NUEVO TRAMO Y MÁS AUDIENCIAS «Fue una verdadera cacería humana»
Tras un cuarto intermedio después de la lectura de a elevación a juicio a un nuevo tramo correspondiente a Quilmes se retomaron las audiencias con los testimonios de los sobrevivientes Mabel García y Néstor Rojas, así como de Laura Garack Lenain, cuyos padres están desaparecidos y la íntima amiga de Beatriz Lenain, María Elena Rosas.
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(Diario del Juicio) La audiencia Nº 107 se inició con la lectura de la síntesis de requerimiento fiscal de elevación a juicio correspondiente a un nuevo tramo (605/2010) de Quilmes. En el mismo se tiene como imputados a Jaime Lamont Smart, Roberto Armando Balmaceda, Jorge Héctor Di Pasquale, Carlos María Romero Pavón, Alberto Julio Candioti, Carlos Gustavo Fontana, Guillermo Alberto Domínguez Matheu y Jorge Antonio Balmaceda. Posteriormente a dicha presentación, tanto Romero Pavón, como Fontana, Bergés, Smart, Candioti, Domínguez Matheu, Di Pasquale y Balmaceda se negaron a declarar reservándose el derecho a hacerlo más adelante.
El Juicio de las Brigadas pasó a un cuarto intermedio hasta el martes 13 de junio del 2023 cuando se retomaron los testimonios de los sobrevivientes.
“Había perdido todo en esa maldita Brigada”
Muy emocionada, Mabel García inicia su testimonio narrando cuál era su vida antes de ser secuestrada en su domicilio a fines de julio del 76. Su familia era de trabajadores, peronistas sin militancia. Solo su tío Roberto Morguen, fue un dirigente político quilmeño.
Mabel participó en una unidad básica como única militancia. Asevera que nunca estuvo en ninguna organización revolucionaria. Fue elegida presidenta del Consejo escolar de Quilmes y en paralelo, desarrollaba tareas sociales en el Barrio Los Eucaliptos. Más adelante trabajó como maestra en la Escuela Nº 32 de Solano y se dedicaba a la atención de sus dos hijos.
A raíz del golpe del 24/3/76 tanto ella como su marido, que se desempeñaba en la UTN de Avellaneda, son despedidos. Ante una situación económica muy mala él comienza a vender leña a panaderías, que entrega por la noche. Es así que ella está durmiendo sola con sus hijos de 8 y 6 años, cuando siente una explosión y “gente alrededor mío me saca de los pelos de la cama” pidiéndole armas. “En mi vida toqué un arma”, afirma Mabel. En camisón y descalza la arrastran por el pasillo y suben a un auto que presume era un Torino.
La testigo es ingresada por la esquina de Allison Bell y Garibaldi a la Brigada de Investigaciones de Quilmes y luego, subiendo por una escalera de madera, la llevan a “un lugar grande donde había mucha gente”. Al torturarla siguen interrogándola por referentes políticos y por armas.
En una habitación oscura con piso de madera donde es llevada, se encuentra con una muchacha muy joven que lloraba permanentemente. Se llamaba Anahí, muy chiquita, de pelo rubio. Le habían arrancado las uñas. Estaba aterrorizada. Ambas fueron sometidas sexualmente “todas la veces que quisieron”. “¡Montonera puta!”, le gritaban mientras la ultrajaban. Anahí le señaló a Bergés. Él autorizaba todas las prácticas sexuales aberrantes que el grupo quería. Mabel no olvidó su rostro y confirmó su nombre al reconocerlo años después a través de los medios.
La falta de agua y la comida “que era un asco”, se suman en el relato de Mabel al registro de las duras condiciones en que vivió durante su cautiverio. Allí no había luz y hacía mucho frío. “Había perdido la sensación de hambre, del dolor…había perdido todo en esa maldita Brigada”, afirma. Solo la sostenía pensar en sus hijos.
Tres días después de llevarse a Anahí, Mabel es trasladada a un lugar cercano, la Comisaría 1º de Quilmes. “Tranquila y bienvenida a la vida”, le dice un sargento. “No me voy a olvidar la cara de ese hombre”, relata Mabel. Le dan un tazón de caldo y ropa interior limpia. Pudo bañarse. Había perdido 20 kilos y no tenía fuerzas. Ya era octubre.
Durante su permanencia allí, pudo ver a sus hijos, le llevaban comida sus padres. Se comunicó a través de la celda, con Alejandro Cicogna, un compañero de la unidad básica que conocía. “Vengo del chupadero de Banfield, ¿podés avisar?”, le había pedido. Él fue liberado.
En diciembre la trasladan a la U8 de Olmos. “Perdí el apellido en ese penal. Fui la interna 47”, señala con dolor. Para ganarse la comida le dieron como tarea trabajar en el área de Sanidad, donde presenció partos. “Las mamás se fueron en bolsas negras, los niños se iban rápidamente”, recuerda Mabel. Allí estuvo 10 meses hasta ser liberada.
Detalla que durante su cautiverio fueron varias veces a su casa, robando todo lo que encontraron, las “pequeñas alhajitas” de la abuela. Su hija de 6 años fue apuntada con una Itaka delante de su mamá. “Se llevaron mi vocación, se llevaron a Mabel García, que pude recuperar de a pedacitos”, afirma acongojada.
“Lo único que pido a este tribunal es que este hombre vaya a la cárcel y deje de estar en su casa. Era médico. Las cosas que nos hizo”, exhorta al tribunal Mabel, luego de un valiente y estremecedor relato.
“Estoy enfrentando uno de los desafíos más difíciles de mi vida”
Néstor Rojas declara desde el ex CCD Pozo de Quilmes. Inicia su testimonio relatando que a los 22 años fue secuestrado. El 3 de julio del 75, en tiempos del Rodrigazo, lo levantaron en la vía pública en Florencio Varela y desde allí, a la comisaría 1ª de Berazategui. Rojas precisa que no está incluida dentro de los 29 centros que conformaron el Circuito Camps.
Su siguiente destino fue Puente 12, donde fue torturado sistemáticamente. Posteriormente es llevado a 1 y 60 en La Plata, donde Ramón Camps asiste a su interrogatorio, en “una parrilla, desnudo y atado”. De allí fue al Pozo de Quilmes, donde padeció un invierno muy crudo, casi sin alimentarse.
Relata que una noche lo sacan de su celda y llevan a la “IMPA” (ENET Nº4, Taller Regional Quilmes) donde lo suben a un helicóptero. Le exigían que indicara la zona donde funcionaba la escuela militar del ERP bajo la amenaza de tirarlo al Río de la Plata, pero ante su negativa finalmente lo regresan al Pozo de Quilmes.
Rojas, junto a otros con quienes compartía cautiverio, reconoció el lugar por la cercanía del Hospital. Allí permaneció hasta el 6 de agosto del 75 cuando lo ponen a disposición del Poder Ejecutivo Nacional y es trasladado a la Unidad Nº 9 de La Plata. Recién recupera su libertad el 18/10/83, ocho años y cuatro meses después.
El testigo sostiene que su declaración lo enfrenta a uno de los compromisos y desafíos más difíciles de su vida al estar en ese centro del horror. Recuerda a otros detenidos como Urbano Ciabaglia, Mary Alburúa, “la peti” González, Perié. A ellos suma las historias de Nélida Sosa de Forti y sus hijos, así como la de Silvia Isabella Valenzi, en otros momentos del Pozo.
También recuerda Néstor su infancia en el Chaco santafesino y las marcas que le dejaron las enseñanzas de su abuelo. Recupera el orgullo de su militancia en el PRT/ ERP, como resistencia a la dictadura.
Remarca lo difícil que es transmitir el horror en palabras y por tanto, la necesidad de recuperar la memoria histórica y de sostener los proyectos “que están más vivos que nunca”. Finaliza recitando con fervor los versos de José Martí: “cultivo una rosa blanca para el amigo sincero que me da su mano franca, y para el cruel que me arranca el corazón con que vivo, cardo ni ortiga cultivo, cultivo una rosa blanca”.
“La ausencia se siente toda la vida, no se termina nunca”
Laura Garack, llamada Lara por sus padres Carlos Eduardo Garack y Beatriz Alicia Lenain, relata que desaparecieron el 5/2/1977 cuando tenía un año y ocho meses. Ambos militaban en el peronismo. Ella era maestra y ambos estaban cursando estudios universitarios. Trabajaron en el Ministerio de Transporte donde se conocieron.
Su casa fue saqueada y ella quedó con sus vecinos, a quienes la patota dio una notita con el teléfono de su familia materna. “Como un detalle”, afirma. Beatriz era hija de un coronel del Ejército, con quien tenía una relación distante y que al momento del secuestro estaba de vacaciones, por lo que no hubo posibilidades de comunicarse. Lara permaneció una semana con los vecinos hasta que la recuperaron sus abuelos paternos, a partir de un telegrama recibido por María Elena, la íntima amiga de Beatriz, por su ausencia prolongada y consecuente cesación laboral. Debieron demostrar con documentación que eran sus abuelos, dado que la vecina asumió responsablemente que solo podía entregarla a la persona cuyo teléfono había recibido. “Tuve la suerte de quedarme con ellos, con mi familia biológica”, señala.
La testigo describe su infancia como “muy turbulenta, compleja, difícil…”, padeciendo la ausencia de sus padres. Al estar en 1er grado, el único hermano de su papá, la adopta. Era una familia con otras dos niñas de su edad. “A partir de ahora nos vas a llamar papá, mamá y a ellas, hermanas” le indicaron, pero Lara nunca se sintió querida. A los 11 años, su madre adoptiva lee un diario íntimo en el que ella volcaba su tristeza, la ausencia de amor que vivía. Esto hace que la echen inmediatamente y regresara a casa de sus abuelos paternos. Su familia materna no estuvo presente por los condicionamientos impuestos por los padres adoptantes.
En la casa de los abuelos donde transcurre “una adolescencia complicada” había mucha tristeza. Esperar el regreso de sus padres, era parte de todos sus días al almorzar mirando a través de una ventana. El presagio de un vidente indicando que sus padres estaban vivos, la llevó a fortalecer una espera eterna, permanente. “En algún momento van a regresar”, pensaba. Lara esperaba cada día ese reencuentro que se decía se daría en momentos en que la democracia estuviera firme.
A los 18 años tiene un encuentro con María Elena, quien puso toda la situación en contexto, una época que a Lara le resultaba difícil de entender. Eso le permitió superar el enojo con que vivía la ausencia de sus padres, por no haber sido cuidada en función de sostener una actividad política. Supo así de su conciencia social, sus buenas intenciones y sus ideales. “Ahí entendí que no era por amor a la política, sino al amor por el otro, el amor a mí, y eso resignificó todo”, sostiene Lara.
Pasados casi 50 años, tuvo que cerrar esa espera y decirse “no están vivos”. En el EAFF dio muestra de sangre y allí le comentan que por un testimonio se habían identificado al “Largo” y a “Belinda” y que habían estado en el Pozo de Quilmes. Recientemente, en este juicio, el sobreviviente Fernando García develó que había compartido cautiverio con ellos. Eran Carlos Garack y Beatriz Lenain. Ella estaba embarazada.
“Fue tremenda la noticia. Después de tantos años, recibir información nueva y tan importante, fue un shock enorme. Era algo que desconocía por completo. Fue volver a revivir qué les habría pasado. Sé que puedo tener un hermano o hermana en el mundo”, comparte Laura emocionada. La espera se realimenta en ella. Laura finaliza expresando: “La ausencia se siente toda la vida, no se termina nunca”.
“Le interesaba el mundo, la política”
María Elena Rosas fue amiga de Beatriz Lenain desde el secundario en una escuela de monjas. Al finalizar el ciclo, Beatriz se casó y al poco tiempo se divorció. Entonces fue a vivir a su casa y no volvió a la casa de sus padres, situación que estos no podían aceptar.
Beatriz era muy alegre y divertida. También habilidosa. “Cocinar, coser, tejer, la música… era una persona inquieta intelectualmente y sensible porque le interesaba el mundo, la política”, relata María Elena. Ingresó a trabajar en el Ministerio de Transporte y Obras públicas en el 71, donde se conoció con Carlos Garack.
Comenta la testigo que la pareja se fue a vivir a Villa Domínico, comenzaron a militar y renunciaron al Ministerio. En mayo del 75 nació Lara, ya en Lanús Oeste.
María Elena recibió en 1977 el telegrama destinado a Beatriz, donde le indicaban su cese laboral a causa de las ausencias continuadas. En contacto con la familia de Carlos, supo del secuestro de la pareja y de la violencia operada en la casa, referida por los vecinos. Un mes después y ante la ausencia de información sobre ellos, fue a la casa de los padres de su amiga a comunicarles la noticia. No obtuvo respuestas sobre su posible paradero.
Muchos años después, María Elena supo que Beatriz había llamado por teléfono y hablado con su madre, diciéndole que estaba detenida. Su padre consultó con Viola, quien le indicó que no buscara más. ”Pobre mi hija”, dijo el coronel. María Elena concluye que él la debe haber buscado, ya que era su hija preferida.
“Ella era una buena persona, no merecía ser asesinada”. “No fue una guerra como dicen, fue una verdadera cacería humana”. María Elena Rosas concluye así su emocionado testimonio.
La próxima audiencia se establece para el martes 27 de junio a las 8.30.
*Cobertura a cargo de Adriana Redondo. Cómo citar este texto: Diario el Juicio. 13 de junio de 2023. “FUE UNA VERDADERA CACERÍA HUMANA”. Recuperado de: https://diariodeljuicioar.wordpress.com/?p=1593