JULIÁN AXAT TENÍA SIETE MESES CUANDO SECUESTRARON A SUS PADRES “La Cacha fue clave en la destrucción de la organización obrera”
En una nueva audiencia del juicio por los crímenes cometidos en el CCD de Olmos, el hijo de Rodolfo Axat y Ana Inés dela Croce pidió que se investigue la articulación de las fuerzas represivas y los dueños de fábricas del conurbano bonaerense.
ANDAR en los juicios
(Agencia – Sebastián Pellegrino) “Estoy orgulloso de que, aún en cautiverio, mis padres mantuvieron sus convicciones populares, su humanismo y su fortaleza. Sus recorridos como militantes tuvieron que ver con la ruptura de los privilegios sociales de origen y la conciencia por igualarse con los más desventajados”, expresó, emocionado, el testigo Julián Axat, el miércoles 28 de mayo ante los magistrados del Tribunal Oral en lo Criminal Federal 1 de La Plata.
La historia de Julián es la historia de los hijos que, durante la infancia y la adolescencia, se vieron forzados a ocultar o tergiversar la tragedia familiar. Ante una sociedad que había obturado la enunciación de la verdad, centenares de niños y niñas cuyos padres habían sido desaparecidos por la dictadura quedaron envueltos, durante décadas, en un chaleco de frases falsas.
¿Qué puede testimoniar en un juicio de lesa humanidad alguien que contaba 7 meses de vida al momento del secuestro de sus padres? “Los verdaderos testigos de este juicio debieran ser nuestros padres, aunque son testigos imposibles. Por eso es fundamental que los hijos de desaparecidos podamos ocupar ese vacío y contar sus historias para que se haga justicia. Si aquella medianoche del secuestro yo lloré, entonces estoy legitimado para ser testigo de esta causa”, dijo Julián Axat.
[pullquote]“Los verdaderos testigos de este juicio debieran ser nuestros padres, aunque son testigos imposibles»[/pullquote]
A la medianoche del 12 de abril de 1977, en un departamento de calle 9 entre 47 y 48, Rodolfo Jorge Axat y Ana Inés dela Croce se habían acostado, con su bebé, en la cama de la habitación de huéspedes. El departamento era de los abuelos maternos del niño. Aquella noche también estaba la hermana de Ana Inés, Cristina, que al día siguiente viajaría a Paraná.
“Sonó el portero y luego hubo golpes fuertes en la puerta. De afuera, alguien gritaba que toda la manzana estaba rodeada. De un golpe abrieron la puerta e irrumpieron varios hombres armados, algunos con sus rostros cubiertos, otros con pelucas. Interrogaron a mi tía Cristina en una habitación, y a mis padres en otra. Cuando terminó el operativo, decidieron no llevarse a mi tía para que cuidara de mí”, relató el testigo.
Encapuchados y esposados, Rodolfo y Ana Inés fueron llevados al CCD La Cacha, donde permanecieron cautivos hasta su posterior desaparición. Decenas de testigos los han descrito como una pareja de gran fortaleza emocional, solidarios y de gran sensibilidad para la contención de los que eran ingresados al centro clandestino.
El secuestro ocurrido en el departamento de calle 9 fue precedido por otros dos: primero en la propia casa de la pareja secuestrada, situada en Ringuelet, de donde robaron una citroneta y destruyeron todo, y luego en la casa de los abuelos paternos de Julián Axat.
[pullquote]“En La Cacha hubo muchos secuestrados de Swift, y por eso entiendo que ese centro clandestino fue un puente directo entre los represores y los empresarios»[/pullquote]
Al día siguiente, las familias comenzaron las gestiones: tres habeas corpus fueron presentados en distintos juzgados platenses, sin resultados; el abuelo paterno de Julián envió cartas a monseñor Primatesta, sin respuestas; intentó entrevistarse con el Ministro del Interior de aquél entonces, Arguindeguy, sin éxito; envió cartas a la OEA y hasta hubo un contacto con la madre de Videla.
Al fracaso de todas las gestiones se sumó la imposición de las costas por uno de los habeas corpus rechazados, valuada en 30.000 pesos fuertes de la época. El abuelo de Julián, que llevaba décadas en el ejercicio de la abogacía, apeló la medida pero la Cámara confirmó las costas. Incluso, el abogado fue advertido de que si no pagaba en tiempo y forma, se duplicaría el monto original.
La desesperación de la familia de Julián Axat llegó a su punto más alto cuando, dos semanas después del secuestro, reciben un llamado telefónico al mismo departamento de calle 9 entre 47 y 48: “Atendió mi abuela y alguien le dijo que iba a hablar con su hija, es decir, con mi madre Ana Inés. Preguntó por mí, si estaba bien, con quién estaba… mi abuela le dijo que todo saldría bien, que no se preocupara. Fue la última vez que mi familia supo algo de mis padres”.
Reconstruir la historia de los padres
Durante años, Julián Axat se dedicó a reconstruir la historia de vida de sus padres para saber quiénes fueron, qué hacían, cuáles eran sus gustos y qué espacios frecuentaban. Cada dato o referencia obtenida era una parte de Rodolfo y Ana Inés que el joven le quitaba al silencio y al olvido. Julián hizo el mismo recorrido escolar que su padre –colegio nacional de La Plata-, jugó al rugby igual que Rodolfo y hasta pensó en cursar Medicina, una de las dos carreras que estudiaba su progenitor.
Su madre, proveniente de una familia conservadora y que frecuentaba el espacio social del Jockey Club platense, era bibliotecaria de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica Argentina (UCA) y estudiante de Antropología.
Los padres se casaron en La Plata y fueron militantes de un movimiento humanista hasta que ingresaron a la Federación de Universitarios Platenses. A mediados de los 70, Rodolfo y Ana Inés se incorporaron a Montoneros y pasan a la clandestinidad con tareas de logística en La Plata. Sin embargo, al poco tiempo, la organización le ordena a Rodolfo que debía cambiar su ámbito de intervención y retornar a la militancia de base: ingresó como trabajador a la fábrica Swift, que durante la dictadura fue intervenida y tuvo una constante presencia de vigilancia militar.
[pullquote]“Estos señores que están aquí sentados hoy tienen la posibilidad que mis padres no tuvieron, la de tener a sus propios abogados defensores”[/pullquote]
Julián Axat señaló que “mi padre nunca había sido obrero, por lo que emprendió esa nueva etapa de militancia junto a otros compañeros de Montoneros, entre ellos, Ricardo Herrera, quien declaró en este juicio. El objetivo en el frigorífico fue el de la proletarización de los trabajadores, en la organización política y sindical y la formación de la conciencia obrera”.
“En La Cacha hubo muchos secuestrados de Swift, y por eso entiendo que ese centro clandestino fue un puente directo entre los represores y los empresarios, al igual que en muchas otras fábricas del conurbano bonaerense. La Cacha fue clave en la destrucción de la organización obrera y esto debe ser investigado por la justicia”, agregó.
Un mes después de que Rodolfo Axat fuera secuestrado, llegó a la casa de sus padres el telegrama de despido por ausencia en el trabajo. “La connivencia entre la fábrica y La Cacha era tan íntima que hasta los legajos de los trabajadores de Swift eran mostrados durante los interrogatorios en el centro clandestino”, explicó el testigo.
“Hubiera querido poder defender a mis padres”
Julián se crió con su tía Cristina, hermana de su madre. A ella la considera su madre y a su primo, su hermano. Sus cuatro abuelos complementaron la contención familiar que el niño necesitaba. Con uno de ellos, el que fuera abogado por más de 50 años y que presentara los habeas corpus en búsqueda de información sobre Rodolfo y Ana Inés, conoció el sentido y las posibilidades de transformación de la realidad que permite la abogacía. Desde niño lo acompañaba a su abuelo al estudio jurídico y revisaba los expedientes judiciales.
“Cuando entré a la Facultad de Derecho me di cuenta de que podía dar una lucha por cambiar las cosas. Yo hubiera querido poder defender a mis padres”, dijo el testigo, quien luego señaló hacia atrás con el pulgar: “Estos señores que están aquí sentados hoy tienen la posibilidad que mis padres no tuvieron, la de tener a sus propios abogados defensores”.
“También quiero decir que, aún en estos años, todavía quedan jueces en la Provincia que actúan como lo hacían los magistrados durante la dictadura. En mi función de Defensor del Fuero de Responsabilidad Penal Juvenil me han rechazado innumerable cantidad de recursos de habeas corpus por niños y niñas que han sido víctimas de la violencia institucional. Me han impuesto las costas de los habeas corpus rechazados, y no las pienso pagar aunque sea declarado en desobediencia civil. Es fundamental para la democracia que se termine con esta forma de actuar por parte de muchos magistrados”, enfatizó.
“También le pido a este tribunal que no sólo se haga justicia por los delitos que aquí se investigan, sino que también es importante que se investigue la participación de los dueños de fábricas que colaboraron con los represores, como en el caso de Swift, entre tantos otros”, agregó el testigo.
En la misma audiencia del juicio declararon los testigos Daniel Orlando Talerico, Teresa Celia Meschiati, Nora Gutiérrez Penet, Mónica Torres y Rodolfo Tesari.