MEGAJUICIO POZOS DE BANFIELD Y QUILMES Y BRIGADA DE LANÚS «Nuestro crimen fue luchar por nuestros derechos laborales»
Oriundo de Chile, Marcos Alegría escapó a los 22 años de la feroz dictadura liderada por Pinochet y se radicó en Quilmes, provincia de Buenos Aires, donde terminó padeciendo el secuestro, torturas y cautiverio en manos de la dictadura argentina. En febrero de 1977, casi un año después de su detención, obtuvo el salvoconducto para exiliarse en Francia, país en el que aún vive y desde donde brindó, este martes 27 de abril, su declaración testimonial. También declararon Leonardo Blanco y Liliana Cagna.
ANDAR en la Justicia
(Por Diario del Juicio) “Esta es la primera vez que tengo la oportunidad de hablar ante un estrado judicial en Argentina luego de tantos años de vivir en Francia, un pueblo solidario con las luchas del pueblo chileno y, en general, con las de los pueblos latinoamericanos. Esa solidaridad facilitó nuestra adaptación luego del exilio, y hablo de ‘adaptación’ en vez de ‘integración’ porque aún conservamos nuestra idiosincrasia, nuestra cultura y nuestra identidad, así como en los peores momentos de cautiverio conservamos la convicción, la fuerza y la esperanza de salir con vida”, señaló Marcos Alegría ante el TOF 1 de La Plata durante la última jornada.
Luego del 11 de septiembre de 1973, con el golpe de estado en Chile y la feroz persecución de estudiantes, trabajadores y militantes políticos, Marcos Alegría –que acababa de graduarse en el colegio secundario y era militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR- intentó escapar a la cacería desatada por el régimen de Pinochet y lo logró en agosto de 1974, cuando consiguió alojamiento en la casa de un conocido suyo que vivía en Quilmes y estudiaba medicina.
En dos meses obtuvo el DNI argentino y un puesto de medio oficial en la división de termotanques de la fábrica SAIAR. Asimismo, su adaptación y socialización se vieron facilitadas por el gran activismo gremial y social de la época, de los cuales él participó desde su llegada a Quilmes Oeste. “Era una época de lucha no sólo por las reivindicaciones salariales y de seguridad sino también contra las burocracias sindicales”, recordó.
El día bisagra que determinó un nuevo giro en su vida -y que concluiría con su segundo y definitivo exilio- fue el 13 de abril de 1976 cuando un amplio operativo del Ejército rodeó y ocupó todo el predio de la fábrica SAIAR en búsqueda de materiales de difusión gremial y del grupo de delegados sindicales, además de aquellos que estuvieran más comprometidos con las luchas y reclamos laborales.
“Primero allanaron el edificio, haciéndonos salir a todos los trabajadores. Mientras ellos revisaban incluso hasta los vestuarios, debíamos esperar en el estacionamiento de la fábrica. Éramos 800 trabajadores, aproximadamente, y frente a nosotros se pararon varios oficiales y el Jefe de Personal de SAIAR, Martínez Riviere, que aportó la lista de nombres y con ella comenzaron a llamar uno por uno a quienes consideraban ‘molestos, peligrosos’. Además de mí, llamaron a Nicolás Barrionuevo, Tomás Candepatros, Horacio Codesal, Jorge Varela, Argentino Cabral y otro compañero de nombre Mariano y cuyo apellido no recuerdo”, relató el testigo.
Fueron llevados a la Comisaría 1º de Quilmes y allí Marcos Alegría fue alojado en un calabozo junto con Jorge Varela. Por la noche sería el turno del primer interrogatorio y de la primera sesión de tortura: “Iba con los ojos vendados y sé que fue en un primer piso porque subimos una escalera. Pedían nombres de compañeros mientras torturaban con la picana. Y de repente escucho una voz y un acento que me paralizan: ‘No te hagas el huevón…’, dijo alguien y me di cuenta que era chileno”, relató el sobreviviente, que tuvo que frenar su historia en varias oportunidades por el dolor que regresaba con las palabras y los recuerdos.
Como parte del Plan Cóndor, era tarea habitual de los servicios de inteligencia y agentes extranjeros la indagación sobre la identidad, ubicación y ocupación de personas buscadas en cada uno de los países donde imperaban las dictaduras. Sobre Chile, los miembros del MIR exiliados en Argentina eran muy buscados.
De la Comisaría 1º fue trasladado, junto a Argentino Cabral, al Pozo de Banfield donde permaneció un mes y medio, aproximadamente. Los alojaron en un calabozo muy cercano a la sala de torturas, por lo que todas las noches escuchaban los tormentos a los que sometían a las víctimas.
Casi todo el tiempo estuvieron encapuchados y desde el primer momento advirtieron que ese sitio no estaba en condiciones de alojar a personas: las comidas no eran frecuentes, excepto alguna taza de mate cocido; no tenían colchones ni frazadas; permanecían prácticamente todo el día aislados en el calabozo, hacinados y sin poder higienizarse.
En varias oportunidades, Marcos Alegría y otros detenidos en el Pozo de Banfield fueron sacados en un camión con destino a un sitio abierto, fuera del área urbana donde corría aire y en el que siempre se oían disparos: “Había un galpón en el que daba la sensación que alojaban personas. Había personas en el piso que nosotros, al ir encapuchados, debíamos esquivar, y nos preguntaban: ¿Ustedes vienen del simulacro? Y efectivamente se oían muchos disparos, no sé si por simulacros de fusilamientos o qué. Varias veces fuimos llevados a ese lugar y luego regresados a Banfield”.
A fines de mayo de 1976 el sobreviviente-testigo fue sacado con destino a la cárcel de Villa Devoto y desde ese momento pasó a estar a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. A fines de septiembre sería nuevamente trasladado, en esa ocasión a la Unidad Penal 9 de La Plata y a mediados de noviembre de ese mismo año lo trasladarían a Coordinación Federal -donde permaneció 1 día- antes de terminar en la Alcaidía de Capital Federal de la calle Suipacha.
“En diciembre me hicieron firmar la renuncia a la empresa SAIAR, por lo que quedó evidenciado el conocimiento y la participación de la gerencia en nuestro secuestro y cautiverio”, describió Marcos Alegría quien finalmente pudo emprender su exilio a Francia el 16 de febrero de 1977. Fue en el avión donde recién le sacarían las esposas.
Hoy el testigo tiene 69 años, sigue viviendo en la ciudad de Grenoble, en Francia, y agradece el compromiso y la ayuda del pueblo francés, especialmente de los organismos de derechos humanos de aquel país, para que tanto él como otros chilenos y latinoamericanos pudieran retomar sus vidas luego de haber padecido y sobrevivido al terrorismo de estado. “Tenía 22 años cuando fui secuestrado en Argentina. Éramos obreros organizados que reivindicábamos nuestros derechos en función de un convenio colectivo, nada más. Ese fue nuestro crimen: luchar por los derechos laborales”.
Otro de los testimonios de la jornada del martes 27 de abril fue el de Leonardo Blanco, militante de la Juventud Peronista que el 7 de noviembre de 1975 fue secuestrado, junto a su hermano, en la casa que compartía con sus padres en la calle Las Piedras de Lanús Este. Según reconstruyó tiempo después con sus vecinos, el operativo fue realizado entre la Policía Bonaerense y el Ejército que rodearon la manzana y entraron hasta por los techos.
Los hermanos Blanco fueron alojados, en primer lugar, en la Comisaría 2º de Lanús y, tras unas horas, trasladados al Pozo de Banfield. Allí estuvieron más de un mes en condiciones deplorables, sin comida y siempre encapuchados: “Desde que ingresamos a Banfield fuimos torturados. Había mucha gente en ese lugar, incluso tirada en los pasillos, por lo que constantemente se oían los gritos de las personas a las que torturaban”.
Luego serían transferidos al Pozo de Quilmes, donde Leonardo y su hermano vivirían un extraño episodio con un hombre que dijo llamarse Javier y que un día los llevó a una sala donde los fotografió y les informó que pasarían 6 años detenidos: ese sería, exactamente el tiempo que permanecería Leonardo encerrado, siendo la cárcel de Resistencia, Chaco, su último lugar de detención hasta que fue liberado el 7 de noviembre de 1981. Durante su cautiverio, también
Por último, el otro testimonio de la jornada fue el de Liliana Canga, cuyo hermano Ernesto Enrique fue secuestrado de la casa familiar situada en 25 y 453, en City Bell, durante la madrugada del 25 de septiembre de 1976: “Eran las 2 de la madrugada cuando rompieron la puerta, nos taparon la cabeza con frazadas y a los gritos buscándolo a mi hermano. Yo tenía 14 años y mi hermano 20”.
“Mi mamá les preguntaba, permanentemente, por qué se lo iban a llevar a Ernesto y uno de ellos le respondió: ‘Señora, si usted que lo tuvo no sabe el por qué, no se lo podemos decir…’. Rompieron todo, robaron dinero y mercadería del almacén de mi mamá, cortaron el cable del teléfono y se fueron”, agregó la testigo.
Su hermano trabajaba en Hilandería Olmos, lo que ahora es MAFISA. Era delegado gremial y el dueño en aquel momento, según pudo saber, tenía problemas con los delegados gremiales y los “marcaba”.
Liliana no volvería a ver a su hermano con vida y recién en 1986 se enteraría, a través del libro La Noche de los Lápices, que Ernesto había permanecido en cautiverio en el Pozo de Banfield: “Fue la única información que tuvimos hasta el 2010, cuando pude acercarme al Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) y dimos la muestra genética que solicitaban. Nos llamaron en 2011, habían reconocido sus restos en una exhumación realizada en una tumba NN del Cementerio de La Plata. Finalmente pudimos recuperar sus restos y darle sepultura, como necesitábamos hacer”.
La próxima jornada del debate oral se realizará el 4 de mayo desde las 9:30 con las declaraciones testimoniales de Pablo Díaz y Juan Oscar Cerro.
Cómo citar este texto: Diario del juicio. (27-04-2021). “Nuestro crimen fue luchar por los derechos laborales” . Recuperado de https://diariodeljuicioar.wordpress.com/2021/05/02/nuestro-crimen-fue-luchar-por-los-derechos-laborales