MEGAJUICIO POZOS DE BANFIELD Y QUILMES Y BRIGADA DE LANÚS Dos voces que enmarcan la reflexión y el amor en la búsqueda de memoria, verdad y justicia: los testimonios de Walter Docters y Delia Giovanola
La sesión iniciada a las 9.40 da continuidad al memorioso testimonio de Walter Docters y suma a Delia Giovanola de Ogando, cofundadora de la asociación Abuelas de Plaza de Mayo. Ambos transitan un sereno y detallado registro de sus padecimientos y luchas a partir de 1976. Es la jornada del martes 18 de mayo, la número 27 del megajuicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los exCCD Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y El Infierno, de Lanús -que operó en Avellaneda-.
ANDAR en la Justicia
(Por Diario del Juicio) Walter Docters retoma su testimonio de la audiencia anterior: “Lo que sí hice es mantener mi convicción de que un mundo mejor es posible”. La Brigada de Investigaciones de Quilmes, fue el lugar donde más tiempo permaneció desaparecido, más de dos meses y medio. Allí cumplió sus 20 años, con una gran paliza de por medio. Su interés fue el de mantener la comunicación permanente entre los compañeros, incluso entre varones y mujeres, quienes se encontraban en diferentes pisos, así como con los presos sociales que estaban en el 1er piso.
De allí es trasladado a la Comisaría 3ª de Valentín Alsina, junto a otros jóvenes. Relata que al llegar los desvendan y un comisario les informa que habían sido detenidos en la esquina por un operativo realizado por la Brigada de Quilmes, que los dejaron allí por ser el lugar más cercano. Con estupor Walter muestra su torso cubierto de quemaduras por las torturas en los centros de detención previos señalando que hacía meses estaban secuestrados. Le preguntan: “¿Usted vio alguna cara?” Al negarlo, el comisario afirma que no iba a asumir lo vivido por ellos anteriormente. Este episodio sirve a Walter para reflexionar sobre la complicidad del sistema represivo: “No había nadie que no supiera lo que estaba ocurriendo. Lo que sí había eran personas que optaban por mirar para el costado”.
El testimonio va enhebrando su paso por distintos centros de detención hasta su liberación en 1983. Describe con minuciosidad las características de cada uno de ellos y las condiciones de encierro.
En 1977 lo llevan a la Unidad Nº 9 de La Plata en la que pasa por distintos pabellones. Entre ellos, el de castigo donde el ensañamiento era desmedido. Accedían al patio dos horas, iban a misa, al médico y al odontólogo cuando era posible. La Biblia era el único libro existente.
Docters destaca el valor de su madre que desde el inicio de su secuestro empezó a circular y contactarse con otros familiares de La Plata. Estuvo con él en cada oportunidad que le fuera permitido. Apoyó a las familias de otros detenidos y su rol solidario creció “en el recorrido de su sufrir”. Su padre, en cambio, era parte del circuito represivo militar.
Con la inauguración de una cárcel en Caseros, se genera su nuevo traslado. Es 1979. Esta dependencia, como el modelo norteamericano, tenía las celdas abiertas a un pasillo y pasarelas de ambos lados. El acoso y la vigilancia constantes adquirieron una nueva intensidad. No había intimidad posible. Un año y medio estuvo sin ver la luz natural, sin respirar aire puro. Recibía visitas de empleados de embajadas para adjudicarle una visa de residencia, pero nunca se concretaron. También la de un hombre de los servicios de inteligencia con una carpeta con fotocopias que daban detallada cuenta de su derrotero.
1980 es la fecha del regreso a la Unidad Nº 9 de La Plata. Las primeras horas lo tuvieron mirando en silencio el cielo, los árboles, los pájaros que desde hace un año y medio desconocía. El sistema les permitía la lectura de aquellos libros autorizados por el “Personal de tratamiento”. Víctor Hugo, Dostoievski, Tolstoi y otros autores, fueron entonces de gran sostén en su cotidianeidad. Algo de fútbol en campeonatos entre pabellones permitía la comunicación entre compañeros, que les resultaba imperiosa.
Recibió varias visitas. La de Sánchez Toranzo pidiendo su arrepentimiento por todo lo que habían pensado, soñado y hecho. Otras, de los directivos del penal, que fueron para “ser apaleado” mientras le marcaban que él como policía era una persona que se podía corregir.
Su último destino fue Devoto en 1983. Allí los libros eran libres, había visitas de contacto, podían cocinar. Se aprueba su libertad vigilada. Al salir, se encuentra con un mundo que no conocía, totalmente diferente. Permaneció en La Plata, con libertad vigilada hasta octubre del 83. El sentido fundamental de ese sistema de registro cada 48 ó 72 horas era el acoso. “Fue una fase intermedia entre una cárcel y otra, en la que el país todo era una cárcel”, aunque pudiera ir a una plaza o visitar a un amigo. A los seis días estuvo en la Plaza de Mayo con las Madres. Desde ese momento continuó participando por la libertad de los compañeros.
Al evaluar su vida, Walter dice: “Hice lo mejor que me salió. Lo único que no dejé de hacer es sentir el dolor de los demás como un dolor propio. Puedo hacer un listado de lo que no hice pero lo que sí hice es mantener mi convicción de que un mundo mejor es posible”.
Para dar fin a su testimonio Docters pregunta al juez Basílico: “¿hasta cuándo vamos a permitir como sociedad que esta gente que está siendo juzgada y que continúa cometiendo delitos hoy, no esté en cárcel común, perpetua y efectiva?”. Deja para todos en el aire la inquietud de muchos: ¿hasta cuándo la sociedad tolerará que un genocida, ya juzgado por sus crímenes, tenga en la puerta de su casa el cartel “es bueno estar en casa”?
¿Cómo se busca un nieto?
Delia Giovanola de Ogando se acompaña al dar testimonio por la foto de su nieta Virginia, compañera infatigable en la búsqueda de su hermano Martín Ogando y quien falleció sin llegar a su encuentro.
Delia era directora de una escuela en San Martín cuando el 16 de octubre de 76 un grupo de tareas secuestra en La Plata a su único hijo Jorge de 29 años, empleado del Banco Provincia y a su esposa, Stella Maris Montesano, abogada, dejando a la pequeña Virginia durmiendo en la cuna. Narra que ese día, su vida tranquila cambió y ahí “empezó el calvario”.
“¿Quién? ¿Cómo los llevaron? ¿A dónde? “Esas primeras preguntas atravesaron sus días durante muchos años. “La gente no sabía o no quería decir nada. Había mucho miedo”. Nunca pensó que “iba a ser para siempre, que nunca más”.
En noviembre del 76, se acerca a ella una mujer que le pide ir juntas a la Plaza de Mayo donde se reunían madres. Ella creía que era la única persona a la que habían llevado a su hijo. ¿En la Plaza de Mayo les iban a dar ayuda? pensó Delia. Lo hicieron el primer jueves de diciembre ese año. Se encontraron con Azucena Villaflor y otras dos madres quienes tomaron sus datos y desde ese momento, asistieron jueves tras jueves, compartiendo sus búsquedas. “No había un libro que dijera cómo buscar a un hijo”, asevera Delia. Semana a semana el grupo fue creciendo. Los guardias de la Casa Rosada con armas largas las obligaron a caminar y así, tomadas del brazo, empezaron a girar en contra del sentido de las agujas del reloj, alrededor de la Pirámide. Más adelante se sumaron jóvenes que agregaron cánticos a las marchas silenciosas.
En una de las rondas preguntaron si había alguna madre o suegra que tuviera su hija o nuera embarazada. Ahí nació como Abuela. Eran dos ó tres que se preguntaban: “¿cómo se busca a un nieto”? Lo hicieron en principio como por los hijos. Fueron a los tribunales de menores, a los hospitales, inventando formas. Llegaron a ser doce y ahí fundaron Abuelas argentinas con nietos en cautiverio, quienes luego se convertirían en Abuelas de Plaza de Mayo.
Aprendió a hacer habeas corpus e hizo más de 40 por Jorge y Stella Maris. En 1978 sabe por Alicia Carminatti del nacimiento de su nieto Martín en el Pozo de Banfield, el 5 de diciembre del 76. Ella había compartido celda con Stella Maris y con él, por unos pocos días. Supo del destino de las madres embarazadas y encaró la búsqueda de un niño rubio de ojos celestes, como Virginia.
Desde los 18 años el encontrar a su hermano fue el motor de Virginia, recibiendo ayuda del Banco Provincia donde trabajaba. Generaron muchas actividades y las paredes de las distintas sedes del Banco portaban grandes afiches pidiendo por Jorge, Stella y Martín.
Recién en 2015 Delia y Martín se encontraron y ese lazo es inextinguible.
“La búsqueda de mis hijos costó la vida de mi nieta. Seguimos exigiendo justicia real” fue el firme pedido de Delia Giovanola de Ogando. La audiencia virtual se mantiene conmovida. Los cuarenta y cinco años transcurridos no desdibujan padecimientos ni emociones.
Se anuncia un cuarto intermedio hasta el próximo martes 1 de junio a las 9.30. Darán testimonio Martín Ogando, Emilce Moler, Juan Antonio Neme y Martín García.
* Cobertura realizada por Adriana Redondo.
Cómo citar este texto: Diario del juicio. 18 de mayo de 2021. “Dos voces que enmarcan la reflexión y el amor en la búsqueda de memoria, verdad y justicia: los testimonios de Walter Docters y Delia Giovanola”. Recuperado de https://diariodeljuicioar.wordpress.com/2021/05/20/dos-voces-que-enmarcan-la-reflexion-y-el-amor-en-la-busqueda-de-memoria-verdad-y-justicia-los-testimonios-de-walter-docters-y-delia-giovanola