LOS VIAJES DE ADOLFO POR EL CONTINENTE BAJO LA MIRADA DE ESTADOS UNIDOS En nombre de los pueblos de América Latina
Un encuentro con Lula y una detención en San Pablo. La caminata junto a las víctimas de la masacre de Ayacucho en Perú. Charlas en Chile para desactivar el conflicto por el canal del Beagle. Y también el día que le prohibieron entrar a Uruguay. ¿Qué hizo Adolfo Pérez Esquivel tras ganar el premio Nobel de la Paz en 1980? Siguió recorriendo América Latina. Ese itinerario tuvo un gran interés para el Departamento de Estados Unidos. A través de las diferentes embajadas en el continente, los viajes de Adolfo fueron registrados y reportados minuciosamente. La principal preocupación de la diplomacia norteamericana: sus declaraciones públicas en contra de la intervención política, económica y militar de los Estados Unidos en El Salvador.
ANDAR entre archivos
(CPM/Agencia Andar) Para la embajada de los Estados Unidos en Argentina Adolfo Pérez Esquivel era “obviamente un hombre de buena voluntad”. Así llegó a caracterizarlo el embajador Frank Ortiz en un reporte de noviembre de 1983. Esta idea fue la que generalmente predominó en la diplomacia con sede en Buenos Aires. Está profusamente documentado el interés que despertaba su militancia por la no violencia, a tal punto que luego del anuncio del premio Nobel de la Paz, cuando la junta militar intentó desprestigiar la figura de Adolfo, la propia embajada desacreditó este posicionamiento.
“Quiero hacerlo en nombre de los pueblos de América Latina, y de manera muy particular de mis hermanos los más pobres y pequeños, porque son ellos los más amados por Dios; en nombre de ellos, mis hermanos indígenas, los campesinos, los obreros, los jóvenes, los miles de religiosos y hombres de buena voluntad que renunciando a sus privilegios comparten la vida y camino de los pobres y luchan por construir una nueva sociedad”, decía Pérez Esquivel el 10 de diciembre de 1980 en el acto de ceremonia de entrega del Nobel. En nombre de los pueblos de América Latina.
Ese compromiso con los pueblos latinoamericanos estuvo en toda la vida militante de Adolfo: la creación en 1973 del Servicio de Paz y Justicia —actualmente con presencia en 12 países del continente— es la primera expresión de ese largo camino. Pérez Esquivel acompañó esas luchas colectivas, puso el cuerpo en manifestaciones, marchas, huelgas, se reunió con líderes populares, inició reclamos ante organismos internacionales y autoridades gubernamentales, pidió por los derechos de los pueblos a vivir dignamente.
Ese compromiso con los pueblos latinoamericanos oprimidos, que le valió el galardón del parlamento noruego, lo ubicó muchas veces en contextos y situaciones que fueron observadas y registradas por las diferentes embajadas norteamericanas en América Latina y reportadas al departamento de estado en Washington. De una u otra manera, las causas que Adolfo acompañó generaron especial atención.
De todas ellas, hay una que fue especialmente observada por la diplomacia estadounidense: el caso de El Salvador. Pérez Esquivel fue muy crítico de la intervención de EEUU en la vida política de ese país. A los pocos días del anuncio del Premio Nobel en octubre de 1980, la embajada de Buenos Aires elaboró un informe cuya principal preocupación se centraba en la cuestión.
El documento advierte que la premiación de Pérez Esquivel puede constituir un impulso para el sentimiento europeo anti junta militar de gobierno en El Salvador. Seguido a esto, describe detalladamente el posicionamiento del premiado que, según el informe, se ha manifestado repetidamente de manera crítica respecto de la Junta de Gobierno como del apoyo recibido por el gobierno de los Estados Unidos.
Sobre ese punto, el informe describe un intercambio con un periodista en el que Adolfo manifestó especialmente su preocupación por el apoyo de los Estados Unidos al régimen mediante la provisión de armas. Ante el argumento del periodista que describe la ayuda como algo centrado en la comunicación y el transporte, Adolfo concluye que de todas formas se trata de un apoyo a las fuerzas armadas de aquel país.
De las declaraciones a la prensa, la Embajada de Estados Unidos en Argentina recoge otra cita que resumen la posición de Adolfo Pérez Esquivel: la junta militar de gobierno en El Salvador es un agente de “un sistema económico y social injusto que genera violencia”.
El tema vuelve a aparecer en los documentos desclasificados. Durante una visita a Brasil en los primeros meses de 1981, Adolfo declaró: “La solución para los problemas de centroamérica, no sólo El Salvador o Guatemala, se debe encontrar mediante la negociación política más que una alternativa militar”. Los dichos amplificados por la prensa local, fueron informados por el cónsul norteamericano de San Pablo en un cable diplomático que remitió a la embajada en Buenos Aires y al departamento de estado en Washington.
El apartado 3 de un reporte que describe minuciosamente las diferentes actividades de Adolfo durante la visita, presenta de este modo la cuestión: “un tema constante en las proclamas públicas de Esquivel relacionadas con la probable campaña de intervención directa de Estados Unidos en El Salvador”. Según el cónsul Adolfo también “criticó a los Estados Unidos por suministrar armas a El Salvador. Y criticó la posición de derechos humanos de la administración Reagan, respecto de la posibilidad de que los militares de Estados Unidos intervengan El Salvador e impongan sanciones económicas contra Nicaragua”.
En la reseña sobre la visita de Adolfo a Brasil hay otros dos hechos de enorme relevancia: uno histórico, el otro personal. Al comienzo de su viaje, la noche del 19 de febrero, fue detenido durante 45 minutos por la policía federal en San Pablo. Sin dar mayores detalles, el informe de la embajada dice que la detención fue para advertir al Nobel de la Paz contra los comentarios respectos de asuntos internos del Brasil. Como recordaría Adolfo Pérez Esquivel en más de una oportunidad, esa no fue la primera vez que fue detenido en Brasil, ya le había ocurrido en 1975; en las dos oportunidades fue liberado tras la intervención del arzobispo Paulo Evaristo Arns
El otro hecho: entre las actividades que se describen en este informe de tres páginas destaca el encuentro con el líder sindical Luis Ignacio Lula Da Silva. Fue uno de los tantos encuentros que ambos tuvieron en aquellos años y que forjó una amistad entrañable que perdura hasta nuestros días. Cuando el ex presidente brasileño fue detenido, víctima del lawfare, Adolfo lo visitó en la Superintendencia de la Policía Federal en Curitiba. Más recientemente, con motivo del acto homenaje por los 40 años del Nobel de la Paz que realizó el Estado argentino, Lula envió su saludo y recordó aquel gesto solidario.
Persona no grata en Uruguay
El 20 de agosto de 1983 Adolfo viajó a Montevideo junto a un grupo de militantes de derechos humanos y referentes de partidos políticos de Argentina. El objetivo era visitar a los sacerdotes uruguayos Luis Pérez Aguirre y Jorge Osorio, quienes estaban haciendo un ayuno como protesta contra la censura y por el regreso a la regla civil.
En el aeropuerto, Pérez Esquivel se enteró que había sido declarado persona no grata por el general Gregorio Álvarez, presidente de facto del Uruguay. En consecuencia, toda la comitiva fue “invitada” por las autoridades migratorias a regresar a Buenos Aires en el mismo avión que los había llevado hasta Montevideo. El incidente fue registrado por la Embajada norteamericana en Buenos Aires. Al día siguiente, Adolfo junto a parte de la comitiva dio una conferencia de prensa en la que se refirió al gobierno uruguayo como “una dictadura que le tiene miedo a la verdad y la participación política de su pueblo”.
Adolfo en Ayacucho, Perú: el hombre que les enseñó aluchar
La mirada oscilante de los Estados Unidos, que va del respeto al activista por la no violencia y cierta preocupación por el militante de las causas de los pueblos oprimidos, escribe un nuevo capítulo en mayo de 1984 en Perú: “Un viaje sin pre-conceptos, para promover la paz en Perú, no para criticar o sentar juicio”, había declarado Adolfo sobre el propósito de su viaje según el informe de la embajada local.
Esta definición inicial es tomada como marco de referencia para la visita y será contrastada con un seguimiento pormenorizado de las actividades realizadas, la conexión con dirigentes políticos y las repercusiones en el gobierno y la prensa local.
Dos dirigentes vinculados a la izquierda peruana acompañaron a Adolfo en aquel viaje: Hugo Blanco Galdós y Javier Diez Canesco. Desde el primer momento, detalla el informe, Adolfo fue rodeado de “activistas marxistas quienes intentaron proyectar la imagen de que el propósito de la visita era sustanciar y documentar sus acusaciones contra el gobierno por su responsabilidad en las violaciones por los derechos humanos”.
Para la mirada de la Embajada, esta situación afectó la “credibilidad” de la visita del Nobel de la Paz ante la sociedad peruana y contribuyó a relajar cierto nerviosismo que había generado en las autoridades nacionales. Adolfo aparece, en esta concepción, como una figura tironeada por diferentes sectores que intentan posicionar en torno a su figura un relato sobre los hechos violentos que están ocurriendo en Perú.
Sin embargo, a pesar de esto, la Embajada señala que Pérez Esquivel mantuvo un perfil más cauto. Menciona, por ejemplo, que no habló en público de la situación de los desaparecidos, algo que se habría reservado para hablar en privado con el presidente Belaunde, y tampoco se pronunció respecto del retiro de las fuerzas militares de las zonas de conflicto.
Para la Embajada, el entorno que rodeó a Pérez Esquivel durante su visita no contribuyó con “una imagen de balance y prudencia que el premio Nobel busca proyectar”. Noobstante se señala que la visita “fundó la necesidad de esta nación democrática para defender los derechos humanos, incluso frente al reto brutal del terrorismo”.
Más allá de las apreciaciones de la Embajada, los hechos descritos en el propio informe señalan, una vez más, la opción de Adolfo por las causas de los pueblos latinoamericanos. Esta estadía de Adolfo en Perú coincidió con la masacre de 21 aldeanos en el departamento de Ayacucho. Adolfo visitó el lugar y acompañó a familiares de las víctimas. No sería la última vez: en 1985 junto a Mamá Angélica, ícono de la lucha en Ayacucho, Adolfo marchó para reclamar justicia. Todavía hoy lo recuerdan como el hombre que les enseñó a luchar.