INFANCIA Y REPRESIÓN Las marcas de la dictadura en la niñez
Tres infancias fuertemente marcadas por la dictadura. Tres testimonios donde los recuerdos de aquellos años reflejan el impacto del terrorismo de Estado en la cotidianeidad de sus vidas como niños y sus efectos en la adultez
ANDAR en la provincia
(AC-FACSO) Juan Pablo tenía 5 años y dormía en una cama pequeña en la misma habitación que sus padres. En la pieza de al lado también descansaban sus abuelos. Tal vez soñaba con las calles de La Plata en donde vivió un año atrás o con la casa de sus padres en aquella ciudad y esas reuniones con compañeros donde él era el único niño y por lo tanto el más mimado y solicitado por todos. Quizás no soñaba, sino que tenía una pesadilla y recordaba aquella imagen que le quedó grabada cuando su padre lo llevaba al Jardín y pasaron por una casa destruida a balazos en donde habían asesinado a varios militantes.
Esa noche del 16 de diciembre de 1976 el sueño se cortó. Las luces se prendieron. Una persona armada lo tomó en brazos y lo dejó en la habitación de sus abuelos que estaban custodiados por otros dos militares. Vio a sus padres, Rubén y Graciela por última vez. Juan Pablo Villeres quedó solo con sus abuelos en su casa de la calle Belgrano en el barrio Pueblo Nuevo de Olavarría.
En el barrio C.E.C.O vivía otro Juan, de 6 años. Solía caminar con su sus tíos (sus padres adoptivos) por la avenida Avellaneda hacia el centro de Olavarría. Cada vez que pasaba por las vías, una imagen le venía a la mente: un tren que embiste a un auto detenido. Era la representación que tenía de la muerte de sus padres. Eso fue lo que le contaron sus tíos cuando él era aún más chico. Fue un primer paso para que tenga conciencia de que sus padres, Marcelo y Susana, habían fallecido. Juan Weisz siguió pasando por las vías y caminando las calles olavarrienses, como buscando algo.
Manuel, con 5 años, recién pisaba suelo argentino por primera vez. ‘Regresaba’ a un lugar que nunca había conocido. Vivió tres años en Francia, donde nació en 1980 y dos en Brasil. Él y sus padres, Carlos y Geçi, traían a cuestas el exilio. A Manuel, su padre, le contaba que muchos de los amigos de su familia habían sido secuestrados, asesinados, desaparecidos o como ellos, tuvieron que exiliarse. La dimensión del horror de la dictadura comenzaba a tener conciencia en él.
Desaparecidos y exiliados
Los padres de Juan Weisz, de 36 años, fueron secuestrados en 1978, cuando él tenía apenas tres meses. Pasaron por varios centros clandestinos de detención hasta terminar en El Olimpo. En el medio de esos traslados, Juan fue llevado con sus abuelos y luego lo criaron sus tíos.
«A mí me cuentan por etapas que soy hijo de desaparecidos, al principio me dijeron que yo no era hijo de quienes yo conocía como mi mamá y mi papá, como sí lo eran mis hermanos. Me contaron que mis padres habían muerto en un accidente», relata Weisz. Años más tarde, durante un verano en Mar Del Plata, le contaron que sus padres habían muerto en una guerra y que habían desaparecido. «A mis 8 ó 9 años, saber que mis padres habían muerto en una guerra, era imaginármelos luchadores. Aunque más adelante comprendí que el discurso de ‘la guerra’ tenía que ver con una visión que no comparto».
Juan, fue consciente de la muerte de sus padres desde muy chico y quizás fue por eso que el concepto ‘desaparecidos’ no lo marcó tanto como en otros casos. «Yo no los viví a mis viejos, para mí fueron siempre una imagen. Por eso nunca me pregunté demasiado por sus cuerpos».
Muy diferente es la historia de Juan Pablo Villeres, de 43 años, que vivió casi seis años con sus padres y tiene recuerdos muy vívidos de aquellos años. «Mi conciencia racional me indica que mis padres están muertos pero no puedo llamarlos así porque no tengo sus cuerpos y no puedo hacer todo el rito de la muerte», explica.
El año 1977 marcó para siempre la vida de Juan Pablo. Ese año, y el resto de su vida se dividió entre cuando tuvo a sus padres y cuando los desaparecieron. «Tengo de recuerdo los boletines escolares, la mitad firmados por mis viejos y los otros por mi abuela».
Para un niño de seis años, caer en la realidad de que sus padres están desaparecidos es un tema muy confuso. Juan Pablo dice que esos años fueron toda esperanza; esperar alguna noticia, algún llamado, buscar en donde no había nada con la ilusión de encontrar algo. «Recuerdo que los chicles Bazooca venían con un sticker que traía una consigna de que algo te iba a suceder. Yo buscaba hasta ahí algo que tuviera que ver con la esperanza. Toda mi vida estuvo atada a la búsqueda y eso es un signo muy significante en mí», afirma.
A Manuel, de 33 años, el exilio político de sus padres le trajo consecuencias al ‘regresar’ a Argentina. «Al destierro lo empiezo a vivir a muy temprana edad, pero la conciencia de lo que es el exilio la comienzo a vivir a medida que no puedo integrarme a lo que era la sociedad olavarriense en los ’80».
Toda la experiencia del exilio, provocó que Manuel le costara mucho integrarse porque era muy diferente al resto de sus compañeros y amigos. Hablaba un poco en francés, en portugués y en español. Cuando estuvo en Brasil se hizo hincha de Gremio de Porto Alegre y sus amigos le preguntaban qué club era ese. Si sus compañeros fantaseaban con ser detectives, por ejemplo, Manuel también quería serlo, pero de la Juventud Peronista.
«Recuerdo cuando fue el boom de (la serie de televisión) ‘Brigada A’, a mi viejo no le gustaba que la mirara y me decía: ‘Yo te dejo mirar esto pero tenés que entender que los yanquis esto, esto y esto y que los vietnamitas están defendiendo su país’. A mí se me rompía la cabeza y me ponía a mirar eso y mis fantasías eran una cosas medio rara, mientras todos eran brigada A yo la jugaba de vietnamita», recuerda Manuel.
La dictadura militar representó para Juan, Manuel y Juan Pablo un punto de inflexión en sus vidas. Todo cambió a partir de ese contexto histórico que le tocó vivir a sus padres y familiares y a ellos mismos durante sus infancias y adolescencias. Fue un antes y un después y los marcó en las personas que son hoy y sus actividades, trabajos y militancias que llevan a cabo.
Juan Pablo Villeres es abogado y autor de un proyecto de ley que busca recuperar la identidad de personas apropiadas durante la dictadura. Juan Weisz dirige el espacio cultural y artístico «Libereria Insurgente» y se ocupa de visibilizar y denunciar los casos de violencia policial que sufren muchos jóvenes en nuestra ciudad. Manuel, es sociólogo y trabaja como asesor en el Senado de la Provincia de Buenos Aires y además es militante del Movimiento Nacional y Popular.
Ellos son el reflejo de lo que le ocurrió a la sociedad argentina. «El poder destructivo de la dictadura penetró en las personas, en lo cotidiano y por lo tanto nos afectó a todos. En algunos inconscientemente, en otros de forma más consciente, con más o menos violencia pero todos como país fuimos marcados por la dictadura», concluye Juan Pablo Villeres.