EL ESTÍMULO Y EL APRENDIZAJE EN NIÑOS Y NIÑAS CON DISCAPACIDAD Experiencias y desafíos de la educación inclusiva
ANDAR en Olavarría
(AZ-FACSO) Distintos casos de niñas y niños de Olavarría con discapacidades, reflejan las maneras de aprender en el ámbito escolar y familiar. Tres historias donde prevalecen el esfuerzo, el amor, la igualdad y la lucha por sus derechos.
“No sabíamos mucho y no nos asustó que nuestra hija tenga Síndrome de Down, lo tomamos como una enseñanza”, cuenta Valentín Reiners, padre de Frida, de 11 años, quien asiste a 5º grado del Colegio Nuevas Lenguas y completa con el apoyo escolar algunos días en el Instituto de Educación Especial Hellen Keller, gracias a un proyecto de integración y trabajo conjunto entre ambas instituciones. El papá y la mamá de Gonzalo, de 12 años, sintieron temor al principio. “Cuando se le diagnosticó TGD estábamos desesperados pero con la ayuda de distintos profesionales comenzamos a encontrar pautas de trabajo, indicaciones, sugerencias. Esto era muy nuevo hace unos años”, recuerda su madre, Mariana Cáseres.
Los relatos de las madres y padres están cargados de emoción. Cada palabra es pensada y dicha con mucho cuidado. A todos los une el esfuerzo y la perseverancia porque sus hijos e hijas, sujetos de derechos con límites y dificultades, puedan crecer y aprender en un ámbito escolar adecuado, con estímulos, incentivos, respeto y amor. Como ellos, hay en Olavarría 541 niñas, niños y adolescentes que, por algún tipo de discapacidad, se ven obligados a la doble escolaridad. Los datos oficiales indican que la integración es más frecuente en las instituciones privadas (con la experiencia aplicada en 12 escuelas) que en las públicas (con apenas 6 establecimientos de primaria con integración activa).
[pullquote]en Olavarría hay 541 niñas, niños y adolescentes que, por alguna discapacidad, se ven obligados a la doble escolaridad[/pullquote]
Es el caso de Frida, quien comenzó en una institución pública, pero en 2º grado su mamá y su papá no se sentían conformes con la experiencia y decidieron cambiarla a una privada. A Gonzalo le ocurrió al revés; comenzó en una privada y al cabo de un año pasó a la Escuela Nº 59, donde una vez por semana asiste una maestra integradora de Hellen Keller y recibe el apoyo de una acompañante terapéutica. Para su madre, “la escuela pública tiene la obligación de integrar y de trabajar en esto. Los niños y niñas con algún tipo de discapacidad pueden estar perfectamente integrados a una escuela común pero necesitan el apoyo de alguien que esté allí”.
La Ley Nº26.378 en relación con la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad (ONU, 2006) estableció el mandato de realizar, y ya no sólo de promover, un cambio sustancial en el paradigma que impregna a todas las políticas públicas y en particular a la educativa (art. 24 de la Convención). Así, se reconoce que la Educación Inclusiva es un verdadero “derecho” de las personas con discapacidad y una “obligación” para los estados, las organizaciones de la sociedad civil y las familias. Su desconocimiento o vulneración implica una grave discriminación que habilita a exigir su cumplimiento de acuerdo a lo establecido normativamente.
[pullquote] la integración es más frecuente en las instituciones privadas que en las públicas [/pullquote]
“Los niños y niñas con alguna discapacidad tienen el mismo derecho que todos a vivir en la misma sociedad, en el mismo barrio, a ir a la misma escuela a la que van los hermanos para que crezcan en igualdad”, subraya Ricardo De Beláustegui, padre de Jaime, un niño de 6 años con Síndrome de Down, quien concurre al jardín de infantes Conejito Blanco de la Escuela Cristiana Evangélica.
“Estamos en contra de la escuela especial pero necesitamos la educación especial. Queremos que se convierta en un apoyo dentro de la escuela común para los chicos con límites y dificultades”, explica De Beláustegui. Él es el referente local de la asociación de Padres de la Provincia de Buenos Aires por la Educación Inclusiva, quienes defienden los derechos humanos y que desde 2010 buscan la plena inclusión de niños y niñas con discapacidades en las escuelas comunes para evitar la doble matrícula, entre otros objetivos.
[pullquote]Internacionalmente se reconoce a la Educación Inclusiva como derecho de las personas con discapacidad y una obligación para los estados[/pullquote]
Sin embargo, no todos los padres o madres opinan igual. Cáseres está contenta con la escuela a la que va ahora su hijo. “Los niños o niñas con TGD necesitan de espacios chicos y con poca gente. Notamos contención y ganas de trabajar. Él se da cuenta de todo, lo percibe. En estos casos la contención es fundamental, y así evitamos enojos y miedos. Ahora se siente relajado, seguro, tranquilo, entonces puede empezar a mostrar las habilidades que tiene”. Además de la docente integradora, Gonzalo cuenta con el apoyo de una acompañante terapéutica particular, cuyos costos están cubiertos por su obra social. “El acompañante terapéutico trabaja siempre sobre las necesidades de Gonzalo. Cuantas más asistencias se le da, mejor. Esto ha sido un gran desafío y un logro incluso para la escuela, que estuvo siempre predispuesta a este trabajo”, resalta Cáseres y aclara que “hay áreas donde la acompañante no está como en Educación Física o Plástica, incluso sale a los recreos solo. Está mucho más independiente a medida que crece”.
El papá de Frida también se muestra satisfecho con la educación de su hija. “Asiste a Hellen Keller dos veces por semana y hace Matemática y Práctica del Lenguaje que son materias cognitivas, las demás las hace en Nuevas Lenguas donde asiste cuatro días”. El proyecto educativo mixto que emprende su hija es coordinado entre las dos escuelas. “Cuando vos encontrás un equipo serio quién hace tal cosa no es tan importante sino que lo que vale es que ella esté integrada”, destaca. La madre, Paula Badagnani, agrega que “hay cosas que las aprendió sola, como leer en cursiva. Buscó y descubrió la manera de entender”. Para esos descubrimientos, el contexto educativo tuvo mucha importancia. “En un momento los compañeros le empezaron a escribir en cursiva y ella tuvo que aprenderlo, esa capacidad de supervivencia al medio la hace crecer, le hace tener amigos y compañeros en la escuela que la ayudan. Nosotros la alentamos para que haga, cuando algo no le sale le damos su tiempo y tratamos de que lo solucione”, explica el padre.
Por encima de las vivencias particulares, De Beláustegui piensa en un marco general que propicie las experiencias exitosas a todos y todas. “No fuimos educados en una sociedad de inclusión. Los niños y niñas con discapacidad son personas por sobre todas las cosas. Eso es lo que se ha olvidado desde el Estado. Tener una doble matrícula es discriminatorio, esto es un paso atrás en Argentina en relación a otros países como Brasil, Costa Rica, Portugal o Canadá, por mencionar algunos”. Desde su óptica, los niños y niñas con Síndrome de Down “son los que más facilidad tendrían para estar incluidos en una escuela común. El Síndrome de Down es uno solo para todos, la diferencia la hace la estimulación y la socialización, la gente con la que se vincule”.
Buscar los lugares y personas adecuadas que trabajen por una plena integración, renunciar al ‘no podrá lograrlo’, estimularlos en cualquier contexto, darle los tiempos necesarios, parecen los fundamentos claves para que las niñas, niños y adolescentes con discapacidades puedan crecer, aprender, conocer y divertirse. Falta resolver el debate acerca de cuáles son las políticas públicas más pertinentes para favorecer esos procesos.