MEGAJUICIO POZOS DE BANFIELD Y QUILMES Y BRIGADA DE LANÚS Un legado familiar
El pasado 29 de marzo, en la jornada 60 del megajuicio por los crímenes cometidos en los centros clandestino de detención Pozo de Quilmes, Pozo de Banfield y Brigada de Lanús (que funcionó en Avellaneda), prestaron declaración testimonial los hermanos Laborde Calvo y contaron cómo su vida familiar se fue atando a los vaivenes de la historia política de nuestro país. “Perdieron todo mis viejos como familia, pero nunca perdieron la dignidad”, dijo la joven ante los magistrados.
ANDAR en los juicios
(Por diario del Juicio) Martina Laborde es quien inicia el testimonio de los hijos de Adriana Calvo y Miguel Ángel Laborde, sobre lo que implicó la dictadura militar en su familia.
Sus padres, estudiantes de Física y de Química, se conocieron en el tren camino a La Plata yendo a la Universidad. Se casaron y decidieron armar su proyecto de vida en La Plata, donde estaban sus amigos, su vida social y profesional. Compraron una casa en Tolosa, con un gran terreno con árboles, para construir su sueño familiar.
El 4 de febrero de 1977, una patota ingresa a la casa, se lleva a su madre y a su hermano Santiago de 2 años, que una vecina logra arrancar de los brazos de quien lo secuestraba. “Teresa estaba en la panza de mi mamá”. Mientras que Martina, de 4 años, por primera vez se había quedado a dormir en lo de su abuela. Horas después secuestran a su papá.
“Se robaron todo”… desde las medallas de oro por sus altos promedios universitarios, hasta alhajas, todo…
Ella quedó a cargo de sus tíos Marta y Jorge, quienes la anotaron en un jardín de infantes en Adrogué, donde asistían sus hijos. Mientras, sus tíos Mariana y Gustavo recorrieron la Argentina buscando a sus padres, además de hacerlo en hospitales, iglesias, comisarías.
Martina destaca lo “normal” que resultaba en la época anotar niñes sin padres, sin papeles en una institución escolar. Tan “normal” como la desaparición de pibes y pibas, la circulación de Ford Falcon con civiles armados, la existencia de campos de concentración próximos y los medios de comunicación engañando a toda la población.
Su mamá fue llevada a la Brigada de investigaciones de La Plata, a Arana y a la comisaría 5ta de La Plata. El 5 de abril empezó con los trabajos de parto y la trasladaron al Pozo de Banfield. En el patrullero en que iba maniatada y vendada, en la rotonda de Alpargatas, nació Teresa, que cayó al piso del Falcon, colgando del cordón umbilical. “Teresa nació en el traslado de un campo de concentración a otro”. En Banfield, Bergés le sacó la placenta y cortó el cordón, hizo que ella limpiara el lugar. Allí la desvendaron, con lo que pudo conocer a sus represores.
Martina relata la enorme solidaridad de las otras detenidas, protegiendo a Teresa, que tenía como cuna un cajón de verduras y estaba sin ropas.
Sus padres fueron liberados dos meses después. Avisaron a más de cincuenta familias de otres desaparecides de quienes habían recogido sus datos en detalle, contactaron a las Madres.
“Después de vivir el infierno del cautiverio empezaron a vivir el infierno del afuera del cautiverio”. Se quedaron sin trabajo, tuvieron que malvender la casa del sueño familiar, ir a vivir a Temperley y sufrir la indiferencia de la sociedad.
“Perdieron todo mis viejos como familia, pero nunca perdieron la dignidad”. Martina se pregunta “cómo le explicaron lo inexplicable”, porque ella era muy chica, pero entiende lo hicieron lo mejor posible. Ella se sintió adulta desde pequeña, ya que supo de torturas, vuelos de la muerte, desaparecidos, robos de niños. Escuchaba una “historia de la Argentina trágica” dentro de su casa y afuera era como si nada hubiera pasado. Supo de la crueldad del ser humano.
Con el Juicio a las Juntas, llegaron las amenazas de todo tipo y el miedo. En su ámbito escolar, no sentía pertenencia ni podía identificarse con otres en su situación. Tampoco con “Hijos” porque sus padres se habían salvado. Comenzó a ir a las rondas de las Madres, cuando eran muy pocas. Percibía la tensión en esas marchas, el cuidado entre ellas. Sus padres le enseñaron que todos tenían miedo, pero eso no debía paralizarlos.
El relato de un noviazgo con el hijo de un ex policía, supuestamente no vinculado a la dictadura, la lleva a insistir en la necesidad de tener que investigar las propiedades de los genocidas. El que había ingresado a la Policía pobre, para tener un sueldo, pocos años después tenía campo, consultorios, una fábrica, casa quinta, entre otras que conoció por esa relación.
Su mamá “dejó su vida con sus compañeros”. Parecía imposible contra lo que estaba luchando. “Daban un paso y retrocedían doscientos… a pesar de ello nunca se resignaron, siguieron”.
Las leyes de punto final, los episodios de Semana Santa y el indulto de Menem, la atravesaban de miedo que, aún de adulta, sigue teniendo. En 2004, el gesto de bajar el cuadro de Videla, “me significó un montón”, pudo pensar en querer tener una familia y quedarse en el país.
La desaparición de López en 2006, que reclamaba por justicia, igual que su mamá, hizo que retornaran los miedos. Su hermano fue amenazado, surgieron las escuchas de las conversaciones telefónicas. “El país no sería el mismo sin ellos”. Sin la Asociación de ex detenidos desaparecidos, sin las Madres, sin las Abuelas, que pusieron el cuerpo, prestando testimonio cada vez que hizo falta. “No pararon”. “Son mis héroes de la historia argentina”, enfatiza Martina. Su mamá, docente, investigadora, activista gremial, quien falleciera en 2010, dio la vida por su país. Luchó por un país mejor.
Reflexiona sobre una justicia que llega tarde y a cuentagotas, y dando prisión domiciliaria a sujetos como Bergés, tranquilo en su casa, mientras los familiares siguen declarando. Destaca que no se juzgó a quienes sostuvieron la dictadura como periodistas, curas y empresarios. “Ningún pueblo naturaliza semejante aberración si no es a través de la mentira y el engaño”.
“Nací desaparecida y torturada”
Teresa Laborde Calvo inicia así su testimonio. Su mamá, Adriana Calvo de Laborde la parió en el cruce de Alpargatas, vendada y con las manos atadas, en un patrullero. “No tuvieron siquiera la deferencia para que me pudiera sostener. Quedé colgando”. En el Pozo de Banfield Bergés le sacó la placenta a golpes, y a ella la dejaron sobre una mesada fría llorando. “Me parece inadmisible” que Bergés esté sentado en su casa, señaló.
Relata cómo formando una muralla humana solidaria, Patricia Huchansky, María Eloísa Castellini, Silvia Isabella Valenzi, Cristina Navajas, Alicia Gamba, Manuela Santucho y María Adelia Garin impidieron que a ella, en una desinfección, se la llevaran del calabozo. La cuidaban, protegían del frío y permitían que Adriana descansara. Le daban el caldo que recibían cada 3 días para que ella pudiera ser alimentada. Es el agradecimiento a los familiares de estas mujeres, muchas de las cuales nunca aparecieron, lo que la lleva a testimoniar.
Teresa creció con mucho miedo. Celebró siempre la vida porque pudo tener a sus padres. Pero “supe de la impunidad antes de saber sumar y restar”. En las marchas pasaba de brazo en brazo entre los y las compañeros/as y se sentía como “un trofeo que no se pudieron llevar, pero también parte de las que ya no estaban”.
El Juicio a las Juntas, marcó un hito en la historia familiar. Sus padres sentaron a les 3 niñes en la cama y les explicaron lo que habían vivido, que no los habían abandonado y lo que el Juicio, en el que iban a participar, significaba. Adriana, una “mujer muy valiente”, sería la primer testigo de un juicio televisado. El miedo recrudeció por las amenazas de bomba, objetos que dejaban en la puerta de su casa, paquetes desagradables que llegaban a casas de compañeros.
Ser hija de Adriana era ser hija “de una loca de atar” que sostenía que la condena a la cúpula militar no era justicia, ya que quedaba libre el resto de los represores. Le costó mucho a Teresa vivir en esa “realidad paralela”, en que ella sentía lo monstruoso del poder de los genocidas y el miedo de que volvieran a buscarlos.
Inicia a los 21 años un viaje por Ecuador, Méjico y Cuba, en que fue feliz, sin tener miedo. Vuelve embarazada a tener su hijo a la Argentina en 2006, año en que declararan en el Juicio del circuito Camps, su mamá, Nilda Eloy y Jorge Julio López, entre otros. Su hija nació un 17 de septiembre y el 18 desaparece López. “Ahí fue el terror total”; “las amenazas llovían, no era una sola, aislada…” Era un mensaje contundente para los sobrevivientes y sus familiares.
Destaca el papel de las Madres, Abuelas, Familiares, Hijos, en el logro de los juicios. Como dijera Nilda Eloy: “no son los juicios que queremos, pero son los que tenemos”. Al finalizar, reclama a los jueces no ser parte del problema, que tengan un papel más relevante en la búsqueda de los archivos, en la condena a los cómplices civiles de la dictadura, en ejercer un rol que sólo ellos pueden llevar adelante: el de hacer justicia.
“Llevamos nuestro apellido con la frente bien alta”
Después del conmovedor testimonio de Teresa, el siguiente testigo fue Santiago Laborde. Relata el secuestro de su madre el 4 de febrero de 1977, y de cómo una vecina lo saca de los brazos de un miembro de la patota. Avisan a su padre, quien va a hacer la denuncia a una comisaría y luego es secuestrado.
Sus padres estuvieron en cautiverio hasta el 15 de abril de ese año. La familia tuvo que dejar La Plata y su casa, de la que quedaron solo las paredes por todo lo que les habían robado. Vuelven a Temperley. Desestiman una beca a Alemania como científicos porque entendían que los que se tenían que ir eran los militares, no ellos.
Su infancia fue difícil y diferente. Sus compañeros de escuela o del club alternaban entre un contexto de desconfianza o de generosa empatía. El día a día estaba marcado no solo por la exposición pública de su mamá, las amenazas telefónicas, sino también por despertarse con los gritos y pesadillas de sus padres, debido al terror vivido.
La realidad asumía una forma en su casa, donde escuchaban los relatos de ex desaparecidos y otra fuera, donde parecía que no pasaba nada. Recién en la Facultad encontró más tranquilidad, con un mayor número de jóvenes que comprendían y con quienes podía compartir lo sucedido en el país.
En su adolescencia, vivieron cómo su madre, fundadora de la Asociación de ex detenidos desaparecidos, junto a los sobrevivientes, iban armando lo ocurrido en cada centro de detención, reconstruyendo las historias, enjuiciando a los represores en Europa, generando una enorme base de datos. Santiago enlaza su historia familiar a la de los avances y retrocesos en derechos humanos. Demarca la desaparición de Jorge Julio López como el regreso de las amenazas, del miedo “de verdad”.
Sintetiza su historia mencionando cómo ellos llevan como legado su apellido con la frente bien alta, sintiéndose orgullosos de sus padres. Mientras, los hijos e hijas de los genocidas “o se cambian el apellido o no los nombran”.
Finaliza una audiencia muy emotiva y se pasa a un cuarto intermedio hasta el 5 de abril.
* Cobertura realizada por Adriana Redondo
Cómo citar este texto : Diario el Juicio. 29 de marzo de 2022. Recuperado de UN LEGADO FAMILIAR https://diariodeljuicioar.wordpress.com/?p=1153