A 38 AÑOS DE LA NOCHE DE LOS LÁPICES Emilce Moler: “los militares le dijeron a mis padres que yo era irrecuperable para la sociedad”
Una entrevista con una de las jóvenes protagonistas de la denominada “noche de los lápices” y sus reflexiones en torno a cómo conmemorar esa historia 38 años y su mirada sobre los jóvenes en la actualidad.
ANDAR en las memorias
«Siempre se necesitan las efemérides para ayudarnos a traer ese pasado al presente. Si bien estos hechos uno los mantiene vivos en la memoria de forma permanente, las fechas ayudan a hacer un alto y repensar cómo estamos durante estos años, particularmente 38 años después de la serie de secuestros de estudiantes secundarios», dice Emilce Moler ante la pregunta ¿Por qué seguir conmemorando la denominada “noche de los lápices”?
Y continúa: Hemos consolidado la democracia, hemos podido generar un repudio hacia las dictaduras y, durante los últimos años, hemos podido juzgar a los principales responsables del genocidio, algo que es muy importante porque, en mis experiencias con los jóvenes, siempre se interrumpía el diálogo cuando ellos preguntaban “dónde están los responsables de esto” y teníamos que responderles: “están en las calles tomando un café”. Ahí era como que se rompía ese contrato social que teníamos que establecer entre los adultos, los educadores y los jóvenes en la transmisión de la historia, porque estábamos mostrando nuestras incapacidades para resolver aquellas responsabilidades y poder así legarles un país como corresponde, con las bases fundacionales de la justicia.
Esa cuestión hemos podido resolverla, por lo tanto hemos restablecido el contrato social diciendo: “los responsables de los crímenes de estado están en las cárceles o están siendo juzgados”, y este avance fue producto de la conjunción entre quienes nunca dejamos de bregar por la memoria, la verdad y la justicia y un gobierno que decidió tomar este tema y hacerlo política de Estado.
Los jóvenes hoy se encuentran con un país muy interesante, con una democracia que, aunque con falencias, está consolidada: hay muchas posibilidades y libertad, pero sin embargo siguen subyacentes algunos núcleos duros en los cuales tenemos que ahondar y trabajar.
Ahora bien, ¿cómo seguimos caminando? Por un lado, el tema de una revisión profunda de lo que pasó en los años 70, que, de forma permanente, viene con una mala prensa en torno a la militancia política. Todavía cuesta hablar de la política como herramienta de transformación. A partir de ahí, los jóvenes todavía encuentran algunas dificultades para poder hacer esa apropiación de la herramienta política, que es la que permite transformar el país.
Y por otro lado, matrices estructurales de cuestiones represivas, sobre todo en los sistemas carcelarios y de policía, en los cuales todavía no hemos podido profundizar respecto de que sean dirigidos en torno a los valores democráticos reafirmados y puestos en práctica en el día a día. No podemos admitir que exista tortura en las cárceles ni casos de gatillo fácil. Esas cuentas pendientes son sobre las que tenemos que seguir trabajando y son parte de esta conmemoración de la noche de los lápices.
¿Cuál es la significación y qué sentidos comunes hay en torno a la noche de los lápices?
Falta discutir y desandar muchos sentidos comunes sobre los años 70. Yo digo que hoy en día es fácil abrazar a una abuela como Estela de Carlotto, abrazar a su nieto restituido, pero no sé cuántos brazos hay para abrazar a Claudia. Me parece que la construcción de las “víctimas inocentes” todavía sigue vigente, y por eso la noche de los lápices pasó a ser tan emblemática, porque fue una forma de contar en la que se construyó un caso casi ideal de jóvenes inocentes que fueron víctimas del terrorismo de estado.
En realidad, nosotros no éramos inocentes, teníamos una militancia política, pegábamos carteles contra la dictadura, y eso creo que dista mucho de ser inocentes. Como cuestión implícita, está la política que no ha podido ahondar sobre esos temas. De lo contrario, para los jóvenes estamos dando un mensaje muy raro: por un lado, les estamos diciendo que pueden transformar las cosas, que pueden participar y hacer pero, por otro lado, cuando les contamos nuestra experiencia les decimos que eramos inocentes diciendo prácticamente que nada de lo que hacíamos era realmente importante, que era como un juego.
Es decir, si los jóvenes de los 70 no eran parte de un proceso de la resistencia y de un proyecto de transformación, entonces por qué ahora los jóvenes se sentirían capaces de transformar el mundo. Creo que ahí es donde chocan estos relatos y memorias. Y debemos decirles a los jóvenes que sí pueden ser parte de un proyecto político de transformación por un país plural, democrático, amplio, interesante. Así les estaríamos dando más contenido a sus actividades diarias y a lo que puedan hacer hacia adelante.
¿Y cuál es el significado actual de la noche de los lápices?
Creo que estamos viviendo un momento muy interesante y auspicioso como país. Hoy podemos estar diciendo que los lápices, además de continuar escribiendo, son de colores, pintan paredes, murales, graffittis, y creo que este es el mejor legado que pudimos dejarle a los jóvenes con una sociedad democrática y la vocación y pasión por la transformación y el cambio. Este es el mejor homenaje que le podemos dejar a los compañeros que, inexplicablemente, hoy no están con nosotros, como Horacio, Claudia, María Clara, Pancho, Daniel y Claudio, que es lo que merecen como mínimo.
¿Qué relación ves entre esos jóvenes y los de hoy que en relación a la política?
Como decía hoy en día los lápices son de colores, los lápices escriben paredes, escriben banderas, y esto realmente es hermoso. Entonces, viendo el valor de esta juventud, de los lápices que siguen escribiendo y que lo hacen en colores, tenemos que trabajar fuertemente para que no haya nada que lo ensombrezca, como la violencia policial o el desprestigio de la militancia política en tanto que herramienta de transformación.
Las similitudes que veo entre los jóvenes militantes de hoy y los de los 70 son la pasión y la alegría con que los jóvenes toman su participación colectiva a favor de las causas justas y en la convicción de la necesidad del cambio y la transformación.
Nosotros queríamos un país mejor, y en eso yo veo que los jóvenes, hoy en día, vuelven a enamorarse de las causas justas, de los cambios. Y lo hacen con la alegría y la frescura con que lo vivíamos nosotros. Por suerte, el país que les toca vivir es muy distinto, porque no van a tener un coto o techo para poder expresarse, y hay que ver cómo andan y cómo se equivocan ¿porqué no?. En este sentido, yo estoy muy emocionada de ver estos jóvenes enarbolando banderas para los cambios y la transformación, y esto me llena de orgullo.
¿Y cómo ves la militancia actual de los jóvenes respecto de la de los ‘70?
Cada uno es parte del contexto social y político en el que le toca vivir. Nosotros convivíamos con la violencia, no conocíamos lo que era la democracia, por lo tanto la democracia era un valor que no teníamos ni apreciábamos. Esa es una diferencia abismal. Los jóvenes de hoy han nacido en democracia y eso permite una composición distinta. Yo veo cómo discuten, cómo debaten, cómo aprecian y critican las instituciones, algo distinto a nuestras discusiones.
Ahora, en cuanto a la autenticidad, la actitud de querer llevarse el mundo por delante y de pensar en el otro son puntos en común, aunque en contextos distintos. Ojalá que estos jóvenes puedan avanzar mucho más que lo que pudimos hacer nosotros.
¿Creés que sigue vigente en algún sentido esa idea de los “irrecuperables” de los 70?
La identificación de irrecuperables es una categoría discursiva que hoy se utiliza para el señalamiento de los jóvenes pobres. Para un sector de la sociedad, estos jóvenes son los que no tienen que estar. Por eso, me parece que debemos trabajar y discutir sobre el “nosotros” que construye la clase media. Cuando se habla de ese “nosotros”, pienso en lo que los militares le dijeron a mis padres: que yo era irrecuperable para la sociedad. Cada vez que escucho a alguien decir eso, le pregunto: “Bueno, y vos, como parte de la sociedad, qué hiciste para recuperarlos en todo sentido, qué leyes apoyaste, qué militancia tuviste para la construcción de un mundo mejor, a qué gobierno votaste”.
La cuestión de quién está adentro y quién está afuera de la sociedad no forma parte de un mandato divino, sino que es una construcción social. Yo una vez quedé afuera, y se la pasa muy mal estando afuera. Por eso no quiero que hoy otros, por cuestiones de construcción política-ideológica, queden afuera, porque nadie tiene la autoridad para decidirlo.