AUDIENCIA 51 JUICIO “POZO” DE BANFIELD, “POZO” DE QUILMES Y “EL INFIERNO” DE AVELLANEDA Inagotable amor filial
En esta audiencia declararon tres de los hermanos Forti Sosa, secuestrados en Ezeiza en febrero del 77, junto a su madre Nélida Susana Sosa, del vuelo 284 de Aerolíneas Argentinas y llevados al Pozo de Quilmes.
ANDAR en la justicia
(Diario del juicio) Alfredo Forti Sosa inicia su testimonio presentando a sus padres Alfredo Forti y Nélida Sosa como activos militantes sociales comprometidos con la comunidad. Su padre fue médico cirujano en las provincias donde residieron: Santiago del Estero, Córdoba y Tucumán. Su madre, generaba propuestas culturales y educativas en los pequeños pueblos, como la creación de un cine club, un grupo de teatro de campesinos, una campaña de alfabetización. Aún siendo atea trabajaba muchísimo con sectores religiosos de la teología de la liberación, muchos de cuyos miembros fueron asesinados.
En el año 73 la familia fue a vivir a Tucumán para que los niños estudiaran. La intervención militar en el 75 genera una campaña sistemática de secuestros, tortura y asesinatos de “la clase de gente como mis padres”, afirma el testigo. Desaparecen muchos compañeros de trabajo. En ese contexto, el padre de Alfredo logra ser contratado por el gobierno de Venezuela, hacia donde viaja en enero del 77. El mes anterior el grupo familiar llega a Buenos Aires para gestionar sus pasaportes y el 18 de febrero, después de pasar los controles migratorios, suben al vuelo 284 de Aerolíneas Argentinas que trasladaría a Nélida y a sus cinco hijos.
Ya con los motores encendidos convocan a Alfredo Forti a través de los parlantes. Al tener el mismo nombre que su padre y pensando en una confusión, se dirigen él y su madre a la cabina. En la escalinata del avión, varios civiles armados y alguien de la Fuerza Aérea les impiden viajar aludiendo problemas de documentación. Ante el pedido de la orden de un juez, les dicen que no se responsabilizan por los hechos de violencia que pudieran suceder en caso de no bajar. Así, después de esperar que bajaran sus maletas (que les son apropiadas), miembros de la Policía Aeronáutica y la Policía Federal, los trasladan en un ómnibus y luego en dos autos particulares.
Nélida Sosa tenía 41 años. Sus cinco hijos: Alfredo de 16, Mario de 13, Renato de 12, Donato de 11 y Guillermo de 8 años.
En un camino de tierra los atan, vendan y llegan a un garaje. Por escaleras los suben y depositan en un patio donde había cinco calabozos y un baño. Allí pasaron desde el 18 al 23 de febrero. No se les informó de las razones de su detención, aunque su mamá fue convocada dos veces a reunirse con “el Coronel”, supuestamente para gestionar su libertad y traslado a Tucumán. Tampoco pudieron comunicarse con su familia.
Alfredo describe con claridad el espacio de su detención. Mirando hacia arriba veían un segundo y tercer nivel. Seis mujeres les conversaban y cantaban canciones. Una de ellas, llamada Violeta, con un pañuelo en su cabeza y otra, Alicia. Una estaba embarazada. Relata que dormían juntos en un calabozo con su madre. Recibían mate cocido a la mañana y un guiso por comida. En las paredes escribió su apellido, que después se borró por revoques. No recuerda gritos, pero sí la imagen de las detenidas que les cantaban y que se retiraban rápidamente de las rejas, con miedo, cuando se escuchaban ruidos.
El 23 de febrero los sacan y los suben a dos autos, los niños separados de su madre. Alfredo maniatado. Al rato los bajan en el asfalto y cubren con una sábana. Les tiran un bulto con alguna ropa y sus documentos. Al tiempo reconocen que estaban cerca del domicilio de familiares donde habían estado viviendo.
A partir de allí se inicia el proceso de encontrar a su mamá. El regreso de su papá era inviable por las condiciones de inseguridad. Un sacerdote venezolano Alfonso Landi, junto a Alfredo, inició un diario trajín con muchos inconvenientes para poder recuperar sus pasaportes. La jueza de menores Ofelia Heck, les exigió que para poder viajar, declararan que su madre los había abandonado y que les habían robado los pasaportes, a lo que se negaron. Pasaron entonces a la embajada de Venezuela donde se asilaron hasta el momento de poder viajar a Caracas y reencontrarse con su padre.
Incontables fueron las denuncias y gestiones ante organismos internacionales, el Vaticano, la Iglesia. Nunca recibieron respuesta. El embajador en Venezuela, Héctor Hidalgo Solá, quien fuera después desaparecido, colaboró con su padre para promover un hábeas corpus por su madre.
El testigo solicita al Tribunal que se viabilicen las responsabilidades de las personas que omitieron información y/o encubrieron el secuestro de su madre. Entre ellos, la jueza de menores, Ofelia Heck; Ataliva Fernández, responsable del aeropuerto de Ezeiza; el comodoro Carlos Carandoli y el capitán de la nave de Aerolíneas Argentinas, Gómez Villafañe.
En 1984 Alfredo regresa al país y declara ante la CONADEP. Después de muchas búsquedas para confirmar lo que recordaba, reconoció el Pozo de Quilmes como el centro clandestino de detención donde habían sido alojados.
Nunca supieron el destino de su madre, salvo que fue vista en un CCD en Tucumán en muy malas condiciones físicas. Sólo desea seguir su lucha para “llegar al fondo de la verdad”. Recuerda que en el Juicio a las Juntas, se presentó un ciudadano que trabajaba en Ezeiza y que había escuchado ese día, por radio de su jefe, que iba a haber un operativo. Todo estaba claramente ordenado, informado y especificadas las tareas que se iban a llevar adelante.
“Nunca vamos a vivir un momento de felicidad completa por la ausencia de mi madre”, expresa Alfredo. Pero, el ejemplo en las tareas de ayuda al prójimo que realizaba, «constituye una fuerza muy grande, esa fuerza nos hace invencibles”, afirma.
“No nos vamos a rendir nunca”, enfatiza. Lograron salir adelante en sus vidas y en sus profesiones, pero siguen buscando justicia. Concluye: “Hasta el último segundo de sus vidas estos señores tienen la oportunidad de redimirse, dando la información que tienen, las responsabilidades que existen y los destinos finales de nuestros seres queridos”.
“Me afectó grandemente este drama”
Renato Forti Sosa amplía en algunos detalles el testimonio de su hermano Alfredo. Recuerda el descenso del avión, el viaje hasta el Pozo de Quilmes y las condiciones de su detención. También el canto de las detenidas que eran de La Plata y sus breves charlas con ellas.
Las entrevistas de su madre con el Coronel le generaban esperanza de ser liberados. Pero luego los sacaron en dos autos y a ellos los bajaron en una calle. El testigo recuerda la imagen del vehículo donde iba su madre que avanzaba a lo lejos. La gente pasaba, los veía y no hacía nada. Lograron ubicarse y llegar al domicilio de los familiares donde se habían alojado. Con un sacerdote, después de muchos trámites, regresaron a Caracas. Su padre se dedicó a buscar a su madre pero no tuvieron noticias.
Renato cuenta que al comienzo le costó mucho aceptar lo que les había pasado. Se sentía aislado, no socializaba en la escuela por el trauma sufrido, incluso hoy en día. “Me afectó grandemente este drama”, señala y remarca que su madre “era un ser extraordinario, que no se merecía lo que pasó con ella. Era muy buena, muy humana”.
“Un vestido amarillo que quedó marcado en el tiempo”
Guillermo José Forti Sosa relata sus vivencias del secuestro desde la perspectiva de un niño de 8 años. Narra que en todos los preparativos para ir a Venezuela estaba cerca de su mamá. Ya en el avión estaba muy emocionado por lo que sería el encuentro con su papá y fue una enorme sorpresa que su madre les dijera que se tenían que bajar del avión.
El conocimiento como juego de las marcas de los autos, le lleva a afirmar con absoluta contundencia que fueron trasladados en un Ford Falcon y un Peugeot 504. Allí se inició su estado de angustia, llanto y miedo. Recuerda pasar por una oficina con máquinas de escribir antes de llegar a los calabozos, la sala donde estaban dispuestos, el baño (“que no estaba limpio como estaban acostumbrados”), las puertas de reja.
Su memoria trae la imagen de su madre con un vestido amarillo que quedó marcado en el tiempo. También sus conversaciones que eran toda ternura, cariño, tranquilidad. Les daba un poco de paz hablar con ella.
Sencillos juegos infantiles con unas monedas y un dado les permitían cierto tiempo de distracción durante su reclusión. “No sé cuántos días, cuántas horas, pero no terminaba nunca”, afirma Guillermo. También comenta que encontró en uno de los calabozos una cuchara de madera con alambre alrededor y dos cables para conectar a la corriente. Con el tiempo supo que era una picana.
El último día encerraron a la madre sola, vendada y a ellos en otro calabozo. Cuenta cuando los sacaron y desde ese momento la separación de su mamá, que iba en otro vehículo.
“Siempre estará ese vacío en mi vida”, manifiesta. Su madre era “muy cariñosa, tierna, amiga”. La termina de conocer a través de sus hermanos mayores. “El dolor siempre existe y estará presente, pero siempre hemos estudiado, nos hemos destacado como profesionales en honor a ella”, señala y expresa: “Ella hubiera querido vernos así”.
El testigo pide que se haga justicia con esos represores en todos sus niveles, desde el carcelero hasta la máxima jerarquía, a todos los involucrados. Desea que su testimonio sea un aporte para llegar al objetivo último que es la verdad y la justicia.
Así cierra esta audiencia que marca la presencia de Nélida Sosa como ejemplo militante y de amor, desde el recuerdo de tres de sus hijos.
El juez Basílico indica al Dr. Nogueira de la Fiscalía que se consideren los pedidos de Alfredo Forti en relación a la responsabilidad de los funcionarios involucrados.
La próxima audiencia será el martes 14 de diciembre a las 9 horas, en la que testimoniarán Ana Laura Mercader, Fabián Muñoz y Ana María Caracoche.