CRECER ENTRE EL ENTORNO FAMILIAR Y LA INSTITUCIÓN Cómo viven los niños, niñas y adolescentes en Hogares Municipales de Olavarría
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(Por AZ-FACSO) Funcionan en Olavarría tres casas de contención oficiales para la infancia y adolescencia cuyos derechos hayan sido vulnerados. Residen en total 31 chicos y chicas de 0 a 18 años, quienes reciben ayuda y contención hasta que se resuelva su situación legal
En una mesa, las tazas con leche chocolatada se vacían poco a poco. Hay sonrisas y juegos. En otra mesa, se desparraman cuadernos con dibujos y cuentas. Hay alegría y responsabilidades. En una última mesa, el mate forma una ronda. Se ve compañerismo y voluntad. Esas tres mesas están en los tres Hogares Municipales que existen en nuestra ciudad: el Namasté, el de Convivencia Peñihuén y La Casa del Adolescente. Están destinados a brindar contención, ayudar al crecimiento personal de los chicos y chicas y, sobre todo, a restituir sus derechos vulnerados.
Los niños, niñas y adolescentes que llegan a los Hogares son derivados del Servicio Local de Promoción y Protección de los Derechos del Niño cuando se detectan vulneraciones. En los Hogares se encuentran con un coordinador, un equipo técnico conformado por una trabajadora social, una psicóloga y un grupo de «educadores» que se dedican a trabajar tanto con los chicos y chicas como con su familia directa o ampliada. «Cuando llegan los chicos trabajamos con los papás y las mamás. En muchos no hace mella el hecho de que le saquen al nene, pero otras veces, sobre todo para las mamás, es una alerta. Nosotros continuamos trabajando y ayudándola a organizarse para que los nenes estén el menor tiempo posible en el Hogar» detalla María Barbosa, coordinadora del Hogar Peñihuén.
En algunos casos, sin embargo, no se logran los objetivos en el trabajo con la familia directa o ampliada. «Cuando vemos que no hay respuesta desde ese lado, el Juzgado de Familia puede declarar la situación de adoptabilidad del chico» manifiesta la coordinadora de los Programas de Niñez y Adolescencia del municipio, Dolores Muro. En ese caso, el niño, niña o el adolescente concurre a una audiencia en el Juzgado de Familia donde expone su situación y sus deseos de retornar o no con su familia original aunque la decisión final queda a manos del Juzgado. Durante el año 2012, fueron 6 los niños que constituyeron una nueva familia dentro del sistema de adopción y 15 los niños y adolescentes que retornaron a sus familias de origen gracias al trabajo en conjunto de las coordinadoras, educadores, los chicos y sus padres.
«Tratamos de que los chicos sientan que están en su casa, en su hogar y no en un instituto. Les brindamos todo lo que sea necesario», asegura Dolores Muro. «Hemos ido cambiando mucho la modalidad de trabajo, adaptándola a los tiempos actuales. La nueva Ley Nacional de Niñez es lo que nos dio el marco legal para hacer un montón de cambios que se tenían que hacer», agrega.
Sancionada el 28 de Septiembre 2005, la Ley Nacional 26.061 de protección integral de los derechos de niños, niñas y adolescentes, respeta el espíritu de la Convención Internacional sobre Derechos del Niño y propone una doctrina de protección integral. Ya no se trata de un sistema tutelar y paternalista sino que el Estado debe oficiar como garante de los derechos de los niños, niñas y adolescentes.
Dentro de este nuevo marco legal y luego de la desarticulación del antiguo Hogar Sarciat en 1992, nacieron el Hogar Municipal Peñihuén y la Casa del Adolescente. Otra es la historia del Hogar Namasté que surgió en 2001 como una iniciativa individual y perteneció a una ONG hasta su traspaso al Municipio en septiembre de 2010. Actualmente los tres Hogares dependen de la Dirección de Niñez y Adolescencia del Municipio y alojan en total a 31 niños, niñas y adolescentes que sufren la vulneración de sus derechos.
Es la hora de la merienda, y en la cocina tres niños de entre 3 y 4 años y una niña de 9, toman la leche con galletitas y se miran unos a otros por encima de la taza. Mariano*, de 3 años, levanta y vuelve a bajar las cejas rápidamente y los demás se sonríen por las morisquetas. Otro de los chicos, Fito que tiene 4 años, se da cuenta de que alguien llama desde las habitaciones y hace un gesto de atención. En ese momento se escucha «Pato, Pato, Pato», desde lejos. Una de las educadoras se dirige hasta la habitación y al cabo de unos minutos sale con una niña de unos 2 años en brazos que sigue repitiendo «Pato, Pato, Pato». En el momento en que ve a «Pato», se sonríe y extiende los brazos para que la alce.
«Pato», es Patricia Toranza, una de las educadoras del Hogar. «Ocupamos el rol de educadoras pero más bien, en mi caso particular lo siento como una mamá», confiesa. La pequeña de dos años se llama Melina y cuando «Pato» la abraza, dibuja una sonrisa.
Namasté, ubicado en Sargento Cabral 2519, alberga a niños y niñas de 0 a 10 años y actualmente son seis. «Acá los acompañás a todo lo que es maternal, jardín, escuela. Vas a las reuniones escolares, a los actos. También nos encargamos de sacarle los turnos con los médicos», detalla María Eugenia Arata otra de las educadoras.
Los chicos llaman a las educadoras por sus nombres o por sus apodos y «Pato» muchas veces se refiere a ellos como a sus hijos. «Soy una doble madre, con mis hijos en casa y con los chicos acá en el Hogar. Los educo por igual, les enseño los mismos valores». María Eugenia Arata cuenta que los niños del Hogar también tienen contactos con las familias de las educadoras ya que, si los chicos no tienen la posibilidad de pasar la navidad o año nuevo con sus familias, son llevados por ellas mismas a sus casas, con el aval del juzgado, para que nadie quede durante esas fechas en el Hogar.
[pullquote]Los niños, niñas y adolescentes que llegan a los Hogares son derivados del Servicio Local de Promoción y Protección de los Derechos del Niño [/pullquote]
Cuando los niños terminan de tomar la leche, piden ir a jugar al S.U.M, un salón amplio que está al fondo del Hogar. «Ese es el lugar de juego, ahí tienen juegos de mesa, televisión, triciclos», explica María Eugenia Arata y Mariano, de 3, acota: «yo quiero el triciclo». En el S.U.M cada uno juega con algo diferente pero Fito llega primero a uno de los triciclos, se sube rápidamente, dice «este es el mejor» y empieza a pedalear por todo el salón. Nicolás, el hermano de Fito, busca en un baúl algo para entretenerse mientras que Mariano se sienta en un banco con cara de enojado porque era él el que quería el triciclo. Cuando Fito termina de dar dos vueltas a la mesa larga que hay en el S.U.M, se baja y Mariano se sube contento y pide que lo empujen. Entre juegos, corridas, risas y algunos enojos, los niños y niñas de Namasté pasan la tarde.
Para la educadora Patricia Toranza, el Hogar es una gran familia, con muchos ‘hijos’ e ‘hijas’ y con muchas ‘madres’ y cuenta que en una de las tantas reuniones que tienen con las maestras del jardín, una de ellas le acercó un dibujo que había hecho Mariano cuando le pidieron que dibuje a su familia. En la hoja, estaba dibujada ella y las demás educadoras. «Esas cosas son las que nos hacen más felices y que nos demuestran que el nene se siente parte de una familia», concluye.
Peñihuén, una gran familia
Al final de la gran sala-comedor, emana de la cocina un aroma a polenta y a salsa que inunda el ambiente y el calor hace que las ventanas se empañen. Los vidrios funcionan ahora de pizarrón para los dedos de Manuel, de 3 años, que acaba de dejar su taza de chocolatada abandonada en la mesa para dedicarse a dibujar garabatos.
Además de Manuel, una niña y otros 11 niños, de entre 3 y 12 años, viven en el Hogar Peñihuén, que en mapuche significa «hermanos entre sí» y que está ubicado en Dean Funes 3346. «En el Hogar priorizamos los grupos de hermanos, sobre todo los de varones. Cuando viene alguna nena, tratamos de no separarla de sus hermanitos. Si esto no es posible es derivada al Hogar de Niñas San José», explica María Barbosa, coordinadora del Hogar. Uno de los niños, José, de 5 años, tiene a 2 hermanas en el Hogar de Niñas por lo que una vez a la semana las va a visitar. «Los jueves voy y juego con las nenas allá», cuenta.
[pullquote]En el Hogar Peñihuén se priorizan los grupos de hermanos[/pullquote]
«Yo juego al fútbol. Soy arquero», dice Cristian, de 10 años. «Yo juego de defensor, de 3 o de 4», acota Lucas, de 7. Algunos de los chicos concurren en la escuelita del fútbol del Club El Fortín, otros participan de otros espacios de recreación de acuerdo a sus intereses: percusión, artes plásticas, bailes. «También tenemos una quinta, con tomates y lechuga», agrega Cristian. Se dicta también un taller de Hip Hop todos los jueves a cargo de Raby Martínez donde los chicos aprenden a rimar y a bailar. «Camión, corazón», rapea Lucas gesticulando con las manos. «Yo le dije a Dolores (Muro): ‘Dolores cara de colores'», cuenta Cristian y se ríe.
Mientras se cocina la polenta, los chicos sacan sus cuadernos y se ponen a dibujar. Cristian que es el más grande propone ilustrar autos de carreras. Lucas y José aceptan. Cuando terminan, comparan sus dibujos y apuestan a cuál será el auto más rápido de todos. «El mío tiene dos caños de escape que tiran fuego», advierte Cristian y Lucas le retruca que su auto es mejor «porque es más chico y anda más rápido».
Tanto la coordinadora como las educadoras coinciden en que el trabajo en el Hogar consiste en ser una «mamá las 24 horas». Eso implica desde preguntar cómo se sienten, qué quieren hacer, ayudarlos con los deberes, llevarlos a la salita de atención médica del barrio o retarlos si hacen algo que no corresponde hasta lavarles la ropa, cocinar o ayudarlos a cambiarse. «El rol que se cumple acá, no lo podés aprender de los libros. Lo sacás de adentro tuyo. Es un instinto que te nace. Querés protegerlos, abrazarlos, que no les falte nada», afirma con pasión la María Barbosa.
«Somos todos hermanos»
Son las seis y media de la tarde y Miriam Cucaresse, una de las educadoras, saca la pava del fuego, acomoda la yerba del mate y se sienta a la mesa. El timbre empieza a sonar de forma continua. «Ahí llegaron los chicos», advierte y se levanta para abrirles la puerta. Al entrar, algunos suben rápidamente las escaleras hacia las habitaciones y otros se sientan para compartir los mates.
Todos conviven junto a otros 11 adolescentes varones de entre 12 y 18 años en la Casa del Adolescente, ubicada en Cerrito 2627. «La idea es crear normas, hábitos y poderlos contener. Encaminarlos en algún proyecto, que tengan metas a lograr», explica el coordinador Gabriel Belgrano.
Los chicos provienen de realidades duras y complejas. Algunos vivieron toda su infancia institucionalizados en el Hogar Peñihuén y no tienen casi contacto con su padre ni su madre. Muchos tuvieron contacto con las drogas desde muy chicos. «Yo empecé a fumar y tomar a los 11. En casa había muchos quilombos con el tema de la droga», cuenta Germán, de 16 años.
El trabajo es difícil y Gabriel Belgrano resalta que lo más complicado es trabajar con los padres. Hay casos en los que están presentes y colaboran para que las cosas mejoren. «Hay veces, cuando no tengo clases mi papá me viene a buscar. O también cuando tiene día libre del trabajo», relata Fabián, de 13 años.
Los avances en el trabajo cotidiano son lentos y muchas veces son los mismos padres los que sufren «recaídas» que influyen de manera negativa en sus hijos. «Este lugar funciona con un régimen de puertas abiertas y lo que notamos es que a veces cuando vuelven a la casa de ellos, es más de lo mismo. Cuando van los fines de semana se desdibuja un poco el trabajo que se hace acá», opina el coordinador. Alan, de 15 años, decidió no ir más a la casa de su mamá «porque es un descontrol», según define y prefiere ir con su papá porque se siente mucho mejor con él.
La adaptación de los chicos es otro gran problema. Muchos provienen de Peñihuén y el cambio que experimentan es notable. El ambiente que se respira en los otros Hogares cambia rotundamente en la Casa del Adolescente. Allí los educadores y el coordinador tienen un trato más distante aunque no carece de afecto. Es una cotidianidad diferente. Son otros chicos y son otras edades.
Juan, que tiene 12 años, experimenta ese cambio de ambiente ya que hace tres meses que llegó a La Casa, después de vivir seis años en Peñihuén. «Allá era el más grande y ya no jugaba con los otros chicos, ahora soy el más chiquito acá y me pasa lo mismo», compara con cierta decepción. Juan habla rápido y hace muchas preguntas, todas al mismo tiempo. «Me gustan los dinosaurios», dice y sube la escalera corriendo y baja con unos cuantos libros y revistas. Germán, se muerde el labio inferior y le reprocha: «otra vez con lo de los dinosaurios, estás todo el día con eso». Pero a Juan no le importa. Se sienta y empieza a explicar las características de cada uno, dónde se encuentran los fósiles, cuál es el dinosaurio m más «poderoso» y cuáles son, según él, los más débiles.
[pullquote]El año pasado 6 niños fueron adoptados por una nueva familia y 15 niños y adolescentes retornaron a sus hogares de origen[/pullquote]
Otra historia es la de Agustín que tiene 16 años y hace cuatro que está en La Casa. «Tanto tiempo de estar que siento que ya es mi casa. Para mí, somos todos hermanos». Agustín está ocupado en muchas actividades. «Estoy haciendo un curso de chef en Loma Negra y también hace un año que trabajo en una cooperativa, de albañil. Trabajo con uno de los pibes que egresó del Hogar el año pasado». El sueldo que gana se lo administra el coordinador y cuando quiere comprarse algo tiene que pedirle la plata. «Con lo que gano me compro zapatillas, ropa, esas cosas», explica. Piensa que puede llegar a egresar en menos de un año y proyecta su futuro: «Pienso seguir laburando, haciendo cursos y viendo las oportunidades que se me abren».
Cae la noche sobre Olavarría y los niños, niñas y adolescentes de los Hogares ya cenaron y se van a dormir. Apoyan la cabeza sobre la almohada y sueñan. Melina, en Namasté, imagina que «Pato» la lleva a pasear por alguna plaza. Cristian, en Peñihuén, se ve atajando un penal decisivo. Agustín, en la Casa del Adolescente, se visualiza con casa y con trabajo. Todos y todas sueñan con un futuro mejor, con sus derechos garantizados y repleto de oportunidades.
*(Todos los nombres de los niños, niñas y adolescentes que brindaron su testimonio en este reportaje fueron alterados en pos de su resguardo)