ENTREVISTA A ANDRÉS HABEGGER, HIJO DE DESAPARECIDO Exiliado, cineasta, militante, entre otras cosas
Andrés Habegger es uno de los hijos de desaparecidos que conoció a su papá, ya que éste desapareció cuando él tenía casi ocho años. En esta entrevista nos cuenta sobre la militancia de Norberto Habegger y la investigación sobre su desaparición en Brasil que lleva más de 30 años. También Andrés reflexiona sobre el significado de ser hijo de desaparecidos, según su experiencia personal, y también para la sociedad a 30 años de democracia. Con más de cuatro documentales que alternan “la comedia y la tragedia”, Habegger nos adelanta el motivo de su próximo film “El (im)posible olvido”.
¿Cómo es la historia de militancia de tus papás?
Mi padre viene de una militancia en la democracia cristiana, vinculada a la teología de la liberación y la opción por los pobres. Hacia fines de los sesenta se vuelca al peronismo proscripto. Funda Descamisados, una las agrupaciones que en 1973 se suma a Montoneros. Paralelamente Norberto siempre ejerció el periodismo. Oriundo de Arrecifes, pueblito de la Provincia de Buenos Aires, era fierrero y su primer trabajo fue en Automundo, una famosa revista de automovilismo. Después se volcó al periodismo más político. Fue subdirector del Diario Noticias, hasta que lo clausuraron en 1973. Mi mamá también militaba, pero decide abrirse. Entonces, mis padres se separan en 1976, cerca del golpe.
En 1977, mi madre y yo nos vamos al exilio a México y mi padre queda en Argentina militando en forma clandestina. Yo ya tenía ocho años. Mi papá hace varios viajes a México. Me acuerdo la última vez que lo vi en el aeropuerto de México, iba a Río de Janeiro porque tenía una reunión importante. Brasil se utilizaba como una base porque era un territorio menos peligroso. No se sabe bien qué sucedió, si había información de esa reunión o qué, y ahí lo secuestran. Él tenía que llamar a los pocos días y ese llamado nunca llega, así confirmamos su desaparición.
El primer documento que publica Amnesty Internacional sobre la situación en la Argentina tiene el testimonio de dos personas que estuvieron presas en centros clandestinos de detención y luego fueron liberadas. Ahí ellos cuentan que hubo tres militares argentinos, en un operativo del Batallón 601, que viajaron a Río a un operativo conjunto con militares brasileros.
¿Cómo saben que desapareció en Brasil?
Está registrado que entró a Brasil y no volvió a salir. Mi madre hizo muchas denuncias en ese momento. Intenta viajar a Brasil pero no tenía garantía por su seguridad, entonces sigue la búsqueda a la distancia. Le escribe cartas al presidente, al ministro de Defensa, a Oscar Camilión que era embajador argentino en Brasil y lo conocía a mi padre de la profesión porque había sido periodista en Clarín. Esas gestiones no obtuvieron grandes resultados, pero en esos años tuvimos la primera prueba oficial de que se registró su ingreso al aeropuerto de Brasil. Eso lo terminé de confirmar yo el año pasado cuando fui y pude ver documentos desclasificados del Archivo Nacional de Brasil.
Hay datos de que estuvo secuestrado en un centro clandestino en Buenos Aires…
El caso de mi padre es de esos en que hay muy poca información. No sabemos si lo secuestraron al salir del aeropuerto, en el hotel, cuándo lo trasladaron a Argentina, en qué lugar certeramente estuvo, cuándo murió. En esos documentos dicen que la última vez que lo vieron fue a fines de 1978 en un lugar dependiente de Ejército. Por lo que pude reconstruir creo que estuvo en Campo de Mayo. De 1978 a 1979 en Campo de Mayo no hay sobrevivientes, no hay forma de saber si alguien lo vio ahí.
En noviembre del año pasado viajaste a Brasil. ¿Qué estuviste haciendo allá?
Fue un viaje interesante en relación a la historia de la desaparición de mi padre. Mi padre desapareció en agosto de 1978, en lo que se denominó Plan Cóndor. Es uno de los cinco desaparecidos argentinos en Brasil. Allá están viviendo un momento de mucha movilización y apertura, a pesar de que Brasil volvió a la democracia en 1985 es como si fuera Argentina 1986. Quizás es un proceso más parecido a Chile, con mucha lentitud. Y recién ahora están en plena efervescencia, abriendo cosas y empezando a preguntarse.
Existe un decreto de la dictadura, vigente aún, que prohíbe a la justicia abrir procesos judiciales contra personal militar…
Brasil tuvo una dictadura con simulacro de democracia. Había un esquema con Parlamento y dos partidos permitidos. Los brasileños dicen que eran el partido “Si, sí” y el partido “Sí, señor”. Obviamente partidos que comulgaban con el régimen y la represión no fue tan sangrienta como acá o como en Chile. Eso hizo que siempre hablaran de una “dictablanda”.
En 1979 se dictó una ley de amnistía por la cual no puede haber juicios. Después de un proceso iniciado por Lula y que Dilma concretó se forma la Comisión Nacional de la Verdad, y a partir de ahí se crean más de 20 comisiones estaduales y las universidades participan. En ese marco fui a Brasil para contar mi historia en la Comisión de la Verdad de Río de Janeiro, no para un juicio, sino para empezar a juntar datos. Estas comisiones pueden dar cuenta de lo que sucedió y eso después puede abrir otras puertas a nivel judicial.
[pullquote]En Brasil están viviendo un momento de mucha movilización y apertura, a pesar de que volvieron a la democracia en 1985.[/pullquote]
Ni mi madre ni yo habíamos ido nunca a Río de Janeiro. En el caso de mi padre se sabe que fue un operativo conjunto de militares argentinos y brasileños, pero no hay más detalles. Me invitan a declarar y aporté todo lo que yo investigué hasta ahora sobre mi padre para que ellos continúen en el país. También están los casos de Horacio Campiglia y Susana de Binstock de quienes se supo que llegaron en un avión y los secuestraron en el aeropuerto de Río de Janeiro. En el caso de mi padre, yo ahora confirmé que no lo secuestraron en el aeropuerto. Hay un documento que reconoce el ingreso al país pasando por migraciones.
Mientras secuestran a tu papá, vos estabas en México. ¿Qué recordás del exilio?
Hay sensaciones muy contrastantes con el exilio. Fue una partida obligada y, aunque está dentro de América Latina, México y Argentina son dos universos distintos. Yo venía de comer milanesas con puré y pasé a comer frijoles, tortillas y comida picante. Doy ese ejemplo a nivel cotidiano porque la comida fue una de las cosas que más me costó. México fue por un lado el desarraigo y por otro lado la libertad. Yo en México empecé a decir quién era en la escuela. Durante los últimos años acá no podía decir nada, qué hacía mi papá ni qué hacía mi mamá. Tenía que tener mucho cuidado. En Buenos Aires, estando con mi papá en el ’77, sabía que si nos paraba la policía él no era Norberto, sino Héctor. Todo eso con siete años. Por eso llegar a México fue la absoluta libertad. A diferencia de otros que viajaron de acá para allá, mi exilio fue estable, viví siete años en el DF, me hice amigos mexicanos. Cuando volví a Argentina, en 1984, mis compañeros de secundaria me llamaron “el chapulín” porque tenía el tonito mexicano.
[pullquote]México fue por un lado el desarraigo y por otro lado la libertad. Empecé a decir quién era en la escuela.[/pullquote]
Como hijo de desaparecido, como exiliado, como cineasta, como militante has pasado por diferentes etapas. ¿Las podés caracterizar de alguna forma?
Sí, claro. Diría que son igual que las etapas de cualquier hijo, un poco más radicalizadas. En relación a la figura del padre, primero hay un momento muy fuerte de mandato, de heroísmo de los padres que lucharon y perdieron la vida por lo que luchaban. También hubo padres que desaparecieron y no son muy rescatables. Es un sentimiento muy fuerte donde uno tiene cierta mimetización con la figura heroica del padre. Yo tuve todo mi período de militancia a fines de los 80 y principios de los 90, donde quería continuar cierto mandato muy fuerte de eso.
Después tuve un período de cierto enojo, para el otro lado, donde yo sentía muy fuerte esa dicotomía de: “o era padre o era militante”, no se podía ser las dos cosas a la vez. Que entre ambas cosas, mi papá había elegido ser militante y por eso me había abandonado a mí. Lo digo así crudamente.
Y después uno llega a un punto intermedio; entendí que mi padre siguió siendo mi padre, no dejó de serlo por su militancia. Y yo encontré mi lugar que no es la militancia, sino hacer cine. Busco hacer algo creativo con todo lo que me pasa, con lo que siento, con todo lo que tiene que ver con mi historia, para transformarlo en otra cosa.
Y en términos cinematográficos, ¿eso cómo se traduce? Tenés películas de todas las etapas….
En general, en mis documentales, alterno la tragedia y la comedia. Historias Cotidianas (H) es el primer documental que hice, son historias de hijos de desaparecidos. Cuando los santos vienen marchando es sobre una orquesta infantil de música clásica. Y así voy alternando. Luego Imagen Final, sobre la muerte del camarógrafo argentino Leonardo Henrichsen en el golpe de estado de Chile. Y el último Cirquera sobre una familia de artistas circenses.
¿Y ahora estás armando un nuevo documental a raíz de la investigación sobre tu padre?
El viaje a Brasil tuvo que ver con eso, estoy en pleno desarrollo de un nuevo documental que se va a llamar “El (im)posible olvido”, hay un juego con el olvido posible y el imposible, con la idea de la memoria y el olvido. No quiero hablar de la memoria sino del olvido, como su contrapartida.
Hace dos años recuperé un diario infantil que yo empecé a escribir antes de que mi papá desapareciera, en un cuaderno que él me regaló. Paradójicamente es un cuaderno con el logo oficial del Mundial 78 que me llevó a México. Escribí durante dos meses y dejé de escribir automáticamente cuando él desapareció. De todo lo que está escrito en el diario yo no tengo el más mínimo recuerdo. Tenía nueve años, pero no me acuerdo nada de nada. Y también recuperé siete u ocho cartas que mi padre me escribió en ese último año. Allí vuelvo a recuperar un padre, él me habla de cosas muy cotidianas. Plena militancia, plena dictadura y todos los meses me seguía mandando a México la revista Billiken, yo la coleccionaba cuando vivía acá. Aplaudo que no haya sido tan radical como para censurar una revista que fue en parte la expresión de la dictadura para los niños. En las cartas me contaba un poco lo que estaba haciendo acá, la lucha y la militancia. Pero además ejercía su paternidad. Esas cartas fueron centrales porque recuperé un padre que no tenía. No me acordaba nada. Y eso me empezó a llamar mucho la atención. ¿Cómo teniendo nueve años no tengo ningún recuerdo? La idea de la película no es hacer un documental histórico, sino que quiero completar hoy la escritura de ese diario que no pude terminar en su momento. Reflexionar cómo se convive con esas figuras ausentes hoy. Me interesa más hablar de la historia desde el hoy que hacer un relato cronológico. Cuando nacen mis hijos, nace una figura nueva que es un abuelo desaparecido, que antes no existía y ese es el hoy.
[pullquote]La idea de la película no es hacer un documental histórico, sino reflexionar cómo se convive con esas figuras ausentes hoy.[/pullquote]
El resto de “los hijos” también han pasado por diferentes etapas…
Me cuesta hablar genéricamente porque a mí me pasa algo particular. Cuando yo tuve mi primer acercamiento a la agrupación HIJOS, yo ya estaba saliendo de la etapa de militancia y ese período de identificación con mi padre. Además, soy más grande. La mayoría de los hijos nacieron a partir de 1975 – 1976, el momento más conflictivo. Eran muy pequeños cuando los padres o madres desaparecieron. Somos menos quienes conocimos y recordamos a nuestros padres, teniendo siete u ocho años. Eso marca una diferencia importante.
A mitad de los noventa, pleno menemismo, era el momento más fuerte políticamente de la aparición de la agrupación HIJOS. Los escraches, los indultos, fueron los años políticamente más explosivos. Había una cuestión de mandato absoluta. No había diferencia entre la lucha de los padres y la lucha de los hijos. Los hijos eran porque los padres habían sido. Y el contexto empujaba a esa línea. Yo ya estaba saliendo de esa línea, pero fue muy importante lo que se hizo en la segunda mitad de los noventa. Creo que ahora hay un proceso de mayor maduración y tiene que ver con el paso del tiempo, donde en general se encontró más un equilibrio. Esa generación hoy es la generación políticamente activa, como el caso de Martín Fresneda en la Secretaría de DDHH. Y aparte los hijos empiezan a ser padres/madres y eso modifica también la perspectiva.
Y para el resto de la sociedad, ¿qué significa ser hijo de desaparecido?
Es interesante para pensarlo; son muchos aspectos complejos. Yo como hijo lo que intenté siempre es escaparme de la victimización. Mi papá desapareció y a nivel personal y familiar es una tragedia, tal vez parecida a otro tipo de tragedias sin implicancia política. Yo no creo que tenga más derechos porque mi padre desapareció. Sí, cuando salió la ley para que los hijos no hagamos el servicio militar me pareció lógico. A mí me tocó el sorteo antes de esa ley. En la entrevista para el ingreso me preguntan: ¿su padre vive? Contesté: no sé. Desapareció en 1978, usted qué cree? Luego hice el trámite para acreditar que era sostén de familia de madre viuda, pero no tenía el certificado de muerte de mi padre. Estas cosas complejas se cruzan.
Yo soy muchas cosas, entre ella además soy un hijo de desaparecido. Eso es muy fuerte, pero no me paro en el mundo desde ese lugar. Eso no es sólo lo que otorga identidad. Otra cosa compleja es que la figura de desaparición perpetúa el delito a nivel judicial, perpetúa la incertidumbre: dónde, cuándo, cómo y quién? El duelo se hace mucho más complejo, más largo. En Argentina surgió esta figura de desaparición forzada que no es igual que la muerte. En Brasil hubo también leyes reparatorias para los desaparecidos, donde estaban incluidos los argentinos. Entonces, para recibir la indemnización, es necesario que los den por muertos. Y un día me mandaron por correo de Brasil el acta de defunción, no dice dónde, ni cuándo ni cómo murió. Fue una solución burocrática. Eso en Argentina fue una gran pelea. Si el Estado admite su muerte, tiene que decir: dónde, cuándo y quién lo mató.
¿Qué reflexión hacés ahora que la democracia cumplió 30 años?
Lo más rico de estos 30 años es justamente esta continuidad en el tiempo. Yo les decía a los brasileros que si los juicios se dan y el estado acompaña este reclamo es porque pasamos los años 80 conflictivos, los 90 de impunidad y ahora llegamos a esta situación. Lo logramos por la lucha de las Madres, de las Abuelas, de los HIJOS, etc. Y una decisión política fuerte. El tiempo permite que el proceso se enriquezca. Hoy hay una cantidad de jóvenes militantes increíble, se politiza la vida cotidiana, esto es producto de los 30 años de democracia. Los pibes de 17 años que discuten política van a ser políticamente activos dentro de 20 años. ¿Qué más garantía de continuidad democrática que eso?
[pullquote]Yo como hijo lo que intenté siempre es escaparme de la victimización. [/pullquote]
¿Cómo creés que va a seguir el juicio por el Plan Cóndor?
Estuvimos tres años esperando el comienzo, que había quedado en la cola cuando se comenzaron todos los juicios por delitos de lesa humanidad. Por fin empezó en marzo de 2013. Ese juicio tiene 106 casos, de los cuales la mayoría son extranjeros desaparecidos en la Argentina. En la apertura de ese juicio el alegato del fiscal nombraba a todos los que fueron los representantes de las dictaduras de América Latina. Es muy interesante que la justicia nombre no sólo a Videla, sino también a Stronessner, a Pinochet; eso le da un marco de institucionalidad muy fuerte, son 24 militares imputados. Lamentablemente de los 106 casos hay 44 en los que el único imputado era Videla. Entonces, al morirse Videla, quedan sin juzgarse esos casos. Ahí entró el caso de mi padre y de los otros dos desaparecidos en Brasil. El juicio sigue, nosotros vamos a testimoniar para dar cuenta de la existencia del Plan Cóndor, pero ya no va a haber condenas en relación a nuestros casos, lamentablemente.
La entrevista fue realizada en el programa de radio Puentes. Aquí puede escucharla completa.