MEGAJUICIO POZOS DE BANFIELD Y QUILMES Y BRIGADA DE LANÚS «Con el final de la dictadura seguíamos creyendo que se abrirían las cárceles y que regresarían nuestros familiares»
Este martes 27 de septiembre, durante la jornada 82 del histórico juicio por los crímenes cometidos en los pozos de Banfield y Quilmes, y el Infierno de Lanús –que funcionó en Avellaneda-, prestaron declaración testimonial María Cecilia Della Flora, cuyo hermano mayor fue secuestrado antes de cumplir 22 años y que aún permanece desaparecido, y Sergio Szajnbaum, hermano del estudiante de bioquímica Saúl Jaime que fuera secuestrado el 21 de noviembre de 1977.
ANDAR en la justicia
(Agencia) “Esta historia cambió la vida de la familia para siempre. Papá y mamá dedicaron todos sus esfuerzos para buscar a mi hermano. Yo me terminé escapando de Buenos Aires. Se opacaron los festejos. Mamá siempre conservó todo intacto y para navidad había siempre un plato reservado para él, por si volvía. Imaginar, divagar… ¿Qué habrá pasado? Capaz que lo tiraron al río en un vuelo de la muerte. Una nunca termina de cerrar el duelo porque hicieron todo aquello terrorífico y nunca tuvimos un cuerpo, una sepultura, algo humano. Incluso con el final de la dictadura creíamos que se abrirían las cárceles y que volverían nuestros familiares”, dijo María Cecilia Della Flora, profundamente conmovida, al finalizar su testimonio ante los magistrados del TOF 1 de La Plata.
Es la hermana de José María, un joven que a comienzos de abril de 1977, días antes de cumplir sus 22 años, fue secuestrado y desaparecido, habiendo sido visto por otras víctimas en los centros clandestinos Pozo de Quilmes y El Vesubio. José era estudiante de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires y militante de la Juventud Universitaria Peronista.
En 1976 ingresó al servicio militar en el Regimiento de Caballería 8 con asiento en Magdalena y el 1 de agosto, en uso de un día de franco que aprovechó para visitar a su familia, recibió un llamado telefónico en el que le informaban que un amigo suyo, compañero de militancia en la facultad y que también realizaba el servicio militar, había sido secuestrado y permanecía desaparecido. Alfredo Romay, “el Gallego”, había sido secuestrado de la casa de sus padres y la noticia le impactó profundamente a José María.
Su reacción fue tajante: “Esto es muy peligroso y voy a desertar, no vuelvo al servicio militar”, informó a su familia y tampoco volvió a su casa porque sabía que luego lo buscarían. Efectivamente, unos días después, llegaron a la casa familiar unos efectivos militares de Magdalena para notificar sobre la baja de José María producto de su deserción.
“Nos mandaba cartas o mensajes con alguna persona que llegaba hasta nuestra casa familiar de Quilmes. Decía que estaba bien, buscando trabajo y que se alojaba en lo de amigos. Y de vez en cuando nos veíamos en alguna plaza. Pero a comienzos de abril de 1977 lo vi muy mal, desprolijo, cansado y en un delicado estado físico, por lo que lo llevé a una casa a la que yo me había mudado en Lanús”, contó la testigo.
Como María Cecilia había comenzado a militar en una básica de Montoneros, su hermano le pidió que lo contactara con algún referente de la organización para que él mismo pudiera volver a militar. Y así fue: esa persona le hizo llegar un papel con una dirección en la que tendría una cita con un enlace de Montoneros.
Pero hubo un grave problema antes del día pautado: el referente de María Cecilia le informó a ella que la persona con la se debía encontrar José María había sido secuestrada, sometida a extensas sesiones de tortura y que no había resistido para evitar dar precisiones y datos.
“Debe haber entregado la dirección y fecha de la cita con tu hermano…”, le dijo. El secuestro de esa persona ocurrió el 14 de abril de 1977, por lo que la familia Della Flora supone que el secuestro de José María puede haber ocurrido alrededor del día 15 de ese mes, coincidiendo con varias jornadas en las que no supieron nada de él.
Y allí comenzó un largo periplo de los padres de la testigo en la búsqueda del paradero de José María: presentaron habeas corpus en la justicia de La Plata, pero fue contestado con el rechazo; formularon innumerables solicitudes de información realizadas entre 1978 y 1981 a la Dirección General de Seguridad Interior; entrevistas con funcionarios del Ministerio del Interior, Ministerio de Defensa y Campo de Mayo, y hasta cartas enviadas a Jorge Videla y Roberto Viola.
En una de las consultas realizadas en el Regimiento de Magdalena, un militar les dijo: “No caminen más. Puede ser que esté en una escuela de recuperación a manos del Poder Ejecutivo”, y cuando le preguntaron dónde estaban situadas aquellas escuelas recibieron como respuesta: “Si lo supiera, tampoco se los podría decir”. El desgaste y las mentiras, no obstante, nunca hicieron que la familia bajara los brazos, porque la búsqueda del paradero y de información sobre José María continúa hasta hoy.
De hecho, hace algunos meses la testigo se encontró con un sobreviviente del pozo de Quilmes, Juan Carlos Guarino, quien compartió en aquél CCD la celda de cautiverio con José María Della Flora y a quien recuerda como un joven de baja estatura, de cabello colorado y estudiante de arquitectura.
También en abril de 2012 ocurrió algo importante y desconocido para la familia hasta ese momento: “Estaba leyendo el diario Página 12 cuando leo un recordatorio de El Vesubio: decía que allí había estado en cautiverio José María Della Flora. No entendía nada, habían pasado muchos años y nadie sabía que mi hermano había estado allí”.
“Al día siguiente llamé al EAAF y me dijeron que sí, allí también había estado mi hermano, según el testimonio de Ricardo Cabello, una persona que había compartido cautiverio. Me dieron el contacto y lo llamé. Me contó que sí había estado con mi hermano en El Vesubio y que habían hablado bastante entre ellos porque compartían una cucheta. Me contó también sobre las torturas, los golpes, picana, y el hecho de haber permanecido siempre engrillados al piso o a una pared. Recordaba a mi hermano como petiso, coloradito y de sobrenombre Flora”, describió la testigo.
Las primeras informaciones sobre el destino de José María la recibieron entre 1984 y 1985 mediante la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP). De acuerdo a los registros, había tres sobrevivientes del Pozo de Quilmes que habían compartido cautiverio con el hermano de la testigo: Alcides Chiesa, Alberto Derman y Felipe Favazza.
“Con Alcides es con quien más veces nos encontramos, y nos contó detalladamente las rutinas en el centro clandestino, la comida escasa y de mala calidad y las torturas y vejaciones cotidianas a las que eran sometidos”, amplió María Cecilia ante los magistrados.
El secuestro y desaparición de Saúl Szajnbaum
El otro testimonio de la jornada fue el de Sergio Szajnbaum, hermano de un estudiante de bioquímica secuestrado durante la última dictadura el 21 de noviembre de 1977 en el Pasaje Corregidores del barrio de Belgrano, en Buenos Aires.
Saúl Jaime Szajnbaum estudiaba bioquímica, además de radio y televisión y trabajaba como técnico químico en una empresa de perfumes. Aquella noche salió del curso de radio y televisión, volvía a lo de su novia pero en las inmediaciones de la casa lo estaban esperando los autos típicos de las fuerzas de aquella época, Ford Falcon y otros. Los vecinos escucharon gritos y ruidos cuando secuestraron al joven, a quien primero llevaron al CCD que funcionó en la Brigada de San Justo.
Luego lo pasarían “al Pozo de Banfield hasta el 14 de mayo de 1978, cuando le hicieron un ‘traslado’, que probablemente significó su muerte”, relató el testigo, que describió a su hermano como una persona “brillante intelectualmente, las notas de bioquímica eran impresionantes y era un chico con muchas inquietudes, tocaba la guitarra, se había enganchado con el movimiento hippie”.
Sobre el impacto en su familia respecto al secuestro y desaparición de Saúl, relató: “Mi mamá fue la que más sufrió el impacto de esta situación. Tuvo un brote psicótico y la tuvimos que internar en una clínica psiquiátrica. Cuando le dieron el alta empezó a sanar al luchar buscando a Saúl junto a las Madres de Plaza de Mayo” y agregó que su padre “tuvo una depresión profundísima y no pudo salir, se quedó adentro, le afectó el corazón y no pudo buscar ni nada. Y mi hermano mayor nunca pudo salir a marchar ni pudo atestiguar en ningún juicio, no lo pudo soportar”.
En su caso, amplió, “me afectó mucho lo que significa la desaparición. Por ejemplo, yo ponía un papel, un documento en un cajón y la sensación que me agarraba es que se iba a evaporar, que no iba a estar más ese papel. Hice muchas terapias pero ese temor sigue”.
No obstante, les advirtió a los imputados en este juicio y al resto de los responsables por los crímenes de lesa humanidad que “no se regocijen dentro de esa perversidad que tienen, porque estas heridas son cicatrices que nos hacen más fuertes, que nos hacen estar presentes acá y en las calles cuando cantamos ´Como a los nazis, les va a pasar, a dónde vayan los iremos a buscar…´”.
*Cobertura realizada por Sebastián Pellegrino
Cómo citar este texto: Diario del juicio. 27 de septiembre de 2022. “CON EL FINAL DE LA DICTADURA SEGUÍAMOS CREYENDO QUE SE ABRIRÍAN LAS CÁRCELES Y QUE REGRESARÍAN NUESTROS FAMILIARES”. Recuperado de «https://diariodeljuicioar.wordpress.com/?p=1364»