Junio sigue ardiendo en las memorias disidentes
Desde los violentos disturbios de Stonewall en 1969 a la masacre de la Disco Pulse en este 2016, una vez más en Estados Unidos la violencia y la muerte parecieran ser el producto de la intersección de patrones racistas y sexistas, evidenciando aspectos estructurales que habilitan comportamientos violentos, degradantes y estigmatizantes hacia los cuerpos de sexos, deseos, clases y colores no hegemónicos.
ANDAR en las memorias
Por Gisela Giamberardino y Luciano Fabbri (*)
Junio, 2016. Disco Pulse, Orlando
La noche del 12 de junio se festejaba con música, tragos y bailes la mínima libertad –con horario de entrada y de salida– que puede darnos, casi como un ghetto, un recinto festivo habilitado como boliche gay.
La Disco Pulse llamaba a gozar de su Latin Night a tortas, putos y travestis. Más de 300 cuerpos disidentes, en su mayoría migrantes o descendientes, bailando, encontrándose y festejándose, en ese gran parque de las maravillas y las monstruosidades que es Orlando, usina de las fantasías con las que Disney nos coloniza desde la más tierna infancia.
Sin embargo, el mass shotting (incidente armado donde se mata o hiere a cuatro o más personas, incluyendo el asaltante) en el boliche da cuenta de que no todas las alegrías son bienvenidas, ni siquiera toleradas en el corazón del imperio “Universal”.
La denominada “Masacre de Orlando” dejó un saldo de 53 personas muertas y heridas a más de 60. Pero además de terminar con jóvenes y orgullosas vidas, vulnera libertades, nos asusta, nos da rabia, nos pone en alerta y nos deja una nueva e inmensa herida a toda la comunidad LGTTTBI.
Cuando una puta vida merece ser llorada
Mientras políticos y periodistas alertaron sobre “un nuevo acto de terrorismo”, el padre del asesino descartó una y otra vez el móvil religioso en la masacre, en un inútil intento por disociar su origen afgano del supuesto fundamentalismo islámico atribuido a su hijo. Alimentó más bien la hipótesis de un crimen de odio, invocando una situación que en su momento había desatado la ira de su hijo, Omar Mateen, cuando al ver a dos hombres besándose en la calle expresó: “Dios en persona castigará a aquellos involucrados en la homosexualidad”.
Si en un sistema patriarcal, heteronormativo y racista las vidas de las disidencias sexo-genéricas y migrantes tienen un valor secundario, más lo son cuando sus muertes pueden alimentar la islamofobia, y con ella la legitimidad de la cruzadas imperiales en Oriente y la violación de los derechos civiles en Occidente.
Nuestras vidas, las de las maricas, tortas y travas migrantes ametralladxs en Pulse, fueron rápidamente inscriptas en otro capítulo de las fantasías made in Orlando, mereciendo las condolencias presidenciales y de todo ciudadano del mundo libre. Ya no importaba ni su sexo ni su color, si eran migrantes legales o no, si tenían trabajos precarios o acceso al sistema de salud, si en sus estados les permitían casarse o modificar su identidad de género. Porque al ser inscriptas de esa manera, lo único que importa, el único motivo por el que sus vidas importan y sus muertes devienen llorables, es que habrían muerto fruto del odio que inspiran en Oriente los valores de las libertades democráticas del imperio occidental. De esta manera, el sistema se asegura que llorar muertes de ciudadanxs de segunda tenga alguna utilidad, puesto que lejos de defender las libertades por las que vivimos y luchamos, se apropian de nuestros cuerpos para reforzar la militarización de sus fronteras normativas de sexo, género, raza y clase.
Junio, 1969. Stonewall Inn, Nueva York
Junto a estos recientes y dolorosos acontecimientos es oportuno recordar aquella noche del 28 de junio de 1969, con consecuencias emblemáticas para los movimientos de disidencia sexual en todo el mundo.
El Stonewall Inn era un bar de la ciudad de Nueva York donde la policía realizaba habituales razzias. Y como era y aún es habitual, las vigilancias y violencias institucionales cobran particular ahínco cuando se descargan sobre cuerpos no hegemónicos. Los agentes insultaron y agredieron a las personas del local e intentaron expulsarlas a la calle. La resistencia a ser arrestadxs provocó una batalla campal que se extendió varios días produciendo un muerto, decenas de heridxs y centenares de detenidxs.
Pocas semanas después, a finales de julio de 1969, la ciudad de Nueva York vería nacer el Frente de Liberación Gay (GLF) que, para fin de año, contaría con grupos en todas las ciudades del país y provocaría efectos similares en numerosos países del mundo. En ese mismo contexto histórico nace en Argentina el Frente de Liberación Homosexual (FLH).
En 1985, durante una conferencia internacional de asociaciones LGTTTBI, se decidió elegir el día de los acontecimientos de Stonewall de 1969 como el Día del Orgullo Gay.
Junio sigue ardiendo en las memorias disidentes
A partir de la masacre de Orlando, el mes de junio se vuelve doblemente emblemático para la comunidad LGTTTBI. Y como nuestras memorias no son aptas para enciclopedias escolares, pero sí para calendarios de lucha, debemos sostener también que junio redobla también su carácter pedagógico.
Porque de junio se aprende y con junio se enseña que, en la historia de las opresiones milenarias, el casi medio siglo que separa la rebelión de Stonewall de la masacre de Pulse sigue siendo un tiempo breve para un sujeto político colectivo que aún con mucho sótano, mucha celda, mucha marcha y algunos derechos conquistados, sigue siendo bastante joven.
Porque de junio se aprende y con junio se enseña que la heterosexualidad no es una orientación sexual más, sino un régimen político. Y que sus efectos materiales, y no meramente culturales, son tan palpables como que en una ráfaga de metralleta fóbica en una noche latina de junio ya somos 50 menos.
Porque en junio se aprende y con junio se enseña que si de alguna forma “ya estamos dentro”, lo estamos en un sistema que nos incluye, visibiliza y hasta nos llora, siempre y cuando le convenga a la reproducción de sus intereses, y que por eso no buscamos que incluyan nuestras diversidades, sino que imploten intentando digerir nuestras disidencias.
Porque de junio se aprende y con junio se enseña que celebrar Stonewall no se trata de recordar que “érase una vez un mundo donde hubo discriminación”. Porque acá está Pulse para anoticiarnos que en pleno siglo XXI nos siguen matando por travas, por putos y por tortas, por no encajar, por bailar, por reírnos y juntarnos, y por saber, como dijo Lohana Berkins, que el amor que nos negaron es nuestro impulso para cambiar el mundo.
(*) Nota publicada en revista Cambio, publicación quincenal de izquierda popular, junio 2016.