VIGESIMOPRIMERA AUDIENCIA DEL JUICIO LA CACHA “Nos liberaron porque decidieron que éramos rescatables”
ANDAR en los juicios
(Por Sebastián Pellegrino, Agencia) “En La Cacha, cuando me subieron encapuchado al piso de arriba, los guardias hicieron un comentario sarcástico, burlón, dirigido a uno de los detenidos que estaba allí alojado: ‘Che, Coco ¿No te habrás olvidado de alguien?’. Al igual que yo, Coco Gómez también era militante de la Juventud Guevarista. Lo habían torturado tanto para que delatara a sus compañeros que terminó diciendo mi nombre –les dijo que yo era su jefe político-, lo que provocó mi secuestro y mi paso por el centro de detención”, declaró el testigo-víctima Julián Roberto Duarte, el viernes 25 de abril, desde el comienzo de la vigesimoprimera audiencia del juicio La Cacha.
Duarte fue detenido el 4 de agosto de 1977 a las 4 de la madrugada. Vivía con su hermano y su cuñada en una casa de Villa Elisa, en calle 9 entre 49 y 50 de esa localidad. “Rompieron la puerta, entraron a mi habitación y me envolvieron la cabeza con una sábana. Luego me sacaron esposado de la casa y me ingresaron al asiento de atrás de un Ford Falcon. Durante el viaje, supe que en el baúl del auto llevaban a otra persona: José Barla”, relató.
Barla, precisamente, había declarado en el juicio La Cacha dos días antes que Duarte, el miércoles 23, por lo que los detalles de sus secuestros coincidieron hasta sus respectivos ingresos al centro clandestino de detención. Militante del Partido Socialista de los Trabajadores y activista sindical de la Coordinadora Interfabril, Barla había logrado sacar su encendedor del bolsillo, iluminar el baúl del Falcon y, con un golpe certero, abrir la tapa saltando inmediatamente hacia la ruta con el auto en movimiento. Esa misma anécdota fue relatada por Duarte, pero desde la perspectiva del asiento de atrás del vehículo.
Las víctimas de aquellos operativos de madrugada no se conocían hasta ese momento y serían liberadas el mismo día, luego de que se les informara que “según el Poder Ejecutivo Nacional, se había decidido que éramos ‘recuperables’”, reveló Duarte, quien tenía 22 años cuando fue secuestrado.
[pullquote]Duarte: “Un día, uno de los guardias me hizo enojar y lo puteé. Como castigo, me hizo cortar la barba. ‘La barba crece’, le respondí. Él llevaba bigotes, pero es lo único que recuerdo”[/pullquote]
A su llegada al centro clandestino de detención, lo ingresan directamente a una “sesión de picana: me preguntaron a qué partido pertenecía y ese tipo de cosas. La segunda sesión de picana –los interrogatorios se realizaban en un pequeño edificio cerca del principal- fue mucho más fuerte. En cuanto al lugar de alojamiento, estuve primero en el entrepiso de La Cacha y luego me pasaron al piso de arriba. Allí fue donde me crucé, sin verlo porque seguía encapuchado, con Coco Gómez”.
El testigo-víctima pudo recordar los nombres de varios de los detenidos con los que mantuvo diálogos furtivos (Norma Martínez, un joven de apellido Cavallieri y su compañera) y los guardias apodados “el Oso”, “el Francés”, “Palito” y “el Amarillo”, cuyas funciones específicas no pudo detallar.
“Un día, uno de los guardias me hizo enojar y lo puteé. Como castigo, me hizo cortar la barba. ‘La barba crece’, le respondí. Él llevaba bigotes, pero es lo único que recuerdo”, dijo Duarte.
El 24 de agosto de 1977, 20 días después de sus secuestros, los guardias les informan a Duarte y a Barla que serían liberados. El primero, contó ante los magistrados, fue liberado en una zona descampada de Los Hornos: “Me hicieron tirar al piso y me ordenaron que contara hasta 200 antes de levantarme. Luego, el auto salió a toda velocidad y yo salí caminando hacia la casa de un conocido de Los Hornos. Un par de días después volví a mi casa”.
Después del testimonio de Duarte, el presidente del tribunal, Carlos Rozanski, respondió al defensor del imputado Claudio Grande, José Losino, sobre las precisiones del testimonio que deberá prestar, en las próximas semanas, el único testigo del juicio cuya identidad se mantendrá en reserva: “Hemos resuelto que el acto de declaración testimonial se llevará a cabo sin el público ni los imputados, y su identidad sólo se revelará a las partes”. El magistrado aclaró también que la próxima audiencia del juicio se realizará el próximo 7 de mayo.
“En La Cacha, ingenuamente, pedí por un abogado”
Fernando Reyes, otro de los testigos de la última audiencia, fue uno de los estudiantes secundarios del Normal de Banfield, partido de Lomas de Zamora, secuestrados y detenidos en La Cacha durante el transcurso del año 1977: “Me secuestraron la madrugada del 3 de agosto. Estaba en mi casa. Ellos llevaban ropa militar. Golpearon a la puerta, abrieron mis padres y los captores les dijeron que me tenían que llevar para hacerme algunas preguntas. Me encapucharon, me maniataron y me subieron al baúl de un auto. El viaje duró casi dos horas, por lo que recuerdo”.
“Como conocía muy bien la zona, supe que el viaje se había iniciado hacia el sur de Lomas. Cuando el auto se detiene, me sacan del baúl y me ingresan a un lugar en el que había muchas personas en silencio. En ese momento, ingenuamente, pido por un abogado y uno de los guardias me da vuelta la cara de un sopapo”, recordó el testigo-víctima.
Cuando fue secuestrado, Reyes integraba el Centro de Estudiantes del Normal de Banfield y participaba de sus actividades militantes a pesar de la prohibición expresa dictaminada por el interventor del colegio, de apellido Bucci (sólo por casualidad, el apellido del interventor coincide con una de las víctimas del Normal que también pasó por La Cacha: Silvia Bucci).
“En ese primer momento, me quitan todas mis pertenencias y me dejan en el sótano del centro clandestino. Hacía mucho frío. Se oían ladridos de perros y los sonidos típicos del amanecer: canto de gallos y croar de ranas. Un detenido me preguntó de dónde venía y agregó un comentario que me sonó un poco raro: ‘Hace como 15 años que estoy acá’, dijo. No le vi la cara ni supe su nombre, por lo que nunca averigüé si realmente era un detenido o uno de los guardias”, narró Reyes.
A la tarde de aquél primer día de cautiverio lo sacan del sótano y lo conducen a un pequeño cuartito de la Cacha, lo atan al elástico de una cama y al rato ingresan a una joven de unos 20 años. Ambos estuvieron allí alojados casi todo el tiempo de su cautiverio.
“Un día pude cruzarme con mis compañeros del Normal de Banfield Silvia Bucci y Edgardo Jerqueira. Me advirtieron que si me llegaban a llevar a interrogatorio que no les ocultara nada, que respondiera todas las preguntas porque lo que ellos querían saber ya lo habían averiguado. Recuerdo que me hizo muy bien encontrarme, aunque sea durante algunos minutos, con personas conocidas”, contó el testigo-víctima.
El interrogatorio, finalmente, se produjo: lo sacaron del “cuartito” hacia una pequeña construcción que quedaba a metros de La Cacha. Vuelven a atarlo a un elástico de cama y pudo ver por debajo de la capucha una máquina con conectores y cables que “parecía una picana, aunque nunca había visto una”. Eran dos interrogadores: uno tenía aproximadamente 50 años y el otro no mucho más de 20.
“Me dijeron que había dos formas de hacer las cosas en ese lugar: reconocer voluntariamente todo o enfrentar la sesión de picana. Querían que yo reconociera que era militante de la Juventud Guevarista –JG-, pero les dije la verdad, que sólo era militante del centro de estudiantes del colegio. También me preguntaron si conocía a Rubén Gerenstein, de la JG, y les dije que sí pero aclaré que él no era militante del ERP como decían ellos. Luego de varias preguntas más, me volvieron a llevar al sótano de La Cacha”, declaró Reyes.
Acerca del militante de la JG, el testigo explicó que sus compañeros del centro de estudiantes le habían contado, en cierta ocasión, que debían ayudar a Gerenstein para que se reuniera con un contacto importante y que necesitaba un lugar seguro para hacerlo. Reyes lo había consultado con sus padres y luego de recibir el visto bueno, ofreció su propia habitación de la casa familiar para que se realizara aquél encuentro: “Supongo que los militares se habrán enterado de ese episodio y por eso me secuestraron”, dijo ante los magistrados.
Una semana después de su detención, los guardias le informaron a Fernando Reyes que sería liberado: “Me quitaron las esposas, me dejaron bañar y por la noche me subieron a un auto con el que me llevaron hasta mi casa. Golpearon a la puerta y atendió mi padre. A mí ya me habían quitado la capucha. Dijeron que yo tenía el prontuario limpio y que iba a estar todo bien. Eso lo dijeron en respuesta a lo que les dijo mi padre, que nos íbamos a ir a España”.