OPINIÓN Melina/Melinas
Por Dora Barrancos, miembro de la CPM
(Opinión) Con Melina Romero se repite la historia truculenta del orden violento patriarcal. Cientos de mujeres resultan asesinadas en nuestro país por parejas, ex parejas, despechados, acosadores fortuitos, que incrementan el infortunio de la condición femenina. Son cifras escalofriantes, el pozo negro de la mayor inseguridad, pero todavía no hay consagración de alarma por parte de quienes agitan, con vibrante vocinglerío, el problema de la falta de seguridad.
Las feministas mexicanas, que habían organizado un partido a fines de los ´90, solían emplear un afiche que decía algo así como: “Muchas mujeres le temen a la calle, pero el peligro está en sus hogares”. Melina, a quien seguramente trataban familiarmente algunos de sus captores, fue víctima de la creencia patriarcal de que toda mujer es patrimonio de la humanidad masculina; de la idea de que la existencia femenina remite al deseo de posesión de los varones, y que literalmente el sexo femenino está al servicio del sexo masculino. La muerte de Melina retrotrae a las que padecieron otras Melinas, con diferente nombre, pero sobre todo a los asesinatos de adolescentes como ella, a quienes los medios revictimizaron sin miramientos, como decimos tan a menudo.
La exhibición de fotos de Melina -como ocurrió con otros casos- conduce a la sospecha de las propias víctimas y legitima a los agresores. La serie fotográfica divulgada está ordenada semiológicamente de modo que induce a pensar que “ella se lo buscó”, conclusión desquiciada, pero de cierta eficacia social. ¿Qué hacer frente a tanta violencia? En primer lugar, es imprescindible que el Estado y la sociedad civil hagan exponenciales las cuestiones preventivas. Resulta fundamental reeducar a todas las comunidades educativas, pues esa posibilidad está más cerca culturalmente que incidir de modo directo en los hogares. Las acciones de prevención casi no existen en el sistema educativo, y eso que la ley 26.485 -contra todas las formas de violencia- lo involucra especialmente.
En segundo lugar, hay que ayudar a tiempo a todas las posibles víctimas fatales, pues en buena medida puede preverse que algunos vínculos terminarán de modo trágico para las mujeres. En tercer lugar, la comunicación social y los medios de comunicación son fundamentales: hay que saturar con spots, con informes, con zócalos, con avisos, acerca de la violencia contra las mujeres. Es imprescindible un acuerdo con los medios que impida estas manifestaciones iconográficas, pero además hay que proceder a sanciones ¿es que no hay derecho a vestir y maquillarse como se desea?, ¿cuántas fotos “comprometidas” existen en los acervos de las hijas adolescentes de quienes no vacilan en poner en circulación las de muchachas ultimadas? No puede ser más indignante el atropello a la dignidad de la propia descendencia femenina. Pero no basta la indignación frente a esta suma de violencias, hay que hacer algo ya.