UNA MIRADA SOBRE EL ENCUENTRO JÓVENES Y MEMORIA Amnesia o el tesoro de los inocentes
Por Sandra Crespi*
¿De qué significaciones es portador el acontecimiento que reúne desde hace 12 años a estudiantes de nivel medio para presentar sus trabajos de investigación sobre memoria, genocidio, derechos humanos, violencia institucional? Este año son 10.000 los adolescentes provenientes de escuelas y organizaciones sociales bonaerenses que participan en el programa Jóvenes y Memoria Recordamos para el Futuro que organiza la Comisión Provincial por la Memoria. Cifra que desde 2012 duplica a los años anteriores. ¿Qué señala ese crecimiento? ¿O en todo caso qué alcances tendrá esta preocupación por parte de estos chicos nacidos en los años del neoliberalismo, post dictadura? Como si se pudieran soslayar estos datos, los medios de comunicación hegemónicos los ocultan. Este masivo interés por parte de aquellos a quienes se les había sustraído el futuro, esa “generación perdida” víctima en gran medida de las políticas de ajuste y exclusión, resulta insoportable para la retórica de los poderes.
Adolescentes que indagan en los testimonios de vecinos, familiares, ex alumnos; que recorren sus barrios tomando registros o construyendo nuevas interpretaciones; que ensayan sus voces en las paredes porque saben que en lo efímero se conjugan identidades presentes y pasadas. Memoria y tiempo de un pasado cimentado como astilla, índice, testimonio metonímico de lo siniestro. Buscan vestigios de sentido en las ruinas de nuestra historia reciente. Acepciones para religar aquellas resistencias y desnaturalizar la violencia que los mantiene en la mira. O por lo menos, comunicarla.
Resistencia de una identidad comunitaria, o necesidad de una identidad que los incluya en lo local, donde ocurre la experiencia, frente a lo global también generador de masas parias. Los problemas que conmueven a estos jóvenes son heridas abiertas, a veces. En esos casos nos hablan del presente, de las violencias engendradas en el genocidio, de la permanencia de esas violencias. Los itinerarios por su parte nos remiten a las ausencias, y al proceso en curso de justicia y verdad.
[pullquote]Los problemas que conmueven a estos jóvenes son heridas abiertas[/pullquote]
De esas ausencias está formado nuestro presente y las políticas de un Estado reparador que se inició el 25 de mayo de 2003. Se potencian entonces las tensiones entre un Estado capaz de terrorismo, como sombra contemporánea, y este que inviste derechos, promueve la participación, restituye el reclamo y asume responsabilidades. Los jóvenes, en un tiempo profano de reconocimientos (para ellos los estereotipos cancelatorios, los estigmas, o el consumo a secas) abordan pasado y actualidad como piezas, pedacitos de un relato que los expresa, o los engancha al tejido del sueño general. Narraciones para ensayar formas comunicacionales que permitan poner en valor la experiencia vivida y no la mera transmisión de información de una generación a otra.
Para Jóvenes y Memoria lo más relevante no es el conocimiento que puedan adquirir los adolescentes sobre el pasado, no se trata de trasvasamientos, ni pedagogía de la moral o del horror. Sino de un despertar de la memoria en la oralidad. Allí donde los jóvenes juegan sus propios lenguajes, fundamentalmente audiovisuales, para rescatarse de la amnesia de los inocentes y asumirse en un país, en una época, inmersos en los posibles sentidos de aquello a descifrar.
Para recuperarlos en tradiciones de lucha que sustenten un presente pletórico de desafíos, actualizando experiencias como contramemorias, intransferibles claro, pero comunicantes todavía. Sumergiéndose en las historias de sus barrios o de sus pueblos, segmentados hasta la atomización en el proceso de terror y repliegue que arrasó con todas las posibilidades de comunidad. En los sucesos opacos, o en los conflictos enmudecidos que representan esas biografías irresueltas, estos adolescentes no intentan explicar o explicarse el pasado porque sus propias acciones están impregnadas de las penumbras de aquellas y estas muertes. Sombras que se yerguen sobre sus crónicas cuando mencionan la violencia habitual, las mafias policiales y judiciales, los pactos de impunidad, los femicidios naturalizados, el gatillo fácil institucionalizado, el silencio o el ocultamiento de las lógicas informativas. Porque de eso hablan sus producciones, carentes de pretensiones estetizantes o culturalización de la historia. Creaciones que lejos de reificar el pasado, catalogarlo, archivarlo o reeditarlo, procuran más bien reabrirlo, redesplegarlo, sustrayéndolo de los subsuelos identitarios en lo que tiene de irredento y no apaciguado, de incesante interpelación a una escena, la de la muerte masiva como drama repetible de lo humano.
Si el problema fuera cómo hablar del genocidio sin saturar habría que remitirse a la novísima imposibilidad de aburrimiento, a la subjetividad fundida en la instantaneidad de la información, a las primicias de la cultura, al hartazgo como manifestación de las complicidades de una clase. A la omisión de aquellos componentes sociales, siempre presentes y renovados, que gestaron las condiciones de exterminio y que engendran las actuales violencias. Estructuras comunicantes que exceden la cronología de la dictadura. Tal vez habría que pensar, más allá de contentarnos con el interés actual de los jóvenes, de qué manera un proyecto educativo puede balbucear las transformaciones necesarias, o las limitadas posibilidades de alejar de nuestro horizonte el aliento pestilente de tales estructuras.
Se trata de sustraer la complejidad de la barbarie de una singularidad histórica ofrecida como racionalidad tranquilizadora, y a la memoria de los esfuerzos normalizadores o redentistas, para interrogar-se contra las lógicas culturales que continúan clausurando lo comunitario, en lo que tiene de irrecuperable, en la imposibilidad de dar cuenta, en nuestro lenguaje deshecho. Resulta inevitable en este momento de reparaciones advertir la presencia de ese trasfondo cultural amenazante, cifra del exterminio que nos interpela como sociedad que albergó la impunidad hasta hace muy poco nomás, como dato que obtura una y otra vez el despliegue de un proyecto colectivo de convivencia.
*Lic. en Ciencias de la Comunicación (UBA)