EN EL JUICIO LA CACHA DECLARARON FAMILIARES DE ESTELA BOJORGE “El médico Crosa, que en 1999 recordaba los rasgos de mi hermana, los omitió en el acta de defunción de 1977”
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(Por Sebastián Pellegrino, Agencia) En el Juicio por la Verdad de 1999, el exmédico forense de la jurisdicción policial de Berazategui, Carlos Pío Crosa, relató, junto a otros médicos que habían sido citados a declarar como testigos, cómo se eludía la obligación de registrar en las actas de defunción los datos de las víctimas fatales de la represión: no se realizaban las denuncias penales por muerte violenta y las víctimas eran consignadas como NN a pesar de que se disponía de sus identidades.
En aquél juicio, Crosa fue consultado sobre si recordaba a una de las víctimas fatales halladas a fines de 1977 en el kilómetro 36 de la ruta 2, en la zona de Berazategui. La víctima era Estela Maris Bojorge y el médico forense, 22 años después de haber realizado el acta de defunción de aquella joven, recordó sus rasgos: una mujer joven, de cabello castaño claro casi rubio, tez blanca. Sin embargo, en 1977, cuando confeccionó el documento público frente al cuerpo acribillado, no consignó ningún dato, excepto la típica y perversa frase: “Destrucción de masa encefálica”.
“Por eso, también hago responsable al médico Crosa que hizo esta acta de defunción deplorable, porque no sólo mintió sino que ocultó información básica para la posterior identificación del cuerpo. No se trata de negligencia, ni de desidia ni de incompetencia: se trata de un claro caso de ocultamiento de prueba, y debe ser condenado por eso”, afirmó Arturo Carlos Bojorge el miércoles 26 durante la decimosexta audiencia del juicio conocido como La Cacha.
El testigo, hermano de Estela Maris, una joven secuestrada de su casa familiar, trasladada a La Cacha en julio de 1977 y acribillada en Berazategui el 22 de septiembre de aquél año, relató a los jueces del Tribunal Oral en lo Criminal Federal 1 de La Plata la actuación del médico forense Carlos Pío Crosa: uno más entre tantos médicos que durante la Dictadura fraguaron actas de defunción y manipularon los datos de los asesinados por las fuerzas represivas.
La historia de la familia Bojorge es una historia recargada de dolor, de decisiones tomadas bajo amenaza y sin alternativas reales, de desconocimiento casi absoluto sobre el destino de una de sus integrantes, de decepciones y de lucha por la verdad. En la audiencia del miércoles 26, todos los testigos llevaban el mismo apellido: Claudia, María Elena, Marcelo, Alejandra, Arturo Carlos y Patricia Bojorge.
El secuestro de Estela Maris
Durante la tarde del 1 de julio de 1977, en Mercedes, los padres de una numerosa familia disfrutaban del reencuentro con varios de sus hijos que acababan de llegar desde La Plata para festejar, al día siguiente, el cumpleaños del primer nieto. De los nueve hermanos, estaban Claudia, Adriana, Marcelo, Arturo, Alejandra, Estela Maris, Patricia y María Elena. La última era la madre del niño que cumpliría años, y había llegado con su pareja desde La Plata.
[pullquote]Arturo Carlos Bojorge: “Por eso, también hago responsable al médico Crosa que hizo esta acta de defunción deplorable, porque no sólo mintió sino que ocultó información básica para la posterior identificación del cuerpo»[/pullquote]
Al anochecer, alguien llama por teléfono. Preguntan por Estela Maris. Ella se pone al teléfono, escucha un nombre y una invitación a tomar un café. Cuelga, preocupada. Sigue la reunión familiar.
Varias horas después, alrededor de la medianoche, tres hombres armados irrumpen en la casa, mientras los Bojorge se acomodaban en las habitaciones para dormir. Uno de los integrantes del operativo llevaba su cara descubierta: era el que daba las órdenes. Otro usaba peluca y barba postiza. El tercero, anteojos de sol. La única integrante de la familia que no estaba en la casa era Estela Maris, que miraba una novela en la casa de una amiga de la cuadra.
Las mujeres fueron encerradas en el baño; los hombres (el padre de familia, uno de sus hijos y el yerno) fueron atados en distintas camas de las habitaciones, interrogados y golpeados. Los interrogadores buscaban a Estela Maris, que llegaría a la vivienda a mitad del operativo. Las preguntas dirigidas a ella se referían a su exnovio, Alberto “Pepe” Weber. Fue la única integrante de la familia que se llevaron; el resto quedó pasmado, inerte, desbordado.
[pullquote]El 22 de septiembre de 1977, entre 11 y 12 personas fueron sacadas de La Cacha, entre ellas Estela Maris. No serían “blanqueados”, sino asesinados. Los cuerpos de ocho de los “trasladados” serían enterrados en tumbas NN en el Cementerio de La Plata[/pullquote]
Desde aquél momento, debieron pasar más de 30 años para que los Bojorge conocieran la historia de lo que le había ocurrido a Estela Maris. Esa minuciosa reconstrucción la relató Arturo Carlos Bojorge ante los magistrados del TOF 1: “En 2006, con una de mis hermanas, empezamos a buscar información sobre la Juventud Universitaria Peronista –JUP-, en la cual Estela militaba mientras estudiaba en la universidad. Allí también militaba “Pepe” Weber, que había sido su novio. Descubrimos que prácticamente todos los militantes de la JUP en La Plata habían pasado por La Cacha. Con ese dato, comenzamos a buscar sobrevivientes”.
“Hallamos un expediente sobre mi hermana en la exDIPPBA, pero no tenía la información que necesitábamos para reconstruir la historia. Eran todas denegaciones de habeas corpus y pedidos realizados por mi padre. Luego encontramos a tres sobrevivientes de La Cacha que recordaban a mi hermana por su sobrenombre: la ratona. Así supimos que siempre estuvo alojada en planta baja del centro clandestino, lugar al que eran destinados quienes padecían las mayores torturas y tenían menores posibilidades de comunicarse entre ellos. Luego encontramos otro sobreviviente, a quien le mostramos las fotos de mi hermana. Nos dijo: ‘Sí, esta es la ‘ratona’ que yo conocí’. Ese hombre fue liberado el 5 de septiembre, por lo que descubrimos que hasta fecha Estela Maris estuvo en La Cacha con vida”, continuó Arturo Bojorge.
A partir de Juan Carlos Guarino, otro sobreviviente que salió a fines de septiembre de 1977, los hermanos de Estela Maris supieron que ella ya no se hallaba en La Cacha en esa época. Algo había ocurrido entre comienzos y fines de septiembre. El vacío de información Arturo lo completó con otro sobreviviente: “Supimos que el 21 de septiembre los detenidos fueron llevados en fila a las duchas y luego se les informó que muchos de ellos iban a ser pasados a disposición del Poder ejecutivo nacional”, señaló Arturo.
Nunca ocurriría tal cosa. En realidad, durante la madrugada siguiente, entre 11 y 12 personas fueron sacadas de La Cacha, entre ellas Estela Maris. No serían “blanqueados”, sino asesinados. Los cuerpos de ocho de los “trasladados” serían enterrados en tumbas NN en el Cementerio de La Plata. Sus historias, tal como ya fue reseñado y explicado en el mismo juicio por Adelina Dematti sobre centenares de casos, serían borradas, malversadas, deformadas por los médicos forenses de la Policía de la provincia.
El “canje”
Días después del secuestro de la joven, el padre de la familia Bojorge recibe un nuevo llamado telefónico. Hasta ese momento, la familia había intentado obtener información por todos los medios a su alcance: la madre de Estela se había encontrado con Marta Videla, hermana del Dictador, conocida por los vecinos de Mercedes; se habían contactado con militares conocidos del regimiento de Infantería; habían presentado habeas corpus; también se habían realizado gestiones ante las autoridades eclesiásticas. Nada.
[pullquote]El canje consistía en delatar a uno de sus yernos, Guillermo Cánepa, pareja de Patricia, a cambio de la liberación de Estela Maris. El hombre les pide tiempo, aunque sabe que nunca lo aceptaría[/pullquote]
El padre de la joven secuestrada atiende la llamada y del otro lado de la línea lo citan a una calle céntrica de la ciudad de Luján para recibir una propuesta. Llega allí a las 19; la zona había sido liberada, no había luz en la calle y nadie que pasara por el lugar.
El canje consistía en delatar a uno de sus yernos, Guillermo Cánepa, pareja de Patricia, a cambio de la liberación de Estela Maris. El hombre les pide tiempo, aunque sabe que nunca lo aceptaría. Los “negociadores” le dan garantías: un odontólogo de Luján podría darle la garantía de que con él los militares habían cumplido con la palabra empeñada.
Ante la negativa con respecto al “canje”, el padre de Estela Maris es secuestrado durante todo un día y salvajemente torturado. Mientras tanto, el resto de la familia vagaba sin rumbo fijo tratando de protegerse mutuamente y de alertarse sobre los peligros que se presentaban a cada día. Desperdigados y sin recursos, los hermanos Bojorge se trasladaban de casa en casa, recibían ayuda de sus tíos y familiares y nunca tendrían noticias de Estela Maris hasta que su cuerpo fuera hallado en una tumba NN del Cementerio de La Plata.
La ruptura y el padecimiento continuo de la familia, sin embargo, jamás provocarían en ellos, los sobrevivientes, un deseo de tormentos similar para los responsables de tantos crímenes. Por eso el cierre de Claudia Bojorge, el miércoles, al finalizar su declaración: “Pido a este Tribunal que condene a los responsables, pero que esa condena no implique robarle la identidad a sus hijos, ni tirarlos a ellos vivos al mar, ni asesinarlos ni torturarlos. Mi padre y mi hermana también se negarían a ese tipo de condenas. Pido que sean condenados con la ley que ellos ignoraron para que sepan que no se puede vivir en la impunidad”.