MEGAJUICIO POZOS DE BANFIELD Y QUILMES Y BRIGADA DE LANÚS La constancia de la búsqueda
Durante la jornada de debate realizada el martes 22 de junio, las voces de Clara Esther Fund, Miguel Ángel Santucho y María Martha Coley se aunaron en el reclamo de justicia por sus familiares desaparecidos.
Andar en la Justicia
(Por Diario del Juicio) La primera testigo en declarar es Clara Esther Fund, hermana de Juan Carlos Fund. Trabajaban en la empresa de electromecánica Faraday, ubicada en Quilmes. Clara estaba en el área de recepción, en la oficina de personal, mientras que Juan en el área de bobinado.
El 25 de octubre de 1976 llegó a Faraday un grupo de personas, presentándose como miembros de la Brigada de Investigaciones: buscaban hablar con el jefe de Personal y pidieron ver el legajo de Juan Carlos. Al terminar la jornada de trabajo, Clara se dirigió a su casa, donde estaba su hermano con licencia médica. Le comentó lo sucedido y esa misma noche, a las 12, rompen la puerta del domicilio.
A Clara la llevaron al dormitorio, con su madre, apuntándoles a ambas con armas largas, mientras en la habitación de al lado estaban con Juan Carlos. Ella escuchó como lo trajeron hasta la habitación donde se encontraban; levanta la vista y ahí lo ve por última vez. Logró escuchar que una de las personas dijo que “el pibe está limpio”, pero igual se lo llevan, comentando que le iban a hacer algunas preguntas y después lo mandaban de vuelta. Juan Carlos tenia, en ese momento, 22 años.
A la mañana siguiente, Clara y su madre fueron a la Comisaria 1ra de Quilmes, pero no sabían nada y las derivaron al Ministerio del Interior. En el Ministerio, se encuentran con una larga cola de personas que buscaban a sus hijos; declaran allí y luego se dirigen a la Iglesia Stella Maris, en Retiro. Las recibe el cura, Monseñor Grasselli y, les dice que se queden tranquilas, que Juan Carlos debería estar con alguna chica. Ante la negativa de Clara y su madre, el cura les aclara que “algunos chicos se fueron a vivir a otros países”.
Al cabo de un tiempo, la testimoniante tuvo que volver a trabajar porque era la única persona que mantenía la casa. Mientras tanto, la madre continuó con la búsqueda: fue a Sierra Chica y a la Unidad 9 de La Plata.
De esta forma se conectaron con Madres de Plaza de Mayo. La mama marchaba con ellas, e incluso la llevaron presa a la Comisaría 2da en Capital, pasando una noche detenida.
Ante la pregunta sobre si había visto o si podía aportar algún detalle sobre las personas que se habían llevado a su hermano, Clara menciona que “eran unos cuantos”. Además, que el que la llevo a empujones al dormitorio de su madre era el mismo que había visto en Faraday; mientras que en la empresa se había identificado como perteneciente a la Brigada de Investigaciones, en su casa se presentó como miembro del Ejército Argentino.
Empezaron a recibir llamadas al teléfono de una vecina, de alguien que decía tener información de Juan Carlos. Ya en democracia, apareció un muchacho llamado Enrique Balbuena, quien decía haber compartido cautiverio con Juan Carlos. Hubo una buena comunicación; inclusive Clara conoció la familia Balbuena. Enrique le contó de los tormentos sufridos por Juan Carlos.
Un día, una amiga le menciono que había salido una nota en el diario que decía que una persona había estado con su hermano en la Brigada de Quilmes. Esta persona, Gustavo Calotti, contó que, durante el cautiverio compartido con Juan Carlos, éste pudo identificar el Hospital de Quilmes a través de una abertura.
Clara menciona que en un momento “tuvo que cerrar una puerta” para poder seguir viviendo, que amaba a su hermano; que se amaban. Pudo formar una familia y seguir adelante, con sus miedos, sus pánicos, que algo les ocurriera a sus hijas, a sus nietas. No se puede sacar eso de la cabeza, está grabado a fuego.
Menciona que fue muy duro para su madre, Gregoria Fernández de Fund, quien falleció hace dos años. Un día llamó el Equipo Argentino de Antropología Forense y la mamá directamente les respondió: “mi hijo está vivo”, antes de colgar. No podía aceptar que su hijo no estuviese. “Como se puede seguir después de una cosa así, porque una cosa es cuando uno se muere, pero de Juan Carlos no se sabe dónde está, qué le paso.”, añadió.
Juan Carlos, además de trabajar, concurría por la noche a la Escuela Normal. Quería ser maestro mayor de obra porque su papa era oficial albañil.
Clara comenta que el jefe de personal de la empresa, Raul Escoti, era retirado de una Fuerza de Seguridad y que, hasta el momento del secuestro de Juan Carlos, sólo había una persona desaparecida de Faraday. Fue después que supo de uno o dos desaparecidos más.
En Faraday se hacían reuniones de delegados, en ese momento había mucha actividad entre los trabajadores. Sobre la militancia de su hermano, ella solo sabía que participaba de las reuniones en la fábrica, como todos.
Ya cerrando su testimonio, Clara comenta que su vida y la de su madre, a partir de esa noche, fue de búsqueda constante. Sus hijas saben quién fue su tío, sus amigos saben quién fue y, cada uno, a su vez, les ha contado a sus hijos lo que le pasó a Juan Carlos.
“Mi hermano fue uno, hasta que se transformó en treinta mil”
Continúa la jornada con el testimonio de Miguel Ángel Santucho, hijo de Cristina Silvia Navajas y de Julio Cesar de Jesús Santucho. La pareja tenía dos hijos al momento del secuestro de Cristina, Camilo y Miguel Ángel. Cristina fue secuestrada el 13 de Julio de 1976, estando embarazada de dos meses, según su afirmación.
Miguel Ángel describe a su mamá como la mayor de sus hermanos, pertenecientes a una familia de buena posición, egresada del Normal 1 de Caballito y que estudió Sociología en la UCA. Ahí conoce al que fue su compañero, el menor de los diez hermanos Santucho, Julio César. Julio era seminarista, recibido en Córdoba y fue a la UCA a continuar con sus estudios.
Recuerda que, en Fiorito, partido de Lomas de Zamora, Cristina hacía trabajo comunitario y daba clases de formación política a militantes del PRT sobre historia de la Revolución Latinoamericana y la Revolución Cubana.
También, habla de su abuelo paterno, Francisco, perteneciente a una familia tradicional de Santiago del Estero. Su séptimo hijo varón, fue Mario Roberto, ahijado de Juan B. Justo. Narra que toda la familia fue perseguida con el objetivo de exterminarla. Dos de sus hermanos desaparecieron en Tucumán en 1975, uno de ellos el Negro, fue exhibido su cuerpo como trofeo de guerra. Era reconocido con el nombre de Miguel.
Yo me llamo Miguel por él.
El 13 de Julio de 1976, en Villa Crespo, en una casa usada solo por la familia, estaban Manuela recién llegada de Cuba, mi madre y Alicia D’Ambra, fugada del Buen Pastor. Ese día se llevaron a las tres mujeres y quedan tres bebés: mi hermano Camilo, mi primo Diego, hijo de Manuela, y yo, de nueve meses.
Un vecino le informó lo sucedido a la madre de Cristina. Allí, la abuela de Miguel Ángel, mientras juntaba ropa y pertenencias, encontró las cartas que le escribía su hija a su esposo, donde le informaba de un posible embarazo.
Sabemos que estuvieron en Automotores Orletti. Las tres estuvieron juntas, poco menos de un mes. Pasaron momentos muy duros: “ser de la familia Santucho tenía un trato especial en los tormentos”, afirma Miguel.
Cuentan sobrevivientes uruguayos que el 19 de Julio, el día que es abatido Mario Santucho, realizaron un acto macabro. Los bajaron a todos al patio, ataron a mi tío Carlos con cadenas y mientras lo sumergían en un tanque de agua varias veces, obligaron a Manuela a leer el diario que publicó la noticia de la muerte de Mario Roberto.
“En una semana se llevan a una gran parte de la familia”, dice pensando en su padre. “No sé cómo se puede sobrevivir a eso”.
A mediados de agosto, las trasladaron a la Brigada de Güemes. Testigos aseguran que dijo, “Soy Cristina Navaja de Santucho, militante del PRT, cuñada de Mario Santucho y estoy embarazada”. Miguel considera que su mensaje fue “búsquenme y busquen a mi hijo”; pedido que su abuela honró con su militancia, dice orgulloso.
Cuando llegó al Pozo de Banfield a fines de diciembre, ya tenía un embarazo avanzado. Se entera allí que su hijo iba a nacer en febrero de 1977. Según Adriana Calvo, cuando la vio, ya no estaba embarazada. Adriana le contó que tenían una fortaleza envidiable, refiriéndose a Alicia, Manuela y su mamá.
Según Adriana, el traslado final se produce a fines de abril.
La historia de Miguel continúa en Italia, junto a su papá y su nueva compañera, que reconoce le dieron una infancia feliz.
Miguel regresa en 1985, donde se entera de la militancia de su abuela como secretaria en la Asociación de Abuelas de Plaza de Mayo, con la cual él también se va a vincular.
Su decisión de volver definitivamente, se produce en 1993 y, así, hacerse cargo de esta historia. Recuerda como le impactó una pintada que decía “Santucho Vive”. Sintió que tenía que volver y, poco a poco, conoció a su familia. “Fue muy sencillo”, dice. La historia que teníamos en común hacía natural ese lazo.
Teresa Laborde, hija de Adriana Calvo, le escribe en el chat mientras testimonia Miguel “la familia Santucho tiene un corazón enorme, abierto y siempre alegre, me dio tanto amor que me restauró un poco el alma, gracias”.
Destaca Miguel al año 1996 como la etapa más importante de su vida. Fue cuando empezó a militar en HIJOS y recuerda de ese 24 de marzo el afecto de la gente que les abrió paso cuando entraron a la plaza con la bandera. Ahí sintió lo bien que hizo al regresar. Pudo reconstruir, no solo el cautiverio sino la vida de su madre.
La abuela pudo reconocer esa voluntad de continuar esta lucha y le pasó la posta. Al recordarlo, Miguel se emociona.
Visitó los lugares de cautiverio. Le contaron los que custodiaban Automotores Orletti que de noche se escuchaban “ruidos de cadenas”, como habitados por espectros. La recuperación de esos Espacios, reflexiona, “fue como liberar esos fantasmas”.
“Aunque busco a mi hermano/a, la alegría de cada encuentro, es mi alegría también”, dice sonriente.
Fue un mérito de la sociedad argentina, lo que se logró es impresionante. El encuentro de cada nieto es una alegría grupal, es un festejo, cada encuentro nos fortalece mutuamente.
Señala la importancia que tiene que el Estado haya asumido la política de memoria, verdad y justicia que permitió generar conciencia en la opinión pública.
Finaliza diciendo, respecto a los responsables, “es injusto que tengan beneficios como libertad condicional o domiciliaria, no lo merecen, tienen la respuesta y no la aportan, entonces el delito continúa”.
Comparece como último testigo en esta audiencia María Martha Coley, la hija de Manuel Coley Robles, alias “El Gallego”.
Manuel Coley Robles, militante del PRT y delegado de la fábrica Rigolleau de Berazategui, fue secuestrado de su propio domicilio situado en Quilmes Oeste, delante de su esposa y de sus tres hijos pequeños, la noche del 27 de octubre de 1976.
Militaba en la Lista Naranja, antiburocrática, que se había sabido ganar el apoyo de los trabajadores de la fábrica desde que dirigió una toma de fábrica por reivindicaciones obreras.
En Plátanos, compartió cautiverio con Alicia Liso y Enrique Balbuena, ambos secuestrados horas después. Posteriormente, fue visto por Gustavo Callotti y compañeros en el Pozo de Quilmes.
María Marta Coley presenta, con precisas y vívidas pinceladas, a Manuel y, nos comparte su lado familiar y paternal; su ideario político, de clase, profundamente humano y solidario. Habla de su legado, no material, sino ético. Sus banderas fueron la defensa de las infancias, la lucha por la libertad y los derechos de los trabajadores.
Por su relato, sabemos que el secuestro fue realizado por miembros del Ejército y de la Brigada de Investigaciones de Quilmes, quienes, previo al suceso, habían hecho tareas de inteligencia en el barrio. No iban “al voleo”. También, conocemos que saquearon las pocas pertenencias familiares.
Manuel había llegado a nuestro país a inicios de la década de los cincuenta del siglo pasado. Pertenecía a una familia de militancia republicana y había sufrido desde muy niño las vicisitudes de la persecución franquista en su país, la cual le impidió escolarizarse en Barcelona, entre otras cosas. Es por eso que hace su educación primaria en la escuela de la fábrica y posteriormente se anota para continuar sus estudios en el nivel secundario.
El 20 de marzo de 1976, despiden a la comisión interna de la fábrica y, aunque se lucha por su reincorporación, muchos de sus miembros terminan encarcelados en Chaco. Este hecho es una pequeña muestra de lo que significó la complicidad empresarial con la dictadura.
Su familia vivió una vida de perseguidos: era la familia de un guerrillero viviendo a cinco cuadras de la casa de Bergés.
Sus restos fueron recuperados por la EAAF del cementerio de Justo Villegas y entregados a su familia en el 2008. Por los mismos, se sabe que fue acribillado a balazos en La Matanza el 5 de febrero de 1977.
*Cobertura realizada por la Mesa de Trabajo ExPozo de Banfield.
Cómo citar este texto: Diario del juicio. 22 de junio de 2021. “La continuidad de la búsqueda”. Recuperado de https://diariodeljuicioar.wordpress.com/2021/06/28/la-constancia-de-la-busqueda/