“Dale máquina, decía el interrogador si no le gustaban las respuestas”
El último miércoles declararon en el marco del juicio por los crímenes cometidos en el ex CCD La Cacha Alberto Alfio Cavalié, que trabajaba en la fábrica de vidrios Rigolleau al momento de su secuestro y Julio César Chávez, otro ex detenido en el lugar.
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(Agencia – Sebastián Pellegrino) “En 1977 yo trabajaba en la fábrica de vidrios Rigolleau, de Berazategui, y siempre salíamos de allí con dos compañeros –Barrientos y Colman- hasta la parada del micro. Una noche, después de caminar unos 200 metros, levantamos unos panfletos tirados en la calle para ver qué decían, y en ese momento se acercó por detrás un grupo de policías de civil. Nos acusaron de ser quienes habíamos distribuido ese material y por eso nos llevaron a la comisaría 1° de Berazategui”, comenzó su relato Alberto Alfio Cavalié, el miércoles 21, ante los magistrados del Tribunal Oral en lo Criminal Federal 1 de La Plata, durante una nueva audiencia del juicio de lesa humanidad conocido como La Cacha.
Cavalié estuvo secuestrado desde comienzos de diciembre de 1977 hasta fines del mismo mes en el centro clandestino que funcionó en la antigua planta transmisora de Radio Provincia. En varios pasajes de su declaración testimonial repitió una expresión que, durante aquellos días de cautiverio, giraba en su cabeza: “¿Dónde estoy, Dios mío?”. Fue torturado salvajemente, hambreado e interrogado sobre nombres de personas o actividades que no conocía y que no podía responder: “Haber estado en La Cacha me cambió la vida para siempre. Salí de allí pesando 30 kilos y durante mucho tiempo sentí que me seguían”.
En 1977 la fábrica Rigoló era controlada, tanto en el interior como en las afueras, por personal militar. Los trabajadores debían someterse a estrictos controles antes del ingreso para evitar la distribución de material de propaganda política, y esa tarea la realizaban las fuerzas de la dictadura en connivencia con los dueños de la fábrica.
De acuerdo al relato de Cavalié, de la comisaría de Berazategui fueron trasladados al Regimiento 601 de City Bell, donde permanecieron algunas horas hasta que volvieron a ser trasladados con destino a la comisaría 8° de La Plata: “Había presos políticos y comunes. Recuerdo que los primeros eran registrados en las planillas con un asterisco. Estábamos todos mezclados, y allí no nos ponían la capucha”.
“Al día siguiente, nos sacaron a los tres de la comisaría, con una venda y capucha en la cabeza, en el baúl de un Dodge con destino a La Cacha. Era como una casona muy grande y antigua, con pisos de baldosas rojas. Cuando nos ingresaron pude advertir que había muchas personas allí, la mayoría jóvenes”, continuó el testigo-víctima, quien agregó que sus compañeros Barrientos y Colman fueron alojados en otros sitios del centro clandestino.
“Los interrogatorios eran terribles. Se hacían en otro lugar, cerca del edificio donde estábamos encerrados. Siempre aparecía uno de los guardias gritando con voz de terror: ‘¡Vienen coches, vienen coches, vienen coches’!, y todos nos aterrábamos porque oíamos los autos en los que llegaban los torturadores. El mismo guardia te sacaba hacia el lugar de torturas y te hacían acostar, desnudo, sobre un elástico de cama y con un cable atado al dedo gordo del pié. El cable era de la picana”, describió Cavalié, quien no pudo recordar ningún nombre o apodo de los torturadores pero sí las funciones que cumplían: uno custodiaba la puerta de la sala, otro administraba la potencia de la máquina y un tercero era el que interrogaba.
[pullquote]Cavalié: “Haber estado en La Cacha me cambió la vida para siempre. Salí de allí pesando 30 kilos y durante mucho tiempo sentí que me seguían”[/pullquote]
“‘Dale más máquina’, ordenaba el interrogador si no le gustaban las respuestas”, dijo el testigo-víctima. La cercanía de la sala de torturas con respecto al lugar de alojamiento de los secuestrados hacía que, constantemente, se oyeran con claridad los gritos y llantos de dolor.
Por otra parte, Cavalié señaló que la comida se servía una vez al día, y era de muy mala calidad, sin cocción y fría, como “para los perros”. Los detenidos siempre permanecían encapuchados y sólo podían ver cuando eran llevados al baño. Allí, tal como lo recordaron muchas víctimas de La Cacha, había afiches pegados a la pared con la imagen de un barco, mucho dinero y los rostros de varios integrantes de la conducción de Montoneros: “Esos afiches decían algo así como ustedes se toman la pastillita, nosotros nos llevamos la guita”, recordó.
Después de varias semanas de cautiverio, Cavalié y sus compañeros fueron liberados en la zona de Parque Pereyra. El testigo-víctima volvió a la fábrica y nadie le preguntó los motivos de su ausencia, lo que sugiere el conocimiento y la complicidad de la empresa con las fuerzas de la represión.
[pullquote]“‘Dale más máquina’, ordenaba el interrogador si no le gustaban las respuestas”[/pullquote]
“Me costó mucho poder recuperarme de todo aquello. Nunca había imaginado que pudiera existir un lugar así. Me di cuenta que mi vida había cambiado para siempre y que el mundo no era todo color de rosas”, cerró Cavalié entre llantos, mientras el público en la sala lo aplaudía ruidosamente .
“Esto lo hago por los 30.000 desaparecidos”
Julio César Chávez, de 67 años, fue otro de los testigos de la audiencia del miércoles. En 1977, Chávez vivía en La Plata, en las calles 138 y 65. Una madrugada de aquél año ingresaron a su casa varios “hombres fuertemente armados y disfrazados”, rompieron los focos y revisaron todo.
“Allí vivíamos con mi esposa y mis dos hijas pequeñas. A mí me taparon con una frazada, me pusieron una capucha en la cabeza y me subieron al baúl de un auto. En el viaje se detuvieron un momento para abrir la tapa del baúl y preguntarme cómo venía. En ese momento, y por la pregunta, imaginé que no me matarían, que todo saldría bien”, narró el testigo-víctima.
Su relato fue veloz, apasionado, sensible, con las palabras que se juntaban, unas detrás de otras, con la fuerza de quien pretende no olvidar un detalle. En un momento, el fiscal le preguntó si en aquella época tenía alguna militancia política. Chávez respondió: “Siempre tuve mis ideales, soy de la izquierda peronista, y nunca los voy a declinar”, como si, en realidad, estuviera respondiendo a los interrogadores de La Cacha.
En otro pasaje de su declaración, contó que durante uno de los interrogatorios le preguntaban por nombres de personas “y yo les dije que, antes de traicionar a alguien, prefería que me mataran”. Julio César fue ingresado a la planta alta de La Cacha, donde lo esposaron a un caño que atravesaba una pared: “Después de varias horas, me dieron ganas de orinar pero por temor no pedí que me llevaran al baño. En otra ocasión, uno de los guardias me dio una patada en el pecho y por el movimiento se me salió la capucha. Pude ver el rostro y la figura de ese guardia: era grandote y morocho, aunque no podría recordar la imagen después de tantos años”.
[pullquote]el testigo declaró que una vez accidentalmente se le salió la capucha y pudo ver el rostro del guardia: era grandote y morocho, aunque no podría recordar la imagen después de tantos años[/pullquote]
Sobre los interrogadores y guardias del centro clandestino, recordó los apodos del Francés –a quien muchas de las víctimas identifican con el imputado Gustavo Cascivio- y a Quique: el primero realizaba los interrogatorios y el segundo era un guardia que se encargaba de acompañar a los detenidos al baño, repartía la comida, entre otras actividades.
Ante los magistrados, Chávez afirmó haber declarado en varias oportunidades en sede judicial y agregó que “en la Secretaría de Derechos Humanos de Provincia, en 8 y 53, me mostraron fotos de represores aunque no pude identificar a ninguno de los de La Cacha”.
Cuando el testigo-víctima terminó su relato, los defensores de los imputados, especialmente el abogado Juan José Losino, que representa al veterinario y exempleado civil del Ejército Claudio Grande, desplegó una nueva puesta en escena enfatizando sobre los supuestos dichos de Chávez acerca del visado de fotos en la Secretaría de derechos Humanos “y en el juzgado federal de 8 y 50”. En ese momento, mientras Losino señalaba con el dedo al testigo, intervino Rozanski para que Chávez aclarase lo de las fotos, pero el abogado defensor continuaba con su arenga.
Finalmente el hombre de 67 años, que fue torturado en un centro clandestino y que acababa de relatar aquella experiencia, habló con voz temblorosa y agitada: “Tengo hipertensión arterial, tres stends, y me acompaña hoy aquí mi médico personal…”. Recién a partir de allí el abogado defensor frenó su andanada de señalamientos. “…pido disculpas si lo dije mal, pero las fotos que me mostraron eran de la Secretaría de Derechos Humanos, nunca vi fotos en el juzgado de Blanco”, explicó el testigo-víctima.
Minutos después, cuando el presidente del tribunal le agradeció su testimonio en el juicio, Chávez se paró para salir de la sala pero volvió con entusiasmo: “¿Puedo decir algo más? Esto lo hice por los 30.000 compañeros desaparecidos”.