MASACRE DE QUILMES Estaba en la comisaría porque no había cupo en un centro de adicciones
“¿Querés que cuente un poco sobre Manuel? Es duro hablar sobre él”. Así comienza Isabel Figueroa, la mamá de Manuel Figueroa, uno de los chicos muertos en el incendio de la comisaría 1° de Quilmes. Manuel tenía 16 años y problemas de adicciones. Fumaba paco desde hacía un tiempo; el 23 de septiembre de 2004 una vecina del barrio que lo conocía desde chico alertó a la policía y fue detenido por intentar robar una bicicleta. El juez le ofreció internarse unos días en la comisaría 1° de Quilmes hasta que hubiera un cupo en un centro de atención para adictos. En diálogo con ANDAR, Isabel cuenta esta historia.
ANDAR en Quilmes
(Agencia) “Cuando nos entrevistamos con el juez, él le dijo a Manuel que tenía que hacer un tratamiento por el tema de las drogas. Por el robo de la bicicleta me permitían llevarlo a casa pero la verdad es que Manu estaba mal y el juez le ofreció un tratamiento de rehabilitación que él aceptó. Yo necesitaba ayuda, ya la venía pidiendo en el juzgado hacía como un año y medio. Cuando este juez le ofreció un lugar cerrado, entonces dijimos que sí”.
“Manuel estuvo yendo a un CPA (centro de prevención de las adicciones) pero para él no servía; creo que no sirven para nadie. En el CPA no le dieron nunca una salida: lo atendían 15 minutos, le hablaban pero lo largaban solo. Cuando volvía a casa ya volvía fumado de nuevo. El juez le dijo que no había cupo, que había que esperar unos días pero le ofreció internarse en la comisaría 1° de Quilmes. Se suponía que iban a ser poquitos días y lo llevaban ahí porque era un lugar acondicionado para albergar menores. Él pasó 27 días antes del incendio, cumplió 17 años adentro. El cupo nunca apareció”.
“Yo iba todo el tiempo al juzgado a reclamar. Nadie se conectaba, ni me llamaban para darle un lugar a Manuel. Me decían que no había nada, que esperara, que tenga paciencia. Y pasaron los días… hasta que lo mataron”.
“Estando en la comisaría yo lo iba a ver todos los días. Manuel era un pibe que comía mucho, mucho y cualquier cosa. La comida que ellos les daban era horriblemente fea. ‘Me dan papas crudas para comer mami’, me decía. Entonces yo le traía todos los días la comida a mi hijo… le traía bastante pero la compartía con los otros chicos”.
“Manuel me pedía que lo saque de ahí. Me contó que lo hacían pelear con los otros chicos. En la última visita que estuve con él, el día de la madre, siempre con una reja de por medio, sin poder abrazarlo, besarlo, nada, vi que tenía moretones (señala las costillas y brazos).
-Mami, ¿no conseguiste nada?, me dijo.
-No, pero mañana voy a ir de nuevo (al juzgado) así sabemos qué van a hacer con vos. Voy a pedirle al juez que me atienda para saber si te consiguió un lugar. ¿Qué te paso ahí?- señalando los moretones.
– Es que estos giles me sacan (de la celda) y me hacen pelear, contestó. Y si no quiero pelear, me pegan.”
“Yo me enteré de casualidad lo del incendio. Ese jueves lo tenían que trasladar al juzgado para entrevistarse con el juez y para que lo vea un médico porque estaba lleno de sarna. Se la había agarrado ahí adentro, todos tenían. Yo estaba a las 8 de la mañana en el juzgado, me encuentro con otra mamá y cuando le pregunto qué estaba haciendo ahí me dice: ‘¿no te enteraste? Hubo un motín y no sabemos dónde están los chicos’. Yo me acerque a la ventanilla y pedí hablar con alguien del Juzgado 2 y me mandan a ver a Viviana Suárez (secretaria de Minoridad, en aquel momento) que estaba en el primer piso. Ella me vio y me abrazó, me dijo que me quede tranquila, que mi hijo era grande, sano… que se iba a poner bien. Ahí me aclaró que no sabía mucho, ni dónde y en qué condiciones estaba Manuel. Yo no entendía nada y me imaginaba lo peor. Me tuvieron sin decirme nada hasta el mediodía que me avisaron que estaba internado en la clínica del niño en Quilmes”.
“Cuando llegué, me llevaron para verlo a terapia intensiva. No me podía arrimar a él, tenía un tubo al lado, un respirador, una sábana que lo tapaba entero y un policía lo estaba custodiando. Levanté la sábana para tocarle los pies y veo las esposas en su pie, estaba atado a la cama. En la cama siguiente estaba el chico Moreno en las mismas condiciones: con otro policía de custodia y esposado a la cama. Mi hijo estaba en coma, no pude quedarme. Me mandaron a mi casa hasta el nuevo parte médico y no lo vi más… cuando volví a buscar el parte médico Manuel había fallecido. Lo tuvieron en la morgue judicial dos meses y me lo entregaron en un cajón cerrado, recién ahí lo pude enterrar. No lo volví a ver jamás. Mi último recuerdo con él es aquel día de la madre cuando me dijo que le habían pegado”.
“Después del incendio, yo caí en una gran depresión, no quería vivir más, me encerré, no quería hablar ni siquiera con mis otros hijos, sólo quería morirme. En esos días ponía la tele para que haga ruido pero un día escucho una encuesta que estaban haciendo en canal 26: ¿hubo golpes o no hubo golpes en la comisaria 1° de Quilmes?; los cuatro chicos muertos ¿fueron por los golpes? Ahí yo me entero que habían muerto cuatro chicos… que había muerto Diego Maldonado primero. Era mi hijo el que murió para mí, no me interesé por los otros. Después me enteré que hubo otros chicos muertos”.
“Al cura de la parroquia de Don Bosco no lo conocía. Él si la conocía a Telvi, la mamá de Diego Maldonado- otro de los chicos que perdió la vida aquella noche- porque Diego andaba con el tema de la drogas y, como el cura ayudaba a algunos de los pibes, Diego empezó a ir y así se conocieron. Al tiempo me vinieron a buscar a mi casa, ellos dos fueron los que me sacaron y me abrieron los ojos. Gracias a ellos empecé a salir de nuevo. Nos íbamos día por medio a La Plata, me pasaban a buscar y me llevaban. Creo que me hubiese muerto también si no estaban conmigo”.
“Nunca me tomaron declaración antes de este juicio. Nadie se acercó para preguntar nada, nada de nada. En su momento Arslanián, del Ministerio de Seguridad, me ofreció asistencia psicológica y fuimos a asistencia de la víctima mil veces. Llegamos a ir a lugares que nos mandaron y nos volvíamos porque sentíamos que era una cargada: viajábamos porque nos decían que nos iban a atender y cuando llegábamos nos decían que nadie había comunicado nada. Nunca nos dieron asistencia en ningún sentido”.
“La noche que mi hijo murió fui a la comisaría a hablar con Soria. Cuando me recibió se rodeó de toda la patota que él tenía. Yo era una mamá sola y ¡se estaba protegiendo de mí! Me dijo: ‘quedate tranquila, mami, que ya sabemos quién prendió el fuego’ ¡A mí qué me importa quién prendió el fuego! ¡Mi hijo estaba muerto y nunca se hicieron cargo! Jamás reconocieron el mal trato, los golpes, los insultos… dormían peor que perros…pero mi hijo me lo decía y yo creo en mi hijo. Los chicos cuentan que la policía les decía cosas como ‘ustedes tendrían que haber muerto todos, porque son todos chorros’”.
“Lo único que le puedo decir a una mamá o un papá que tiene a sus hijos detenidos es que no los dejen solos. Algunos padres piensan que es mejor que se queden ahí adentro para que aprendan. No tienen que hacer eso jamás con los chicos: hay que estar siempre, la familia es muy importante para ellos. Una vez un periodista me preguntó: ¿qué le dirías (a los policías) si los tuvieras enfrente? Lo único que me sale es preguntarles ¿por qué tanta saña? ¿Por qué? Nada más que eso, porque no soy como ellos, jamás les levantaría la mano… Nunca me pude explicar por qué tanta maldad”.
En Andar toda la cobertura del juicio:
Testimonios: Marcelo López, el papá de uno de los sobrevivientes
La inspección ocular: Los gritos podían escucharse desde todas partes
Las voces de las víctimas: declararon los sobrevivientes
Testimonio exclusivo: Pelagio Giménez, el papá de Elías
Cómo comenzó el juicio: Romper el silencio