MEGAJUICIO POZOS DE BANFIELD Y QUILMES Y BRIGADA DE LANÚS El peso de 45 años dando manotazos en medio de la incertidumbre
En la trigésimo quinta jornada del Juicio a las Brigadas llevada a cabo el 10 de agosto brindaron declaración testimonial Haydée Lampugnani, su hijo Gervasio Antonio Díaz y Hugo Pujol. La audiencia comenzó con el relato de la sobreviviente Haydée Alicia Lampugnani, secuestrada el 5 de octubre de 1976 en la ciudad de La Plata y liberada en mayo de 1978.
ANDAR en la Justicia
(Por diariodeljuicioar.wordpress.com) Haydée es Asistente Social de profesión. En los 70 se encargaba de la promoción comunitaria y formación de conciencia política en el barrio “El Gato”. Lo primero que narra la testigo es el secuestro de su suegro, Rafael Díaz Martínez, quien la había venido a visitar desde Catamarca. Si bien a los pocos días lo liberaron en Punta Lara, fue el indicador de que su vida ya peligraba.
“Yo no me quise quedar sola en el departamento con los chicos y me fui con ellos a la casa de una compañera”, explica. Mira para arriba intentando recomponerse. Toma agua. Traga. Un trago amargo. Respira profundo y sigue. Sus hijos, Rafael y Gervasio, tenían 4 y 3 años. Fueron Graciela Jurado y Liliana Violini quienes le dieron refugio, ambas hoy continúan desaparecidas, al igual que su esposo, Guillermo Eduardo Díaz Nieto, quien fue secuestrado el 8 de febrero del 75.
Ya al resguardo, la testigo relata que se contactó con su mamá para reunirse y así organizar la vida de sus pequeños. “Cuando yo salgo a verme con mi madre para resolver el tema de los niños es que nos secuestran”, cuenta. Detalla que caminaba por la calle con Graciela Jurado y de repente, frenan dos autos y se le “vienen encima”. “Yo grito y trato de defenderme, pero inmediatamente estoy en la parte de atrás de un vehículo tapada y aplastada”, explica. Fue llevada a la Comisaría 5ta de La Plata donde le cobraron con culatazos el haberse resistido. Luego la trasladaron al Destacamento de Arana.
Al cabo de unos días, la ubicaron en El Vesubio, donde se reencontró con Jurado, de quien no volvió a saber nada más. Allí “fueron 22 días sin comer”, sólo le dieron una vez pan. “Aparte de ser un campo de tortura era un campo de exterminio”, sostiene. De ahí, la condujeron a la Brigada de Investigaciones de Lanús, conocida como El Infierno.
“No podíamos estar casi parados del estado físico que teníamos”, comenta. La celda que tuvo que compartir con otras seis personas era tan pequeña que debían turnarse: mientras dos se acostaban, los otros cuatro se quedaban de pie. “Los seis días que estuvimos ahí tampoco nos dieron de comer”, recuerda.
Después la llevaron junto a otro compañero rumbo a La Perla, en Córdoba. “Ahí recién nos habían empezado a dar de comer”, resalta. Allí le hicieron un control médico, apenas pesaba 38 kilos. Estuvo un mes sin comer.
El 12 de abril de 1977 Haydée comenzó a figurar como presa legal. En ese entonces, estaba en la Unidad Penitenciaria N°1. “Ahí me muestran una foto de mis hijos en Catamarca y me leen una carta de mi madre”, continúa emocionada. Fue a fines de noviembre que la llevaron a la Cárcel de Devoto. “El ocho de febrero del 78 los vi a mis hijos recién”, concluye.
Tres meses más tarde la liberaron.
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Gervasio Antonio Díaz es el segundo en prestar declaración y es hijo de Haydée.
El testigo relata que fue cuatro días antes del secuestro de su padre que su familia se mudó a Catamarca. “Nunca más pudimos saber nada de él. Ahí comenzó el calvario”, confiesa. Su papá Guillermo fue secuestrado en Tucumán junto a dos compañeros, Pedro Medina y José Loto.
En consonancia con el testimonio anterior, Gervasio cuenta, entre baches propios de la memoria de un infante, lo que sucedió tras el secuestro de su madre. “Estuvimos cerca de un mes, no sabemos dónde, hasta que fuimos entregados a nuestra familia en Catamarca. Intuimos que la compañera y amiga que quedó en la casa con nosotros pudo habernos protegido”, expresa.
“De mi mamá no supimos nada hasta que años después fue legalizada y la vimos cuando estaba en Devoto”, indica y añade: “Fue de las cosas más aterradoras que a mí me tocó vivir”. El testigo enfatiza que sintió “miedo de entrar y no volver a salir”. Las visitas eran sin contacto y a través de un vidrio. Ni un beso, ni un abrazo, ni darse las manos.
Tras la liberación de su mamá, se fueron a Río Negro, a la ciudad de Cipolletti. “Lo que nos permitió reconstruirnos fue la familia que nos protegió. Lo segundo fue la solidaridad de quienes estaban al lado”, sintetiza.
En tanto, recuerda que la primaria para él fue “muy conflictiva”. “El Día del Padre no te preguntaban dónde está tu papá, te decían en la clase de plástica que hagas el trabajo para un tío si no está tu papá. Claramente sabían”, revela y manifiesta: “Nos tocó tener que mentir, nuestro padre estaba muerto por un accidente o estaba separado”.
“Reivindico el poder decir que desaparecieron a mi viejo y torturaron a mi vieja y que no pudieron llevar adelante lo que ellos querían, que era lavar la conciencia de todos nosotros, que no habláramos nunca más de nuestros padres, de su lucha, de sus proyectos, de sus sueños”, afirma.
“ Mi papá no es la foto. Es esa generación que entendió que se podía vivir de una manera distinta, hasta poniendo en riesgo la propia vida. La generación que soñó que se podía vivir en un mundo diferente”, concluye.
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El último en prestar declaración es Hugo Pujol, detenido en febrero del 76, a sus 20 años y liberado en 1983. Su hermana Graciela Gladys Pujol, fue desaparecida el 15 de octubre del 76 junto a su esposo, Horacio Olmedo, mientras atravesaba su cuarto mes de embarazo. Ambos cursaban 6to año de medicina y militaban en la Organización Comunista Poder Obrero (OCPO).
“Con Graciela hubo algunas cartas a través de gente conocida, de amigos. De esa manera supimos que ella estaba embarazada y que el bebe iba a nacer en marzo de 1977 pero perdimos el contacto en octubre”, cuenta. Hugo ya estaba preso en ese momento. Recién el 9 de agosto de 1978 sus padres recibieron una carta de un hombre que estuvo con ella detenida, lo que “abrió la posibilidad de que esté viva”.
“A partir de allí, comienza una búsqueda”, apunta. Desde su desaparición presentaron siete hábeas corpus y ni uno fue respondido. “Yo no dejo de tener la esperanza de que mi hermana haya podido tener su bebe y que ese chico que hoy debería tener 44 años, más o menos, algún día aparezca”, reconoce.
“Fue como una bomba que cayó en medio de esta familia. Quedamos todos desmembrados”, describe y cuenta que su madre, hasta el final de sus días, siempre pensó que se encontraría con su hija.
“Graciela era la luz de la familia”, recuerda. “Los familiares que quedamos tenemos la esperanza de que se sepa la verdad, es la única manera de tener el corazón más tranquilo”, deja en claro y reafirma: “No tiene que ser en vano todo lo vivido”.
“La desaparición de una persona te deja una burbuja vacía en medio de la familia”, expresa y admite que si bien “quiere armar el rompecabezas” sin un duelo posible la “historia tenebrosa” permanece.
Concluye: “El duelo se hace cuando uno sabe que es lo que sucedió. Cuando uno no sabe, la mente empieza a buscar un algo de donde agarrarse, pero no lo encuentra. Es como estar pegando manotazos en medio de la incertidumbre”.
El martes 17 de agosto a las 9 horas tendrá lugar la audiencia N° 36, donde brindarán su testimonio Claudia Congett, Patricia Congett y Jorge Alfredo Barry.
*Cobertura realizada por Katja Kubar.
Cómo citar este texto: Diario del juicio. 10 de agosto de 2021. “El peso de 45 años dando manotazos en medio de la incertidumbre ”. Recuperado de https://diariodeljuicioar.wordpress.com/2021/08/16/el-peso-de-45-anos-dando-manotazos-en-medio-de-la-incertidumbre