UNA INSPECCIÓN EN LA CÁRCEL Batán: fragmentos de la humanidad rota
El equipo del Comité Contra la Tortura de la Comisión Provincial por la Memoria realizó una inspección a la cárcel de Batán. El relato de las historias que encierra cada celda en una unidad penal de la provincia.
ANDAR en las cárceles
Una celda: la sombra
(Agencia – Ma. Soledad Vampa)
¿Por qué privar a alguien del sol? ¿Cómo es que se pueden pensar tumbas para los vivos? ¿Cómo es que se puede creer que una vez que se entierra a alguien puede dejar, alguna vez, de estar muerto?
Adentro es de noche. Todo el día, todos los días de noche. El pabellón de separación del área de convivencia (SAC) es un pasillo oscuro y húmedo, con cables que cuelgan expuestos entre las puertas de las celdas que se distribuyen de un lado y otro de ese túnel.
Se respira un olor pegajoso y un frío húmedo. Julio está encerrado ahí hace dos meses y medio. Más de 75 días sin ver el sol. Su celda, del ancho del camastro, tiene apenas una pequeña ventana sin vidrios, casi pegada al techo, que tuvo que tapar con una frazada para protegerse del frío.
No es la primera vez que Julio está detenido y ya conoce el sistema. Ahora permanece en los buzones sin sanción pero no se queja, “no da para matar a nadie ni para dejarse matar tampoco”, dice. No quiere ir a “piso” porque sabe que cuando se denuncia al Servicio no hay lugar donde se pueda bajar la guardia, salvo en aislamiento. “Yo por ejemplo tengo 8 de conducta, pero para ir a un pabellón la policía te dice que hay que preguntar a los limpieza, o sea que no manejan ellos los pabellones”, explica.
Julio cree que la cárcel está “cada vez peor” y su historia en el encierro da cuenta de cómo funcionan sus mecanismos de gobierno; cómo “la policía manda a los pibes a darte puñaladas”, como la que le dieron a él en Olmos, y cómo los detenidos se convierten en las piezas descartables de ese sistema: “los vigilantes por lo menos cobran. Pero los pibes arreglan por cualquier cosa, y cuando no sirven más los mandan a pasear”, dice refiriéndose a los traslados constantes que sufren quienes dejan de colaborar o ya no son funcionales al servicio penitenciario.
[pullquote]si yo meto un pajarito en una jaula me tengo que ocupar, darle de comer, algo, ¿no?[/pullquote]
Y la justicia ciega ante lo que elige no ver. Nadie mira detrás del muro, como si todo lo que queda tras las rejas ya no fuera objeto de derecho ni responsabilidad de quienes definen y ejecutan las penas. Julio, por ejemplo, está en Batán a pesar de que tiene una orden de un juez de no ser enviado a unidades penales bajo la órbita del servicio penitenciario bonaerense. Pero lo firmado en el juzgado de garantías se omitió en el de ejecución, “y yo le dije al juez ‘usted se tiene que hacer cargo de algunas cosas’, si yo meto un pajarito en una jaula me tengo que ocupar, darle de comer, algo, ¿no?”, se pregunta Julio y abre un interrogante simple, pero que la justicia ni se cuestiona.
Segunda celda: “Estaba esperando que lleguen ustedes”
El golpe en la puerta de chapa sin respuesta. Todavía no se apaga el eco y el golpe otra vez. “Te quieren entrevistar”. Una voz ahogada pide un momento del otro lado. En el pasaplatos todavía está apoyado el trozo de carne que le dejaron como comida. El penitenciario abre con dificultad, se asoma alguien en la penumbra de la celda.
“Cuando me dijeron Comité contra la Tortura salté de la cama. Estaba esperando que pasen ustedes. Me estoy quedando sordo”, dice ansioso Gustavo. Dice que tiene problemas en los oídos desde chico, que sabe que es progresivo pero que también sabe que con tratamiento puede tratar de impedir que el daño avance a ese paso. Pero nadie responde a su reclamo para ir a sanidad y en sanidad tampoco lo tratan de su dolencia. “Acá para que te atiendan tenés que cortarte todo, prender fuego algo o faltarle el respeto al encargado, porque antes de castigarte en buzones te tienen que pasar por sanidad. Pero yo no soy irrespetuoso y nunca me corté -explica mientras muestra sus brazos- por eso esperaba al comité, para que me ayuden”, pide a los entrevistadores del organismo que monitorea las cárceles.
Así funciona el acceso a la salud en las unidades penitenciarias. Detenidos que esperan a un organismo de derechos humanos para poder tener atención médica. Y otra vez la justicia ausente, cómplice, sorda, aunque sea Gustavo el que haya perdido el 70% de su audición.
Todas las celdas: la asfixia
¿Qué ducha te quita el encierro de la piel cuando se hace evidente que la reincidencia es que todo el aire de la calle sólo alcance para respirar profundo antes de volver a la sombra?
Los fragmentos de vidrios asoman por los pasaplatos mientras el equipo de inspecciones llega al pabellón. Celda por celda van entrevistando a cada detenido y el relato que se construye, que se palpa, que se acumula en el cuerpo y se hace un nudo de angustia e impotencia es el de la crueldad.
Un penitenciario patea una puerta que no cierra, toma envión levanta la pierna a la altura de la cadera y repite el golpe. Una vez que encaja toma el candado, grande y pesado, del tamaño de la palma de su mano, y lo usa como martillo para empujar la traba que cierra por afuera la celda. Ahí adentro hay alguien que él ya es incapaz de ver. Los ojos asoman por la ranura del pasaplatos.
Llega la comida. Un carro con una gran bandeja llena de arroz y algo blancuzco que puede ser cebolla se mezcla con trozos toscos de huesos con carne. La reparte un detenido, con la mano. Casi nadie la recibe, es incomible. Sólo se acercan las ratas, que salen de los huecos en las paredes y en el piso.
Hugo Cañón, presidente de la Comisión Provincial por la Memoria, describe la escena que se repite en cada unidad penal como “un desprecio absoluto de la burocracia penitenciaria respecto a las personas privadas de su libertad. Inclusive con ciertas perversiones que implican un ensañamiento particular más allá del sistema de hacinamiento, de subalimentación, de falta de higiene de los establecimientos penitenciarios, hay también una cuota, un plus de ensañamiento personal que demuestra que estamos frente a una crueldad desmedida”.
Hay algo que cierra sobre sí mismo y corta la respiración. La impunidad, el horror, la bestialidad que hace que la palabra quede vacía y caiga como una cáscara, inútil para definir eso, inservible para describir cómo el acto de quitarle humanidad al otro deshumaniza.