NUEVOS TESTIMONIOS EN LA DÉCIMA AUDIENCIA DEL JUICIO LA CACHA “Che, ¿Qué vamos a hacer cuando terminemos con los subversivos?”
ANDAR en los juicios
(Por Sebastián Pellegrino, Agencia) Por el aspecto desalineado –que la víctima apenas pudo percibir- y el vocabulario vulgar, imaginó que eran integrantes del servicio penitenciario. Dos hombres dialogaban distendidos, con mates y criollitas, en la parte delantera de un auto de uso particular mientras se dirigían a una dependencia militar (posiblemente de la Armada) con la orden de alojar allí, durante un par de días, a uno de los detenidos en La Cacha.
“Che, ¿A qué nos vamos a dedicar cuando acabemos con los subversivos?”, preguntó el conductor del auto. Ya ingresaban al predio militar. Su compañero, un hombre gordo (que no era el “oso” Acuña), respondió: “Y… nos vamos a tener que dedicar a los quinieleros…”. Los dos sabían que la faena, en algún momento, se terminaría.
La escena fue recordada, el miércoles 5 de marzo ante el Tribunal Oral en lo Criminal Federal 1 de La Plata, por José Enrique Núñez, quien en 1977, siendo militante de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) y delegado gremial del Banco Comercial de La Plata, fue secuestrado en su casa por personal del Batallón de Infantería de Marina 3 (BIN 3) y llevado a La Cacha.
El testigo-víctima relató la anécdota para luego afirmar que aún el personal subalterno de la Dictadura reconocía la persecución estatal contra un grupo determinado y ejercía su voluntad e intencionalidad de forma consciente. “No puede hablarse de algún problema patológico sino de algo mucho más complejo que desmiente los fundamentos de la obediencia debida”, afirmó.
[pullquote]»Desde el comienzo me taparon los ojos con una venda y sobre ella ajustaron un alambre. Siempre estuve con las manos ligadas, también con alambre. Todavía hoy tengo las cicatrices en la piel de cuando me sacaron esas ataduras»[/pullquote]
Núñez fue secuestrado en la casa familiar de 138 y 41, luego de regresar de lo de su novia. Los integrantes del operativo lo esperaban, desde hacía horas, manteniendo a toda la familia esposada y tirada en el suelo. Allí le atan sus manos con una soga y lo sacan a la calle en dirección a uno de los vehículos del grupo clandestino, pero la soga se desata y José Enrique, que estaba escoltado por un agente que le apuntaba con un arma a la cabeza, dijo: “No se preocupe. No me pienso escapar”. El agente era de alto rango, comandaba el operativo y, según conocería luego la víctima, lo apodaban “el francés”.
“Su rostro se transformó con una expresión de odio y temor profundos. Me gritó que ni se me ocurriera seguir hablando. Fue una especie de humillación que yo le dijera que no se preocupara”, relató Núñez.
El joven bancario no era el único integrante de la familia buscado: su hermana y su cuñado también eran parte del “botín” que pretendían encontrar los del operativo. En realidad, el Ejército Buscaba a Núñez por sus actividades gremiales y el BIN 3 (de la Armada) buscaba a su hermana y cuñado, militantes políticos, expresión de la especificidad de los objetivos de “limpieza” de cada fuerza militar.
“Me llevaron a La Cacha, me golpearon toda la primera noche y a la mañana me interrogaron. Desde el comienzo me taparon los ojos con una venda y sobre ella ajustaron un alambre. Siempre estuve con las manos ligadas, también con alambre. Todavía hoy tengo las cicatrices en la piel de cuando me sacaron esas ataduras (…) El interrogatorio fue grabado. Me picanearon y me tiraron agua fría. Las preguntas eran por mis actividades en la JTP y también por el paradero de mi hermana”, explicó.
[pullquote]“A Malena nunca pude juzgarla por lo que hizo, pero yo nunca habría aceptado un ofrecimiento similar. No podría haber traicionado a mis compañeros, a pesar de la tortura”[/pullquote]
En un momento del interrogatorio, se oye la voz de una mujer que le hacía una pregunta. Él la responde. Luego, otra vez la voz de la mujer: “¿Me reconocés?”. “Sí, señora”, dice Núñez. La joven era otra de las secuestradas en La Cacha, amiga de la familia del interrogado, y colaboradora de las fuerzas que la habían capturado.
“A Malena nunca pude juzgarla por lo que hizo, pero yo nunca habría aceptado un ofrecimiento similar. No podría haber traicionado a mis compañeros, a pesar de la tortura”, dijo el testigo, para quien incluso esa posibilidad de dilación no garantizaba la integridad de los arrepentidos.
Acerca del traslado en auto hacia una dependencia de la Armada (viaje en el que los penitenciarios intercambian el diálogo transcripto), el testigo explicó que se trató de un desalojo provisorio de La Cacha realizado con motivo de una reparación, reorganización y limpieza del lugar. Pronto se iba a realizar una inspección de altos mandos militares y los “administradores” de La Cacha debían acondicionar el centro para esa ocasión.
“Me reintegran a La Cacha siete días después y comencé a pensar cómo escaparme de allí. En ese contexto, un día se me acercó “el francés” para hablar de política. Fue una escena patética. Me preguntó: ‘¿Sabés cuándo comenzó el mal en el mundo?’. No sabía qué esperaba que dijera. Supuse que si decía que el mal había comenzado con el marxismo, lo interpretaría como muy obvio, muy forzado. Por eso, dije: ‘Con la Revolución francesa’. No era esa la respuesta. ‘El francés’ dijo: ‘Fue quinientos años antes de Cristo, con el nacimiento del marxismo”, recordó.
“Años después, vi en televisión a un alto mando militar que estaba siendo entrevistado y que decía lo mismo: que el marxismo había surgido quinientos años antes de Cristo. Semejante dislate era compartido por los militares, aparentemente, aprendido por todos ellos de las mismas fuentes. Ni siquiera tenían una referencia temporal acerca del marxismo, por lo que no cuesta imaginarse lo que sabían de la historia. ‘El francés’ pertenecía a la Inteligencia militar. Yo me pregunto: ¿Qué Inteligencia?”, continuó Núñez.
“El francés”, que en el juicio ha sido identificado como uno de los imputados en la causa, Gustavo Adolfo Cascivio, también fue quien le propuso a la víctima salir de La Cacha a cambio de información sobre su hermana y cuñado. José Enrique aceptó la propuesta, pero nunca dilató a sus familiares. Debía llamar cada 15 días a sus captores para darles información.
Pudo superar la primera fecha pautada, alegando que no había podido localizarlos. Durante la siguiente quincena, Núñez pudo conseguir un pasaporte legal mediante un conocido que trabajaba en Policía Federal, y salió del país rumbo a Alemania. Su hermana y cuñado, no obstante, fueron encontrados por el BIN 3: la joven fue acribillada antes de que escapara.
Un dato relevante de la declaración del testigo fue en torno al imputado Claudio Grande, agente civil del Destacamento de Inteligencia 101 del Ejército, a quien reconoció como uno de los guardias de La Cacha que “ofrecía un trato amable a los detenidos”.
“Hace un año supe de la declaración de Silvia Rima en un juicio de 2010. Ella era estudiante de veterinaria y había sido voluntaria en una perrera situada en calle 43 camino a Berisso. La perrera era de un tal Romano, un represor de la dictadura, quien en una ocasión la había amenazado diciéndole que no lo denunciara porque detrás de la perrera había cuerpos de desaparecidos enterrados. Casualmente, en esa perrera trabajaba como veterinario Claudio Grande”, reveló Núñez, quien solicitó a los jueces que se ordene una investigación forense en el predio.
Patricia Rolli: “Fuera de La Cacha me sentí aislada”
Durante la audiencia del miércoles también declaró la testigo-víctima Patricia Rolli, secuestrada junto a su padre cuando ella tenía 19 años y que fue “blanqueada” –la trasladaron a la Comisaría 8° de La Plata y de allí a Devoto- luego de tres meses de permanecer en La Cacha. En total, pasó 10 meses como detenida, hasta que fue juzgada –también su padre- por un Consejo de Guerra constituido especialmente para “evitar las demoras judiciales”.
[pullquote]“Todos los días en La Cacha se realizaban interrogatorios, durante los cuales se oía música muy fuerte pero igual se escuchaban los gritos y ayes de dolor de quienes estaban siendo torturados”[/pullquote]
Rolli relató que “todos los días en La Cacha se realizaban interrogatorios, durante los cuales se oía música muy fuerte pero igual se escuchaban los gritos y ayes de dolor de quienes estaban siendo torturados”.
“Recuerdo a dos jóvenes de 15 y 16 años, una chica y un chico, que eran estudiantes secundarios y que estuvieron en La Cacha. También me acuerdo de dos conscriptos. Otros compañeros con los que salimos de La Cacha por traslado a la comisaría 8° fueron Patricia Pérez Catán y Daniel Pérez ‘el grillo’”.
También habló del famoso ‘Pablo’: “Tenía una voz linda, trataba a los detenidos de manera amable. Cuando uno está privado del sentido de la visión, la audición se agudiza profundamente, por lo que las voces se reconocen con gran facilidad. Pablo tenía una voz agradable. Recuerdo una situación que me impactó mucho: Pablo subía las escaleras hacia donde estábamos los detenidos y gritaba: ‘¡Quique, Quique (por Juan Enrique Reggiardo), Machocha (María Rosa Tolosa) tuvo mellizos!’”.
Antes de ser secuestrada y alojada en La Cacha, Rolli era estudiante de Medicina en la UNLP. Al ser absuelta por el Consejo de Guerra, pidió la reincorporación formal a la Facultad y fue aceptada: “Sin embargo, no pude continuar con la carrera. El mundo era otro. La gente era otra. Me sentí aislada como seguí sintiéndome durante mucho tiempo”, concluyó Patricia.