MEGAJUICIO POR LOS POZOS DE QUILMES Y BANFIELD, Y EL INFIERNO En el inicio de las testimoniales exhibieron los relatos de Adriana Calvo y Cristina Gioglio
Las voces de las sobrevivientes e históricas militantes por la verdad, la memoria y la justicia -ambas fallecidas en las últimas décadas- volvieron a resonar ante un tribunal federal con la exhibición de los videos de sus testimonios prestados en juicios anteriores. “Como parte de la exigencia de justicia hemos dedicado todos estos años a intentar reconstruir lo que fueron los campos de concentración en Argentina”, afirmó Adriana Calvo en 2006 durante el primer juicio contra Etchecolatz, y reafirmó este martes 10 de noviembre ante el TOF 1 de La Plata. Por su parte, Gioglio relató sus casi 4 años de cautiverio, desde diciembre de 1977 hasta su liberación en 1981. El próximo martes se incorporarán los testimonios de Alcides Chiesa, el cineasta que debió exiliarse en Alemania, y de Nilda Eloy, trabajadora de la CPM hasta su fallecimiento en 2017.
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(Agencia) De acuerdo a lo consensuado entre las querellas, fiscalía y defensas en las audiencias preliminares a instancias del TOF 1 de La Plata, comenzó, este martes 10 de noviembre, la exhibición de testimonios prestados en juicios anteriores por parte de las víctimas ya fallecidas y cuyos casos se ventilan en el megajuicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los Centros Clandestinos de Detención (CCD) Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes, y El Infierno, de Lanús. El objeto de aquél consenso fue el de evitar, mientras sea posible y no fuera requerido por los testigos o cualquiera de las partes, las jornadas presenciales en sede judicial.
En este sentido, las voces y la imagen de la extitular de la Asociación de Detenidos-Desaparecidos, Adriana Calvo, y de otra de las referentes de ese y de otros organismos de derechos humanos, Cristina Gioglio, volvieron a tomar vida en un escenario de juicio para denunciar a los responsables y echar luz sobre el funcionamiento y los crímenes cometidos en los tres CCD. Cabe destacar que la próxima semana será el turno de los registros de Alcides Chiesa y Nilda Eloy, y con esa modalidad continuará esta primera etapa de virtualidad que incluirá, también, a testigos que vivan en otros países y que, producto de la pandemia, no puedan viajar.
Realizado en 2006 durante el primer juicio a Miguel Osvaldo Etchecolatz, el testimonio de Calvo tuvo dos partes: una exposición minuciosa del trabajo de investigación y reconstrucción sobre los centros clandestinos que integraron el llamado Circuito Camps -al menos 29, localizados en 9 distritos del conurbano bonaerense y que operaron bajo la conducción del Ejército y con la Policía Bonaerense bajo su mando-; y su propio secuestro, cautiverio y torturas padecidas en su tránsito por la Brigada de Investigaciones de La Plata, el Pozo de Arana y el Pozo de Banfield.
Respecto a este último CCD, además del Pozo de Quilmes, describió que “como característica distintiva respecto a los otros, sirvió como sitio de alojamiento para detenidos bajo el Plan Cóndor. Al menos 30 uruguayos estuvieron en cautiverio en ambos centros, donde también fueron vistos integrantes de las fuerzas de seguridad y del Ejército uruguayos”.
“Otra de las características del Pozo de Banfield es que fue usado como uno de los hospitales, entre comillas, para el nacimiento de bebés que luego serían apropiados. Al menos 10 bebés nacieron allí, 5 de ellos fueron entregados a sus familias. Hubo una compañera embarazada que sufrió un aborto durante la tortura, y otra a la que le quebraron un brazo. Entre aquellos bebés apropiados que recuperaron luego su identidad, uno de ellos acaba de recuperar la suya, 28 años después: Leonardo Fosatti”, relató Calvo respecto a la investigación de la Asociación de Detenidos-Desaparecidos.
Su propia historia integra esa lista de mujeres embarazadas que dieron a luz en el Pozo de Banfield bajo la “asistencia” del exmédico de la Policía Bonaerense, Jorge Antonio Bergés, ya condenado por crímenes de lesa humanidad y que hoy es uno de los imputados en este megajuicio.
El 15 de abril de 1977, tras más de dos meses de cautiverio, Adriana comenzó su trabajo de parto en el calabozo de la Comisaría Quinta de La Plata -antes había estado en la Brigada de Investigaciones de esta ciudad y en el Pozo de Arana- en el que estaba alojada junto con Inés Ortega, la madre de Leonardo Fosatti nacido semanas antes también bajo la “asistencia” del inefable Bergés.
“En el calabozo mis compañeras empezaron a gritar para que viniera la guardia hasta que finalmente entraron: me tabicaron, volvieron a atarme las manos a la espalda y me subieron a un auto que estaba en el patio de la Comisaría. Salieron a toda velocidad por una ruta y, por los relatos de compañeros de cautiverio, pude darme cuenta que el destino del viaje sería el Pozo de Banfield. Ya a mitad de camino, con los pozos y baches de calles de tierra, el parto se había desencadenado y yo tenía a Teresa entre mis piernas, solo unida a mí por el cordón umbilical. Pedía por favor que me la dieran, porque tenía las manos atadas, y no lo hicieron”, relató Calvo.
Al detenerse en un patio interno aparece Bergés, que corta el cordón umbilical y la hace bajar y dirigirse a unas escaleras laterales que daban a un primer piso, “escalera de cerámicos rojos como si fuera la escalera al infierno”.
Los padecimientos continuarían por horas: Adriana Calvo, con su hija en brazos, llegó a una especie de enfermería y la hicieron recostar sobre una camilla para retirarle la placenta ante la mirada de un numeroso grupo de guardias y el médico policial. “Allí fue cuando Bergés ordenó que trajeran baldes y trapos de piso, para que yo, desnuda y en el estado en el que estaba, recogiera y limpiara la sangre del piso”, recordó la sobreviviente.
Días después, ocurriría un hecho que marcó la vida de Adriana: estando en un calabozo de mujeres, los guardias realizaron una desinfección “de piojos” con una pastilla que, según ellos, le haría daño a la niña recién nacida, e intentaron sacársela a la madre.
“Instintivamente agarré a mi hija, me fui hacia atrás contra la pared y todas las compañeras, alrededor de 20, se pusieron delante mío gritando como leonas: ‘no se la llevan, no se la llevan’. Era imposible que me la sacaran si no nos mataban a todas. Ellas formaron una muralla humana imposible de atravesar. Hoy mi hija tiene 29 años y está a punto de hacerme abuela y, si puedo contar esto, sin duda se los debo a mis compañeras. Por eso, mi homenaje, mi compromiso, hasta que todos los genocidas vayan a parar a la cárcel. Muchas gracias”, concluyó emocionada.
Por su parte, Cristina Gioglio relató sus casi 4 años de cautiverio, desde aquél diciembre de 1977 en el que fue secuestrada en el marco del denominado “Operativo Escoba”, que implicó secuestros masivos de militantes del Partido Comunista Marxista Leninista (PCML) y que permaneció detenida-desaparecida en los CCD que funcionaron en el Pozo de Quilmes y el Destacamento de Arana -también conocido como Pozo-, antes de ser trasladada a la cárcel de Devoto cuando fue pasada a disposición del Poder Ejecutivo Nacional -PEN-.