MEGAJUICIO POZOS DE BANFIELD Y QUILMES Y BRIGADA DE LANÚS Siempre presentes
Durante la jornada 66 realizada el pasado 17 de mayo se escucharon tres testimonios conmovedores. Rebeca Krasner, Graciela Nordi y Rubén Schell con su voz fortalecieron el reclamo de justicia.
ANDAR en la justicia
(Por diario del juicio) Rebeca Krasner organizó su testimonio en torno a tres grandes ejes: “¿Quiénes éramos?” (ella y su compañero Luis Alberto Santilli, desaparecido); “El operativo” y “El después”. “Esta es una historia de los últimos 50 años pero está formada por historias mínimas, pequeñas, amorosas de cada uno de los compañeros”, precisa.
Luis Alberto era el segundo de cuatro hermanos. Al separarse sus padres, fue a vivir con un tío que le exigía trabajar a los 8 años, como exigencia para poder ver a su mamá los fines de semana. Su casa familiar se construyó varios años después en Berazategui. Desarrolló distintos trabajos desde guardabarrera a vendedor de pasajes en Constitución y finalmente fue encargado de compras de la empresa de acero Pittsburgh.
“Era una persona sumamente inteligente, resiliente”, cuenta Rebeca. “Consideraba a la política como la única herramienta de cambio social”. Melómano y muy lector, tenía una capacidad de escritura “casi literaria”. Fue a una escuela de dibujo. Las dificultades económicas y el trabajo le impidieron completar la secundaria en la adolescencia. Trató de terminarla de adulto pero no lo logró.
Luis Alberto era militante barrial en la Juventud peronista y luego en Montoneros.
Ellos se conocieron en una peña cultural en Quilmes, que él coordinaba. “Nos encontramos y no nos separamos más”, relata. Luis Alberto tenía 25 y ella 26 años.
Rebeca señala que pertenece a una familia muy comprometida socialmente. Sus mayores fueron dirigentes y militantes. Su hermano Santiago, junto a Solanas y Gettino fue parte del grupo de Cine Liberación. También fue secuestrado junto a su esposa, presumiblemente en ESMA. El padre fue farmacéutico y gremialista toda su vida y llegó a ser la autoridad máxima de la convención farmacéutica. Su hermana estaba en la rama cultural del PC. Se educó en ese ambiente tanto de la familia nuclear como de la extendida y sus hermanos (salvo una hermana liberal) fueron también dirigentes políticos. Su primo Luis Yankilevich, sobreviviente de La Perla, abogado de la LADH.
El operativo de secuestro tuvo lugar en la casa de sus padres en Quilmes, donde Rebeca y Luis Alberto vivían. El 18 de agosto de 1977, cuatro hombres de civil fuertemente armados casi derrumban la puerta. A ella le impresionó mucho que tuvieran los cargadores cruzados sobre el pecho. Le preguntaban por su marido. Al negarlo, la patota dudó, pero Luis llegó del trabajo en ese momento.
Los llevaron en dos autos, vendados. A ella la tiraron al piso de uno de ellos y sentía varios pies encima. Dado que vivía a 4 cuadras de la comisaría 1º de Quilmes y a 8 cuadras de la Brigada, reconocía el territorio y distinguía las calles por ser asfaltadas o empedradas, a pesar de las vueltas que daban. Era inconfundible que iban a la Brigada.
Ingresaron por un portón. Por las voces pensó que había estado en un patio, pero era la sala de guardia. Había mucha gente y muchas voces. Fue el último contacto físico con Luis Alberto. La condujeron escaleras arriba y pusieron en un calabozo, en el que tenía la sensación de estar sola. Los carceleros, diferenciados de la patota, se burlaban de ella.
Al escucharse los horrorosos gritos de la tortura a Luis Alberto, pusieron la radio a todo volumen y seguían burlándose. “Esto duró mucho tiempo, un tiempo interminable”. En un determinado momento en ese silencio sepulcral, Luis dejó de gritar y ella sintió pasos que subían. La llevaron donde después reconoció como la sala de torturas. El lugar estaba muy iluminado a pesar de estar siempre vendada. Escuchó a Luis que la llamaba, aunque apenas podía hablar…Él le preguntó si la habían lastimado y con un hilo de voz le dijo: “Vos te vas, yo me quedo”. A pesar de sus gritos, no pudo impedir ser arrastrada. Un torturador ordenó al otro con voz impersonal: “Subila al mango así lo terminamos”. Luis se despidió: “Rebeca seguí adelante con todos nuestros proyectos”. A ella la regresan a su casa.
¿Cómo fue el después? Desde el día siguiente, tanto ella como los hermanos de Luis, hicieron numerosas denuncias y presentaciones de habeas corpus y cartas. Ellos se presentaron en la CONADEP, dieron muestras de sangre en el EAFF. No hubo novedades. Luis Alberto sigue desaparecido.
Rebeca finaliza afirmando que su “vida quedó totalmente rota, desgarrada”. Su carrera y su profesión la sostuvieron para “soportar lo insoportable”. Para finalizar mostró una foto junto a Luis, agradeció que los juicios estén. Remarcó que “hay plantillas enteras de integrantes de los campos, de personal que no está investigado y que sería conveniente y necesario que se investigara”. Reafirmó el carácter de genocidio de la última dictadura, leyendo el artículo 2º del primer proyecto de la ONU, en 1946.
“Un desaparecido duele todos los días de la vida”, sintetiza Rebeca. “La reparación que sentimos las víctimas es la justicia. Cuando a mí me sueltan, no quedo liberada. La liberación viene a través de la justicia”, finaliza.
“Quiero subrayar que no nos han vencido”
Graciela Nordi inicia su testimonio señalando que su propósito en particular es “que se haga justicia por Susana Mata y por todos los compañeros que perdieron o vieron afectada su vida por la dictadura”.
Susana Mata fue su amiga. Se conocieron en una asamblea posterior a una movilización de la Federación de Educadores Bonaerenses por un reclamo salarial docente. Su desempeño en las escuelas las ponía en contacto con las injusticias. Eso las llevó a integrarse al sector de gremios docentes disidentes del conurbano. Leyeron mucho para formarse y llegaron a la conducción de la Unión de Educadores de Almirante Brown, siendo Susana la secretaria general.
Susana trabajaba en la escuela Nº 23 de Longchamps y era muy reconocida por las familias y compañeras. Desarrolló una tarea muy solidaria en la comunidad. Se casó con Juan Alejandro Barry, estudiante de abogacía con mucha formación política.
Dada la preocupación por su seguridad, recibía el cuidado de su escuela y de las compañeras del sindicato. En 1974 llega “su anhelado embarazo” y a fin de año su esposo es detenido en un bar en Lomas de Zamora, obligándola a dejar su casa y trabajo. Es alojada por dos compañeros en Adrogué. En 1975 los tres fueron secuestrados y ella llevada al Penal de La Plata. De allí, al Hospital de Clínicas donde fue internada por pérdidas.
Graciela con su bebé de 8 meses, junto a compañeras del sindicato, la van a ver al Hospital y la hallan esposada y custodiada. Saben más tarde que en los primeros días de marzo tuvo a su bebé con muy bajo peso. En noviembre, Susana fue liberada en forma condicional y fue a visitarla a su casa con Alejandrina. Conversaron más sobre lo que pasaría y no sobre lo pasado. “La vi partir con su hija en brazos y no la vi más”. Supo por compañeros de militancia de Alte. Brown que se habían ido de la provincia.
Con el golpe de Estado, el sindicato cerró sus puertas. En 1977, otros compañeros fueron detenidos y en mayo del 78 la secuestran a Graciela. No sabe dónde estuvo. La interrogan sobre el sindicato y los Barry, pero no sabía nada de ellos. La liberan esa noche y a los cinco días, parte con su familia a España.
“Nuestra esperanza era poder encontrarlos”, recuerda Graciela. Pero en diciembre recibe una carta de su hermana en la que le informa que Alejandro y Susana habían sido asesinados en Uruguay. Así termina su búsqueda.
Cierra su testimonio remarcando que “toda la sociedad tiene una deuda con los hijos de Susana y Alejandro, que se quedaron sin sus padres” y sintetiza: “A pesar de todo el dolor y el sufrimiento que nos queda, quiero subrayar que no nos han vencido”.
“Compañero viene de compartir el pan, ahí lo compartíamos”
Rubén Schell inicia su testimonio fundamentando el porqué del lugar de su declaración, el sitio de memoria ex Pozo de Quilmes, donde hoy se encuentra su oficina de Director de Derechos Humanos del municipio. A su espalda se observan las fotos de quienes pasaron por el lugar y fueron desaparecidos. “Cuando salí de este lugar en libertad me prometí honrar su memoria”, cuenta. “Quiero que ellos me sigan interpelando y no permitan nunca que me olvide de las personas que quedaron en el camino”, agrega.
Rubén, “el Polaco”, fue secuestrado a los 23 años, el 12 de noviembre de 1977, en la vereda de su domicilio en Temperley. Numerosas personas de civil, camufladas, bajan de autos, lo reducen y lo introducen en el piso trasero de un Dodge 1500. Otra persona iba tirada en el baúl. Después de un recorrido no muy largo, ingresaron a un lugar donde se abre un portón, ambos son puestos contra una pared y sometidos a un simulacro de fusilamiento. A quien supo después era Pablo Dijk, lo llevan a la sala de torturas y luego lo tiran a su lado. “Parecía un papel mojado”. Luego es su turno de golpes y picana pidiéndole nombres. En esa sesión pierde varias piezas dentales.
Lo suben esposado al tercer piso, disfrutando de sus caídas, golpes y rebotes contra las paredes. “Daba una sensación de pozo”. La celda, de cemento alisado, estaba totalmente despojada. Poco después escucha voces de otros secuestrados. Entre ellos, la del “Colo” César que le enseñó a pasar adelante las esposas, las de Alberto Maly, Roberto Laporta, entre otros. Empiezan a conocerse y a reconocer el intenso ir y venir de compañeros.
En el Pozo había 3 grupos de guardias que pertenecían a la policía de la provincia de Buenos Aires. Entre ellos, el apodado “Chupete”, con voz de mando, que golpeaba con su manojo de llaves la cabeza de los detenidos. Rubén identifica el funcionamiento del grupo de tareas en el sitio en relación a las torturas: lo hacían en particular con quienes ellos levaban directamente al Pozo. Quienes venían de otros CCD, que ya estaban muy lastimados, pasaban directamente a las celdas.
Rubén recuerda a su papá radical (que llevó libros de Perón a su casa) y a su mamá, peronista, militante de la Asociación Obrera Textil que marcó con claridad sus ideas políticas. Se inició como militante barrial de la Juventud Peronista siendo obrero metalúrgico. “Estábamos muy comprometidos para lograr un mundo mejor”, relata.
Recupera las historias de Alfredo Patiño, Roberto Serrabon, Alcides Chiesa, Jorge Allega, Américo Agüero y su esposa Eva, Miguelito Laporta y su hermana María; Carlos Robles y su esposa Martina; Roberto Tedoldi; Ricardo Ruiz; Alberto Derman; Omar Farías y su esposa; Walter Docters; Ramona Ávalos; entre tantos. En ese ir y venir podía haber de 1 a 4 ó 5 detenidos por celda.
“Son muchos los recuerdos y las emociones”, expresa Rubén. Narra la cotidianeidad de la vida de encierro: usar una adaptación del lenguaje de señas para comunicarse; contar sus historias de vida y militancia; armar una novela entre todos; en Navidad, un arbolito hecho con migas de pan; jugar a la batalla naval sin papel y sin lápiz; armar un programa de radio. Ante cada traslado cantaban el Himno a la alegría, como sostén para los compañeros. “Los peronistas tenemos la palabra compañero que significa compartir el pan y ahí lo compartíamos”.
Un hecho lo marcó en particular: el interrogatorio que sufrió a cargo del cura Christian Von Wernich. Sin violencia, manipulando sus emociones, el eclesiástico le generó la mayor tortura de las que había sufrido. “Flaco, vos con esa pinta tenés que ser un SS, ¿qué hacés con esa manga de negros?”, fue una de sus frases hirientes. Quiso instalarle el miedo por siempre.
Al poco tiempo, fue liberado. Se conectó con distintos organismos de derechos humanos, y actualmente participa activamente del Colectivo Quilmes, memoria, verdad y justicia, siendo consejero del Sitio. Recupera en particular, del intenso trabajo de investigación, la dolorosa denuncia de Mabel García, quien fuera abusada en el Sitio por el Dr. Bergés. También rescata a los niños que pasaron por allí. “Cuidamos mucho este lugar para no hacerle daño”. “Las puertas están abiertas para que siga siendo un espacio de memoria”, señala.
“A Quilmes vine la primera vez tirado en el piso de un auto, la segunda, en 1985 sentado en un auto con la visita de la CONADEP y la tercera vez, en el colectivo 281. Caminando venía acompañado de todos mis fantasmas… mis compañeros”.
Cierra el testimonio y se escucha un fuerte aplauso de los/as compañeros/as de Rubén Schell que presenciaron la audiencia desde una pantalla en el piso superior del Pozo de Quilmes. El Dr. Basílico anuncia un cuarto intermedio hasta la próxima audiencia el 24 de mayo a las 8.30.
*Cobertura realizada por Adriana Redondo.
Cómo citar este texto: Diario el Juicio. 17 de mayo de 2022. “SIEMPRE PRESENTES”. Recuperado de https://diariodeljuicioar.wordpress.com/?p=1225