MEGAJUICIO POZOS DE BANFIELD Y QUILMES Y BRIGADA DE LANÚS «Uno se ahoga con sus propios gritos»
El 11 de mayo, durante la vigesimosexta jornada del Juicio a las Brigadas, prestaron declaración testimonial los sobrevivientes del genocidio Nora Ungaro y Walter Docters. Además, testificó Marta Ungaro, hermana de Nora y de Horacio Ungaro quien fue secuestrado, desaparecido y asesinado en 1976 en el marco de La Noche de los Lápices.
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(Por Diario del Juicio) Los rostros comienzan a aparecer lentamente en la pantalla a la hora pautada. El inicio de la audiencia se retrasa diez minutos aguardando la asistencia de las defensas. Una vez constatada la presencia de los jueces, fiscales y abogados de las partes, el Juez del Tribunal Oral Federal Nº1 de La Plata, Ricardo Basílico, da comienzo a una nueva jornada de debate oral y público que se realiza de manera virtual los días martes.
El reloj marca las 9:40. Basílico comienza la lectura de la causa, los imputados y las partes. Los únicos acusados conectados son Enrique Barré y Guillermo Domínguez, quienes horas después abandonan la sala.
La primera testigo Nora Ungaro comienza el relato de los hechos ocurridos en 1976. El 16 de septiembre a las cinco de la mañana ingresa el Ejército al departamento y secuestra a Horacio, su hermano, y a su amigo Daniel Racero, quienes quedan en condición de desaparecidos.
El 17 de septiembre la familia presenta el hábeas corpus ante la Comisaría. Nora, al salir de su trabajo, se dirige hacia la casa de Racero para informarle a la madre acerca de lo sucedido. Al llegar, un grupo de hombres ingresa al domicilio, le vendan los ojos con una chalina y la arrojan al piso. En ese momento es secuestrada y lanzada dentro de un auto mientras ella grita su nombre. “Menos mal que dijiste tu nombre así no tenemos que cortarte la mano para identificarte”, cuenta que le dijo uno de los individuos.
Mientras continúa su declaración se emociona y muestra a cámara el pañuelo que llevaba su madre: blanco con letras negras bordadas, con los nombres de Horacio Ungaro y Daniel Racero, junto a la leyenda “Juicio y castigo”.
Luego de su secuestro es trasladada hacia un sitio en La Plata que identifica como una caballeriza donde permanece algunas horas. “Reconozco el lugar porque en ese momento estudiaba veterinaria, la manta que me habían dado tenía olor a caballo”, afirma Nora.
Posteriormente es transferida junto a dos personas más hacia el Pozo de Arana, donde la arrojan en un pasillo, la golpean y la llevan a una sala de tortura. “Me sacaron la ropa, me ataron a un elástico de cama de metal y me pasaron la picana eléctrica. El dolor es tan intenso que quema y se siente el olor a carne quemada. Uno se ahoga con sus propios gritos”, relata mientras recuerda el horror vivido.
Durante el tiempo que se encuentra detenida en el Pozo de Arana se comunica con los compañeros que estaban en la misma situación. Entre todos hacen un pacto: quienes sobrevivan deben avisar a los familiares de los detenidos que se encuentran bien y con vida. Un compromiso que Nora cumpliría tiempo después.
Ungaro es trasladada varias veces. Luego del Pozo de Arana es llevada hacia el Pozo de Quilmes donde solo permanece algunos días.
La madrugada del 15 de octubre de 1976 es liberada; la suben a un auto mientras ella tiembla de miedo, y la dejan sin vendas ni esposas contra un paredón del Hipódromo de La Plata, a dos cuadras de su casa.
Ante el agradecimiento del Juez por su testimonio, Ungaro realiza una petición a los presentes: “Por favor, les pido justicia”.
“Se llevaron lo más valioso, a mi hermano”
Marta Ungaro comienza su relato jurando por su hermano, por los 30.000 desaparecidos, por decir verdad y buscar justicia.
Con voz temblorosa recuerda la madrugada del 17 de septiembre. “Mi madre vino a las cuatro de la madrugada a avisarnos que habían secuestrado a Horacio y Daniel. Fuimos corriendo al departamento y estaba todo revuelto, habían robado varias cosas pero se llevaron lo más valioso, a mi hermano”, explica.
Aún conserva las pertenencias de su hermano Horacio; los libros que tenía la noche de su secuestro y su carnet de boleto secundario por el que tanto había luchado.
El dolor vivido por las familias la impulsa a buscar justicia. Durante años salió junto a otros familiares, a exigir la aparición con vida de los desaparecidos, aunque relata que comenzó a perder la esperanza de volver a ver a su hermano con vida.
A raíz del Juicio a las Juntas y de los testimonios de desaparecidos logra armar el rompecabezas del secuestro, tortura y asesinato de Horacio Ungaro. “La justicia por casi 45 años no nos escuchó ni nos apoyó. Cuando se tarda tanto no es justicia para nosotros, necesitamos que no vuelva a ocurrir”, exclama con angustia y desilusión.
“Para los que con sangre salpicaron la historia pido justicia y castigo. Los 30.000 desaparecidos y detenidos presentes, ahora y siempre”, concluye.
“¿Ahora me vas a dejar de joder que está vivo?”
La última declaración testimonial es de Walter Docters quien es secuestrado en septiembre de 1976 cuando militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores. Además, el mismo año ingresa a la Policía de la Provincia de Buenos Aires como secretario privado del Director gracias a su padre, quien había sido funcionario en el Gobierno de Onganía.
El viernes 17 de septiembre de 1976 lo arrestan por expresarle a los agentes policiales su descontento por que la policía posea jefes militares. El lunes 20 cuando concurre con su primo a tomar un micro, frenan delante suyo tres autos y los secuestran. Lo arrojan al piso del asiento de atrás, lo vendan, lo atan y trasladan hacia el Destacamento de Arana donde, al llegar, lo desvisten e ingresan a una sala de tortura.
“El olor a sangre seca, a carne quemada, a los desechos humanos, al vómito fue lo primero que me golpeó al llegar al Pozo de Arana”, afirma Docters en la misma línea que Nora Ungaro quien destaca el olor a “carne quemada” que quedaba en la sala luego de las sesiones de picana.
Mientras continúa su relato el pañuelo blanco de letras negras con la leyenda “son 30.000” se asoma a sus espaldas. En el Pozo de Arana también sufre el submarino mojado y seco. “Nos metían la cabeza debajo del agua hasta que se nos terminaba la respiración y después nos sacaban. El submarino seco, lo mismo pero con una bolsa de plástico y hasta nos tenían colgados”, afirma.
Finalizado su cautiverio en La Plata, lo trasladan al Pozo de Banfield. Pasados tres días, lo limpian y cambian para llevarlo a una oficina donde se encuentra con su madre, padre, hermano y el comisario Miguel Etchecolatz, quien al verlo le dice a su papá: “¿Ahora me vas a dejar de joder que está vivo?”.
El Juez Ricardo Basílico interrumpe el testimonio de Walter Docters, quien relata su traslado y cautividad en el Pozo de Quilmes, para informar que la duración de la audiencia ya está sobre la hora y, para permitir que el sobreviviente pueda desarrollar correctamente su relato, propone un cuarto intermedio hasta la semana siguiente.
La próxima jornada será el martes 18 de mayo a las 9:30 y se continuará con el relato de Docters desde su traslado a la Comisaría de Valentín Alsina. Además se tomarán las declaraciones testimoniales de Delia Cecilia Giovanola, Diego Martin Ogando y Juan Antonio Neme.
*Cobertura realizada por Sofía Parcesepe.
Cómo citar este texto: Diario del juicio. 11 de mayo de 2021. “UNO SE AHOGA CON SUS PROPIOS GRITOS”. Recuperado de https://diariodeljuicioar.wordpress.com/2021/05/13/uno-se-ahoga-con-sus-propios-gritos/