MASACRE DE QUILMES Quilmes: declararon los sobrevivientes del incendio
En octubre de 2004 eran menores de edad y estaban detenidos en la Comisaría 1ª de Quilmes. Son sobrevivientes del incendio en el que murieron otros cuatro chicos. La semana pasada dieron testimonio frente al TOC Nº 3 de Quilmes. Declararon, además, bomberos, policías y otros testigos.
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(Agencia) La mayoría de los 17 jóvenes que sobrevivieron a la masacre de la Comisaría 1ª de Quilmes –ocurrida la noche del 20 de octubre de 2004- son testigos en el juicio oral y público. Muchos de ellos declararon la semana pasada en diferentes audiencias. Once años después, sus testimonios son claves porque dan cuenta de manera contundente y descarnada del déficit estructural de las condiciones del encierro en la provincia de Buenos Aires. Torturas sistemáticas, malos tratos y amenazas por parte de los agentes policiales se suman al hacinamiento y la superpoblación. Es el emergente de una realidad que desde el año 2003 la Comisión Provincial por la Memoria viene denunciando como un verdadero sistema de la crueldad en cárceles, comisarías, institutos de menores y neuropsiquiátricos.
Los sobrevivientes once años después
Claudio Benítez tenía 17 años y estaba detenido hacía 20 días en el calabozo contiguo al del incendio. En su testimonio recuerda que una riña entre presos motivó la presencia de los guardias en los calabozos: “Entró toda la patota. Nos obligaron a sacarnos la ropa, quedamos desnudos y nos pusieron contra la pared. Nos insultaron, nos rajaron a puteadas, y comenzaron a pegarnos. Nos pegaron a todos”.
Después de ese episodio todo pareció calmarse, hubo silencio y él se quedó dormido. Poco después, se despertó sintiendo olor a quemado: “Escuché los gritos, sentía el humo y mucho calor. Los pibes de al lado pedían auxilio. Vinieron los policías pero nadie se animaba a tocar el candado del 1”. En su testimonio explicó que sólo uno, al que apodaban “el pastor”, se animó a “hacer algo”. Y contó que luego de sacarlos a todos al patio recibieron una nueva golpiza: “A medida que ibas pasando te golpeaban, querían saber quién había prendido fuego. A mí me golpearon en la cabeza con un palo, en la espalda. A todos y a los quemados también”. Contó que cuando llegaron al comedor vio a algunos chicos con la piel de la cara colgando: “Se me acercó uno de ellos, no recuerdo su nombre, que me gritaba que le dolía mucho y lloraba”. En la cocina los obligaron a tirarse al piso: “Los policías estaban desencajados y trasladaron a los detenidos a los hospitales”.
Luego de su testimonio, Claudio identificó en rueda de reconocimiento a varios de los oficiales imputados. “El más malo, el peor de todos, el más salvaje era Pedreira”, dijo.
Walter Gómez también tenía 17 años en el 2004 y hacía un mes y medio que estaba detenido en el calabozo 1, donde se produjo el incendio. Su testimonio coincide con el de Claudio y permite reconstruir los momentos previos al incendio: “Ese día la requisa fue dura. Ingresaron casi 10 policías a la celda, entre ellos Ávila y Pedreira. Había una mujer embarazada que quedó mirando todo desde el pasillo –se refiriere a la oficial imputada Elizabeth Grosso- que pedía que nos pusieran a todos en bolas.” Durante la violenta requisa lo agarraron de los pelos y le dieron la cara contra la pared. Luego, silencio.
Al rato de la golpiza recuerda haber visto Diego Maldonado (uno de los menores fallecidos) llorando porque le habían informado de la muerte de su hermana. “El pibe quería ir a ver a la familia, ir al velorio. Llamamos al oficial de servicio (Humberto Ávila) para que llame al juzgado y lo dejen salir. Ávila le dijo que se joda, que no le importaba la familia de Maldonado y se fue. Nosotros reaccionamos”.
Contó que entonces encendieron el colchón para llamar la atención de los guardias. Un detenido del calabozo de adultos les pasó un encendedor por el pasa-platos. Los colchones prendieron enseguida y todo se llenó de humo negro. Walter vio cómo varios de sus compañeros se quemaban: la ropa se les pegaba al cuerpo, tenían el pelo chamuscado y era imposible respirar. Él se tiró al piso y se puso un trapo mojado en la boca y la nariz, pero el calor era tan intenso que se quemó la cara, las orejas, los brazos.
Su relato del momento en que abrieron el calabozo coincide con el de los otros testigos: “Nos pusieron en fila cuando nos sacaron de las duchas; íbamos pasando por el cordón policial y nos pegaron por todos lados. En la cocina nos cagaron a patadas, a golpes. El comisario vio todo por una ventana”. Luego lo trasladaron esposado al hospital en un patrullero junto a un compañero, ambos con los brazos y manos quemadas. “No me olvido jamás la cara de los que me pegaron”, dijo y reconoció a los policías imputados Ávila y Pedreira en la sala de audiencias.
David López tenía 17 años y también estaba en el calabozo que se incendió. Su testimonio coincide en todos con los otros: las torturas, malos tratos y amenazas a las que eran sometidos continuaron durante y después antes del incendio. “Ellos nos gritaban, insultaban, nos pegaron de nuevo porque querían saber quién había prendido el colchón. Cuando me trasladaron esposado en un móvil policial, yo tenía la cara, las orejas y los brazos quemados. Estaba muy enojado y les grité que le iba a contar a mi papá lo que habían hecho. Uno de los policías me miró y me dijo: ‘a vos y a tu papá, pendejo, los vamos a hacer mierda’”, relató frente al tribunal.
Otro menor detenido en el mismo calabozo constató los hechos ya narrados. Agregó “fui el último en ser trasladado junto al hospital con Diego Maldonado. Nos esposaron juntos y nos llevaron en móviles policiales. Tardaron mucho en llegar. Al bajarnos, me agarraron del pelo y nos llevaron a la guardia. Ahí vi al menos seis chicos en camillas, ya dormidos. A mí me dijo el médico: ‘te voy a dormir porque estás grave’. Cuando desperté había pasado diez días en terapia intensiva”. Luego, estuvo más de dos meses hospitalizado.
En los testimonios surge además otro punto común: el desamparo frente a la justicia. Cada uno, en su circunstancia particular, acusó no haber recibido el debido acompañamiento de defensores o jueces ni antes ni después de los hechos.
Bomberos y policías
Además de los jóvenes sobrevivientes, la semana pasado dieron testimonios algunos de los bomberos que asistieron en el incendio. Entre los elementos más interesantes de las declaraciones aparecen dos cuestiones: el hecho de haber llegado cuando el fuego estaba ya extinguido, y la celeridad con la que respondieron al llamado de la comisaría.
“No tardamos más de cinco minutos en llegar: dos minutos lleva preparar el equipo y dos para trasladarnos las 20 cuadras de distancia entre el cuartel y la comisaría”, dijo Betancourt, uno de los bomberos voluntarios de Quilmes. También agregó que las tareas realizadas sólo fueron de enfriamiento de las instalaciones “sin intervenir sobre fuego alguno”. Dijo además ser conocido del comisario Soria, a quien trató de mostrar como un funcionario diligente, haciendo referencia a un acta de bomberos del año 2013 donde consta un protocolo de funcionamiento para casos de emergencia.
Sobre los hechos ocurridos la noche del incendio, otros bomberos se refirieron del mismo modo. Algunos incluso coinciden en haber visto a menores esposados saliendo de la comisaría con signos físicos de exposición a un fuego intenso. Sin embargo, hubo versiones encontradas respecto de la presencia o no de matafuegos en la zona de los calabozos.
Gómez, Ferreira y Ramírez son agentes de la policía bonaerense. En ese entonces cumplían funciones en la comisaría 1ª Quilmes y estuvieron presentes la noche en que sucedieron los hechos. La semana pasada declararon frente al Tribunal Oral 3 de Quilmes sin hacer aportes sustanciales. Fueron esquivos con las preguntas puntuales argumentando que “no recordaban” y algunas de las cuestiones que mencionaron sobre aquella noche resultaron imprecisas.
A propósito de estos testimonios, Margarita Jarque, directora del programa de Litigio Estratégico de la Comisión Provincial por la Memoria -organismo que participa como veedor en el juicio- explicó que “en las audiencias de la semana pasada se pudo constatar el accionar corporativo de los agentes policiales. Frente a las preguntas del fiscal, muchos contestaron vagamente y dijeron no recordar nombres de compañeros y horarios de funciones, ni ruidos extraños en la comisaría. Tampoco escucharon gritos o pedidos de auxilio”. En este sentido, señaló que “llama mucho la atención que siendo un acontecimiento tan extraordinario y de tamaña envergadura, con 4 jóvenes muertos y más de 10 adolescentes heridos de quemaduras de gravedad, los policías que estuvieron en el lugar aquel día no recuerden los hechos como una postal del horror”.
También declaró Duilio Niewhitze, policía que aparece identificado en los testimonios de los jóvenes detenidos bajo el apodo de “el pastor”. Rompiendo un implícito pacto de silencio con sus colegas, dijo haber “temido por su vida y la de los chicos en aquel momento” (ver subtítulo).
Por último, como balance de las audiencias realizadas la semana pasada, cabe mencionar el aporte de la periodista del diario El Suburbano Eliana Paniagua. Contó haber recibido en la redacción una carta anónima escrita por una mujer que decía ser esposa de uno de los policías de la Comisaría 1ª de Quilmes. Allí se denunciaba que el maltrato a los menores alojados en la dependencia policial era sistemático y nombraba a distintos detenidos que fueron golpeados. La reserva de identidad de la mujer que firmaba la carta se amparaba en el temor a las represalias por parte del comisario Soria. La periodista dijo que entregó a la fiscalía la carta y que fue anexada a la causa.
El pastor
“El pastor” es Duilio Niewhitze, oficial de la policía bonaerense. La semana pasada declaró frente al Tribunal Oral 3 de Quilmes porque en el año 2004 hacía guardias en la Comisaría 1ª de esa localidad.
Era la tercera vez que estaba en el lugar cuando sucedió el incendio. Esa tardecita tenía asignado cuidar el pasillo de los calabozos porque uno de los candados estaba roto. Recordó que esa noche uno de los chicos insistía con bañarse y consiguió el permiso para que pudiera ir a las duchas, sacándolo del calabozo 1. Contó que otro de los pibes le confesó que los policías les habían pegado durante la tarde aunque no le vio marcas visibles en el rostro.
Esa noche, mientras estaba en el pasillo cuidando y leyendo su biblia, vio un resplandor y fuego saliendo por debajo de la puerta ciega. “Desesperado, llamé a los gritos al oficial de guardia. Vino, miró y se fue. Seguí gritando: ¡Fuego! ¡Abran la puerta! Aparecieron otros compañeros y también miraron y se fueron. El fuego crecía y crecía, los chicos gritaban, pedían auxilio, el humo era insoportable. Recién cuando apareció el comisario Soria y dio la orden de buscar agua para apagar el fuego, trajeron unas jarras y tiraron un poco de agua por la ventanilla y por debajo de la puerta. Pasaron como 15, 20 minutos”. Cuando lograron bajar el fuego, el candado y la puerta era brasas ardientes. Nadie se animaba a tocarlo. “Busqué una barreta para hacer palanca, intenté abrir la puerta pero no pude. Estaba desesperado, me encomendé a Dios y la agarré con mis manos y la abrí”.
Gracias a eso, los chicos fueron liberados del infierno. Los otros policías, inertes, los condujeron a las duchas. El oficial Niewhitze cuenta que salió como pudo hacia el patio a respirar aire puro. Le pidió al comisario que saque a los chicos al patio porque dentro de las duchas había mucho humo. El comisario ordenó a los policías del comando armar un doble cordón para evitar una fuga. Eran unos 30 ó 40 policías con otro uniforme, por eso los reconoció. Niewhitze ayudó a sacar a los chicos del pasillo aunque estaba quemado en las manos, en la cara y un poco asfixiado por el humo. Recuerda que tocó el hombro de uno de ellos y “me quedé con su piel en la mano”. Cuenta que mientras pasaban por el cordón policial los chicos eran golpeados en la cabeza, la nuca, la espalda.
Relató que no se acercó a la cocina pero pudo escuchar que el comisario Soria ordenaba trasladar a los pibes quemados al hospital en móviles policiales. Incluso, contó que él acompañó desde el patio hasta uno de los autos a dos de los chicos que iban esposados: “vi a uno de ellos, estaba muy quemado en el tórax, la espalda, la cara…”.
Luego de que lo viera un médico policial -no recuerda si revisó o no a los chicos que quedaron en el lugar- le tomaron declaración y fue a descansar un rato. Dijo que logró dormirse pero que estaba inquieto y que de madrugada se despertó. Fue a la cocina y en el patio vio cómo dos policías del Comando tenían a los chicos que habían vivido el incendio parados contra la pared, con las piernas abiertas y las manos en la nuca. “Les pedí que se fueran, que yo me hacía cargo de ellos. Los llamé y los llevé a ver televisión, a charlar un rato hasta que los llevaran de traslado. En ese momento ellos me contaron que fueron golpeados dentro de la cocina”.
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