UNA DE LAS ÚLTIMAS ZONAS URBANAS DE LA CIUDAD La soledad del barrio Cuarteles
Sin servicios ni plaza, escuela, asfalto ni veredas. Hasta hace 10 años la urbanización contigua al puente Hermanos Emiliozzi ni siquiera figuraba en el mapa local. A la vista, la zona puede describirse por sus carencias, pero sus habitantes sienten una fuerte pertenencia al barrio.
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(AC-FACSO) El barrio Cuarteles existe desde hace al menos 30 años, pero recién apareció en el mapa de Olavarría 20 años después. Se encuentra al noreste de la ciudad y linda con el arroyo Tapalqué, por lo que sus calles y casas sufren con frecuencia su crecida y desborde. Las calles son de tierra y las veredas, sin cordón cuneta, no se diferencias mucho de los caminos. Las 30 casas que componen el barrio son de material, con techo de chapa y albergan en su mayoría a tres generaciones. Se distancian por terrenos desocupados. En ellos es fácil distinguir sus senderos, trazados por el sucesivo paso a pie de los vecinos. Sus habitantes disfrutan del aire libre, la arboleda altísima que no llega a tapar los escasos postes de luz, el gran silencio, el silbido de los pájaros y las calles prácticamente deshabitadas, donde pasan el día numerosos perros. El barrio no cuenta con espacios recreativos como una plaza y la niñez curtida por la falta de cloacas, agua corriente y gas natural, se disfruta en las veredas sin temor a enfermarse o ensuciarse.
Acostumbrados a las distancias, los integrantes del barrio Cuarteles deben trasladarse por los menos cinco km, para llegar a la Escuela primaria y secundaria, Jardín maternal y de infantes, Centro de Día y Unidad Sanitaria más cercana. «Siempre fuimos los negros de atrás del puente 226. Hasta que yo, gracias a Dios, pude hablar con Helios (Esverri) y decirle que había gente, que hay gente que elige al barrio porque es tranquilo, por eso hay quintas muy lindas. Y que en un mapa tenemos que estar, porque nosotros ni siquiera salíamos en el mapa de Olavarría», relata la vecina Iris Arce, que tiene 38 años y es empleada Municipal.
Llegó al barrio cuando tenía un año y recuerda que en ese entonces había solo tres casas establecidas. Iris se muestra comprometida con las situaciones de vulnerabilidad. «Quiero que el barrio sea mejor, por eso lucho tanto». El asesinato de Juan Carlos Pérez, un trabajador mecánico que recibió un disparo, en febrero pasado, ejecutado desde un auto en movimiento, conmocionó a la comunidad de vecinos. «Toda la vida el barrio fue tranquilo y cuando hay sucesos como el que pasó quedamos por mucho tiempo marcados, no se olvida fácilmente. Nosotros nos acompañamos, ayudamos, somos muy pocos. Nos preguntamos ‘cómo estás’, ‘qué necesitas’, mandando a los chicos a ver».
Nicolás Ovejero, es uno de sus hijos, tiene 19 años, terminó los estudios primarios en la EGB Nº 11 de Colonia Hinojo. Está cursando el último año en la secundaria N°4 de Colonia Hinojo. Hasta allí llega en el micro que viaja por la zona serrana y desarrolla casi toda su vida social en esa localidad. Entrenar fútbol en el Club de Hinojo y sale bailar con sus amigos y su novia. Cuando está en el barrio Cuarteles juega a la pelota con sus amigos en el Centro Olavarriense Rehabilitación Parálisis Infantil (CORPI). Nicolás siente que Cuarteles sufre un estigma. «Lo que vemos todos los chicos de acá es que cuando decís que sos de éste barrio te dicen que sos re plaga. Y nada que ver, todos somos estudiosos y tranquilos. Yo nací en el barrio, me siento a gusto y no le cambiaría nada. Yo vivía en la casa de mí abuela y por dos días no fui a dormir y quedó la llave ahí en la puerta del lado de afuera y no pasó nada».
Otro de los jóvenes del barrio es Julián Bravo de 18 años. Su casa se encuentra a 100 metros del vecino más cercano. Cursó sus estudios secundarios en la ex Escuela Nacional de Comercio y los terminó en la Escuela Nº 22. Recuerda que siempre se trasladó en bicicleta o caminando. Actualmente estudia el oficio de mecánico en el Centro de Formación Profesional Nº 401 y practica fútbol en el Club Mariano Moreno. «En el verano armamos campeonatos de fútbol. El resto del año estoy en casa y salgo a estudiar. En el barrio me junto con los chicos de vez en cuando, más que nada en verano. Lo que me gusta del barrio es que no hay inseguridad».
Fabiana Avellaneda, de 45 años, es la mamá de Julián. Vive en Cuarteles desde hace 20 años. «Con el barrio estoy conforme. Yo me preocupo por él sabiendo a donde va, con quién y a qué hora viene. Nosotros vivimos un mundo que es encerrado acá adentro. Si tenemos algo que hacer vamos al centro, pero si no, no. Mi trabajo queda al lado del puente». En relación a cómo perciben el centro de la ciudad Julián expresa algo de temor. «Con lo que pasa hoy en día prefiero quedarme acá en mi casa, no me junto a mirar tele ni nada, me quedo a dormir». Fabiana muestra su orgullo y tranquilidad por la manera de ser de su hijo. «Hay veces que me toca trabajar de noche y sé que va a estar él en mi casa y nadie más; no se junta ni nada».
En una de las últimas casas de barrio y muy próxima al Regimiento Argentino, vive Sebastián Ortiz de 19 años. Fue a la ex Escuela Nacional de Comercio, luego se mudó a Córdoba y terminó sus estudios secundarios en la Escuela Nº 22. Nació en el barrio, estudia en la Escuela de Cadetes para trabajar en el Servicio Penitenciario Bonaerense y entrena fútbol en el Club de Hinojo. Su mamá, Mariela Álvarez de 41 años, es ama de casa y no está tan contenta con la zona que habita. «Vivo acá desde toda la vida pero me da lo mismo, no hay nada en el barrio que me llame la atención. Solo hay casas y quintas aunque la tranquilidad del barrio sí me gusta. Los chicos son hogareños y salen muy poco, se juntan dos o tres a jugar con la ‘PlayStation’, a cocinar o a tomar mate».
En la otra punta del barrio y sobre la «ruta», como le llaman los vecinos a la Avenida Dante y Torcuato Emiliozzi, se encuentra la casa de Ariel Berra de 19 años. Estudia en la Escuela Secundaria Nº 22. «Me falta este y el próximo año. Me gusta ir a la escuela y para ir me pasa a buscar mi hermano en moto». Al igual que los jóvenes del barrio comparte el gusto de jugar a la pelota en verano, juntarse a tomar unos mates y ayudar y descansar de tarde. Su mamá es Miriam Salías de 41 años, quien trabaja cuidando abuelos de noche. Ella observa lo bueno y las desventajas del barrio.
«Es re lindo, lo único es que queda todo lejos. Hubo robos como en todas partes, pero es muy unido. No hay muchos jóvenes, ni muchos chiquitos, más bien hay mayores y gente de trabajo. No son chicos que andan en la droga o parados en la esquina, ni con armas. Es algo que nosotros los padres del barrio lo valoramos un montón». En relación a las posibilidades que brinda el barrio, cuenta que su hija se mudó al barrio Belén, donde tiene un Jardín de infantes para su hijo. La mayoría de los jóvenes estudian o trabajan, no suelen salir de noche y disfrutan de pescar o cazar.
Las rotondas ubicadas sobre la Avenida Dante y Torcuato Emiliozzi dividen a los barrios Belén, Matadero y Cuarteles, los tres últimos asentamientos de la ciudad. La distancia, la falta de obras públicas, de servicios y de espacios para el esparcimiento generan aislamiento. Quienes no viven allí los estigmatizan por desconocimiento y quienes viven en Cuarteles intentan refugiarse entre sí. La opinión de Miriam, lo refleja. «En realidad el barrio no es como dicen. Convengamos que el centro está peor que las orillas, dicen que ya no se puede ni caminar. En realidad yo voy cada tanto y si pudiera estar más lejos del centro mucho mejor»