Etchecolatz se descompensó y fue derivado al hospital San Martín
ANDAR en los juicios
(Agencia – Sebastián Pellegrino) Habían transcurrido no más de cinco minutos desde el inicio de la audiencia con declaración testimonial de María Elvira Luis, cuando Miguel Osvaldo Etchecolatz, uno de los principales imputados en el juicio, se desplomó de su silla y cayó pesadamente sin poder frenar el golpe. La caída resonó de tal forma que la testigo, sentada de espaldas al corral de los imputados, se levantó sobresaltada y tuvo que ser asistida para retirarse caminando de la sala.
Etchecolatz permaneció recostado en el piso durante más de 10 minutos con el rostro pálido, su cuerpo rígido y un ligero temblor en uno de sus pies. Los médicos del tribunal aguardaron la llegada de la ambulancia y, finalmente, fue sacado de la sala de audiencias en una camilla para ser trasladado al hospital San Martín. Según informó Rozanski cuando se reanudó la audiencia, el imputado había sido examinado en el nosocomio platense y luego derivado al penal de Marcos Paz. Los primeros chequeos médicos sugerían que había padecido un pico de hipertensión.
La audiencia del viernes se continuó a partir de las 14 con la declaración de María Elvira Luis pero a puertas cerradas y sólo con la presencia de las defensas y querellas. Recién a las 16, una vez finalizada la intervención de la víctima-testigo, se abrieron las puertas al público y familiares y así continuaría hasta pasadas las 20, cuando terminó la atípica jornada del juicio.
“A usted lo torturó el Oso Acuña e Isaac Miranda”
Juan Miguel Scatolini pasó tres veces por La Cacha, fue torturado con picana eléctrica durante horas y, después que lo liberaron, se cruzó en la calle con uno de los torturadores: el Oso Acuña. Aquél día que se encontraron Scatolini lo increpó: “Me dejaste en las puertas de la muerte, me arruinaste la vida”. Acuña respondió: “No. Yo no te arruiné la vida. Yo te la salvé”.
Se conocían desde antes de la dictadura porque trabajaban en el Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB): Scatolini era asistente social criminológico; Acuña, oficial de la fuerza. Ambos habían cumplido funciones, a comienzos de los 70, en el Instituto Neuropsiquiátrico de Melchor Romero, que luego pasaría a ser la unidad penal 10 del SPB.
El relato del testigo-víctima tuvo la particularidad de haber sido pronunciado por alguien que conocía y conoce desde adentro los mecanismos del aparato represivo. Militante de la Juventud Peronista e identificado con el paradigma de reforma del sistema carcelario argentino desarrollado por Roberto Petinatto, Scatolini comenzó a ser perseguido dentro de la fuerza penitenciaria a partir de 1974, “cuando se produjo un acontecimiento muy grave: un auto-acuartelamiento de oficiales penitenciarios de la unidad 2 de Sierra Chica”.
[pullquote]Aquél día que se encontraron en la calle, Scatolini lo increpó: “Me dejaste en las puertas de la muerte, me arruinaste la vida”. Acuña respondió: “No. Yo no te arruiné la vida. Yo te la salvé”[/pullquote]
“Ese año, junto a otros compañeros, fuimos sacados abruptamente de la unidad 10 de Melchor Romero y pasados a la unidad 12 de Gorina. Allí estuvimos poco tiempo. Como si hubiera sido un anticipo de lo que vendría, en 1976 vi ingresar a la unidad 12 a una persona que ya conocía porque había sido jefe de Inteligencia del SPB: Isaac Crespín Miranda. Pregunté qué hacía Miranda en la unidad y me dijeron: ‘viene a buscar la dirección tuya’ y así fue”, describió Scatolini.
Dos días después de la “visita” de Miranda, Scatolini y varios de sus compañeros fueron detenidos e ingresados al centro clandestino de detención que funcionó en 1 y 60, en la sede platense de Infantería de la Policía bonaerense. Los mantuvieron esposados y encapuchados y, de madrugada, los trasladaron a otro centro clandestino de detención que con el tiempo sabrían que se llamaba La Cacha.
“Cuando nos ingresaron a La Cacha se oían gritos de dolor, golpes y una radio con el volumen muy alto. Durante el interrogatorio no me preguntaban por mi actuación en Melchor Romero o por nombres de personas o por mi cercanía con Petinatto, si no que insistían preguntándome dónde tenía las armas. Atado a un elástico de cama, me pasaron picana eléctrica durante horas. Finalmente, les dije que las supuestas armas las guardaba en la panadería de mi padre, debajo de unas bolsas de harina. Por supuesto que nunca fueron a buscar ‘las armas’: comprendí que me habían secuestrado y torturado más por castigo que por búsqueda de información”, relató.
Scatolini y sus compañeros –otro asistente social criminológico y un médico- fueron reingresados al CCD de 1 y 60, y en dos ocasiones más serían interrogados y torturados en La Cacha.
“Una madrugada, estando nuevamente en 1 y 60, alguien me despertó y me dijo: ‘Recuerde mi nombre: yo me llamo Juan Carlos Gómez y me dicen Pajarito. Soy oficial de la Bonaerense. Lo que le quiero decir es que a usted no lo torturamos nosotros: a usted lo torturó el Oso Acuña y Miranda’. Con esa información me empezó a cerrar un poco la idea que yo tenía de estos personajes”, continuó Scatolini.
El testigo-víctima aportó información valiosa acerca de la articulación entre las fuerzas represivas, especialmente con respecto a quiénes administraban La Cacha. Explicó que hacia 1974, cuando se produjo el auto-acuartelamiento en Sierra Chica, el vicegobernador Victorio Calabró mantenía una relación muy cercana con la Marina, principalmente con un sector ligado al excomandante Massera que desde aquél año planificaba un golpe de estado.
Calabró también protegía, en La Plata, a las bandas de la CNU (Concentración Universitaria Nacional), y había sido el principal operador para el reemplazo del titular del SPB por un capitán de navío de apellido Eslaveti. De allí la presencia tan frecuente de los “marinos” en la administración del CCD La Cacha, de acuerdo a los relatos de la mayoría de las víctimas que han declarado en lo que va del juicio. De hecho, según las declaraciones, todos los que pertenecían a la Armada compartían el apodo “Carlitos”.
Mientras Scatolini explicaba la vinculación entre las fuerzas armadas y de seguridad durante la dictadura, el defensor oficial Adrogué solicitó al presidente del tribunal que el relato del testigo se limitara a los sucesos “ocurridos en La Cacha”. Sereno y metódico, Scatolini le respondió: “Sí, seguramente la idea que ronda en las defensas es qué tiene que ver esto que cuento con lo ocurrido en La Cacha. Yo lo que digo es que en aquél momento había una vinculación entre los distintos centros clandestinos. No tengo ninguna duda de que había esa relación porque los actores de uno de ellos también eran actores de otros. Acuña, por ejemplo, trabajaba en la unidad penal 9, pero participaba de los interrogatorios en La Cacha y se lo ha visto también en Arana”.
[pullquote]“Yo llevo una mochila de 40 años y quiero que ustedes comprendan que estoy relatando lo más minuciosamente posible todo lo que viví”[/pullquote]
“Yo llevo una mochila de 40 años y quiero que ustedes comprendan que estoy relatando lo más minuciosamente posible todo lo que viví”, agregó Scatolini, quien finalizó su intervención describiendo aquél encuentro con Acuña en la calle tiempo después de su liberación.
Emocionado, el testigo cerró: “Agradezco al tribunal y sobre todo a este proceso de esclarecimiento que está llevando adelante la justicia y la sociedad argentina. Esto es fruto de todos aquellos que han colaborado extraordinariamente para el esclarecimiento y la búsqueda de la verdad. Aquellos que han buscado en la memoria el vericueto para poder llegar a las conclusiones a las que se llegan. Por eso, en nombre de los que ya no están, pido Justicia”.
“Hay muchas cosas que quedaron truncas”
Rubén Alejandro Martina fue otro de los testigos del viernes 23. El 6 de diciembre de 1977, de madrugada, un grupo de personas armadas irrumpió en su casa y, al no encontrar Jorge Alberto, hermano mayor de Rubén, lo secuestraron a él. Encapuchado y esposado, lo subieron al baúl de un auto y lo trasladaron a La Cacha con el objeto de obtener información para ubicar el paradero de Jorge Alberto.
“En La Cacha me interrogaron al principio, y uno de ellos me dijo que si no les decía dónde estaba mi hermano iba a ocurrir un enfrentamiento en la calle y no lo iba a ver nunca más. En cambio, si les decía dónde estaba, mi hermano podría tener alguna posibilidad de sobrevivir. Les dije que ese mismo día yo tenía que encontrarme con Jorge Alberto en su lugar de trabajo, en una galería comercial de La Plata. Así fue como esa tarde lo secuestraron y lo ingresaron a La Cacha”, contó el testigo.
A los hermanos les permitieron saludarse durante algunos segundos, aunque con las capuchas puestas y las manos esposadas. “Me dijo que no le vería más y que cuidara de nuestros padres. Fue la última vez que lo vi”, señaló.
“Siempre me pregunto qué hubiera sido mi vida junto a él. Hay muchas cosas que quedaron truncas. Pero más allá de eso, pienso en la posibilidad que se le quitó al país de toda una generación que pudo haber aportado mucho. Se tiene que hacer justicia porque quiero que mis hijos crezcan en libertad y democracia”, concluyó Rubén Martina.