalaba acertadamente Enrique Angelelli: “Dialogar exige, entre otras cosas, saber escuchar al otro, saber renunciar al propio criterio y opinión en la medida que descubre que el otro tiene la verdad…con quienes se sienten poseedores absolutos de la verdad no se puede caminar juntos ni construir.” Buscando la unidad y el respeto más allá de las diferencias, hoy sembramos memoria luchando por la justicia, abiertos al diálogo y conscientes de que sólo en la medida en que reconozcamos la dignidad del hombre, podremos comprometernos en la plena y legítima defensa de los DD.HH.