CONFLICTO EN EL COLEGIO DEL VALLE Contra la pedagogía del silencio
Por Sandra Raggio (*)
Desde que la Comisión Provincial por la Memoria lanzó en el año 2002 el Programa Jóvenes y Memoria convocando a las nuevas generaciones a construir la memoria de nuestro pasado reciente y a analizar la situación de los derechos humanos, hemos encontrado resistencias múltiples. Las más notables y homogéneas, sin duda, provinieron de las escuelas confesionales católicas. La reconciliación sobre la base del silencio y el olvido ha sido el argumento de rigor utilizado para impedir el desarrollo del proyecto. Es evidente que aún les resulta convincente y una referencia ética que consideran indudable para transmitir a las nuevas generaciones a las que se proponen educar. Pero no han sido todas, claro está. Entre las que se destacaron por su compromiso con la Verdad y la Justicia estuvo la escuela secundaria de Nuestra Señora del Valle. No nos extrañó porque sabemos que Iglesia se conjuga en plural. Entre tantas pruebas de ello, basta mencionar a quien formara parte de la CPM, el padre Carlos Cajade, y para redundar, a quien sigue siendo parte, la hermana Martha Pelloni.
[pullquote]hay una Pedagogía de la memoria, cuya metodología didáctica es la participación[/pullquote]
Los años que participaron, tanto estudiantes como docentes, llevaron adelante proyectos de investigación de gran calidad que dan cuenta del espacio de apertura, debate y compromiso con la realidad por parte de la escuela. Se trata de la Pedagogía de la memoria, cuya metodología didáctica es la participación. Pero parece que ésta no es la opción de Monseñor Aguer, ya lo sabemos hace mucho tiempo. La decisión de despedir a Claudio Simone, su director, “porque no daba con el perfil de la escuela” demuestra cuánto añoran los tiempos idos, donde primaba la Pedagogía del Silencio, con su parca metodología didáctica del miedo. Calla y teme. Sin embargo, con ese telegrama escueto, mínimo, la Iglesia que representa Héctor Aguer, habla, y mucho. Porque la imposición del silencio en este caso no denota más que la remanida voluntad de ocultar lo cómplice y partícipes que fueron del horror durante la dictadura y el empecinamiento que tienen por traer ese tiempo hasta nosotros. Celebremos que ahora son sólo telegramas de despidos, supieron ser infinitamente más crueles.
Pero sobre todo celebremos que fracasan. Porque la reacción de la comunidad educativa de Nuestra Señora del Valle, nos señala que no estamos en aquellos tiempos. Los pibes, Monseñor Aguer, no temen ni aceptan el silencio. Tal vez alberguen la esperanza de que llegue por fin el telegrama que sólo diga, escuetamente, “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”.
(*) Sandra Raggio, Directora General de Promoción y Transmisión de la Memoria de la CPM.