DECIMOCTAVA AUDIENCIA DEL JUICIO LA CACHA “Enardecidos con mi apellido, me torturaron cinco veces con picana”
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(Por Sebastián Pellegrino, Agencia) En 1977, durante una breve estadía en Formosa, Berta Noemí Itzcovich junto a dos compañeros del secundario que habían asistido al velatorio de un compañero fallecido, fueron detenidos por la policía provincial y alojados en alcaldías durante varias jornadas. Finalmente fueron trasladados en avión hasta La Plata con destino a La Cacha, el Centro Clandestino de Detención que funcionó en la vieja planta transmisora de Radio Provincia.
Los tres (Noemí Itzcovich, Daniel Talarico y Silvia Cavechia) eran estudiantes del colegio de 1 y 38 de La Plata y militantes de la Unión de Estudiantes Secundarios –UES-. En La Cacha, los dos primeros serían alojados en la planta baja; Cavechia, en el sótano.
“A mí y a Daniel nos tiraron contra una pared en una sala en la que había por lo menos 30 personas. Los primeros interrogatorios fueron sobre la afiliación política y la militancia. En mi caso, se enardecieron especialmente con mi apellido porque decían que era judía. No sabían que sólo por parte de madre se es judío y que, además, yo había sido bautizada en iglesia católica. Me torturaron cinco veces con la picana”, describió Noemí, el viernes 4, durante la decimoctava audiencia del juicio conocido como La Cacha.
Ante los magistrados del tribunal Oral en lo Criminal Federal 1 de La Plata, la víctima-testigo enumeró los apodos de los interrogadores y guardias que todavía recuerda: Palito (por su parecido físico a Palito Ortega), Mister X, el Negro, el Francés, el Oso. Sobre este último, el expenitenciario Raúl Acuña, coincidió con los recuerdos de muchas de las víctimas que ya declararon en el juicio: era especialmente violento, alto y de gran contextura, que pateaba, daba trompadas y picaneaba a los interrogados.
“Ellos estaban en un estado de nerviosismo continuo, supongo que por el consumo de drogas y de alcohol. Una vez, uno de los guardias, creo que Palito, me preguntó ‘¿Qué harías si me vieras afuera? ¿Me matarías?’ No todos eran igualmente violentos, pero tampoco puedo diferenciar los tratos de cada uno de ellos, más aun teniendo en cuenta que éramos sometidos a torturas permanentemente”, señaló Itzcovich.
También afirmó que entre los torturadores había una mujer “que estaba muy ensañada, muy cebada y era fuerte allí”, y que en una oportunidad se le presentó “un cura con acento especial, que me dijo que tenía que decir toda la verdad. El cura me absolvió y luego se fue”.
Sobre las condiciones de vida en el centro clandestino, la víctima-testigo recordó que había guardias que repartían la comida y llevaban a los detenidos al baño, pero “cuando se les antojaba. La mayoría de las veces te tenías que hacer encima porque ellos estaban borrachos. Esos mismos guardias que repartían la comida y nos acompañaban al baño eran los que nos llevaban a la sala de interrogatorios, que quedaba fuera del edificio en el que estábamos alojados”.
“Nosotros fuimos ingresados a La Cacha en invierno, no recuerdo el día ni el mes, pero sí que hacía mucho frío, tanto que lo siento hasta el día de hoy. Entre las torturas, nos sometían a duchas de agua fría en un baño con la puerta abierta. Para ellos eso era un espectáculo y teníamos que soportar todos sus chistes y vulgaridades”, agregó.
Luego de interminables semanas de torturas y tormentos, los tres compañeros fueron informados de que serían “trasladados”. Efectivamente, fueron llevados a la comisaría 8º de La Plata y después liberados. Al ser ingresada a la comisaría, Itzcovich, encapuchada y en un ataque de nervios, oyó una voz “que me sonaba familiar, muy dulce y comprensiva. Esa persona me decía que lo peor ya había pasado y que, lo que me hubiera ocurrido antes, no me volvería a ocurrir”.
La víctima-testigo no supo nunca si esa voz correspondía o no a la de su tío Miguel Ángel Bellomo, quien trabajó en esa comisaría durante los años 1976 y 1977 y que declaró como testigo hace algunas semanas en el juicio La Cacha.
“Fui a ver a monseñor Plaza y no me atendió”
Gustavo Callejas, exgerente de área de la Petroquímica General Mosconi, fue el otro testigo que declaró durante la decimoctava audiencia del juicio La Cacha. El 12 de mayo de 1977 recibió la noticia de que habían secuestrado a María Seoane, que trabajaba en el área de Callejas y que era conocida suya desde antes. “María había estudiado psicología junto con mi esposa y había ido varias veces a mi casa. Incluso yo conocía a su hermana Inés, que también estudiaba psicología y que fue quien me avisó del secuestro de María”, relató Callejas.
El testigo relató las gestiones realizadas desde aquél momento: se entrevistó con uno de los máximos jefes de la petroquímica, de apellido Barragué; en gobernación, realizó averiguaciones ante el general Viana, quien se limitó a informar que el Ejército no había sido el autor del secuestro de la trabajadora; también se presentó ante el Ministerio del Interior de la Nación y sólo recibió una larga lista de detenidos “legales”; y quiso reunirse con monseñor Plaza, pero no fue recibido: “El apoyo de Plaza al golpe fue evidente”, afirmó.
Según el testigo, la gerencia general de la petroquímica estaba integrada por militares encuadrados en “la ideología industrialista de Mosconi, por lo que ya desde 1975, a partir de un decreto de Italo Luder con el cual se avizoraba la liquidación del patrimonio argentino, nos habían advertido a la plana gerencial que se venían tiempos difíciles para la empresa”.
“Los militares que estaban en Mosconi rechazaban el proyecto del proceso y pensaban que las muertes, la violencia y las desapariciones eran el paso previo para la posterior entrega al mercado de las riquezas de todos los argentinos. Cuando ocurrió el secuestro de María ya había ocurrido la primera desaparición de un trabajador de la petroquímica: Ana María Sansón”, detalló Callejas.